martes, 25 de diciembre de 2012

Navidad



Del Verbo Divino
la Virgen preñada
viene de camino;
¡si le dais posada!

San Juan de la Cruz

¡Salud y feliz navidad a todos!

martes, 18 de diciembre de 2012

Setenil es de cine; La Historia Interminable

Hoy, al llegar la tarde, una lengua de niebla ha bajado de las alturas para cubrir Setenil bajo el manto de una densa cortina gris. Accinipo, La Mata, El Puerto del Monte han quedado difuminados y poco a poco un telón ha borrado las peñas y los tajos. San Sebastian, El Carmen, La Villa y El Lizón han desaparecido en la nada evanescente para fundirse en el vaho del río, mientras cielo y agua se han convertido en lo mismo. La Iglesia, El Torreón, las casas, los puentes, las calles, todo se ha diluido en esa nube etérea.
Como en aquella novela de La Historia Interminable, puede que mañana amanezcamos para darnos cuenta de que nuestro mundo ha desaparecido en la nada. Quizás el apocalíptico fin del mundo que predijeron los Mayas sea eso; la confusión, el pavor, la incapacidad de ver más allá de un palmo de nuestras narices...la desmemoria absoluta en definitiva.

lunes, 17 de diciembre de 2012

La leyenda del Moro Juan

En aquellos entonces, como hoy día, los moros llegaban a Setenil con sus pequeños bazarillos ambulantes; transistores, despertadores, relojes Casio, linternas, pajarillos musicales y otras chucherías electrónicas. Tecnología punta de principios de los ochenta.
Los súbditos de Hassan, como hoy los de Mohamed, entraban en los bares y exponían su mercancía sobre las mesas como el mejor de los bazares de Ceuta
- compra paisa, todo barato, el relos, el radio paisa, mientras, le daban cuerda al pajarito para que bailara encima de la barra.
Los paisanos, gente curtida en viajes por eso de la emigración y desconfiada por naturaleza, se acercaban con desgana al puestecillo y manoseaban el género como lo haría un tratante con una bestia en la feria de ganado.
- Esto no vale na, veinte duros te doy por el arradio.
- Por veinte duros lo tiro al río paisa. El radio cuesta dos mil pesetas, que me lo trae un primo que viene en barco de Japón.
La puja estaba servida, que de cien a dos mil pesetas hay margen suficiente para un buen regateo. Entonces, tres o cuatro maromos se acercaban al morito para inspeccionar un reloj o un transistor mientras la puja seguía.
- Veinte duros te doy amigo
- Mil quinientas pesetas paisa
Y el paisano cogía, hacía un aspaviento de asco y se volvía a su sitio, mientras toda la clientela estaba pendiente de la escena.
El morito entonces volvía con una nueva oferta, nervioso quizás porque alguno se había llevado una linterna para probarla en la oscuridad de los aseos. Así, tras un tira y afloja de más de media hora, el morito cede y el paisa se queda con un flamante transistor japonés por quinientas pesetas, una auténtica ganga.
El morito se va del bar ofuscado, apenas ha ganado para poder cubrir gastos y encima ha tenido que pedirle la linterna al enterado que hizo el amago de tratar de quedársela en el fragor de la batalla dialéctica.
 Regatear parecía algo consustancial a este tipo de transacciones, así que conseguir una ventaja de este tipo, suponía un auténtico subidón moral, una especie de victoria sobre el enemigo.
Siempre, desde luego, había gente educada y respetuosa, pero en muchos casos se notaba cierto aire de superioridad, olvidando quizás el hecho de que no hacía mucho tiempo que los españoles andaban por esas europas buscándose la vida y aguantando desplantes y desaires.
Fué por aquellos entonces de principios de los años ochenta, cuando a Setenil vino un moro distinto. Moreno como todos los suyos, tenía unos fieros ojos rasgados y un bigote ralo que le confería cierta similitud con el presidente egipcio Nasser, aunque lo que verdaderamente resultaba llamativo en él eran sus casi dos metros de altura y una seriedad faraónica fuera de lo común.
Como tantos de sus compatriotas se ganaba la vida vendiendo pequeños objetos electrónicos por los pueblos de la serranía y cuando yo lo conocía llevaba en el oficio muchos años. Al llegar al bar, dejaba su bazarillo en alguna mesa, se pedía una coca cola y dejaba que el personal inspeccionara su mercancía. Nadie osaba gastarle bromas, regatearle más allá de lo considerado abusivo, menospreciarle cualquier objeto, ni mucho menos tratar de robarle. Si querías algo tenías que aceptar su precio, quizás tratar de conseguir alguna rebajilla, pero nada de vacilarle porque entre otras cosas la mayoría de los paisanos le llegaban, si acaso, a la tetilla.
Alguien, para evitar complicarse la vida con un nombre árabe, consideró en llamarle Juan, El Moro Juan. Podías darle el dinero para que te trajera algo por encargo, descambiar algún reloj que por alguna razón hubiera venido defectuoso, era en definitiva un hombre de fiar. A cambio él exigía respeto, con la mirada y con esas enormes manos que como si fueran palas ponía sobre el mostrador. Así son las cosas.
Aquel hombre hace muchos años que dejó de venir por Setenil, puede que aún viva por algún pueblo de la Serranía, quizás consiguiera el dinero suficiente para volver a su país y vivir el resto de su vida holgadamente, pero desde entonces, cuando un marroquí lleva muchos años viniendo a vender sus productos a Setenil y la gente confía lo suficiente en él, automáticamente le confiere el título de Moro Juan, como una señal de distinción honorífica, como queriendo decir que se trata de un setenileño más.
Puede que este Moro Juan, que con tanta dignidad ejerció su oficio de moderno buhonero electrónico, hiciera más por las relaciones hispano-marroquíes que todos los embajadores del mundo.

Un pequeño regalo



Me manda un buen amigo esta foto: En un Setenil cubierto de nubarrones grises se traza perfecto un arcoiris. La luz de la mañana se desparrama sobre las fachadas blancas y una extraña claridad, casi dolorosa, sirve para crear un decorado de ensueño.
Como una metáfora, un anhelo y el mejor de los deseos, para Setenil y nosostros mismos.

Un abrazo

lunes, 3 de diciembre de 2012

La alimaña

En la espesura del bosque, entre zarzas y espinos y junto a la frescura de un arroyo, merodea la alimaña. Durante el día, cuando el sol aprieta, la alimaña se esconde y dormita en su refugio, ajeno al ajetreo de rebaños y pastores. La alimaña sólo sale de anochecida, cuando se acaba el trasiego en los campos. Sabe que los sabuesos le persiguen y fieras escopetas no dudarán en hacer fuego si lo tuvieran a mira. La alimaña es una sombra, un espíritu, un fantasma en la noche del bosque.
Cuando cae el sol y los campos se sumen en la penumbra, la alimaña despierta de su letargo y azuzado por el hambre sale de su cubil. Se cerciora de que no hay nadie por los caminos y no huele las escopetas asesinas. En la oscuridad, por un camino que conoce de memoria, ocultándose entre los árboles hasta llegar al cortijo. Allí siempre hay que comer. Sobre el quicio de la ventana hay un ato con pan y tocino. La alimaña se lanza con ansiedad sobre el humilde condumio. Entonces la ventana se abre y la alimaña trata de permanecer inmóvil.
- Manuel, Manuel: tienes que dejar de venir. Me comprometes y ya sabes que tengo familia.
Los tuyos huyen como pueden en la noche por los campos, dejando a un lado las veredas. Tú deberías hacer lo mismo. Hay muchos fugitivos por los montes y los guardias organizan batidas. Ya no estás seguro Manuel, y me comprometes.
- Gracias Don José gracias. Sabe usted que le estoy muy agradecido.
- Ea Manuel. Suerte. Que te vaya bien
- Ea Don José. Gracias por todo.
La alimaña coge el ato de tela y sale del cortijo. Los perros ladran en la noche, hasta que la alimaña se adentra en la espesura por entre zarzas y espinos, a ciegas, sucia, maloliente, asustada.
Desde la ventana Don José la mira perderse y no puede sentir más que un profundo alivio.

viernes, 30 de noviembre de 2012

Imágenes de la mili

De las fotos antiguas que puede haber en una casa, junto con las de la boda, la comunión de los niños y alguna que otra celebración, aparecen casi seguro las de la mili, al menos esa obligatoria con la que se preparaban las cartillas militares que eran como el DNI del soldado mientras hacía el servicio.
En este caso presentamos unas cinco imágenes de José Villalón Ramírez, que hizo la mili en el Cuartel de Artillería de Granada entre los años 1937-1939 aproximadamente, pues no tengo claro las fechas exactas.
Pese a hacer el servicio durante la mitad de la Guerra Civil, Jose Villalón no participó en los acontecimientos de la sublevación militar del 18 de julio ni la caída de la ciudad en manos golpistas, acciones en los que el Regimiento de Artillería tuvo un papel tan destacado. El inicio de la sublevación lo vivió José en Setenil, lo cual no significaba que estuviera exento de peligro ya que estuvo a punto de perecer en dos ocasiones, primero cuando lo subieron al camión de los que iban a ser fusilados y otra en manos de los moros que entraron en su casa al olor de las hogazas de pan que se horneaban en el horno de su padre. En ambos casos salvó el pellejo por muy poco.
Una nota curiosa; en la serie Lorca, muerte de un poeta, salen varias escenas del Cuartel de Artillería durante el alzamiento militar en Granada, así como figurantes vestidos con ropa militar idéntica a estas que se ven en las imágenes de camisas y los pantalones bombachos con zapatos abotonados hasta el final de la pantorrilla.
En este pequeño reportaje podemos ver algunas instantáneas de la vida militar de este setenileño en el que me llama la atención la capacidad que tienen los jóvenes de disfrutar y sacarle partido a la vida pese a las adversidades. Como hemos escuchado en numerosas ocasiones, la mili casi siempre resultaba algo fastidioso y traumático para el recluta pero, por regla general, siempre nos quedamos con las cosas buenas, entre ellas la camaradería entre compañeros. Desde luego, una capacidad extraordinaria del ser humano.

