lunes, 17 de diciembre de 2012

La leyenda del Moro Juan

En aquellos entonces, como hoy día, los moros llegaban a Setenil con sus pequeños bazarillos ambulantes; transistores, despertadores, relojes Casio, linternas, pajarillos musicales y otras chucherías electrónicas. Tecnología punta de principios de los ochenta.
Los súbditos de Hassan, como hoy los de Mohamed, entraban en los bares y exponían su mercancía sobre las mesas como el mejor de los bazares de Ceuta
- compra paisa, todo barato, el relos, el radio paisa, mientras, le daban cuerda al pajarito para que bailara encima de la barra.
Los paisanos, gente curtida en viajes por eso de la emigración y desconfiada por naturaleza, se acercaban con desgana al puestecillo y manoseaban el género como lo haría un tratante con una bestia en la feria de ganado.
- Esto no vale na, veinte duros te doy por el arradio.
- Por veinte duros lo tiro al río paisa. El radio cuesta dos mil pesetas, que me lo trae un primo que viene en barco de Japón.
La puja estaba servida, que de cien a dos mil pesetas hay margen suficiente para un buen regateo. Entonces, tres o cuatro maromos se acercaban al morito para inspeccionar un reloj o un transistor mientras la puja seguía.
- Veinte duros te doy amigo
- Mil quinientas pesetas paisa
Y el paisano cogía, hacía un aspaviento de asco y se volvía a su sitio, mientras toda la clientela estaba pendiente de la escena.
El morito entonces volvía con una nueva oferta, nervioso quizás porque alguno se había llevado una linterna para probarla en la oscuridad de los aseos. Así, tras un tira y afloja de más de media hora, el morito cede y el paisa se queda con un flamante transistor japonés por quinientas pesetas, una auténtica ganga.
El morito se va del bar ofuscado, apenas ha ganado para poder cubrir gastos y encima ha tenido que pedirle la linterna al enterado que hizo el amago de tratar de quedársela en el fragor de la batalla dialéctica.
 Regatear parecía algo consustancial a este tipo de transacciones, así que conseguir una ventaja de este tipo, suponía un auténtico subidón moral, una especie de victoria sobre el enemigo.
Siempre, desde luego, había gente educada y respetuosa, pero en muchos casos se notaba cierto aire de superioridad, olvidando quizás el hecho de que no hacía mucho tiempo que los españoles andaban por esas europas buscándose la vida y aguantando desplantes y desaires.
Fué por aquellos entonces de principios de los años ochenta, cuando a Setenil vino un moro distinto. Moreno como todos los suyos, tenía unos fieros ojos rasgados y un bigote ralo que le confería cierta similitud con el presidente egipcio Nasser, aunque lo que verdaderamente resultaba llamativo en él eran sus casi dos metros de altura y una seriedad faraónica fuera de lo común.
Como tantos de sus compatriotas se ganaba la vida vendiendo pequeños objetos electrónicos por los pueblos de la serranía y cuando yo lo conocía llevaba en el oficio muchos años. Al llegar al bar, dejaba su bazarillo en alguna mesa, se pedía una coca cola y dejaba que el personal inspeccionara su mercancía. Nadie osaba gastarle bromas, regatearle más allá de lo considerado abusivo, menospreciarle cualquier objeto, ni mucho menos tratar de robarle. Si querías algo tenías que aceptar su precio, quizás tratar de conseguir alguna rebajilla, pero nada de vacilarle porque entre otras cosas la mayoría de los paisanos le llegaban, si acaso, a la tetilla.
Alguien, para evitar complicarse la vida con un nombre árabe, consideró en llamarle Juan, El Moro Juan. Podías darle el dinero para que te trajera algo por encargo, descambiar algún reloj que por alguna razón hubiera venido defectuoso, era en definitiva un hombre de fiar. A cambio él exigía respeto, con la mirada y con esas enormes manos que como si fueran palas ponía sobre el mostrador. Así son las cosas.
Aquel hombre hace muchos años que dejó de venir por Setenil, puede que aún viva por algún pueblo de la Serranía, quizás consiguiera el dinero suficiente para volver a su país y vivir el resto de su vida holgadamente, pero desde entonces, cuando un marroquí lleva muchos años viniendo a vender sus productos a Setenil y la gente confía lo suficiente en él, automáticamente le confiere el título de Moro Juan, como una señal de distinción honorífica, como queriendo decir que se trata de un setenileño más.
Puede que este Moro Juan, que con tanta dignidad ejerció su oficio de moderno buhonero electrónico, hiciera más por las relaciones hispano-marroquíes que todos los embajadores del mundo.

2 comentarios:

  1. Hola Rafael, recuerdo al Moro Juan, sin duda persona querida en nuestro pueblo ya que fueron muchísimos los años que estuvo por estas tierras, es increíble que aún hoy día cada vez que vemos un "paisa",digamos la frase el Moro Juan.Un gran saludos.

    ResponderEliminar
  2. Estoy de acuerdo. A mi se me ha venido una sonrisa al leer esta entrada, recordando a el Moro Juan. Lo recuerdo perfectamente tomando alguna tapa la noche del jueves, que era cuando llegaba a Setenil para preparar el mercadillo del día siguiente.

    Me cuentan que durante muchos años residió en Villamartin, pero, aunque aqui hay todavia algunos familiares suyos, hace ya años que volvió a su Marruecos natal.

    Un saludo Rafa.

    ResponderEliminar