domingo, 30 de junio de 2013

Historias de verano: Hércules en la Caleta

Cádiz, Tacita de Plata. Cádiz, ciudad trimilenaria.
Barca de roca ostionera, azotada por los vientos, que se adentra en la Mar Océana, entrada o salida del mundo conocido más allá de las columnas de Hércules. Cádiz clásica y antigua, griega y fenicia, paso obligado de la antigüedad, altar de atávicos dioses, espuma del mar. Ciudad venerada y altiva, siempre entre el mito y la realidad.
Cádiz mes de mayo. Cuatro de la tarde y todos los comercios cerrados. El verano aún no ha llegado pero el calor se hace insoportable. Busco la playa y como siempre todas las calles me parecen iguales:
-camarero buenas tardes; ¿sería tan amable de indicarme el camino más rápido para llegar a la playa?
- ¡claro hombre! Coja usted recto, y a la que hacen seis calles te metes a la derecha, luego sales a la avenida y llegas a una playa muy chiquita pero muy bonita; ¡La Caleta!
Sentencia satisfecho el buen hombre.
Castillo de San Sebastián, Castillo de Santa Catalina, Balneario de la Palma. El cielo está claro en el horizonte y una suave brisa mece las barquitas amarradas a la orilla. El barrio de la Viña en pleno ha salido a mitigar las primeras calores del cercano estío. Desde el agua, donde refresco mi acalorado cuerpo, me sorprendo de la gran variedad humana que contemplo y me doy cuenta de que esta playa no tiene nada que ver con los masificados tostaderos de turistas de la Costa del Sol, homogéneos, independientes e inconexos entre sí. Esta gente con la que comparto aguas y arenas forman un auténtico entramado social, un hábitat ecológico donde cada especie ocupa su lugar; las madres y abuelas con sus niños y nietos, que son legión, jubilados con el diario en la mano, viejos lobos de mar con camisa y gorra de capitán, estudiantes, pandillas de adolescentes, macarrillas, pasotas, parados, algún turista despistado, un africano, camareros, funcionarios recién salidos de sus oficinas. Un auténtico muestreo social vivo y verdadero.
De repente, en la orilla, aparece una figura que llama mi atención; ha dejado sus cosas muy cerca de las mías. Es un tío alto y delgado aunque con una prominente barriga cervecera, el pelo rubio y ralo, una nariz importante. Las manos en cuadril observando su playa, su mar, su Caleta. Sonríe satisfecho y al hacerlo saca a relucir un único diente. Allí en la playa parece el mismísimo Hércules, que después de matar a Gerión se dispusiera a nadar hasta su templo. ¡Que estampa!, entre los santuarios de Kronos y la Venus Marítima el gran héroe griego, seguro y confiado de su poder, contempla sus dominios; Melqart, Baal, Astarté, que más da, el viento lo reconoce y zarandea sus cabellos, en el momento en el que se lanza al mar nadando con muy buen estilo hasta donde yo me encuentro. Luego como si recordase que se dejó algo atrás, vuelve la vista hacia la orilla, donde con el agua hasta las rodillas y encogida de frío le espera la Charo, eterna deidad marina, muy canija eso si, y con tantos dientes como su héroe, al que he creído oír que llamaba Fali. Entonces una ola le moja el biquini negro y sus pezoncillos se erizan hacia el horizonte, allá por donde una vez al año aparece la majestuosa figura del Juan Sebastián El Cano.
- ¡Fali! que está muy fría.
- venga niña, que sólo es la primera impresión
- ¡que no me baño!
- ¿Y tu dices que tas bañao en La Concha? ¡Un mojón!
Le grita el Fali desde mi altura
Un jubilado inflado y coloradote que flota cerca de nosotros interviene en la conversación:
- niña metete en el agua que este hombre va a despertar hasta a los pescados con sus voces.
Y la Charo, viendo la expectación que está levantando en la playa, se coge la nariz, se da un chapuzón y con los ojos cerrados se da la vuelta y corre hacia la orilla. El Fali se ríe y nada detrás de ella.
- ¡ole mi niña! que valiente que es
Todo el gentío de la playa, que en el tedio de la tarde contemplaba indiferente la escena, vuelve a sus quehaceres, salvo un joven, que desde lo alto de un poyete de piedra, con pantalones largos, sin camisa y en cuclillas los sigue con la mirada. Parece una gaviota oteando el horizonte en busca de cualquier desecho o signo de debilidad.
La Charo y el Fali se tienden en sus toallas, y ella saca de su desastrado bolso una botella de plástico con tinto de verano, suave y fresco ungüento mágico para su héroe mitológico.
- toma el bibi cariño mío
-¡ay mi niña! que apañá que es
La presa parece demasiado apetecible y la gaviota se lanza al ataque.
- hola Fali, ¿te acuerdas de mi?
- hombre Julio, ¿Qué pasa? cuanto tiempo. Un año por lo menos llevo sin verte. ¿cómo andas?
- bién tío, por aquí en la playita viendo a las gachis
- ¿estás haciendo algo Julio?
- ahora mismo no
- pues bájate que te voy a dar trabajo. Toma papel, tabaco y chocolate y te haces un piti, que no quiero manos quietas.
Julio pega un salto desde el murete de piedra, para caer en la misma posición en la que estaba y ponerse manos a la obra. El Fali le pega un trago al tinto y se la ofrece al coleguilla. La Charo, ajena a la conversación, calienta su cuerpo al sol, allá hacia donde sus diminutos pezones apuntan erguidos como solemnes y ancestrales altares.
El Barrio de la Viña disfruta de su playa, Las nubes pasan perezosas y un suave viento sigue meciendo al unísono las barcas, como acunándolas. Castillo de San Sebastián, Castillo de Santa Catalina, templos de Kronos y Venus Marítima, el de Hércules al occidente, Melqart, Baal, Astarté, que más da. Un azul radiante, casi doloroso, invade todo el encuadre y un intenso olor a mar inunda mis pulmones.
Playa de La Caleta, Cádiz, Tacita de Plata. Cádiz, ciudad trimilenaria. Barca de roca ostionera azotada por los vientos que se adentra en La Mar Océana, entrada o salida del mundo conocido más allá de las columnas de Hércules. Cádiz clásica y antigua, griega y fenicia, paso obligado de la antigüedad, altar de atávicos dioses, espuma del mar, claridad sonora. Ciudad venerada y altiva donde el mito y la realidad se confunden.