Simpática imagen donde lo vemos rapado al cero junto con un compañero, según me contaron por hacer el saludo militar en vez del romano a un jerarca falangista que visitó el cuartel
La clásica foto en plan guaperas, con el gorrito ladeado, para mandársela a la novia que lo aguardaba en Setenil
El segundo de abajo si miras desde tu izquierda, tocado con un sombrero. En alguna maniobra o acción de cambate. Al fondo una pieza de artilleria o bateria y un menda haciendo el paripé. hasta en la guerra había tiempo para hacer el pipa.
Foto de archivo del antiguo Cuartel de Artillería de Granada
El primero por tu izquierda sentado. Quizás en esta imagen haya más gente de Setenil, pues siempre escuché que hicieron la mili en Granada muchos paisanos durante la guerra.
Junto con sus padres, Bartolomé Villalón Aguilera y Filomena Ramírez Salas, orgullosos de su hijo mientras luce tan pincho el uniforme militar. En la correa y el gorrito podemos apreciar el emblema del arma de artillería

viernes, 23 de noviembre de 2012

Setenil en el Semanario Pintoresco Español


En alguna otra ocasión hemos hablado en este blog de la representación de la toma de Setenil por los Reyes Católicos en la sillería de la Catedral de Toledo, junto con el resto de plazas que fueron tomadas en el contexto de la Guerra de Granada y la conquista del reino Nazarí.
En una digitalización del Semanario Pintoresco Español de 2 de Septiembre de 1855 podemos encontrar un excelente dibujo que copia el original en madera así como una explicación más o menos significativa del mismo. El ejemplar, dado su antigüedad de más de 150 años, puede resultar una joya en si mismo, pese a que la información que aporta es más bien justita. Así se puede leer en el texto:
Bajo relieve De la sillería baja en el coro de la catedral de Toledo, que representa la rendición de la villa de Setenil en el Reino de Granada.
Uno de los monumentos artísticos é históricos de los muchos que encierra la catedral de Toledo, primada de las Españas, es sin duda la bella sillería baja en el coro. Los respaldones de dicha sillería representan las plazas fuertes tomadas a los moros por los insignes y memorables reyes Católicos D. Fernando é Isabel, sin duda para perpetuar tan grandes hechos de armas. Esta sillería baja es de nogal y de estilo gótico, y empezó a construirse en el año 1493 bajo la dirección del artista Maes Rodrigo, y se concluyó en tiempo del célebre cardenal Cisneros. Es notable además de que constituye un poema mudo y sublime de nuestros gloriosos hechos de armas, porque dicha sillería encierra un rico y bello depósito para el curioso, y artista, en trajes, ceremonias militares y armas, en el siglo XV. En el año 1484 se puso sitio a la villa de Setenil por los cristianos, situada sobre un peñasco escapado é inexpugnable, porque en vano se había intentado tomarla en épocas anteriores. Habiendo sido de poco efecto el resultado destructor de las lombardas y otras piezas de batir (que comenzaron a usarse en España por los reyes Católicos), contra la dicha villa, púsose a dirigir el marqués de Cádiz por si mismo los tiros, consiguiendo apostillar las puertas y abrir una brecha tan grande que obligó a los moros a rendirse. El dibujo que va al frente, representa el acto de hacer la entrega de la villa al rey Católico, el alcaide moro que rodilla en tierra, con sumisión y respeto quitándose el turbante le entrega las llaves (1). A este le acompañan algunas gentes de la guarnición, y un pajecillo le está teniendo el caballo. El rey se muestra a caballo con su cetro en la mano, llevando a su derecha al gran cardenal Mendoza, a su izquierda un personaje que lleva una cruz tremolada, y gran séquito de caballeros y soldados con sus lanzas levantadas.
(1) Este bajo relieve está algo deteriorado, faltándoles las guardas de las llaves que entrega el moro, parte del cetro del rey Católico, las bridas y algunas otras cosillas”
Como siempre los Hermanos de Las Cuevas salen al rescate y dedican en un artículo de su monográfico, titulado “Testigo en madera”, unas notas explicativas de la obra siguiendo siempre los textos de Juan de Mata Carriazo en “Los relieves de la guerra de Granada en el coro de Toledo”. Archivo Español de Arte y Arqueología. T. III. 1927. “...La conquista de Setenil ha quedado fijada para siempre en un tablero de madera de 56 cm de ancho por 37 de alto, nada menos que en la catedral de Toledo. Se concertaron con un tallador alemán por 10000 maravedises la silla, (y aquí difieren con el semanario) en 1489, o sea, con cinco años de diferencia de la toma de Setenil...”
Sigue la crónica del manual ahora en palabras del propio profesor Mata Carriazo:”...ante los fuertes muros de Setenil, tras los cuales asoman algunas casas de la ciudad, avanza la plana mayor de la caballería cristiana. A la cabeza marcha Don Fernando, cubierta la armadura con rico y cumplido ropón, con corona y al cuello un pesado collar. A su lado, en primer término, el cardenal Mendoza, con las ropas de su dignidad, cabalga en una mula de cola corta y orejas erizadas. Dialoga con el cardenal un musulmán de distinción, cadena al cuello. A la izquierda del Rey, también adornado con su collar, el Marqués de Cádiz. En segundo término, la cruz y el pendón real. Detrás una masa compacta de caballeros. Por la puerta de la ciudad salen a rendirla sus jefes. El primero, ha dejado el caballo, que un peón sujeta la brida y, rodilla en tierra, destocado, presenta a Don Fernando las llaves de la plaza. Detrás del alcaide, otros moros, todos ellos cubiertos, no con turbantes, sino con una especie de gorro o bonete con el que luego se representaría a los moriscos. En lugar visible el nombre de la plaza: Setenil...”
En el mismo texto se apunta que el jinete que prepara el caballo podría tratarse del moro que tiene la misión de comunicar a Ronda la toma de la villa y la solicitud de asilo para sus pobladores, quedando en prenda cuatro rehenes de entre los principales moros, tal como apunta Mosén Diego de Varela en su Crónica de Los Reyes Católicos: “E venido el mensajero, el martes que se contaron veinte e uno de septiembre, se entregó la villa al Rey”
Nos sirven estos dibujos y textos para conocer mejor a los protagonistas de los hechos que se relatan, las ceremonias, los usos militares y políticos y quizás las armas y ropajes de la época, aunque la información que puede aportar para conocer mejor aquel Setenil recién tomado por los cristianos sea escasa pues la ciudad representada tiene poca similitud con lo que podríamos entender sería la villa en aquellos entonces, pero no cabe duda de que el dibujo tallado en recia madera de nogal personifica una instantánea más o menos fidedigna de la toma de Setenil por los Reyes Católicos, quizás el hito más significativo de la historia de nuestro pueblo.
Fuentes:
Semanario Pintoresco Español de 2 de Septiembre de 1855. Biblioteca Nacional.
Setenil de las Bodegas. Hermanos de las Cuevas
“Los relieves de la guerra de Granada en el coro de Toledo”. Archivo Español de Arte y Arqueología. T. III. 1927. Juan de Mata Carriazo.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Setenil por Enrique Romero de Torres

En cierta ocasión tuve la oportunidad de visitar la casa de un conocido. Aquella vivienda parecía un museo; cuadros antiguos de marcos barrocos, jarrones, dorados, una colección de soldados de época y toda clase de antigüedades entre las que llamaba la atención una espada de húsares que colgaba de la chimenea.
Me enseñó este conocido un arcón lleno de fotografías y documentos que sólo pude ojear de soslayo pero donde pude distinguir la imagen del altar mayor, una casulla medieval y otros tesoros de la iglesia, precisamente esas que hemos conocido tras la digitalización del Catálogo de los Monumentos de la Provincia de Cádiz, aunque no recuerdo el resto del reportaje.
Mi anfitrión me habló del trabajo de Enrique Romero de Torres en Setenil y me comentó que tenía todas las fotos, pero me dejó con la miel en los labios cuando cerró la caja aduciendo que ya saldrían a la luz a su debido tiempo.
El poder disfrutar del reportaje completo que hiciera en aquel lejano 1907 Enrique Romero de Torres cumple una aspiración que tenía desde hace tiempo. Miguel Martín, Campúa, Antonio Sánchez, Nicolas Müller, Ortíz Echague y tantos otros dejaron constancia de un Setenil en blanco y negro que hoy nos parece como de postal. Las imágenes de Enrique Romero de Torres nos retrotraen a un pasado remoto, a una época que hoy ni tan siquiera podemos imaginar.


El Callejón y la puerta de la Justicia que sustenta La
Casa Consistorial y Antiguo Ayuntamiento. Hombres,
mujeres y niños. Al fondo una claridad impactante.
Cualquier imagen retrospectiva nos puede dar mucha información, son como una ventana abierta al pasado, desde el reportaje periodístico de Campúa tras las huellas del Vivillo, que bien hacía válido ese principio de que más vale una imagen que mil palabras, a esas panorámicas técnicamente perfectas de Miguel Martín. Postales, póster, auténticas obras de arte como las “casas bajo las rocas” de Müller, donde se pretende constatar la belleza del lugar y el genio de aquel que sabe plasmarla con su cámara.
Las fotografías de Romero de Torres adquieren sin embargo otra dimensión; Arcos de medio punto, sillares, suelos empedrados, casas bajo las rocas, y lo que es más importante: centenares de personas bajo esos tajos y piedras, niños, calles atestadas de gentes, tipos que parecen salidos de escenas y dibujos costumbristas, los hijos del romancero de los que hablaban las crónicas y poemas medievales.
Bajo mi punto de vista, estas imágenes de Setenil que aparecen en Catálogo de los Monumentos de la Provincia de Cádiz hay que enmarcarlas dentro del contexto artístico del momento, aquella visión retrospectiva al pasado que significó el 98.
En aquel año de 1907 en el que fue realizado el trabajo, aún suenan los ecos del gran desastre político militar de finales del XIX donde España pierde sus últimas colonias de ultramar; Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Era la constatación de que aquella nación imperial, faro de occidente, era una mera ilusión que quizás había impedido una regeneración a todos los niveles de la vida pública y por ende, un progreso económico y social que lo equiparara al resto de las naciones europeas.


 
Las Cuevas de la Sobra, un hostal y una Tasca quizás.
Resulta curiosa la evolución de las cosas

Los intelectuales españoles de principios de siglo, impactados quizás por el fracaso y pesimistas respecto a la realidad, inician un viaje retrospectivo al pasado de España y por consiguiente a lo que parece ser el germen y núcleo de la misma; Azorín viaja en destartalados vagones para conocer los lugares donde la prodigiosa imaginación del inmortal Cervantes fabrica a Don Quijote, Machado coquetea con la poesía modernista hasta volver su vista a los yermos campos castellanos por donde cruza errante la sombra de Caín, Unamuno desentraña los aspectos filosóficos de la literatura clásica española, Valle-Inclán crea un mundo onírico de damas y caballeros antes de volver el mundo del revés con su esperpento. Pío Baroja y sus cuentos vascongados de leyendas medievales, Zuloaga pinta campos ocres bajo cielos grises donde vuelven a aparecer los enanos y bufones del Buscón, hidalgos, porqueros, pícaros y seres deformes, el mundo en su Fiesta del Pan, las viejas ciudades castellanas, toreros, clérigos, cristos crucificados, santos, místicos y los demás tópicos de aquella España febril y heroica, orgullosa y decadente a la vez.
Las imágenes de Setenil que nacen de la cámara de Enrique Romero de Torres entran de lleno en esta dinámica retrospectiva e intimista. No buscan la idea general y meramente panorámica pues se centran en los detalles, lo particular, lo diferente y quizás en lo grotesco. Busca sin duda el autor aquello que era España hace siglos, cuando el romancero cantaba las proezas de otros tiempos, las guerras y disputas, las grandezas y las miserias, el alma de una nación y lo busca en los lugares donde aún se conserva su esencia, donde parece emanar de las piedras, los vetustos edificios y las gentes que moran en ellos.
Las imágenes de este reportaje sin duda obedecen a una labor científica de catalogación de tesoros, pero no buscan una imagen real de aquel pueblecillo perdido en la Sierra de Cádiz, el autor es incapaz de prescindir de su vena artística para plasmar un decorado ciertamente irreal, los ecos de un pasado remoto y se fija en aquellos aspectos que incluso por aquellos entonces ya debían resultar pintorescos para el observador cosmopolita.
Pienso, y es desde luego mi opinión, que estas imágenes de Setenil de Enrique Romero de Torres, inconscientemente quizás, son una búsqueda por parte de su autor de un mundo pretérito y perdido, los ecos de un pasado que ya por aquel lejano 1907 había dejado de existir.



