sábado, 29 de septiembre de 2012

En la cantina de la estación de Setenil



Cuenta Manolo Pardillo que allá por el año 1951 trabajó en la cantina de la estación de ferrocarril de Setenil que gestionaban los hermanos Frasquito y Mariquita Jiménez, concretamente dos años, dos meses, dos días y dos horas, así, como les digo.
En aquellos entonces, el tren era uno de los medios de transporte más importantes del país, si no el principal, y aquellos destartalados vagones transportaban de una ciudad a otra a gentes, animales y mercancías. Manolo habla de ese trabajo de su juventud con agrado y alegría, albores de una vida laboral que con el tiempo le llevaría a Madrid para ingresar como tantos setenileños y serranos en la Junta Nuclear.
Trabajar en la cantina de una estación de trenes tenía un plus de dificultad añadido; los horarios, la prisa de los viajeros, el apresurado yantar de aquellos que viven a merced del silbato del jefe de estación. Así manolo se tenía que emplear con diligencia y velocidad, distinguiendo aquellos que tenía prisa de los que no, los que esperaban a un familiar, los que llegaban o los que se iban. Debía conocer los horarios de los trenes, no sólo para organizarse mejor en su trabajo, sino porque el informar al viajero era parte de su cometido.
Nos cuenta Manolo que a diario pasaba un mercancías que venía de Algeciras. El convoy tenía asignados un par de vagones para transporte de soldados que se repartían por el interior de la región, así que era normal que de vez en cuando se bajaran algunos quintos en Setenil a tomarse una copa.
De esta manera ocurrió aquella mañana en la que un soldadito se baja del tren que hace parada y se pide una cerveza. El muchacho anda nervioso y después de cada sorbo se asoma a la puerta atento al silbato del tren. Manolo anda ojo avizor, aún no le ha pagado y teme un repentino “simpa” del soldado. Tensa espera; sorbo y visita a la puerta, Manolo no lo pierde de vista mientras seca unos vasos detrás de la barra, su jefe que observa la escena desde la ventanita de la cocina. Sorbo, visita a la puerta...la tensión se puede cortar como un cuchillo caliente a la mantequilla, de pronto suena la llamada del tren.......¡¡¡piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!!! el soldado agarra su gabán y arranca para la puerta, pero... hay amigo, que este Manolo es mucho Manolo.
Nuestro protagonista pega un salto detrás de la barra y le echa mano al hombro.
¡Eh amigo! Que se le olvida pagar
Es que voy a perder el tren
¡Si va a perder el tren haber pagado antes! además, a las dos pasa otro mercancías, así que coquinando.
El quinto saca unas monedas del bolsillo, paga la consumición y sale en busca del tren que ya había emprendido la marcha; Manolo Pardillo 1 Ejército de Tierra 0
Sorprende conocer el trajín que por aquellos entonces tenía la estación de Setenil, auténtico hervidero de viajantes y comerciantes que hacía un uso cotidiano del tren. No sólo existía una cantina, sino que había un servicio de taxis para trasladar a los viajeros de la estación al pueblo. Muchos eran los que salían saco al hombro a vender sus productos a las ciudades para regresar por la noche en el último viaje, sin olvidar por supuesto a esos quintos golfetes que dejaban sus pueblos para hacer la mili en aquellos cuarteles que cuajaban la geografía nacional.
Sirva por tanto esta simpática en intrascendente anécdota para acercarnos a aquella estación de ferrocarril de Setenil de posguerra, tan importante para la vida diaria de aquellas gentes. Posiblemente podáis ver a Don Manuel paseando junto a su mujer por las calles de Setenil pues han venido a pasar unos días por estas tierras. Menudo y nervioso, lleno de energía y vivacidad, si queréis conocer esta historia y otras muchas que ha atesorado en sus cerca de ochenta años, acercaros a él y preguntarle, no creo que tenga ningún problema en contároslas.
¡Salud amigos! en esta lluviosa tarde de otoño.

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