sábado, 29 de septiembre de 2012

En la cantina de la estación de Setenil



Cuenta Manolo Pardillo que allá por el año 1951 trabajó en la cantina de la estación de ferrocarril de Setenil que gestionaban los hermanos Frasquito y Mariquita Jiménez, concretamente dos años, dos meses, dos días y dos horas, así, como les digo.
En aquellos entonces, el tren era uno de los medios de transporte más importantes del país, si no el principal, y aquellos destartalados vagones transportaban de una ciudad a otra a gentes, animales y mercancías. Manolo habla de ese trabajo de su juventud con agrado y alegría, albores de una vida laboral que con el tiempo le llevaría a Madrid para ingresar como tantos setenileños y serranos en la Junta Nuclear.
Trabajar en la cantina de una estación de trenes tenía un plus de dificultad añadido; los horarios, la prisa de los viajeros, el apresurado yantar de aquellos que viven a merced del silbato del jefe de estación. Así manolo se tenía que emplear con diligencia y velocidad, distinguiendo aquellos que tenía prisa de los que no, los que esperaban a un familiar, los que llegaban o los que se iban. Debía conocer los horarios de los trenes, no sólo para organizarse mejor en su trabajo, sino porque el informar al viajero era parte de su cometido.
Nos cuenta Manolo que a diario pasaba un mercancías que venía de Algeciras. El convoy tenía asignados un par de vagones para transporte de soldados que se repartían por el interior de la región, así que era normal que de vez en cuando se bajaran algunos quintos en Setenil a tomarse una copa.
De esta manera ocurrió aquella mañana en la que un soldadito se baja del tren que hace parada y se pide una cerveza. El muchacho anda nervioso y después de cada sorbo se asoma a la puerta atento al silbato del tren. Manolo anda ojo avizor, aún no le ha pagado y teme un repentino “simpa” del soldado. Tensa espera; sorbo y visita a la puerta, Manolo no lo pierde de vista mientras seca unos vasos detrás de la barra, su jefe que observa la escena desde la ventanita de la cocina. Sorbo, visita a la puerta...la tensión se puede cortar como un cuchillo caliente a la mantequilla, de pronto suena la llamada del tren.......¡¡¡piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!!! el soldado agarra su gabán y arranca para la puerta, pero... hay amigo, que este Manolo es mucho Manolo.
Nuestro protagonista pega un salto detrás de la barra y le echa mano al hombro.
¡Eh amigo! Que se le olvida pagar
Es que voy a perder el tren
¡Si va a perder el tren haber pagado antes! además, a las dos pasa otro mercancías, así que coquinando.
El quinto saca unas monedas del bolsillo, paga la consumición y sale en busca del tren que ya había emprendido la marcha; Manolo Pardillo 1 Ejército de Tierra 0
Sorprende conocer el trajín que por aquellos entonces tenía la estación de Setenil, auténtico hervidero de viajantes y comerciantes que hacía un uso cotidiano del tren. No sólo existía una cantina, sino que había un servicio de taxis para trasladar a los viajeros de la estación al pueblo. Muchos eran los que salían saco al hombro a vender sus productos a las ciudades para regresar por la noche en el último viaje, sin olvidar por supuesto a esos quintos golfetes que dejaban sus pueblos para hacer la mili en aquellos cuarteles que cuajaban la geografía nacional.
Sirva por tanto esta simpática en intrascendente anécdota para acercarnos a aquella estación de ferrocarril de Setenil de posguerra, tan importante para la vida diaria de aquellas gentes. Posiblemente podáis ver a Don Manuel paseando junto a su mujer por las calles de Setenil pues han venido a pasar unos días por estas tierras. Menudo y nervioso, lleno de energía y vivacidad, si queréis conocer esta historia y otras muchas que ha atesorado en sus cerca de ochenta años, acercaros a él y preguntarle, no creo que tenga ningún problema en contároslas.
¡Salud amigos! en esta lluviosa tarde de otoño.

viernes, 28 de septiembre de 2012

Septiembre (II)

Efectivamente, trajo septiembre como por ensalmo el otoño de golpe; frescas mañanas de humedad y caracoles, cortinas de niebla enganchadas en los encinares, lluvia, agua, correntías que arañan como zarpas los olivares. Un mundo nuevo donde el cielo preña la tierra de vida, una segunda primavera donde despertamos de la quietud del terrible estío.
Suena constante el borboteo de canalones y acequias, ya no cruje el suelo mineral a nuestro paso cuando los pies se hunden en el piso húmedo. Un verde incipiente colorea la tierra que se convertirá en fértil abrigo para cuando aparezcan los primeros soles por levante, todo tornará en esmeralda y ante nuestros ojos, la naturaleza se dispondrá para iniciar un nuevo ciclo.