Don Enrique plasma desde Las Cuevas
del Sol  a estos paisanos
posando para la cámara bajo los tajos de
Las Cuevas de la Sombra. Hombres y mujeres
aparecen como un coro en el graderío de un teatro. 

Cuestión de confianza

Seguramente habréis oído muchas veces que antes, cuando dos hombres acordaban algún asunto y se estrechaban las manos era como si hubiesen firmado el más solemne de los contratos y las estipulaciones del mismo se llevaban a cabo tal como se había hablado.
Conozco el caso de un buen hombre que se arruinó por cumplir las cláusulas de un acuerdo verbal, condiciones que no pudo consumar y cuyas consecuencias debió soportar con su hacienda. Su mujer e hijos le imploraban que no siguiera adelante pero todo fue en vano.
Empeñó su palabra y eso para él era sagrado. Estaba en juego su hombría y honor. ¡Un simple estrechón de manos!
En otra ocasión una familia estaba pasando una mala racha económica y el padre de familia se vio en la obligación de pedir ayuda a un primo al que además le unía una buena amistad. Este, que si bien no era un hombre rico, no se encontraba en una mala situación dada la necesidad que había por aquel entonces, así que le cedió por tiempo ilimitado el uso y disfrute de una huertecilla hasta que la cosa remontara.
Contaba aquel hombre como de la tierra pudo sacar el sustento para alimentar a su familia hasta que al cabo de un tiempo mejoró la situación económica.
En aquellos entonces las casas de Setenil lucían con las puertas abiertas, sin temor por parte de los propietarios a que ningún amigo de lo ajeno entrara y te dejara con lo puesto.
Estaba un niño jugando en la Huerta Grande, entre los nogales que hay en la carretera de Setenil a Torre Alháquime cerca de Trejo, cuando dos hombres forasteros que pasaban en moto por la carretera paran junto a él:
Niño ¿de quién son las ovejas?
Son de mi tío, le responde asustado el crío
Pues búscalo y dile que queremos hablar con él.
El niño corre a buscar a su tío y le dice que dos hombres muy extraños están esperándole en la carretera.
¿Que desean?
¿Quiere que le esquilemos las ovejas?
El hortelano les echa un vistazo a las ovejas y piensa que no les vendría mal que le aligeraran el peso, así que asiente con la cabeza. Los dos hombres se ponen manos a la obra y dejan a los bichos en cuero picado.
Cuando terminan, el paisano les pregunta cuanto quieren y los dos forasteros le dicen que no quieren dinero, que se conforman con un plato de esa olla que huele en la cocina. Cuando terminan de comer el hortelano les regala además dos mil pesetas.
¿Volveremos a vernos en situaciones parecidas e esa en la que una persona hace un trabajo sólo por la comida? No lo sabemos, pero el caso es que falta una cosa que antes era moneda de uso común; la palabra, la confianza en tus congéneres. ¿Qué podemos esperar de una sociedad donde el granujerío es permitido e incluso aplaudido? ¿Cómo podemos confiar en aquellos que hemos elegido para que nos representen sin ellos mismos son incapaces de cumplir sus promesas? ¿Cómo se puede trabajar si en la mayoría de los casos un contrato es papel mojado, si el poderoso sigue ejerciendo su poder omnímodo sobre los demás? ¿Si la entrega de un pagaré sin fondos como pago, por ejemplo, no conlleva un castigo para aquel que lo ha emitido?
 Hoy día, pese a que casi todo queda grabado, las palabras se las lleva el viento. Nada más falso e inocuo hoy día que la publicidad con la que nos bombardean a diario, que las palabras con las que se llenan la boca aquellos que están encomendados a sacarnos del atolladero en el que nos encontramos. Desde luego que parece como si nos hubiéramos acostumbrado a vivir en un estado permanente de desconfianza y recelo, donde nadie se fía de nadie. ¿Quién se arruinaría hoy por cumplir su palabra? ¿Quién cedería parte de sus rentas para que un pariente no pasara necesidad? ¿Quién permitiría hoy que dos forasteros entraran en tu casa y compartiera con tu familia mesa y mantel?
La verdad es que no sabemos muy bien como evolucionarán las cosas en los tiempos que están por venir.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Juan el de la Residencia



A eso de las diez, Juan sale de la residencia y comienza su ruta por los bares y comercios de Setenil. Conoce a todo el mundo por su nombre aunque se hace un lío con los parentescos. ¡¡¡¡¡¡holaaaaaaaaaaaaa!!!!! Su grito de guerra. Simpático y amable te da los buenos días y  pregunta si quieres hoy el periódico. Juan te cuenta algún cotilleo para abrir boca y pone verde a alguno que se le haya cruzado por el camino
¿Te traigo el de la mujer en cueros?
Juan se aleja cantando a viva voz María de la O, esa que era tan desgraciaita teniéndolo tó.
En la siguiente casa que se pare posiblemente me haga un traje a mí, Juan es así, que le vamos a hacer. Juan el de la residencia es un mariquita de Cádiz que por avatares del destino a acabado en Setenil. Muchas veces, añora su Tacita de Plata y entre suspiros te habla del Barrio de la Viña y la plaza de las Flores, pero por nada del mundo dejaría este pueblecito de la sierra donde parece haber caído en lana.
Al ratito, si su vagabundeo casa por casa, sus marujeríos y cotilleos no le entretienen mucho, nos trae el periódico. En la contraportada viene una muchacha ligerita de ropas y Juan nos cuenta que así salía cuando de joven trabajaba de cabaretera en Las Palmas.
Me salían los novios a montones, dice.
Algunas veces, si le invitas a un cafecito, te cuenta algo de su vida, sus alegrías y sus penas.
Yo es que he pasado mucho, ¿sabes niño?
Nos habla de un novio que tuvo, un marino americano, que lo maltrataba. Me pegaba, pero yo lo quería mucho.
Si eres de Setenil no hay duda de que lo conoces, si eres de fuera y te llegas por el pueblo te resultará fácil reconocerlo, simpático y alegre, casi siempre va cantando alguna coplilla antigua. Ahora se ha operado de cataratas. Si le preguntas como le fue, se quita sus gafas de sol imitación de Dolce&Gabana y te mostrará sus nítidos ojos azules, añiles y marinos como el agua de su Tacita de Plata.

viernes, 9 de noviembre de 2012

Huesos

Aunque con una semana de retraso, no me resisto a escribir algo sobre este clásico de otoño que representa en nuestro blog el especial de santos y difuntos, sobre todo después de leer el excelente artículo de Historia y Numismática donde se da un repaso a las costumbre funerarias de los romanos. No deja de resultar singular ese culto a la muerte inherente a todas las culturas humanas, pasadas o presentes, ese morbo que representa la contemplación de la muerte, bien como algo bello, tenebroso o simplemente grotesco.
Al albur espirituoso de efluvios etílicos un paisano me llama para que me acerque a él. Tapándose la boca con la palma de la mano, mirando de soslayo al personal que indiferente observa la escena, como si me tuviera que contar el secreto del hallazgo del Arca de la Alianza, susurra en mis oídos:
Me han dicho que te gusta la historia.
Bueno, algo
Yo es que tengo libros, ¿sabes? Leo y conozco algunas cosas viejas que pasaron en Setenil. Evidentemente a estas alturas de conversación ya ando yo algo intrigado, así que le meto los dedos para ver si el prenda suelta eso, prenda.
Yo conozco algunas historias de cuando mi abuelo y el abuelo de mi abuelo, que me las han contado y luego que tengo libros y leo, porque yo aunque no tenga estudios tengo cultura.
Cultura y una borrachera del quince, pienso yo, pero bueno, es lo que hay.
En la iglesia había huesos, ¿sabes?
¿huesos? Pregunto yo...la cosa promete.
Trabajando en la iglesia, continua el paisano, levantamos un día la solería y ¿sabes lo que encontramos?
¿Huesos? respondo yo. El otro se hace el sorprendido;
Efectivamente, huesos humanos, de mayores, muchos de niños, unos con ropa, incluso algunas calaveras aún tenían pelo. Abrimos un nicho y la peste era insoportable, aquello estaba fresco ¿sabes? Continúa su relato este hombre como si contara el mayor de los arcanos, el misterio de los misterios, nervioso, en voz baja, casi inaudible como si estuviera desvelando un secreto insondable. Sus ojos inyectados en sangre, quizás por los vapores etílicos, se movían nerviosos de un lado a otro, como si trataran de detectar a un posible delator de entre aquellos que nos rodeaban.
Traté de comentarle a mi amigo la costumbre antigua de enterrar a algunos privilegiados en los bajos de las iglesias, como señal de distinción, incluso le hablé de los cementerios intramuros de las viejas ciudades medievales. De hecho en La Torre y Olvera aún se ven a la luz los restos de camposantos junto a la iglesia y el castillo y en Setenil es innegable.
Huesos de difuntos, carabelas, niños, todos juntos y de aquellos nichos salía un hedor insoportable, como si hubieran muerto hace unos días, sigue como si no me hubiera escuchado. ¿Fosas comunes? Le aclaro yo.
Eso, eso, fosas comunes, todos juntos y aún olían a muerto. Luego llegó la persona que dirigía los trabajos, nos dijo que sabía lo que había pasado...”con la iglesia hemos topado” concluyó. Nos ordenaron que recogiéramos aquellos huesos en sacos y los echáramos en una cuba. ¡una cuba llena de sacos de huesos! sin respeto ninguno. Cualquiera sabe lo que allí había pasado.
Pese a buena borrachera, el testimonio de este paisano de deja de ser sorprendente; Restos de huesos en los bajos de la iglesia, nichos de hidalgos y sus familias, quizás alguna fosa común, puede ser, junto a la iglesia estaba el Hospital de Santa Catalina. Más extraño es desde luego lo del hedor, quizás provocado por la humedad y los gases acumulados en aquellos bajos, vaya usted a saber, no podemos ni siquiera imaginar que fueran relativamente recientes como insinuaba mi interlocutor. Lo de meterlos en sacos y echarlos a la basura ya me suena peor.
Hace años vi un documental sobre un reino perdido en las arenas del desierto de Gobi, una ciudad, antaño rica y próspera, en los confines de la ruta de la seda y de la que hoy día sólo quedaban sus piedras. Después de las excavaciones pertinentes, los arqueólogos chinos descubrieron las momias en perfecto estado de conservación de familias enteras, de tal manera que aún se distinguían sus rasgos faciales pudiendo asimilar su parentesco a simple vista. Fueron enterrados hacía milenios con sus lujosos ropajes y ajuares.
En las piedras había dibujos e inscripciones; árboles, animales, ríos, y plegarias que pedían un viaje placentero al más allá. Para aquellos nobles antiguos, el mayor de los regalos sería el permanecer todos juntos para la eternidad en aquellas arenas del desierto, protegidos de los saqueadores y el paso inexorable del tiempo por las temperaturas extremas. Nunca imaginaron cunado vivían que miles de años después unas manos extrañas los sacarían de sus moradas ancestrales para llevarlos a un museo de Pekín.
Al menos estas momias tuvieron suerte, pues fueron tratadas con respeto y veneración científica y posiblemente aún descansen juntas, pero ¿que ha pasado con los restos de esos setenileños de épocas pasadas? un saco, una cuba y a la basura. Ahí queda su lejano deseo de descanso para toda la eternidad, su “requien in pacem”. No se ustedes, pero al menos en mi caso lo que hicieron con aquellos huesos venerables me produce cierto desasosiego, una falta de respeto inconmensurable para aquellos que nos precedieron.
Quizás en esta sociedad en la que vivimos, tan racional ella, no haya lugar ni tiempo para pensar en el mayor misterio de la vida.

