lunes, 6 de octubre de 2014

Domingo; In memoriam



A la memoria de Domingo, un hombre bueno que tenía un bar en la Calle Ronda.

"Ancá" Domingo: Un bar de Setenil. (Reedición. 26 de abril de 2010)
La era de la informática, el boom electrónico de los ochenta estaba aquí. Domingo, antiguo propietario del Casino de Setenil abre su bar en la Calle Ronda, y en una salita que daba al río planta la primera sala de videojuegos del lugar, con cinco o seis maquinitas que si bien entonces eran lo máximo, hoy son capaces de hacerle saltar a uno las lágrimas de pura nostalgia. Hablo del “comecocos”, “los marcianitos”, “el frontón” y otras reliquias que forman parte con derecho propio del salón de la fama del entretenimiento.
Pronto este nuevo asunto nos fue quitando tiempo de nuestras correrías campestres, para alivio del bicherío local, y términos como “game over” e “inser coint” comenzaron a formar parte de nuestro vocabulario.
El bar de viejos de Domingo se fue llenando de niños de todo el pueblo que no sólo acudían a echarse unos jueguecillos, sino también a reunirse y pasar el rato en compañía de niños de otros barrios. Domingo incluso compró un cartel donde ponía: “Bar mis niños”, que pronto fue roto de una pedrada por alguna de esas adorables criaturitas a las que tanto quería. Nada le importaba esto al bueno de Domingo, como tampoco que le robaran chucherías y polos de la nevera, ni que le quitaran la llave de las máquinas, le hicieran una copia, buscaran el mecanismo de dar partidas y se regalaran cien jugadas del tirón. Nada de esto le importaba, aunque según me confesó no hace mucho algo sospechaba, y sabía incluso de quien podía tratarse, aunque nunca quiso denunciar el caso y mucho menos prohibirle la entrada a nadie.
-¡Bah! Eran niños traviesillos, pero nada más.La verdad es que éramos malos, quizás porque nuestro anfitrión era más bueno de la cuenta.
Eran pocos los que le echaban monedas a las máquinas, pues al tener las llaves, las partidas salían gratis. Recuerdo como algunos tenían tanto vicio con el "comecocos", que eran capaces de completarse todos los niveles con los ojos cerrados ya que se sabían los movimientos de memoria. Nuestro primer vicio insuperable: La ludopatía lúdica, sin dinero de por medio, sólo el hombre (perdón el niño) frente a la máquina.
Así pues, nuestro amigo Domingo contribuyó a que tomáramos un primer contacto con el mundo de la tecnología y a que nos relacionásemos con otros chiquillos, cumpliendo el papel de antesala de la adolescencia, ese lugar necesario para aquellos que ya no éramos tan críos.
Domingo ya está jubilado, pero hasta no hace mucho nos gustaba ir a ese viejo bar, tomarnos un café (el mejor del pueblo) y charlar de cosillas intrascendentes con el dueño. Todavía conserva la salita con alguna máquina que quizás el proveedor olvidó de retirar. El, con su finísimo sentido del humor, nos contaba algún chascarrillo y nosotros le contábamos las traperías que le hacíamos:
-pues si que erais malos joder, sí que erais malos.
Domingo, que lo ha visto todo detrás de una barra en el antiguo Casino o en su bar, atesora en su cabeza mil y una anécdotas, reales o inventadas, que forman parte de la memoria viva de Setenil.
 
Las cosas de Domingo. (Reedición8 de septiembre de 2010)
 