viernes, 21 de septiembre de 2012

Septiembre



¡Menuda tormenta nos alcanzó el pasado día diecinueve! Después de una jornada de calor sofocante, una lengua de nubes grises avanzó desde Cuevas del Becerro para fundirse con otra que llegaba desde Ronda. Cortinas de agua se veían a lo lejos; en Escalante, El Puerto del Monte, La Mata, mientras la oscuridad envolvía Setenil en su vertiente oriental. Un fiero granizo amenazó en destrozar las pocas aceitunas que aún quedan en los olivos, pero lo peor vino desde San Sebastian y Las Arenas donde una tromba de agua bajó por El Carro inundando casas y dejando las calles como después de una batalla. Alcantarillas taponadas tras de un largo y seco verano, arcenes sucios y atascados, correntía de verano que pilla los suelos sedientos y yermos, campos desnudos, violentamente roturados, despojados de agarre y sujeción, tierra amarilla y limosa que busca en desbandada el cauce de río.
Setenil y Septiembre, tormentas y riadas, las cosas de un pueblo que se encarama a una roca y se abre suicida a un cañón. Antesala del otoño, ¡Dios lo quiera! Que cierre de una vez por todas las bocanadas de este verano terrible. Empezar de nuevo, retorno a la normalidad, resurgir de la vida. Septiembre desde luego es el verdadero comienzo del ciclo anual.
Hay en casa un perrillo que nació la pasada primavera, precisamente en las últimas aguas que cayeron en Mayo. Por esa razón algún niño lo llamó "Tormenta". Desde entonces no ha conocido un solo día de lluvia. Sus juegos y correrías sólo han tenido el escenario de los cálidos y azules días de verano. Hoy, mientras el granizo golpea con violencia los cristales y los truenos braman en las alturas como los aullidos de un cíclope herido, se refugia aterrorizado bajo la escalera, temblando de frío, metiendo la cabeza entre las piernas cada vez que el cielo se parte en dos. Para ese perrillo rubio como la hierba seca, quizás también sea septiembre el comienzo de una nueva etapa.