lunes, 29 de octubre de 2012

En La Pozá



Esta foto de la Posada de Doña Victoria Vargas Valencia, realizada por Campúa en 1905 para la revista Nuevo Mundo, sirvió para que un paisano me contara una anécdota.
Siendo un chaval a finales de los años setenta, el grupillo de amigos con los que se juntaba decidió bajar al viejo edificio en ruinas que antaño albergó aquella conocida posada del Setenil de principios de siglo. Tras saltar una albarrá accedieron a un solar y bajaron a los sótanos por la rampa destinada antiguamente para las caballerías.
Me contó este amigo la impresión que daba entrar en aquella nave oscura y lóbrega de arcos de medio punto y pesebres de piedra. De las paredes salían cabos de madera donde aún estaban colocadas viejas sillas de montar carcomidas por la humedad y roidas por las ratas, mientras que jáquimas, estriberas y toda clase de arreos de bestias colgaban de las bigas.
En los sótanos destinados a cuadras de aquel edificio habían apilado inmumerables muebles y enseres de la antigua posada, incluso mesas de billar y los chiquillos se dispusieron a abrir los viejos arcones y baúles de tablas: Libros, fotos, cuadros de paisajes y toreros, aperos, ropajes, menaje de cocina. Los niños echaban todos aquellos pequeños tesoros por el suelo, sin llegar a darles el valor que hoy seguro reconocerían. Uno de ellos recogió un enorme revólver que debidamente restaurado aún hoy conserva en su casa.
Mientras este paisano me contaba aquella aventura de su juventud, imaginaba yo como serían los sótanos y salas de aquel vetusto edificio, oscuro y tenebroso, rebuscar en sus entrañas, coger con las manos aquellos objetos. Imaginaba mientras me dibujaba con las manos en el aire la sucesión de arcos que componían las caballerizas, cuantas bestian bajarían por aquellas rampas; los caballos y mulos de arrieros, contrabandistas y bandoleros. ¿Que conversaciones se habrían desarrollado junto a esas mesas de billar? como efectivamente, Weis, el periodista del Imparcial, nos cuenta en sus reportajes.
Campúa, Weis, el mismísimo Vivillo se habrían sentado en aquellas sillas de enea, quizás hubieran dormido en esos somieres que por aquel entonces se pudrían apilados. ¿De quién sería aquel enorme revólver? Cuanto daría por ver aquellas fotos, aquellos cuadros de la colección taurina que, según las crónicas, decoraban las paredes de la pozada.
Son imágenes que ya sólo quedan en la memoria de unos cuantos.

lunes, 22 de octubre de 2012

De vuelta a Setenil Rural



Bueno amigos, de nuevo con ustedes. Los que me conocen saben que anda atareadillo con otros asuntos que me quitan más tiempo del que me gustaría, pero la vida es así, hay que coger el agua cuando llueve, aunque la verdad es que el no meterme por estas páginas, contarles algunas cosillas y recibir sus comentarios me da mucha morriña.
El caso es que trataré de hacer un esfuerzo y publicar más a menudo para no perder esta buena relación que hemos entablado durante los últimos tres años.
Ha entrado el otoño, con poca lluvia, eso sí, pero con algo de frío, nieblas y un paisaje que empieza a tornar poco apoco a los colores de la estación; los verdes, los ocres, amarillos y rojos. La tierra se abre después de los meses de verano y ahora da gusto pasear por esos encinares en busca de setas e incluso espárragos, que ya hay alguno que pasea por el pueblo con una macetita algo destartalada.
Pasó el veranillo del membrillo, mucho calor, el puente del Pilar y la Hispanidad, con lleno histórico de visitantes al socaire de esa publicidad impagable que las televisiones hicieron a Setenil. Miles y miles de personas paseando por nuestras calles, llenando los hoteles, consumiendo en bares, restaurantes, llevándose productos de las tiendas y dando algo de alivio en definitiva a la maltrecha economía local.
El turismo, la nueva industria de Setenil, maná caído del cielo ahora que el campo no paga jornales y la Costa está en su peor momento.
Por lo demás todo bien gracias a dios, el gran descubrimiento de esas anheladas imágenes de Enrique Romero de Torres, el hermano de ese que pintara a la mujer morena, que nos muestran un Setenil de principios de siglo con sus gentes en la calle. Ya hablaremos de esas fotos una por una, instantáneas desde luego que enriquecerán más si cabe el conocimiento de nuestro pueblo.
Pues eso amigos, seguimos en contacto.
¡Salud!

jueves, 4 de octubre de 2012

¡Un gran descubrimiento!

Ha salido a la luz un pequeño reportaje de imágenes de Setenil datadas en 1907, según consta en el blog "Aznalnara, Imágenes de la Sierra Cádiz". La verdad es que las imágenes no pueden ser más originales e inéditas, casi se puede decir que han estado ocultas al público en general durante más de un siglo hasta que han aparecido en este blog.
El Callejón, Las Cuevas de la Sombra desde varias perspectivas, muchos paisanos, y aún quedan otras por publicar¡Un auténtico regalo para todos los enamorados de Setenil!
¡Salud amigos!
 

sábado, 29 de septiembre de 2012

En la cantina de la estación de Setenil



Cuenta Manolo Pardillo que allá por el año 1951 trabajó en la cantina de la estación de ferrocarril de Setenil que gestionaban los hermanos Frasquito y Mariquita Jiménez, concretamente dos años, dos meses, dos días y dos horas, así, como les digo.
En aquellos entonces, el tren era uno de los medios de transporte más importantes del país, si no el principal, y aquellos destartalados vagones transportaban de una ciudad a otra a gentes, animales y mercancías. Manolo habla de ese trabajo de su juventud con agrado y alegría, albores de una vida laboral que con el tiempo le llevaría a Madrid para ingresar como tantos setenileños y serranos en la Junta Nuclear.
Trabajar en la cantina de una estación de trenes tenía un plus de dificultad añadido; los horarios, la prisa de los viajeros, el apresurado yantar de aquellos que viven a merced del silbato del jefe de estación. Así manolo se tenía que emplear con diligencia y velocidad, distinguiendo aquellos que tenía prisa de los que no, los que esperaban a un familiar, los que llegaban o los que se iban. Debía conocer los horarios de los trenes, no sólo para organizarse mejor en su trabajo, sino porque el informar al viajero era parte de su cometido.
Nos cuenta Manolo que a diario pasaba un mercancías que venía de Algeciras. El convoy tenía asignados un par de vagones para transporte de soldados que se repartían por el interior de la región, así que era normal que de vez en cuando se bajaran algunos quintos en Setenil a tomarse una copa.
De esta manera ocurrió aquella mañana en la que un soldadito se baja del tren que hace parada y se pide una cerveza. El muchacho anda nervioso y después de cada sorbo se asoma a la puerta atento al silbato del tren. Manolo anda ojo avizor, aún no le ha pagado y teme un repentino “simpa” del soldado. Tensa espera; sorbo y visita a la puerta, Manolo no lo pierde de vista mientras seca unos vasos detrás de la barra, su jefe que observa la escena desde la ventanita de la cocina. Sorbo, visita a la puerta...la tensión se puede cortar como un cuchillo caliente a la mantequilla, de pronto suena la llamada del tren.......¡¡¡piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!!! el soldado agarra su gabán y arranca para la puerta, pero... hay amigo, que este Manolo es mucho Manolo.
Nuestro protagonista pega un salto detrás de la barra y le echa mano al hombro.
¡Eh amigo! Que se le olvida pagar
Es que voy a perder el tren
¡Si va a perder el tren haber pagado antes! además, a las dos pasa otro mercancías, así que coquinando.
El quinto saca unas monedas del bolsillo, paga la consumición y sale en busca del tren que ya había emprendido la marcha; Manolo Pardillo 1 Ejército de Tierra 0
Sorprende conocer el trajín que por aquellos entonces tenía la estación de Setenil, auténtico hervidero de viajantes y comerciantes que hacía un uso cotidiano del tren. No sólo existía una cantina, sino que había un servicio de taxis para trasladar a los viajeros de la estación al pueblo. Muchos eran los que salían saco al hombro a vender sus productos a las ciudades para regresar por la noche en el último viaje, sin olvidar por supuesto a esos quintos golfetes que dejaban sus pueblos para hacer la mili en aquellos cuarteles que cuajaban la geografía nacional.
Sirva por tanto esta simpática en intrascendente anécdota para acercarnos a aquella estación de ferrocarril de Setenil de posguerra, tan importante para la vida diaria de aquellas gentes. Posiblemente podáis ver a Don Manuel paseando junto a su mujer por las calles de Setenil pues han venido a pasar unos días por estas tierras. Menudo y nervioso, lleno de energía y vivacidad, si queréis conocer esta historia y otras muchas que ha atesorado en sus cerca de ochenta años, acercaros a él y preguntarle, no creo que tenga ningún problema en contároslas.
¡Salud amigos! en esta lluviosa tarde de otoño.

viernes, 28 de septiembre de 2012

Septiembre (II)

Efectivamente, trajo septiembre como por ensalmo el otoño de golpe; frescas mañanas de humedad y caracoles, cortinas de niebla enganchadas en los encinares, lluvia, agua, correntías que arañan como zarpas los olivares. Un mundo nuevo donde el cielo preña la tierra de vida, una segunda primavera donde despertamos de la quietud del terrible estío.
Suena constante el borboteo de canalones y acequias, ya no cruje el suelo mineral a nuestro paso cuando los pies se hunden en el piso húmedo. Un verde incipiente colorea la tierra que se convertirá en fértil abrigo para cuando aparezcan los primeros soles por levante, todo tornará en esmeralda y ante nuestros ojos, la naturaleza se dispondrá para iniciar un nuevo ciclo.

