sábado, 1 de septiembre de 2012

El Romancero de tradición oral en Setenil de las Bodegas (I)



Hace algunos años, creo que fue en diciembre de 1994, se celebraron el Setenil unas jornadas histórico artísticas que tenían a nuestro pueblo como eje argumental. En la antigua centralita de teléfonos se trató por parte de los profesores invitados la importancia de Setenil en la estructura defensiva del Reino de Granada, así como las ideas básicas de la vida militar y civil en la línea fronteriza.
El Romance de Fernandarias, las correrías de El-Cordi, los acuerdos y alianzas entre moros y cristianos salieron a relucir, es decir, se dio una idea del status-quo de la frontera en las décadas anteriores a la conquista cristiana del último enclave musulmán de la península.
Cuando creíamos que ninguna conferencia que viniera podría superar a las que previamente habíamos escuchado, los organizadores del evento presentaron a Doña Virtudes Atero, profesora de la Universidad de Cádiz y una de las mayores investigadoras del romancero de tradición oral de este país. Aún, dieciocho años después de aquellas jornadas, recuerdo su intervención, vehemente y entusiasta, y que fue capaz de emocionarnos a todos los que estábamos esa tarde en aquellos salones de la Villa.
La profesora Virtudes empezó su intervención rememorando su llegada a Setenil a principios de los años ochenta como periplo inicial en su búsqueda de algo que hasta ese momento parecía perdido en Andalucía, el Romancero de tradición oral, y lo que en principio hubiera sido sólo una tesis doctoral para su carrera, acabó convirtiéndose en una de las pasiones de su vida.
No tenía muy claro la profesora por donde entró a Setenil, si por arriba o por abajo, ya que lo intrincado de nuestras calles y el tiempo transcurrido la tenían un poco liada, pero si recordaba que, magnetófono y libreta en mano, se dirigió a un señor mayor que tomaba el sol en una albarrá. Francisco Zamudio Moreno, "era ese señor, abuelo de esta amiga que tengo a mi lado". Comentó la profesora dirigiendo la vista a una de las organizadoras de las jornadas.
Doña Virtudes se presentó y le expuso la razón de su visita a Setenil, la búsqueda de gente que conociera el romancero. “Pero si eso ya no lo canta nadie. Eso son cosas de viejo”. Le espetó el buen hombre. No pudo encontrar la profesora mejor cicerone. Francisco Zamudio, con su gracia y desparpajo, no sólo le recitó algunos romances que sabía sino que la llevó de la mano a la casa de las hermanas Molinillo, mujeres que atesoraban en su memoria una de las mejores recopilaciones de romances antiguos de toda Andalucía.
Evidentemente, Doña Virtudes entró a Setenil bajando desde El Carril para acceder a Don Francisco en la bajadita que existe para llegar a las Cuevas del Sol.
Al comienzo de su intervención, la profesora, tratando de dar importancia al que según ella era el verdadero protagonista de esta historia; el pueblo llano, se definió así misma como mera transmisora de una tradición de poesía oral transmitida de generación en generación desde la Edad Media.
A principios de los ochenta parecía que el romancero se había perdido en Andalucía, que por aquellos entonces ya era demasiado tarde para rebuscar por pueblos y ciudades los restos de algo que aún perduraba en otras latitudes de la península, pero del que no se tenía noticia por aquí. Su visita a Setenil y a otros pueblos de la Sierra cambiaría desde luego esa perspectiva.
Los romances son poemas narrativos que cuentan historias, no transmiten sentimientos. Se trata de una literatura oral de origen medieval, poesía popular a la que acudía la gente para conocer los hechos cotidianos, los acontecimientos relevantes, las luchas entre moros y cristianos, las alegrías y las tristezas en definitiva. El pueblo oía y conocía las historias y se transmiten mediante la palabra de generación en generación.
En los siglos XVI y XVII, cambia el modo de hacer poesía en España, ya no sólo se cuentan cosas, y los romances se convierten en la poesía fundamental; se escribe, se editan y se leen romances, para convertirse en una literatura prestigiada, pero a finales del Siglo de Oro el género se agota, ya no dice nada, y lo que en la Edad Media había sido tan serio y solemne llega a convertirse en una suerte de estilo burlesco donde se parodian los temas antiguos. El romance se desprestigia y deja de estar de moda, quedando como algo anacrónico y ancestral, refugiado en la memoria popular, como algo privativo del pueblo llano.
El siglo XIX es la época del romanticismo, corriente artística donde se exaltan el alma y los sentimientos, se rebusca en los temas antiguos para encontrar la esencia de los pueblos, no es de extrañar por tanto que el romancero saliera de su ostracismo secular y volviera a la vida para el mundo académico en este siglo, precisamente en Andalucía.
En 1825, en la época del absolutismo fernandino, el erudito romántico y liberal Bartolomé José Gallardo es encarcelado en una cárcel de Sevilla. Comparte celda con dos gitanos de Marchena, Curro el Moreno y Pepe Sánchez. Don Bartolomé les oye cantar un romance, concretamente el de los amores del paje de Carlo Magno con la Infanta, y que en Setenil se conservan hasta tres versiones del mismo. La profesora Virtudes, da énfasis a este hecho transcendental en la historia: “Gallardo, escucha el primer romance del que se tiene noticia desde el siglo XVII”.
Desde ese momento, poetas y eruditos románticos se ponen manos a la obra en busca del género literario perdido, en Andalucía, Galicia, Cataluña y Castilla, la cuna del romancero, y a principios de siglo el mismísimo Menéndez Pidal le da carácter científico al género dentro de la literatura española. En toda la península Ibérica, Sudamérica y algunos enclaves de los Estados Unidos, en el Norte de África, islas Mediterráneas, es decir, allí donde fueron españoles y sefardíes, se encontraron ejemplos de romances, sin embargo en Andalucía, el lugar donde la casualidad quiso que el romancero resucitase, quizás por algún tipo de complejo o vergüenza, careció durante décadas de interés científico y se olvidó como disciplina académica.
A finales de los años setenta, la profesora Virtudes pensó que el romancero era un buen tema para realizar su tesis doctoral, con mucho campo por explorar. Empezó por la Sierra de Cádiz: “lo que empezó siendo un trabajo académico, ha constituido una de las actividades más gratificantes de mi vida” Nunca llegó a pensar que en los catorce pueblos de la Sierra encontraría un romancero tan rico y tan variado, ¡cerca de quinientos romances llegó a catalogar! Evidentemente, un trabajo tan denso era inabarcable para ella sola, así que reunió a un grupo de estudiantes de la Facultad de Letras de la Universidades de Cádiz y Sevilla que, desde 1983, recorrieron todos los pueblos de Cádiz y gran parte de Sevilla y Huelva para catalogar ¡más de 10000 romances! En palabras de la profesora Virtudes; “el romancero, que parecía perdido en esta tierra, fluye sin trabas, sólo había que saberlo buscar”
Nota: La imagen de portada no corresponde a la actividad de la Profesora Virtudes en Setenil, pero se trata de un proceso de búsqueda de romances de transmisión oral.

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