sábado, 15 de septiembre de 2012

Isabel y Fernando



¿Habéis entrado alguna vez en una de esas casas cuyas paredes están adornadas de macetas y objetos dorados? Seguro que sí, son muy típicos en los patios sevillanos y cordobeses, quizás en los granadinos la decoración sea más orientalizante, pero no deja de ser una imagen muy andaluza. En Setenil aún se ven algunas casas viejas decoradas con esos objetos que tan de moda estuvieron en un tiempo. Platos, candelabros, anafres y copas, objetos de aparente uso común pero cuyo baño dorado les confiere un carácter suntuario y distintivo.
Quizás hayáis visto esos platos con las efigies de los Reyes Católicos enfrentadas, bien en el mismo objeto o por separado, Isabel y Fernando presidiendo ese rincón de la casa destinado a la pura exhibición de propios y extraños, tal y como aparecen en la imagen de este excelente de oro que me ha pasado, como no podía ser de otra manera, nuestro experto en numismática Rafael D.C.
No hace falta ser un experto en historia para darnos cuenta la importancia de estos reyes y su reinado en la historia de España; unificación de Castilla y Aragón, expansión a Navarra, conquista de Granada, descubrimiento de América, expulsión de los judíos, campañas de Italia y Flandes, política europea, estrategias matrimoniales y tantos asuntos que marcaron el devenir de sus reinos en los siglos venideros. Los Reyes Católicos significaron la unificación territorial, política, religiosa e incluso étnica de los antiguos reinos hispánicos, la expansión de estos más allá de las fronteras continentales y su afianzamiento como gran potencia del orbe, no es de extrañar por tanto que su figura fuera ensalzada por la historiografía tradicional española y encumbrada a la categoría de mito durante el franquismo.
Setenil entra de lleno en esta historia. Fue durante su reinado cuando pasó del islán granadino a la España cristiana y la presencia del rey Fernando por estas tierras durante la conquista es segura. De la pluma de sus secretarios aparece una y otra vez el nombre de nuestro pueblo en Cédulas Reales, gracias y prerrogativas, así como en las crónicas de la conquista. Setenil conserva un escudo inspirado en la simbología heráldica de Isabel y Fernando, donde no faltan el yugo y la maroma, su extraña toponimia, no hay duda, fluiría de los labios de estos reyes y la enriscada imagen de esa ciudad encaramada a una peña quedaría asociada a una de las etapas más intensas de su reinado.
Quizás ahora, podamos conocer algo más de la imagen de los Reyes Católicos por la serie que TVE retransmite los lunes en hora punta. No está mal algo de historia, aunque mucho me temo que venga a reflujo de una especie de Los Tudor a la española y no será de extrañar que veamos en más de una ocasión a Doña Isabel en escenas de alcoba, que tampoco está mal. Lo más seguro es que el nombre de Setenil no salga a relucir en la película, aunque releyendo un articulillo de los hermanos de las Cuevas me he encontrado con alguna secuencia de novela en la vida de los reyes, precisamente por el tiempo en que se ponía cerco a la fortaleza de Setenil:
Quizá, por si fuera poco, en esta campaña es donde rebrota el amor de los dos esposos distanciados levente por las pretensiones de Fernando al Rosellón y la Cerdeña. Fernando se queda en Tarragona, mientras Isabel pasa la pascua en Toledo y baja al sur a reclutar el ejército que continúe la Guerra de Granada. Hasta comienzos de verano no se ven. Walsh, que es el mejor psicólogo de la Reina, publica una carta del enamorado Fernando, escrita en primavera, donde se dice; “vivís en Toledo y yo en pequeñas aldeas. ¡Bien! Un día volveréis a vuestro antiguo afecto” y aquí apostillan los de Arcos: ese día debe estar en ese verano de Setenil.
En un apunte del artículo, los autores nos recomiendan encarecidamente que leamos íntegramente la carta enamorada del Rey de Aragón:
"Mi señora: ahora se ve claramente quien de nosotros ama más. Juzgando por lo habéis ordenado se me escriba, veo que podéis ser feliz, mientras que yo no puedo conciliar el sueño, porque vienen consejeros y mensajeros y no me traen letra de vos. La razón por la que no me escribís no es que no tengáis a mano papel, ni que no sepáis hacerlo, sino que no amáis y sois orgullosa. Vivís en Toledo y yo en pequeñas aldeas, ¡bien! Un día volveréis a vuestro antiguo afecto. Si no yo moriría y vos seriéis la culpable. Escribidme y hacedme saber cómo estáis. No tengo nada que deciros sobre los asuntos que me retienen aquí, excepto los que Silva os comunicará y los que Fernando del Pulgar os ha dicho. Te ruego des fe a Silva. Escribidme. No olvidéis darme noticia de la princesa. Por el amor de Dios, recordarle, lo mismo que a su padre, quien besa vuestras manos y es vuestro siervo. El Rey."
Puede que el reencuentro de los Reyes fuera en la campaña de Setenil, aunque la idea unánime es que no se produjo in situ, es decir, mientras la presencia del Rey es segura, no hay pruebas de que Doña Isabel conociera nuestro pueblo, pese a esa leyenda tan extraña y perturbadora del Infante Don Sebastián.
La idea del niño de la Reina, nacido y muerto en el Real de San Sebastián está firmemente consolidada en el subconsciente popular setenileño, así lo recoge además la tradición y se ha mantenido como coletilla en folletos y libretos publicitarios. Alguien además quiso ver en el pavimento ligeramente subido de una parte de la ermita de San Sebastián una especie de tumba o enterramiento, cosa que desde luego no tiene ningún fundamento. No hay escrito que sustente esta leyenda y ningún estudioso más o menos serio ofrece datos de un infante muerto en Setenil.
Los hermanos de las Cuevas, escritores costumbristas y románticos no quieren pasar de largo por una tradición tan bonita como bien elaborada y la sueltan de soslayo, “...cuando el río suena agua lleva” pero se adhieren a la idea general de que aquí no hubo niño muerto por la lógica de que la Reina Isabel no estuvo en Setenil. Las crónicas dicen que pasó la campaña en Córdoba, donde se instaló la Corte y despachaba sus asuntos, donde se tomó la decisión de cercar Setenil y donde fue informada de la conquista:
“Sabido por la reina que la villa de Setenil fue tan presto tomada” Sabido no visto, la Reina decidió ir a Sevilla y el rey que había salido de tierra de moros, “vino a ella al camino”.
En Sevilla se produjo el tan esperado reencuentro entre los dos esposos y Don Fernando, fervoroso de amor, le traía a su Reina una espléndida joya insertada en piedras preciosas; La Villa de Setenil, la inexpugnable, aquella que hiciera doblar el espinazo a otros reyes antes que ellos. Quizás de los labios de la Reina Isabel fluyera sensual en aquella jornada; “Setenil, ay mi Setenil”.