viernes, 21 de septiembre de 2012

Septiembre



¡Menuda tormenta nos alcanzó el pasado día diecinueve! Después de una jornada de calor sofocante, una lengua de nubes grises avanzó desde Cuevas del Becerro para fundirse con otra que llegaba desde Ronda. Cortinas de agua se veían a lo lejos; en Escalante, El Puerto del Monte, La Mata, mientras la oscuridad envolvía Setenil en su vertiente oriental. Un fiero granizo amenazó en destrozar las pocas aceitunas que aún quedan en los olivos, pero lo peor vino desde San Sebastian y Las Arenas donde una tromba de agua bajó por El Carro inundando casas y dejando las calles como después de una batalla. Alcantarillas taponadas tras de un largo y seco verano, arcenes sucios y atascados, correntía de verano que pilla los suelos sedientos y yermos, campos desnudos, violentamente roturados, despojados de agarre y sujeción, tierra amarilla y limosa que busca en desbandada el cauce de río.
Setenil y Septiembre, tormentas y riadas, las cosas de un pueblo que se encarama a una roca y se abre suicida a un cañón. Antesala del otoño, ¡Dios lo quiera! Que cierre de una vez por todas las bocanadas de este verano terrible. Empezar de nuevo, retorno a la normalidad, resurgir de la vida. Septiembre desde luego es el verdadero comienzo del ciclo anual.
Hay en casa un perrillo que nació la pasada primavera, precisamente en las últimas aguas que cayeron en Mayo. Por esa razón algún niño lo llamó "Tormenta". Desde entonces no ha conocido un solo día de lluvia. Sus juegos y correrías sólo han tenido el escenario de los cálidos y azules días de verano. Hoy, mientras el granizo golpea con violencia los cristales y los truenos braman en las alturas como los aullidos de un cíclope herido, se refugia aterrorizado bajo la escalera, temblando de frío, metiendo la cabeza entre las piernas cada vez que el cielo se parte en dos. Para ese perrillo rubio como la hierba seca, quizás también sea septiembre el comienzo de una nueva etapa.

sábado, 15 de septiembre de 2012

Isabel y Fernando



¿Habéis entrado alguna vez en una de esas casas cuyas paredes están adornadas de macetas y objetos dorados? Seguro que sí, son muy típicos en los patios sevillanos y cordobeses, quizás en los granadinos la decoración sea más orientalizante, pero no deja de ser una imagen muy andaluza. En Setenil aún se ven algunas casas viejas decoradas con esos objetos que tan de moda estuvieron en un tiempo. Platos, candelabros, anafres y copas, objetos de aparente uso común pero cuyo baño dorado les confiere un carácter suntuario y distintivo.
Quizás hayáis visto esos platos con las efigies de los Reyes Católicos enfrentadas, bien en el mismo objeto o por separado, Isabel y Fernando presidiendo ese rincón de la casa destinado a la pura exhibición de propios y extraños, tal y como aparecen en la imagen de este excelente de oro que me ha pasado, como no podía ser de otra manera, nuestro experto en numismática Rafael D.C.
No hace falta ser un experto en historia para darnos cuenta la importancia de estos reyes y su reinado en la historia de España; unificación de Castilla y Aragón, expansión a Navarra, conquista de Granada, descubrimiento de América, expulsión de los judíos, campañas de Italia y Flandes, política europea, estrategias matrimoniales y tantos asuntos que marcaron el devenir de sus reinos en los siglos venideros. Los Reyes Católicos significaron la unificación territorial, política, religiosa e incluso étnica de los antiguos reinos hispánicos, la expansión de estos más allá de las fronteras continentales y su afianzamiento como gran potencia del orbe, no es de extrañar por tanto que su figura fuera ensalzada por la historiografía tradicional española y encumbrada a la categoría de mito durante el franquismo.
Setenil entra de lleno en esta historia. Fue durante su reinado cuando pasó del islán granadino a la España cristiana y la presencia del rey Fernando por estas tierras durante la conquista es segura. De la pluma de sus secretarios aparece una y otra vez el nombre de nuestro pueblo en Cédulas Reales, gracias y prerrogativas, así como en las crónicas de la conquista. Setenil conserva un escudo inspirado en la simbología heráldica de Isabel y Fernando, donde no faltan el yugo y la maroma, su extraña toponimia, no hay duda, fluiría de los labios de estos reyes y la enriscada imagen de esa ciudad encaramada a una peña quedaría asociada a una de las etapas más intensas de su reinado.
Quizás ahora, podamos conocer algo más de la imagen de los Reyes Católicos por la serie que TVE retransmite los lunes en hora punta. No está mal algo de historia, aunque mucho me temo que venga a reflujo de una especie de Los Tudor a la española y no será de extrañar que veamos en más de una ocasión a Doña Isabel en escenas de alcoba, que tampoco está mal. Lo más seguro es que el nombre de Setenil no salga a relucir en la película, aunque releyendo un articulillo de los hermanos de las Cuevas me he encontrado con alguna secuencia de novela en la vida de los reyes, precisamente por el tiempo en que se ponía cerco a la fortaleza de Setenil:
Quizá, por si fuera poco, en esta campaña es donde rebrota el amor de los dos esposos distanciados levente por las pretensiones de Fernando al Rosellón y la Cerdeña. Fernando se queda en Tarragona, mientras Isabel pasa la pascua en Toledo y baja al sur a reclutar el ejército que continúe la Guerra de Granada. Hasta comienzos de verano no se ven. Walsh, que es el mejor psicólogo de la Reina, publica una carta del enamorado Fernando, escrita en primavera, donde se dice; “vivís en Toledo y yo en pequeñas aldeas. ¡Bien! Un día volveréis a vuestro antiguo afecto” y aquí apostillan los de Arcos: ese día debe estar en ese verano de Setenil.
En un apunte del artículo, los autores nos recomiendan encarecidamente que leamos íntegramente la carta enamorada del Rey de Aragón:
"Mi señora: ahora se ve claramente quien de nosotros ama más. Juzgando por lo habéis ordenado se me escriba, veo que podéis ser feliz, mientras que yo no puedo conciliar el sueño, porque vienen consejeros y mensajeros y no me traen letra de vos. La razón por la que no me escribís no es que no tengáis a mano papel, ni que no sepáis hacerlo, sino que no amáis y sois orgullosa. Vivís en Toledo y yo en pequeñas aldeas, ¡bien! Un día volveréis a vuestro antiguo afecto. Si no yo moriría y vos seriéis la culpable. Escribidme y hacedme saber cómo estáis. No tengo nada que deciros sobre los asuntos que me retienen aquí, excepto los que Silva os comunicará y los que Fernando del Pulgar os ha dicho. Te ruego des fe a Silva. Escribidme. No olvidéis darme noticia de la princesa. Por el amor de Dios, recordarle, lo mismo que a su padre, quien besa vuestras manos y es vuestro siervo. El Rey."
Puede que el reencuentro de los Reyes fuera en la campaña de Setenil, aunque la idea unánime es que no se produjo in situ, es decir, mientras la presencia del Rey es segura, no hay pruebas de que Doña Isabel conociera nuestro pueblo, pese a esa leyenda tan extraña y perturbadora del Infante Don Sebastián.
La idea del niño de la Reina, nacido y muerto en el Real de San Sebastián está firmemente consolidada en el subconsciente popular setenileño, así lo recoge además la tradición y se ha mantenido como coletilla en folletos y libretos publicitarios. Alguien además quiso ver en el pavimento ligeramente subido de una parte de la ermita de San Sebastián una especie de tumba o enterramiento, cosa que desde luego no tiene ningún fundamento. No hay escrito que sustente esta leyenda y ningún estudioso más o menos serio ofrece datos de un infante muerto en Setenil.
Los hermanos de las Cuevas, escritores costumbristas y románticos no quieren pasar de largo por una tradición tan bonita como bien elaborada y la sueltan de soslayo, “...cuando el río suena agua lleva” pero se adhieren a la idea general de que aquí no hubo niño muerto por la lógica de que la Reina Isabel no estuvo en Setenil. Las crónicas dicen que pasó la campaña en Córdoba, donde se instaló la Corte y despachaba sus asuntos, donde se tomó la decisión de cercar Setenil y donde fue informada de la conquista:
“Sabido por la reina que la villa de Setenil fue tan presto tomada” Sabido no visto, la Reina decidió ir a Sevilla y el rey que había salido de tierra de moros, “vino a ella al camino”.
En Sevilla se produjo el tan esperado reencuentro entre los dos esposos y Don Fernando, fervoroso de amor, le traía a su Reina una espléndida joya insertada en piedras preciosas; La Villa de Setenil, la inexpugnable, aquella que hiciera doblar el espinazo a otros reyes antes que ellos. Quizás de los labios de la Reina Isabel fluyera sensual en aquella jornada; “Setenil, ay mi Setenil”.