Local tradicional y bien ubicado, de clientela fija con propietario conocido y de trato afable, resultaba el bar de Domingo parada inevitable para aquellos que bajaban muy de vez en cuando al pueblo para una fiesta o por cualquier otro evento extraordinario, y que no perdían ocasión de tomarse un buen café y saludar a alguno de sus clientes, casi todas gentes dedicadas al campo y sus labores.
Así, en cierta ocasión, siete residentes en alguna aldea rural cercana se asomaron a Setenil para asistir a un conocido velatorio. Los hombres, apostados en la barra, serios y circunspectos se pidieron un colacao cada uno; siete colacaos para siete labradores, y dieron buena cuenta de tan nutritivo brebaje. Uno de los clientes pagó la cuenta, y acto seguido uno de sus compañeros solicitó a Domingo otros siete colacaos. El siguiente paisano, sintiéndose aludido mandó servir otra ronda y así hasta seis colacaos.
Domingo cuenta este suceso con mucha guasa, y recuerda como después de beberse seis colacaos cada uno, aún quedaba uno del grupo que no se decidía a llenar; uno chiquitito que estaba en la punta y hablaba poco. Este ya no llena. Seguro.
El buen hombre no se decidía. Nervioso y sin dejar de mirar al camarero y los vasos vacíos coge aire, levanta el dedo y pide con fuerza otros siete colacaos. Nada, que el chiquitito también llenó. Así que los siete hombres del campo, con siete colacaos cada uno en el pellejo salen del bar de Domingo. Ignoro si esto aconteció antes o después del entierro.
Lo del Tito de Arriate ronda quizás el absurdo, casi el surrealismo más absoluto cuando nos imaginamos los diálogos de estos dos personajes. El Tito era un señor vecino de Arriate, algo bebedor y malencarado, con mucha palabrería y disloque que era objeto de guasa y chanza por parte del personal. De vez en cuando se dejaba caer por Setenil, se tomaba unas copas en un par de sitios hasta que armaba la zapatiesta y era despachado cortésmente del lugar. En la puerta del bar gritaba desaforado contra el atropello y la injusticia a la que era sometido gritando; ¡¡que yo soy El Tito de Arriate, amigo del obrero valiente y enemigo del terrateniente fascista!!.
Un buen día en el que el Tito andaba con una copita de más y se dedicaba a molestar a la tranquila clientela del bar, Domingo se vio en la obligación de echarlo a la calle, que pienso yo que muy pesado se tuvo que poner el arriateño para que Domingo actuara de esa manera. El caso es que echándolo por la puerta de la Calle Ronda el borrachín vuelve a entrar al bar por la puerta de la Parada ante la extrañeza del personal. Tranquilo aunque indignado, el Tito se queja de los malos modos y el genio del dueño del bar de al lado, a lo que el bueno de Domingo le interpela: Desde luego que si, que ese hombre del bar de al lado es un malaje. Ande, entre usted en este bar que aquí le atenderemos con gusto. Muy posiblemente hasta le invitara a uno de sus famosos cafés.
De cafés buenos que decir que no sepamos todos los que los probamos, que tenían fama hasta fuera del pueblo y que eran el orgullo de Domingo; cargaditos, muy cargaditos, capaces de resucitar a un muerto, y si no que se lo pregunten al Chamusquino, que por vivir en la Campiña y carecer de vehículo, sólo se llegaba al pueblo una vez en semana y se tomaba siete cafés de un tirón, uno por el día presente y los otros seis por el resto de la semana en que no pudo tomarlos. Quizás Domingo fuera un poco exagerado, pero él contaba estos sucesos como algo normal y corriente, cosas que pasan en el día a día.
Tenía este bar un cliente asiduo muy desastrado y malhumorado, que por corto de vista vendía cupones de la Once. De vez en cuando este vendedor, alto y corpulento, también se abandonaba en brazos de Baco y liaba la marimorena en la barra, y Domingo, hombre poco dado a la violencia, cerraba las ventanas y apagaba las luces, con lo que el cuponero no podía ver nada y se quedaba desvalido como un cachorrillo. Entonces suplicaba a Domingo que encendiera las luces y le prometía que se portaría bien. Mas sabe el diablo por viejo que por diablo.
Después de algunos años, destinado en otro pueblo, el vendedor de cupones regresó a Setenil con un porte aseado y elegante, operado de la vista y de los brazos de una guapa mujer. Desahogado del lastre de las dioptrías, se llegó a saludar a su amigo con el que divertido recordaba lo mal que lo pasaba cuando le apagaba la luz y todo quedaba en tinieblas.
Dejo para otra ocasión el asunto de la máquina de pistachos, en la que intervinieron dos buenos amigos y cuya escenificación está en proceso de corrección y autorización, faltaría más. Crimen y castigo podría ser un buen título para esa entrada, pero no adelantemos acontecimientos.
Como ustedes ya habrán comprobado, el bueno de Domingo es un personaje inevitable y reiterativo de este blog, porque como ya dijimos en otras entradas, es una persona entrañable para varias generaciones de setenileños que frecuentábamos su casa. Suyas son muchas de las anécdotas más celebradas y comentadas en cualquier reunión, y en esta entrada de hoy me he propuesto contar algunas de ellas. Sirvan estas líneas de homenaje para nuestro amigo.
 
Os recomiendo que accedáis a los enlaces para leer las historias junto a los comentarios sobre Domingo de los amigos de este blog:

"Ancá"Domingo; Un bar de Setenil,  Setenil Rural. 26 de abril de 2010
 Las cosas de Domingo Setenil Rural 8 de septiembre de 2010

En este último enlace, Domingo aparece en una historia junto a otro entrañable personaje que se nos fue hace poco, Juan Solano.

La feria de la crisis. Setenil Rural. 10 de agosto de 2010