jueves, 6 de septiembre de 2012

El Olivar



Teníamos hace años un pariente singular, y lo digo en pasado porque ya no está con nosotros. Su nombre y apellidos delataban que era un setenileño viejo, de esos que parecen que llevan quinientos años habitando Setenil. Su rostro, sus manos, su forma de hablar, de vestir y de comportarse, todo en él era antiguo y agrario, como si sacáramos todos los estereotipos buenos y malos que pudieran significar un pueblo y una determinada forma de vivir.
Había heredado este pariente un olivar allá en Los Montecillos, a un margen de ese camino áspero y polvoriento que antaño llevaba a los arrieros a Ronda, un olivar con su casita, su murete de piedra, sus aperos y diez o doce almendros que marcaban las lindes. No había mañana, por fiesta que fuera, por agua que cayera o frío que hiciera, que nuestro pariente no cogiera la vereda y estuviera en su terruño antes del amanecer, aunque las labores estuvieran avanzadas y sólo hubiera que sentarse en la solana a ver salir el sol, que al despuntar el alba ya andaba mi pariente por lo suyo.
Su olivar era viejo y antiguo, ancestral diría yo, como él, allí no había garrotes, ni abonos, ni herbicidas ni goteo, ni máquinas ni gasoil. Sus olivos salían de la tierra como animales milenarios y se retorcían en busca del aire y la clara luz del cielo. Sus olivos eran la sed, el frío, el calor. Sus olivos eran el campo.
Por estos días de finales de verano ya andaría chuponando calabozo en mano, haciendo haces que quemaría en invierno. En las ramas ya despuntarían verdes las aceitunas, "una por San Juan, ciento por Navidad", sucias de ese polvo que sacudían los vehículos en su continuo transitar, con la soleta llevaba a hecho la tierra, que por allí no pasaban las gradas de tractor alguno. Sólo manos y sudor, golpe a golpe, arrancando jaramagos y grama, apartando las piedras y haciendo mojones de piedra, dejando lo suyo como una patena de limpio para que fuera la envidia de sus vecinos.
Este pariente nuestro se vanagloriaba de su olivar, que no había en Setenil olivos más sanos y lindos, que ningún olivo nuevo se cargaba como lo hacían los suyos, que sus aceitunas eran las mejores que se molían en la almazara. Por navidades él mismo las cogía, con faldones y a palos con largas varas de avellano, que sólo él sabía darle el golpe sin dañar la rama, que el próximo año también había que comer. Las bajaba al molino, a lomos de bestia cuando joven y con el tiempo con la ayuda del remolque de algún vecino. Luego números y cuentas, fanegas y kilos, rendimientos, que su trabajo, su sudor, su orgullo de labrador y su vida había que hacerlo dinero, duros y pesetas al fin y al cabo.
Él mismo limpiaba y podaba su olivar, que "la que quea herea", con cuidado, con respeto que allí no entraba nadie que estropeara su obra de años, de décadas, de siglos, que aquel olivar lo había hecho él. Aquellos olivos eran sus hijos. Cuando estaba en el pueblo, parecía que los echaba de menos y se asomaba de continuo a la calle; “veremos a ver este viento” “parece que esta noche va a llover”
El cielo, las nubes, el eterno quebranto del hombre del campo, que su olivar vivía de esas aguas de otoño, de esos aguaceros de primavera, de ese cielo luminoso y limpio que envuelve aquellos cerros.
Nuestro pariente ya no está, pero aquel olivar sigue allí. Sus herederos pagan todos los años un tractor para que are las tierras, sin embargo aquello no es lo mismo. La casilla se está cayendo, los olivos viejos y retorcidos están cargados de un denso follaje, ya nadie chupona en septiembre, nadie hace los encuentros con la soleta y son otros los que cogen la aceituna, a golpes mal dados, a leñazos, echando las ramas al suelo, mercenarios sin cariño, sin amor. Aquel olivar que con tanto esmero cuidara nuestro pariente está para hacerlo leña, dicen algunos, que eso no rinde. Le faltan abono, líquidos, el goteo, herbicidas para la grama que todo lo cubre; el rendimiento en el molino, los euros, que ya ni siquiera hay duros y pesetas.
Esos olivos que lo habían visto de chico corretear entre sus calles y atarragar a sus ramas eran la tierra y el agua, las gélidas heladas de enero y el terrible levante de agosto, la sequía y la lluvia, la sombra en verano y el refugio de la fría brisa en invierno. Esos árboles centenarios, esos maderos recios y agrietados de raíces como manos que agarran la tierra en la correntía, esas aceitunas que ya por estos días se visten de verde, eran la leña y el aceite, la constancia, el conocimiento y el saber, el hacer las cosas en el momento justo y de la manera adecuada, el hambre y la abundancia, los años y el paso de tiempos y gentes. Ese olivar y aquel hombre, eran el campo mismo.