jueves, 6 de septiembre de 2012

El Olivar



Teníamos hace años un pariente singular, y lo digo en pasado porque ya no está con nosotros. Su nombre y apellidos delataban que era un setenileño viejo, de esos que parecen que llevan quinientos años habitando Setenil. Su rostro, sus manos, su forma de hablar, de vestir y de comportarse, todo en él era antiguo y agrario, como si sacáramos todos los estereotipos buenos y malos que pudieran significar un pueblo y una determinada forma de vivir.
Había heredado este pariente un olivar allá en Los Montecillos, a un margen de ese camino áspero y polvoriento que antaño llevaba a los arrieros a Ronda, un olivar con su casita, su murete de piedra, sus aperos y diez o doce almendros que marcaban las lindes. No había mañana, por fiesta que fuera, por agua que cayera o frío que hiciera, que nuestro pariente no cogiera la vereda y estuviera en su terruño antes del amanecer, aunque las labores estuvieran avanzadas y sólo hubiera que sentarse en la solana a ver salir el sol, que al despuntar el alba ya andaba mi pariente por lo suyo.
Su olivar era viejo y antiguo, ancestral diría yo, como él, allí no había garrotes, ni abonos, ni herbicidas ni goteo, ni máquinas ni gasoil. Sus olivos salían de la tierra como animales milenarios y se retorcían en busca del aire y la clara luz del cielo. Sus olivos eran la sed, el frío, el calor. Sus olivos eran el campo.
Por estos días de finales de verano ya andaría chuponando calabozo en mano, haciendo haces que quemaría en invierno. En las ramas ya despuntarían verdes las aceitunas, "una por San Juan, ciento por Navidad", sucias de ese polvo que sacudían los vehículos en su continuo transitar, con la soleta llevaba a hecho la tierra, que por allí no pasaban las gradas de tractor alguno. Sólo manos y sudor, golpe a golpe, arrancando jaramagos y grama, apartando las piedras y haciendo mojones de piedra, dejando lo suyo como una patena de limpio para que fuera la envidia de sus vecinos.
Este pariente nuestro se vanagloriaba de su olivar, que no había en Setenil olivos más sanos y lindos, que ningún olivo nuevo se cargaba como lo hacían los suyos, que sus aceitunas eran las mejores que se molían en la almazara. Por navidades él mismo las cogía, con faldones y a palos con largas varas de avellano, que sólo él sabía darle el golpe sin dañar la rama, que el próximo año también había que comer. Las bajaba al molino, a lomos de bestia cuando joven y con el tiempo con la ayuda del remolque de algún vecino. Luego números y cuentas, fanegas y kilos, rendimientos, que su trabajo, su sudor, su orgullo de labrador y su vida había que hacerlo dinero, duros y pesetas al fin y al cabo.
Él mismo limpiaba y podaba su olivar, que "la que quea herea", con cuidado, con respeto que allí no entraba nadie que estropeara su obra de años, de décadas, de siglos, que aquel olivar lo había hecho él. Aquellos olivos eran sus hijos. Cuando estaba en el pueblo, parecía que los echaba de menos y se asomaba de continuo a la calle; “veremos a ver este viento” “parece que esta noche va a llover”
El cielo, las nubes, el eterno quebranto del hombre del campo, que su olivar vivía de esas aguas de otoño, de esos aguaceros de primavera, de ese cielo luminoso y limpio que envuelve aquellos cerros.
Nuestro pariente ya no está, pero aquel olivar sigue allí. Sus herederos pagan todos los años un tractor para que are las tierras, sin embargo aquello no es lo mismo. La casilla se está cayendo, los olivos viejos y retorcidos están cargados de un denso follaje, ya nadie chupona en septiembre, nadie hace los encuentros con la soleta y son otros los que cogen la aceituna, a golpes mal dados, a leñazos, echando las ramas al suelo, mercenarios sin cariño, sin amor. Aquel olivar que con tanto esmero cuidara nuestro pariente está para hacerlo leña, dicen algunos, que eso no rinde. Le faltan abono, líquidos, el goteo, herbicidas para la grama que todo lo cubre; el rendimiento en el molino, los euros, que ya ni siquiera hay duros y pesetas.
Esos olivos que lo habían visto de chico corretear entre sus calles y atarragar a sus ramas eran la tierra y el agua, las gélidas heladas de enero y el terrible levante de agosto, la sequía y la lluvia, la sombra en verano y el refugio de la fría brisa en invierno. Esos árboles centenarios, esos maderos recios y agrietados de raíces como manos que agarran la tierra en la correntía, esas aceitunas que ya por estos días se visten de verde, eran la leña y el aceite, la constancia, el conocimiento y el saber, el hacer las cosas en el momento justo y de la manera adecuada, el hambre y la abundancia, los años y el paso de tiempos y gentes. Ese olivar y aquel hombre, eran el campo mismo.

domingo, 2 de septiembre de 2012

El Romancero de tradición oral en Setenil de las Bodegas (II)



La profesora Virtudes llega a Setenil en el verano de 1982, en pleno mes de julio. Como ya hemos visto, entraría por El Carril en uno de esos días de calor sofocantes de mediados del estío. “Embelesada con la belleza de Setenil”, repara en un señor mayor que, sentado a la sombra, la miraba y le sonreía. Se acercó a él y le comentó que andaba buscando gente que conociera romances antiguos.
“Pero si eso ya no lo canta nadie, eso son cosas de viejos”
Ese fue el primer contacto que tuvo con nuestro pueblo. Don Francisco le recitó "el romance de Alfonso XIII" y el de "la criada y el señorito", que había aprendido de los ciegos ambulantes que venían por los pueblos, pero le dijo que conocía a unas señoras que seguro sabían más que él. De esta manera le llevó de la mano a la casa de Dolores e Isabel Molinillo Morales, verdadero punto de partida de la búsqueda del romancero en Setenil y Andalucía.
En cuatro o cinco horas las hermanas Molinillo le cantaron o recitaron unos cincuenta romances de origen medieval, romances que les había llegado a ellas por vía de la memoria, por boca de su madre. Dolores e Isabel, junto con otras señoras de Benaocaz y Benamahoma, resultaron ser las mejores transmisoras del romancero de toda Andalucía, un eslabón insustituible en una cadena de la literatura popular española. Gracias a ellas se seguían cantando los mismos temas que se cantaban en el siglo XIII.
En ese momento, la profesora Virtudes le dio al play de su radiocasete para que escucháramos un romance cantado de la propia boca de las hermanas Molinillo y que fue grabado en aquella jornada de julio. Recuerdo perfectamente aquel momento; la voz de estas dos señoras empezó a sonar en la sala como salida de otro mundo, al principio algo indecisas, pero pronto cogieron el tono y empezaron a cantar un antiquísimo romance de origen alemán y que en España se adaptó en el siglo XIII al ambiente de la época, la convivencia de moros y cristianos por estas tierras. En ese momento comenzaron a sonar unas voces ancestrales y antiguas que nos embargaron a todos los presentes y que sin duda fueron capaces de transportarnos a otra época, quizás a aquel mundo del que nos habían hablado en conferencias anteriores.
Así decía este bellísimo romance:

“Pasé por los torneos, pasé por la morería
Y una morita lavaba, allá en la Fuente Fría.
Apártate mora bella, apártate mora linda
Deja beber mi caballo, de esa agua cristalina.
No soy mora, soy cristiana, soy de la España nacida
Me cautivaron los moros, el mes de Pascua Florida.
¡Si quieres venir a España, sube a mi caballería!
¿Y mi ropa caballero, en donde se dejaría?
La mejor se guardará, la otra se tiraría.
Yendo por aquellos montes, la mora llora y suspira.
¿Por qué lloras mora bella, por qué lloras mora linda?
Porque estos eran los montes donde mi padre venía
Con mi hermano Alejandrito, y yo en su compañía.
¡Dios mío! ¿Qué es lo que oigo? ¡Virgen sagrada y María!
Pensé en traer una esposa, y traigo una hermana mía.
Abrir puertas y balcones, ventanas y celosías
Que ha aparecido la reina, que buscaban noche y día”

La profesora Virtudes había tenido el detalle de invitar a su conferencia a la hija de Dolores Molinillo, así que el momento fue muy emotivo. Esa tarde, en aquella sala de la Villa, se volvió a escuchar un romance que ya se cantaba tal cual en la Edad Media, con toda su belleza y dramatismo primigenio, como salido de un túnel del tiempo y que como si de un tesoro se tratase, había perdurado en Setenil después de tantos siglos.
No es de extrañar que fueran estas mujeres las que abastecieran de romances a la profesora Virtudes. Según ella, los hombres andaluces son muy vergonzosos, cosa que no pasa en el resto de España. Ellos conocen el romancero, lo aprendieron de sus madres al igual que sus hermanas, pero se niegan a cantarlo, como mucho a recitarlo.
El romancero es una parte de folklore popular que se desarrolla en las actividades colectivas; la siega, la recogida de la aceituna, la pesca, cuando las mujeres se reunían a lavar en el río, a coser, a tomar el fresco en las puertas de sus casas, actividades cotidianas que van desapareciendo por las formas de vida actuales; la urbanización, la prisa, la uniformidad. De esta manera, el romancero no sale a la calle, queda circunscrito al hogar, privativo por tanto de la memoria de la mujer, en el caso de Setenil todas fallecidas ya en aquel lejano 1994: las hermanas Molinillo, Dolores Bastida Mariscal, Ana Cintado Bastida, Carmen Domínguez Montes, María Domínguez Ávila. Todas ellas han sido las custodias de un tesoro único para la lengua y literatura española.
La recopilación de romances en Setenil fue fabulosa, así como su calidad y variedad temática. Quizás los más sorprendentes sean los llamados romances tradicionales, que son los más poéticos del género y cuyo origen se remonta a la Edad Medias o a los siglos XVI ó XVII. Sorprendentemente no se conservan romances populares de temas históricos, de reyertas ni hechos de guerra entre moros y cristianos, que en su momento seguro que existieron, pero que no han llegado hasta nuestros días. La gente no canta romances porque sea erudito, sino porque le dice algo lo que canta, porque tiene pellizco y le llega. Sería imposible que algo durara siete siglos si ya no significa nada para el pueblo. El romancero no es un género de noticias, lo histórico dejó de significar algo en el momento que los hechos que se relatan se diluyen en el tiempo. Así, se tratan temas naturales y propios del ser humano, que transcienden desde luego modas y estilos. Se habla del amor, la familia, las relaciones humanas, temas todos ellos atemporales y que estaban tan vigentes en el siglo XIII como en la actualidad. El amor es desde luego el tema estrella en el romancero que se conserva en Setenil, el amor en todos sus matices: el engaño, la fidelidad, la seducción, el sexo. Historias transgresoras de incestos, adulterios, todo contado con gran calidad artística y bellísimo desde el punto de vista poético.
Un romance muy cantado en Setenil es el romance de "Blanca Flor y Filomena", un mito griego que recoge Ovidio en su Metamorfosis y que es adaptado por el romancero a sus formas y estilos. Estremece escuchar ese mito de origen clásico en Setenil convertido en una historia de horror, con mutilaciones, violaciones, asesinatos y canibalismo, y donde se olvida el poético final que aparece en la obra de Ovidio. En los romances aparece la visión del mundo de la gente de la época y las acciones de sus protagonistas se representan de un forma simple, de buenos y malos y una moralidad justiciera. Muchos de estos romances han pasado a formar parte del repertorio de cancioncillas infantiles como el del “Señor Don Gato, sentadito en su tejado” del que también existen algunas versiones antiguas en Setenil.
El sexo es tratado de una forma sutil, “con que finura se dice todo sin decir nada”, saltando de esta manera las cortapisas morales que imprimían los tiempos. Así tenemos el poema de "El Segador y La Dama", que tanta risa le daba a las señoras que lo recitan y que sin duda debió de resultar muy recurrente en las reuniones de mujeres sin la mirada inquisitiva de sus hombres:

“Salieron tres segadores a segar fuera de casa
Y uno de los segadores lleva la ropa bordada
Los dediles son de oro, las hoces de fina plata
Y el sombrero que lo cubre, lleva una pluma encarnada.
Había tres señoritas en un balcón asomadas,
Una de las señoritas del segador se prendaba.
Oiga usted buen segador, que mi señora lo llama
Por si quiere usted segar, un haza de cebada.
Cebada segaría yo, si el precio me acomodara
Dígame señorita, dónde la tiene sembrada.
Ese haza segador, no está en cerro ni cañada
Que está entre dos columnas y sostienen a mi alma.
Ese haza señorita, para mi no esta sembrada
Que es pa condes o marqueses O para el rey de la casa.
Siéguela buen segador, que será muy bien pagada.
Le ha segado siete haces, y al octavo se cansaba.
A la mañana siguiente el segador se marchaba.
¡Oiga usted buen segador, que se le olvida la paga!
Le ha dado dos mil doblones, en un pañuelo de Holanda
Que vale más el pañuelo, que el dinero que llevaba.
A la mañana siguiente, por el segador doblaban
¿Quién se ha muerto? ¿quién se ha muerto?
¡El segador que segaba!
No se ha muerto, no se ha muerto
Que lo mató la dama”