domingo, 2 de septiembre de 2012

El Romancero de tradición oral en Setenil de las Bodegas (II)



La profesora Virtudes llega a Setenil en el verano de 1982, en pleno mes de julio. Como ya hemos visto, entraría por El Carril en uno de esos días de calor sofocantes de mediados del estío. “Embelesada con la belleza de Setenil”, repara en un señor mayor que, sentado a la sombra, la miraba y le sonreía. Se acercó a él y le comentó que andaba buscando gente que conociera romances antiguos.
“Pero si eso ya no lo canta nadie, eso son cosas de viejos”
Ese fue el primer contacto que tuvo con nuestro pueblo. Don Francisco le recitó "el romance de Alfonso XIII" y el de "la criada y el señorito", que había aprendido de los ciegos ambulantes que venían por los pueblos, pero le dijo que conocía a unas señoras que seguro sabían más que él. De esta manera le llevó de la mano a la casa de Dolores e Isabel Molinillo Morales, verdadero punto de partida de la búsqueda del romancero en Setenil y Andalucía.
En cuatro o cinco horas las hermanas Molinillo le cantaron o recitaron unos cincuenta romances de origen medieval, romances que les había llegado a ellas por vía de la memoria, por boca de su madre. Dolores e Isabel, junto con otras señoras de Benaocaz y Benamahoma, resultaron ser las mejores transmisoras del romancero de toda Andalucía, un eslabón insustituible en una cadena de la literatura popular española. Gracias a ellas se seguían cantando los mismos temas que se cantaban en el siglo XIII.
En ese momento, la profesora Virtudes le dio al play de su radiocasete para que escucháramos un romance cantado de la propia boca de las hermanas Molinillo y que fue grabado en aquella jornada de julio. Recuerdo perfectamente aquel momento; la voz de estas dos señoras empezó a sonar en la sala como salida de otro mundo, al principio algo indecisas, pero pronto cogieron el tono y empezaron a cantar un antiquísimo romance de origen alemán y que en España se adaptó en el siglo XIII al ambiente de la época, la convivencia de moros y cristianos por estas tierras. En ese momento comenzaron a sonar unas voces ancestrales y antiguas que nos embargaron a todos los presentes y que sin duda fueron capaces de transportarnos a otra época, quizás a aquel mundo del que nos habían hablado en conferencias anteriores.
Así decía este bellísimo romance:

“Pasé por los torneos, pasé por la morería
Y una morita lavaba, allá en la Fuente Fría.
Apártate mora bella, apártate mora linda
Deja beber mi caballo, de esa agua cristalina.
No soy mora, soy cristiana, soy de la España nacida
Me cautivaron los moros, el mes de Pascua Florida.
¡Si quieres venir a España, sube a mi caballería!
¿Y mi ropa caballero, en donde se dejaría?
La mejor se guardará, la otra se tiraría.
Yendo por aquellos montes, la mora llora y suspira.
¿Por qué lloras mora bella, por qué lloras mora linda?
Porque estos eran los montes donde mi padre venía
Con mi hermano Alejandrito, y yo en su compañía.
¡Dios mío! ¿Qué es lo que oigo? ¡Virgen sagrada y María!
Pensé en traer una esposa, y traigo una hermana mía.
Abrir puertas y balcones, ventanas y celosías
Que ha aparecido la reina, que buscaban noche y día”

La profesora Virtudes había tenido el detalle de invitar a su conferencia a la hija de Dolores Molinillo, así que el momento fue muy emotivo. Esa tarde, en aquella sala de la Villa, se volvió a escuchar un romance que ya se cantaba tal cual en la Edad Media, con toda su belleza y dramatismo primigenio, como salido de un túnel del tiempo y que como si de un tesoro se tratase, había perdurado en Setenil después de tantos siglos.
No es de extrañar que fueran estas mujeres las que abastecieran de romances a la profesora Virtudes. Según ella, los hombres andaluces son muy vergonzosos, cosa que no pasa en el resto de España. Ellos conocen el romancero, lo aprendieron de sus madres al igual que sus hermanas, pero se niegan a cantarlo, como mucho a recitarlo.
El romancero es una parte de folklore popular que se desarrolla en las actividades colectivas; la siega, la recogida de la aceituna, la pesca, cuando las mujeres se reunían a lavar en el río, a coser, a tomar el fresco en las puertas de sus casas, actividades cotidianas que van desapareciendo por las formas de vida actuales; la urbanización, la prisa, la uniformidad. De esta manera, el romancero no sale a la calle, queda circunscrito al hogar, privativo por tanto de la memoria de la mujer, en el caso de Setenil todas fallecidas ya en aquel lejano 1994: las hermanas Molinillo, Dolores Bastida Mariscal, Ana Cintado Bastida, Carmen Domínguez Montes, María Domínguez Ávila. Todas ellas han sido las custodias de un tesoro único para la lengua y literatura española.
La recopilación de romances en Setenil fue fabulosa, así como su calidad y variedad temática. Quizás los más sorprendentes sean los llamados romances tradicionales, que son los más poéticos del género y cuyo origen se remonta a la Edad Medias o a los siglos XVI ó XVII. Sorprendentemente no se conservan romances populares de temas históricos, de reyertas ni hechos de guerra entre moros y cristianos, que en su momento seguro que existieron, pero que no han llegado hasta nuestros días. La gente no canta romances porque sea erudito, sino porque le dice algo lo que canta, porque tiene pellizco y le llega. Sería imposible que algo durara siete siglos si ya no significa nada para el pueblo. El romancero no es un género de noticias, lo histórico dejó de significar algo en el momento que los hechos que se relatan se diluyen en el tiempo. Así, se tratan temas naturales y propios del ser humano, que transcienden desde luego modas y estilos. Se habla del amor, la familia, las relaciones humanas, temas todos ellos atemporales y que estaban tan vigentes en el siglo XIII como en la actualidad. El amor es desde luego el tema estrella en el romancero que se conserva en Setenil, el amor en todos sus matices: el engaño, la fidelidad, la seducción, el sexo. Historias transgresoras de incestos, adulterios, todo contado con gran calidad artística y bellísimo desde el punto de vista poético.
Un romance muy cantado en Setenil es el romance de "Blanca Flor y Filomena", un mito griego que recoge Ovidio en su Metamorfosis y que es adaptado por el romancero a sus formas y estilos. Estremece escuchar ese mito de origen clásico en Setenil convertido en una historia de horror, con mutilaciones, violaciones, asesinatos y canibalismo, y donde se olvida el poético final que aparece en la obra de Ovidio. En los romances aparece la visión del mundo de la gente de la época y las acciones de sus protagonistas se representan de un forma simple, de buenos y malos y una moralidad justiciera. Muchos de estos romances han pasado a formar parte del repertorio de cancioncillas infantiles como el del “Señor Don Gato, sentadito en su tejado” del que también existen algunas versiones antiguas en Setenil.
El sexo es tratado de una forma sutil, “con que finura se dice todo sin decir nada”, saltando de esta manera las cortapisas morales que imprimían los tiempos. Así tenemos el poema de "El Segador y La Dama", que tanta risa le daba a las señoras que lo recitan y que sin duda debió de resultar muy recurrente en las reuniones de mujeres sin la mirada inquisitiva de sus hombres:

“Salieron tres segadores a segar fuera de casa
Y uno de los segadores lleva la ropa bordada
Los dediles son de oro, las hoces de fina plata
Y el sombrero que lo cubre, lleva una pluma encarnada.
Había tres señoritas en un balcón asomadas,
Una de las señoritas del segador se prendaba.
Oiga usted buen segador, que mi señora lo llama
Por si quiere usted segar, un haza de cebada.
Cebada segaría yo, si el precio me acomodara
Dígame señorita, dónde la tiene sembrada.
Ese haza segador, no está en cerro ni cañada
Que está entre dos columnas y sostienen a mi alma.
Ese haza señorita, para mi no esta sembrada
Que es pa condes o marqueses O para el rey de la casa.
Siéguela buen segador, que será muy bien pagada.
Le ha segado siete haces, y al octavo se cansaba.
A la mañana siguiente el segador se marchaba.
¡Oiga usted buen segador, que se le olvida la paga!
Le ha dado dos mil doblones, en un pañuelo de Holanda
Que vale más el pañuelo, que el dinero que llevaba.
A la mañana siguiente, por el segador doblaban
¿Quién se ha muerto? ¿quién se ha muerto?
¡El segador que segaba!
No se ha muerto, no se ha muerto
Que lo mató la dama”