¡Toma ya! Imaginen lo que se tenían que reír las mujeres cantando estas historias mientras lavaban en la orillita del río.
Otro tipo de romances que se cantaban en Setenil eran los romances tradicionalizados, ya del siglo XVIII, XIX e incluso de principios del XX. Se trata de aquellos papelitos de colores que vendían en ferias y celebraciones y que luego se adaptaron a las formas métricas del romancero antiguo. Tratan historias puntuales de amores o crímenes, pero que desde luego no conservan la calidad y belleza de las composiciones antiguas.
También son tratados los temas religiosos, pero visto desde una moral muy sencilla, sin ninguna complejidad metafísica ni teológica. Se trata de premios o castigos de la divinidad por las acciones. En Setenil se conserva una versión, cantada por Dolores Molinillo, de un romance donde un ateo es castigado por San José y que es única en toda Andalucía.
También en los romances de ciego o viejo que se vendían a una gorda se tratan historias truculentas y culebrones dignos de la más endiablada serie de sobremesa, pero que ya han perdido, como decimos, toda calidad poética.
Aquella tarde pudimos escuchar algunos ejemplos de estos últimos romances, que sin duda hicieron reír a todos los presentes pero que evidentemente no tenían nada que ver con los romances antiguos que escuchamos al principio. Las letras, la entonación, la musicalidad, aquellas voces tan bonitas nos transportaron a la época de la vida en la frontera, a los amores y querellas de moros y cristianos a un mundo antiguo que parecía fluir de nuevo por los trocitos de hierro y cromo de aquel magnetófono.
Al menos en mi caso, escuchar aquellas canciones y poemas, conocer su origen y descubrir la importancia que las gentes de Setenil de las Bodegas tuvieron en su custodia y resurrección, fue todo un impacto.
Tenía muchas ganas de publicar estas entradas sobre los romances de tradición oral en Setenil, aunque reconozco que no tenía muy claro como hacerlo. Al final me decidí a seguir el guión de la misma profesora Virtudes Atero, usando para ello los apuntes que tomé aquella tarde y, sobre todo, una cinta de casete que como si fuera un tesoro aún conservo desde aquel lejano 1994.
No quisiera terminar esta entrada sin reclamar para nuestro pueblo la realización de eventos como este que nos ha ocupado hoy. Setenil no puede convertirse en un erial cultural, no podemos anclarnos en la idea de que en tiempos de crisis hay que atender unos aspectos y descuidar otros menos importantes. La cultura es relativamente barata, muchas veces hasta gratis, sólo hace falta intención y altura de miras. No podemos permitir que el conocimiento y la ilustración queden para determinados círculos académicos o para las élites políticas y económicas, porque así estaremos subvirtiendo el principio de democratización de la cultura. La cultura es un bien intangible, quizás no ponderable en votos y adhesiones, pero es necesaria, y las administraciones públicas tienen la obligación de hacerla asequible a sus administrados.
¡Salud amigos!

sábado, 1 de septiembre de 2012

El Romancero de tradición oral en Setenil de las Bodegas (I)



Hace algunos años, creo que fue en diciembre de 1994, se celebraron el Setenil unas jornadas histórico artísticas que tenían a nuestro pueblo como eje argumental. En la antigua centralita de teléfonos se trató por parte de los profesores invitados la importancia de Setenil en la estructura defensiva del Reino de Granada, así como las ideas básicas de la vida militar y civil en la línea fronteriza.
El Romance de Fernandarias, las correrías de El-Cordi, los acuerdos y alianzas entre moros y cristianos salieron a relucir, es decir, se dio una idea del status-quo de la frontera en las décadas anteriores a la conquista cristiana del último enclave musulmán de la península.
Cuando creíamos que ninguna conferencia que viniera podría superar a las que previamente habíamos escuchado, los organizadores del evento presentaron a Doña Virtudes Atero, profesora de la Universidad de Cádiz y una de las mayores investigadoras del romancero de tradición oral de este país. Aún, dieciocho años después de aquellas jornadas, recuerdo su intervención, vehemente y entusiasta, y que fue capaz de emocionarnos a todos los que estábamos esa tarde en aquellos salones de la Villa.
La profesora Virtudes empezó su intervención rememorando su llegada a Setenil a principios de los años ochenta como periplo inicial en su búsqueda de algo que hasta ese momento parecía perdido en Andalucía, el Romancero de tradición oral, y lo que en principio hubiera sido sólo una tesis doctoral para su carrera, acabó convirtiéndose en una de las pasiones de su vida.
No tenía muy claro la profesora por donde entró a Setenil, si por arriba o por abajo, ya que lo intrincado de nuestras calles y el tiempo transcurrido la tenían un poco liada, pero si recordaba que, magnetófono y libreta en mano, se dirigió a un señor mayor que tomaba el sol en una albarrá. Francisco Zamudio Moreno, "era ese señor, abuelo de esta amiga que tengo a mi lado". Comentó la profesora dirigiendo la vista a una de las organizadoras de las jornadas.
Doña Virtudes se presentó y le expuso la razón de su visita a Setenil, la búsqueda de gente que conociera el romancero. “Pero si eso ya no lo canta nadie. Eso son cosas de viejo”. Le espetó el buen hombre. No pudo encontrar la profesora mejor cicerone. Francisco Zamudio, con su gracia y desparpajo, no sólo le recitó algunos romances que sabía sino que la llevó de la mano a la casa de las hermanas Molinillo, mujeres que atesoraban en su memoria una de las mejores recopilaciones de romances antiguos de toda Andalucía.
Evidentemente, Doña Virtudes entró a Setenil bajando desde El Carril para acceder a Don Francisco en la bajadita que existe para llegar a las Cuevas del Sol.
Al comienzo de su intervención, la profesora, tratando de dar importancia al que según ella era el verdadero protagonista de esta historia; el pueblo llano, se definió así misma como mera transmisora de una tradición de poesía oral transmitida de generación en generación desde la Edad Media.
A principios de los ochenta parecía que el romancero se había perdido en Andalucía, que por aquellos entonces ya era demasiado tarde para rebuscar por pueblos y ciudades los restos de algo que aún perduraba en otras latitudes de la península, pero del que no se tenía noticia por aquí. Su visita a Setenil y a otros pueblos de la Sierra cambiaría desde luego esa perspectiva.
Los romances son poemas narrativos que cuentan historias, no transmiten sentimientos. Se trata de una literatura oral de origen medieval, poesía popular a la que acudía la gente para conocer los hechos cotidianos, los acontecimientos relevantes, las luchas entre moros y cristianos, las alegrías y las tristezas en definitiva. El pueblo oía y conocía las historias y se transmiten mediante la palabra de generación en generación.
En los siglos XVI y XVII, cambia el modo de hacer poesía en España, ya no sólo se cuentan cosas, y los romances se convierten en la poesía fundamental; se escribe, se editan y se leen romances, para convertirse en una literatura prestigiada, pero a finales del Siglo de Oro el género se agota, ya no dice nada, y lo que en la Edad Media había sido tan serio y solemne llega a convertirse en una suerte de estilo burlesco donde se parodian los temas antiguos. El romance se desprestigia y deja de estar de moda, quedando como algo anacrónico y ancestral, refugiado en la memoria popular, como algo privativo del pueblo llano.
El siglo XIX es la época del romanticismo, corriente artística donde se exaltan el alma y los sentimientos, se rebusca en los temas antiguos para encontrar la esencia de los pueblos, no es de extrañar por tanto que el romancero saliera de su ostracismo secular y volviera a la vida para el mundo académico en este siglo, precisamente en Andalucía.
En 1825, en la época del absolutismo fernandino, el erudito romántico y liberal Bartolomé José Gallardo es encarcelado en una cárcel de Sevilla. Comparte celda con dos gitanos de Marchena, Curro el Moreno y Pepe Sánchez. Don Bartolomé les oye cantar un romance, concretamente el de los amores del paje de Carlo Magno con la Infanta, y que en Setenil se conservan hasta tres versiones del mismo. La profesora Virtudes, da énfasis a este hecho transcendental en la historia: “Gallardo, escucha el primer romance del que se tiene noticia desde el siglo XVII”.
Desde ese momento, poetas y eruditos románticos se ponen manos a la obra en busca del género literario perdido, en Andalucía, Galicia, Cataluña y Castilla, la cuna del romancero, y a principios de siglo el mismísimo Menéndez Pidal le da carácter científico al género dentro de la literatura española. En toda la península Ibérica, Sudamérica y algunos enclaves de los Estados Unidos, en el Norte de África, islas Mediterráneas, es decir, allí donde fueron españoles y sefardíes, se encontraron ejemplos de romances, sin embargo en Andalucía, el lugar donde la casualidad quiso que el romancero resucitase, quizás por algún tipo de complejo o vergüenza, careció durante décadas de interés científico y se olvidó como disciplina académica.
A finales de los años setenta, la profesora Virtudes pensó que el romancero era un buen tema para realizar su tesis doctoral, con mucho campo por explorar. Empezó por la Sierra de Cádiz: “lo que empezó siendo un trabajo académico, ha constituido una de las actividades más gratificantes de mi vida” Nunca llegó a pensar que en los catorce pueblos de la Sierra encontraría un romancero tan rico y tan variado, ¡cerca de quinientos romances llegó a catalogar! Evidentemente, un trabajo tan denso era inabarcable para ella sola, así que reunió a un grupo de estudiantes de la Facultad de Letras de la Universidades de Cádiz y Sevilla que, desde 1983, recorrieron todos los pueblos de Cádiz y gran parte de Sevilla y Huelva para catalogar ¡más de 10000 romances! En palabras de la profesora Virtudes; “el romancero, que parecía perdido en esta tierra, fluye sin trabas, sólo había que saberlo buscar”
Nota: La imagen de portada no corresponde a la actividad de la Profesora Virtudes en Setenil, pero se trata de un proceso de búsqueda de romances de transmisión oral.