¡Toma ya! Imaginen lo que se tenían que reír las mujeres cantando estas historias mientras lavaban en la orillita del río.
Otro tipo de romances que se cantaban en Setenil eran los romances tradicionalizados, ya del siglo XVIII, XIX e incluso de principios del XX. Se trata de aquellos papelitos de colores que vendían en ferias y celebraciones y que luego se adaptaron a las formas métricas del romancero antiguo. Tratan historias puntuales de amores o crímenes, pero que desde luego no conservan la calidad y belleza de las composiciones antiguas.
También son tratados los temas religiosos, pero visto desde una moral muy sencilla, sin ninguna complejidad metafísica ni teológica. Se trata de premios o castigos de la divinidad por las acciones. En Setenil se conserva una versión, cantada por Dolores Molinillo, de un romance donde un ateo es castigado por San José y que es única en toda Andalucía.
También en los romances de ciego o viejo que se vendían a una gorda se tratan historias truculentas y culebrones dignos de la más endiablada serie de sobremesa, pero que ya han perdido, como decimos, toda calidad poética.
Aquella tarde pudimos escuchar algunos ejemplos de estos últimos romances, que sin duda hicieron reír a todos los presentes pero que evidentemente no tenían nada que ver con los romances antiguos que escuchamos al principio. Las letras, la entonación, la musicalidad, aquellas voces tan bonitas nos transportaron a la época de la vida en la frontera, a los amores y querellas de moros y cristianos a un mundo antiguo que parecía fluir de nuevo por los trocitos de hierro y cromo de aquel magnetófono.
Al menos en mi caso, escuchar aquellas canciones y poemas, conocer su origen y descubrir la importancia que las gentes de Setenil de las Bodegas tuvieron en su custodia y resurrección, fue todo un impacto.
Tenía muchas ganas de publicar estas entradas sobre los romances de tradición oral en Setenil, aunque reconozco que no tenía muy claro como hacerlo. Al final me decidí a seguir el guión de la misma profesora Virtudes Atero, usando para ello los apuntes que tomé aquella tarde y, sobre todo, una cinta de casete que como si fuera un tesoro aún conservo desde aquel lejano 1994.
No quisiera terminar esta entrada sin reclamar para nuestro pueblo la realización de eventos como este que nos ha ocupado hoy. Setenil no puede convertirse en un erial cultural, no podemos anclarnos en la idea de que en tiempos de crisis hay que atender unos aspectos y descuidar otros menos importantes. La cultura es relativamente barata, muchas veces hasta gratis, sólo hace falta intención y altura de miras. No podemos permitir que el conocimiento y la ilustración queden para determinados círculos académicos o para las élites políticas y económicas, porque así estaremos subvirtiendo el principio de democratización de la cultura. La cultura es un bien intangible, quizás no ponderable en votos y adhesiones, pero es necesaria, y las administraciones públicas tienen la obligación de hacerla asequible a sus administrados.
¡Salud amigos!

sábado, 1 de septiembre de 2012

El Romancero de tradición oral en Setenil de las Bodegas (I)



Hace algunos años, creo que fue en diciembre de 1994, se celebraron el Setenil unas jornadas histórico artísticas que tenían a nuestro pueblo como eje argumental. En la antigua centralita de teléfonos se trató por parte de los profesores invitados la importancia de Setenil en la estructura defensiva del Reino de Granada, así como las ideas básicas de la vida militar y civil en la línea fronteriza.
El Romance de Fernandarias, las correrías de El-Cordi, los acuerdos y alianzas entre moros y cristianos salieron a relucir, es decir, se dio una idea del status-quo de la frontera en las décadas anteriores a la conquista cristiana del último enclave musulmán de la península.
Cuando creíamos que ninguna conferencia que viniera podría superar a las que previamente habíamos escuchado, los organizadores del evento presentaron a Doña Virtudes Atero, profesora de la Universidad de Cádiz y una de las mayores investigadoras del romancero de tradición oral de este país. Aún, dieciocho años después de aquellas jornadas, recuerdo su intervención, vehemente y entusiasta, y que fue capaz de emocionarnos a todos los que estábamos esa tarde en aquellos salones de la Villa.
La profesora Virtudes empezó su intervención rememorando su llegada a Setenil a principios de los años ochenta como periplo inicial en su búsqueda de algo que hasta ese momento parecía perdido en Andalucía, el Romancero de tradición oral, y lo que en principio hubiera sido sólo una tesis doctoral para su carrera, acabó convirtiéndose en una de las pasiones de su vida.
No tenía muy claro la profesora por donde entró a Setenil, si por arriba o por abajo, ya que lo intrincado de nuestras calles y el tiempo transcurrido la tenían un poco liada, pero si recordaba que, magnetófono y libreta en mano, se dirigió a un señor mayor que tomaba el sol en una albarrá. Francisco Zamudio Moreno, "era ese señor, abuelo de esta amiga que tengo a mi lado". Comentó la profesora dirigiendo la vista a una de las organizadoras de las jornadas.
Doña Virtudes se presentó y le expuso la razón de su visita a Setenil, la búsqueda de gente que conociera el romancero. “Pero si eso ya no lo canta nadie. Eso son cosas de viejo”. Le espetó el buen hombre. No pudo encontrar la profesora mejor cicerone. Francisco Zamudio, con su gracia y desparpajo, no sólo le recitó algunos romances que sabía sino que la llevó de la mano a la casa de las hermanas Molinillo, mujeres que atesoraban en su memoria una de las mejores recopilaciones de romances antiguos de toda Andalucía.
Evidentemente, Doña Virtudes entró a Setenil bajando desde El Carril para acceder a Don Francisco en la bajadita que existe para llegar a las Cuevas del Sol.
Al comienzo de su intervención, la profesora, tratando de dar importancia al que según ella era el verdadero protagonista de esta historia; el pueblo llano, se definió así misma como mera transmisora de una tradición de poesía oral transmitida de generación en generación desde la Edad Media.
A principios de los ochenta parecía que el romancero se había perdido en Andalucía, que por aquellos entonces ya era demasiado tarde para rebuscar por pueblos y ciudades los restos de algo que aún perduraba en otras latitudes de la península, pero del que no se tenía noticia por aquí. Su visita a Setenil y a otros pueblos de la Sierra cambiaría desde luego esa perspectiva.
Los romances son poemas narrativos que cuentan historias, no transmiten sentimientos. Se trata de una literatura oral de origen medieval, poesía popular a la que acudía la gente para conocer los hechos cotidianos, los acontecimientos relevantes, las luchas entre moros y cristianos, las alegrías y las tristezas en definitiva. El pueblo oía y conocía las historias y se transmiten mediante la palabra de generación en generación.
En los siglos XVI y XVII, cambia el modo de hacer poesía en España, ya no sólo se cuentan cosas, y los romances se convierten en la poesía fundamental; se escribe, se editan y se leen romances, para convertirse en una literatura prestigiada, pero a finales del Siglo de Oro el género se agota, ya no dice nada, y lo que en la Edad Media había sido tan serio y solemne llega a convertirse en una suerte de estilo burlesco donde se parodian los temas antiguos. El romance se desprestigia y deja de estar de moda, quedando como algo anacrónico y ancestral, refugiado en la memoria popular, como algo privativo del pueblo llano.
El siglo XIX es la época del romanticismo, corriente artística donde se exaltan el alma y los sentimientos, se rebusca en los temas antiguos para encontrar la esencia de los pueblos, no es de extrañar por tanto que el romancero saliera de su ostracismo secular y volviera a la vida para el mundo académico en este siglo, precisamente en Andalucía.
En 1825, en la época del absolutismo fernandino, el erudito romántico y liberal Bartolomé José Gallardo es encarcelado en una cárcel de Sevilla. Comparte celda con dos gitanos de Marchena, Curro el Moreno y Pepe Sánchez. Don Bartolomé les oye cantar un romance, concretamente el de los amores del paje de Carlo Magno con la Infanta, y que en Setenil se conservan hasta tres versiones del mismo. La profesora Virtudes, da énfasis a este hecho transcendental en la historia: “Gallardo, escucha el primer romance del que se tiene noticia desde el siglo XVII”.
Desde ese momento, poetas y eruditos románticos se ponen manos a la obra en busca del género literario perdido, en Andalucía, Galicia, Cataluña y Castilla, la cuna del romancero, y a principios de siglo el mismísimo Menéndez Pidal le da carácter científico al género dentro de la literatura española. En toda la península Ibérica, Sudamérica y algunos enclaves de los Estados Unidos, en el Norte de África, islas Mediterráneas, es decir, allí donde fueron españoles y sefardíes, se encontraron ejemplos de romances, sin embargo en Andalucía, el lugar donde la casualidad quiso que el romancero resucitase, quizás por algún tipo de complejo o vergüenza, careció durante décadas de interés científico y se olvidó como disciplina académica.
A finales de los años setenta, la profesora Virtudes pensó que el romancero era un buen tema para realizar su tesis doctoral, con mucho campo por explorar. Empezó por la Sierra de Cádiz: “lo que empezó siendo un trabajo académico, ha constituido una de las actividades más gratificantes de mi vida” Nunca llegó a pensar que en los catorce pueblos de la Sierra encontraría un romancero tan rico y tan variado, ¡cerca de quinientos romances llegó a catalogar! Evidentemente, un trabajo tan denso era inabarcable para ella sola, así que reunió a un grupo de estudiantes de la Facultad de Letras de la Universidades de Cádiz y Sevilla que, desde 1983, recorrieron todos los pueblos de Cádiz y gran parte de Sevilla y Huelva para catalogar ¡más de 10000 romances! En palabras de la profesora Virtudes; “el romancero, que parecía perdido en esta tierra, fluye sin trabas, sólo había que saberlo buscar”
Nota: La imagen de portada no corresponde a la actividad de la Profesora Virtudes en Setenil, pero se trata de un proceso de búsqueda de romances de transmisión oral.