viernes, 31 de agosto de 2012

Los pleitos de Setenil con Ronda en los papeles de Pérez Aguilar

Siguiendo los interesantísimos apuntes que el erudito Alfonso Pérez Aguilar dedica a Setenil, encontramos notas y comentarios que nacen tanto del estudio de los archivos históricos municipales como de los de su propia familia, que no son pocos.
Sus estudios se hacen especialmente relevantes conforme el Setenil recién conquistado entra en la edad moderna, periodo histórico del que hemos tenido la suerte de conservar uno de los mejores archivos de la comarca y que dan fe de las vicisitudes de nuestro pueblo y sus gentes.
Sin pretender en la presente entrada hacer una relación pormenorizada de los hechos, si quisiera comentar algo sobre los pleitos de Setenil con la vecina localidad de Ronda, en tanto en cuanto, estos asuntos conforman en gran medida el devenir histórico e idiosincrático de Setenil y son sintomáticos de sus ansias de libertad y autonomía.
Durante todo el siglo XVI y los siguientes existió una pugna entre el Cabildo de Ronda y los pueblos que tenía bajo su jurisdicción, pleitos y litigios que dieron no poco trabajo a la Real Chancillería de Granada, llegándose incluso a que la mismísima corona tuviera que intervenir para dilucidar algún asunto.
En el fondo de estos pleitos, aparte de un claro contenido económico y competencial, subsiste un matiz personal que se adentra en el ámbito de la honra y la propia identidad de los setenileños como pueblo, como bien señala Pérez Aguilar: “así tenemos la tirantez entra Ronda y la villa más rica de su comarca, pues Setenil se sentía orgullosa ante aquella, y Ronda celosa de la última, porque la misma sangre de los conquistadores corría por ambos y no querían sentirse en situación de inferioridad...Son curiosísimas las lecturas de los legajos existentes en el ayuntamiento de Setenil, documentación abundantísima que nos reseña con todo lujo de detalles los interminables expedientes sobre estas controversias”.
De esta manera se refiere como en 1544, el emperador Carlos I expide una carta ejecutoria al corregidor de Ronda, el licenciado Antonio de Alfaro, para que ponga en libertad a los ediles de Setenil que habían ido a dar “cuenta de los propios é rentas del dicho concejo”. La raíz del problema estaba en que el cabildo rondeño quería obligar a la comisión de Setenil, con sus oficiales al frente, a que fuese a Ronda a hacer efectivos los impuestos, a lo que los setenileños se oponían por el avasallamiento que esto suponía y argumentaban que si querían cobrar, que se desplazasen ellos mismos a Setenil.
Otra ejecutoria de 1550, interpela para que Ronda se inhiba de administrar justicia en Setenil, competencia que tenía atribuida desde tiempos de los reyes Católicos, en relación sobre todo a determinados delitos contra la propiedad; “...la tala e daño en los montes vedados... y así se lo comunico a vos, licenciado Ynojosa, juez de residencia de la cibdad de Ronda e a cada uno e cualquiera jueces e justicia que agora son e serán de aquí en adelante..., para que se abstenga de intervenir por los muchos agravios que la dicha ciudad e justicia e guarda Della le hacía yendo contra la jurisdicción que la dicha villa tenía...ordenando que sean devueltas las prendas cogidas por lo que la autoridad rondeña tiene que acatar, dando, a su pesar satisfacción a Setenil”.
Ya en 1520, se requiere a un tal Porras, de Setenil, y que era el encargado de llevar los pleitos con Ronda, para que “diese cuenta sin dilaciones de los 16000 maravedíes tomados para gastos de dicho pleito”.
Pasan los años y son otros los nombres que aparecen en los legajos: en 1557 el corregidor de Ronda ordena prender a los oficiales setelineños que han ido a satisfacer los impuestos. Pese a ser puestos en libertad al poco tiempo, una comisión de Setenil, entre los que se encontraban los agraviados Orozco y Pedro López Montero, junto con Pedro Mir Quixada y Miguel Zamudio de Lizarazu, se desplaza a Granada a pedir justicia; “movidos por la pasión que tienen a la justicia e jurisdicción de Ronda por los pleitos que de ordinario sostienen...”
Siguen los pleitos sobre rentas, impuestos, cantidades, tierras de realengo, como que se desarrolla por la dehesa del Burgo que abarca desde 1564 a 1652, donde se conserva una carta con sello real donde se autoriza a Setenil a sacar los papeles que necesite del Archivo de Málaga para demostrar sus derechos sobre esta propiedad.
En 1607, aparece que Setenil adeuda al cabildo rondeño la cantidad de ocho millones de maravedíes en concepto de impuestos insatisfechos. No sabemos si Setenil saldaría esa deuda, pero si que en 1630 reúne la cantidad necesaria para pagar a Ronda y eximirse por tanto de su jurisdicción, en virtud de una Real Pragmática que le concede la independencia económica, quedando aún la jurisdicción militar subordinada al partido de Ronda, como figura en algún legajo de 1640.
Así en 1631, Pedro Díaz de Peraza se desplaza a Madrid como diputado de la Villa de Setenil para la compra definitiva a la Real Hacienda de la jurisdicción ordinaria. Consigue por tanto Setenil su independencia de Ronda, haciendo real un anhelo que setenta años antes, el 2 de abril de 1557, se expresa en un acuerdo del cabildo.
Queda así mismo reflejado este último punto en el monográfico de los Hermanos de las Cuevas, detallando que la cantidad para la compra de la independencia se eleva a 23000 ducados para la corona y “una buena suma de maravedises a Ronda”, haciéndose mención a que el heraldo setenileño ostenta el mismo apellido que el conquistador de Canarias, nota que también aparece en los apuntes de Pérez Aguilar, como bien se indica en las apuntes adicionales.
No se nos escapa por tanto, como ya hemos dicho en alguna otra ocasión, que los Hermanos de las Cuevas tiran para realizar su monográfico sobre Setenil de los apuntes de Pérez Aguilar, sin desdeñar por ello el trabajo de recopilación e investigación de los de Arcos, así como la calidad literaria que impregnan a sus escritos.
De esta manera, los estudios de Alfonso Pérez Aguilar representan un eslabón necesario entre las primeras investigaciones conocidas sobre Setenil, como la del erudito local José Pérez Benítez, que ya a principios del siglo XX se dedicara a organizar, cotejar y anotar gran parte del archivo, y la labor recopilatoria de los Hermanos de las Cuevas en la década de los años sesenta, hasta llegar a estudios más recientes, científicos y especializados de las últimas décadas. Reitero por tanto mi agradecimiento a los propietarios de estos papeles, no sólo por permitirme echarles un vistazo, sino también por haberlos conservado durante tanto tiempo, y dar de esta manera el sitio que sin duda merece su autor entre los estudiosos de la historia de Setenil.

domingo, 26 de agosto de 2012

El Arco de la Villa



Esta fotografía tan conocida podría ser la única imagen del primitivo arco de la Villa, la puerta que protegía la entrada de la fortaleza nazarí de Setenil. Miguel Martín, el fotógrafo rondeño autor de la instantánea, supo ver en este rincón un resquicio de un Setenil añejo y antiguo, un icono que representaba como ningún otro el pueblo de los hechos y hazañas de las crónicas y el romancero. Pese a que el arco de la Villa se mantuvo algunos siglos después de la conquista cristiana, su rústico y recio porte está ligado a la historia del Setenil musulmán que durante siglos resistió encaramado en la peña los reveses de la historia.
No veo razón para que tras la conquista los cristianos lo echaran abajo y construyeran otro de similares características, toda vez que el pueblo, décadas posteriores a la conquista, se desparramaba ladera abajo. Quizás como mucho alguna reforma para evitar su ruina, algún adorno que le diera algo de apariencia cristiana. Así pues me atrevería a decir que esta imagen representa el arco bajo el cual salían a cabalgar las huestes de El-Cordi; los esforzados moros setenileños que se distinguieron en tantas cabalgadas y correrías fronterizas.
Presenta este arco las características propias de una construcción defensiva; fabricado en piedra tosca, se le aprecia un grosor de unos dos metros aproximadamente y no cabe duda de que formaba parte del que quizás fuera el lienzo de muralla más recio de la ciudad. Ubicado en un acceso en rampa, quizás en tiempos necesitase de una pasarela o puente que salvase un cortado del terreno. Detalle curioso es el codo que hace la calle para llegar al arco, estrategia defensiva que servía para evitar el uso por hipotéticos asaltantes de arietes u otras armas ofensivas.
Imaginen lo difícil que tenía que resultar ganar Setenil a través de su puerta principal, lógico por tanto que la mayoría de lo intentos de toma fueran con escaladores por los tajos o la intentona final por medio de artillería, cuando los moros, tras salir malparados al presentar batalla al Marqués de Cádiz, vuelven a la fortaleza y sellan con argamasa la puerta; “...los moros como siempre salen a escaramuzear, pero sólo con los tiros de pólvora de la artillería el Marqués los confunde. Entonces, se reúnen en cónclave en la torre del Homenaje y toman la decisión de no salir más, cerrar las puertas de la villa e incluso tapiarlas por dentro. En el fondo tapian su tumba”.
Con el tiempo, los cristianos descendientes de los conquistadores cubrieron de yeso las recias piedras, lo blanquearon con cal y en el mismo centro se incrustó una hornacina con una imagen que he tenido la oportunidad de ver en persona y que rápidamente identificamos como la misma que aparece en la fotografía; un lienzo de madera o pizarra muy gastado y oscuro con una estampa de algo parecido a una virgen dolorosa. La familia que lo guarda quizás lo recogiera de los escombros del monumento derruido, y que muy posiblemente hubieran acabado rellenando los cimientos de alguna construcción moderna.
Algunos años después de que se derribara este monumento, Alfonso Pérez Aguilar, el médico y cronista rondeño se lamenta del deterioro sufrido por el patrimonio setenileño en general y el mismo arco en particular; “...Igual podemos decir de la manía de las reformas de los edificios particulares, que tan clásicos existían en Setenil, con las obras de albañilería efectuadas en sus fachadas que contrasta con la estructura medieval de sus pinas callejuelas y la cimera de los restos del castillo; por ello no sería nada extraño que el único edificio que queda, el del Ayuntamiento, con su espléndido artesonado mudéjar, sus inscripciones góticas, con su patina de tantos siglos en sus tejados, una piqueta mal dirigida eche por suelo esas sagradas piedras que tantas generaciones vieron. Esto ha ocurrido con el precioso arco de la villa, con la desdichada restauración a base de argamasa de cemento”.
En el capítulo que Pérez Aguilar hace en sus estudios a los inicios del siglo XV, refiere la descripción que de Setenil hace el cronista : ".. en la descripción que se hace de Setenil en la Crónica de Juan II se dice: ...es muy fuerte, la cual está asentada entre dos valles en una gran peña, que es hecha como manera de trévedes, y está toda ciega, sino los pretiles o almenas que están sobre la peña, la cual es toda tajada de altura donde es de dos lanzas de armas, e corre cerca della un poequeño río, e tiene una puerta al cabo de la villa... y a continuación hace el siguiente comentario; "esta puerta lamentablemente, la han agrandado y reformado con cemento, quitándole todo su sabor medieval"
Hoy, el arco bajo el cual accedemos a la Villa no llega siquiera a una réplica de aquel que defendiera la ciudad. Aquel arco, aquellas piedras, aquella puerta recia y guerrera, se perdió para siempre como tantos restos de un Setenil noble y heroico.
Fuentes:
Setenil de las Bodegas. Hermanos de las Cuevas.
Papeles de Don Alfonso Pérez Aguilar. Archivo particular.