(Hércules en la Caleta, de Rafael Vargas Villalón. Chiclana de Frontera. Cádiz. Mayo 2007)
Una visita reciente a la costa gaditana me recordó esta anécdota que presencié en La Caleta hace unos años
¡Salud amigos!

(Hércules en la Caleta. Rafael Vargas Villalón. Chiclana. Mayo 2007)

Foto realizada por Lina Marín Villalón en la Playa de Sancti Petri (Verano 2010)


De una punta a otra


 
 


“Dicen que San Ulises inventó el remo y el deseo de volver al hogar. Ya había remos en tiempos de San Ulises, pero es seguro que él inventó un remo. Muchas veces yo tengo nostalgia de mi país. Me viene el mal al atardecer, en otoño porque se van las golondrinas, en enero porque florecen los almendros, en mayo porque canta la calandria, en julio porque el viento trae a la terraza de mi casa pétalos de amapolas. Y entonces siento el remo de San Ulises a mi costado. Si en ese instante alargase la mano, encontraría el remo sujeto con un estrobo de ilusiones al corazón.”

Alvaro Cunqueiro. Las Mocedades de Ulises

Bueno, así somos.
Bonitas tierras llenas de embrujo y leyenda, evocadoras a más no poder, aunque quizás mi norte esté en el sur.
¡Salud amigos!



sábado, 29 de junio de 2013

La ciudad asomada al mar

 ...o el mar asomado a la ciudad. Una antigua urbe industrial y portuaria, torres gruas, naves,barrios obreros de torretas grises, luego la zona vieja y el Casco Vello, un pequeño pueblo en medio de una ciudad  bulliciosa. La Ría, Los lunes al sol, La Piedra...

 


lunes, 24 de junio de 2013

El Fin del río...el inicio del camino

 
"Hubo un tiempo antiguo en el que río y hombre habitábamos la misma casa. Era grande, aireada y acogedora. Nosostros crecimos, reconociéndolo como dios, rio, padre, a veces cariñoso y otras colérico, y a acambio él nos enseñaba y daba cobijo.
Un día, alguien nos sugirió al oído que éramos el centro del universo, la medida de todas las cosas. Y la casa se nos hizo pequeña y nos alejamos dando un portazo.
Usar y tirar pasó a ser la consigna, mientras adorábamos a un nuevo dios; el progreso a cualquier precio.
Con los años la tierra se nos volvió incomprensible e inhóspita. Y comenzamos a soñar con lo perdido.
¿Continuará la llave en la maleta? ¿Estará la casa en la misma esquina? A hurtadillas mirábamos por las ventanas, y parecía habitada. ¿Se acordarán de nosostros?..."
Las aceñas. Zamora

 
Viejas ciudades castellanas, de recias piedras, de altos pináculos coronados de cruces donde anidan las cigueñas. Cuna de monjes, guerreros y héroes. Viejas tierras castellanas, donde aún vaga errante la sombra de caín... y sin embargo tan habitables, civilizadas y próximas a la medida humana.
Encrucijada de pueblos, culturas y lenguas; Ciencia, arte, naturaleza y poesía. El viejo Douro a su paso por Zamora.

¡Salud amigos!




Las Escuevas

Los conozco desde siempre, desde que yo era un niño y ellos unos muchachos, cuando aún se respetaba a los viejos y el que los mayores te echaran del campito de fútbol no suponía un drama ni nada parecido, simplemente eran los mayores y sanseacabó el asunto.
Los recuerdo viviendo en aquellas Cuevas de la Sombra que desde la casa de Morenito, cuando aún no existía el puente de Los Gallos, a la tienda de Pedrín, era el lugar de juegos de cientos de zagales que entre clases de colegio, ayudas a los padres y correrías por el río, llenaban de alegría y jolgorio aquellas calles de ensueño. Eran Las Cuevas de La Sombra...y Las Cuevas del Sol, lugar de juegos sin igual de un Setenil inédito de risas y travesuras infantiles.
No hace mucho los vi juntos a los dos, a Cristóbal y a Miguel, quizás de los más venteranos de aquellas turbas de niños, dos de los capitanes de aquellos tercios de zagales que correteaban ufanos y gallardos por Las Escuevas.
- ¡Qué os gustan Las Escuevas! Les interpelè mientras tomaban un café.
- Los calices siempre vuelven a los tajos donde nacieron, me responde Miguel.
Hoy, ni Cristóbal ni Miguel viven en sus Cuevas de la Sombra, pero yo desde luego asocio su imagen a la de aquella calle de mi niñez donde venía a acabar el pueblo, a la de aquellos pisos de piedra y tierra donde se terminaba el asfalto, a la de la pasarela de madera y la escarelilla de piedra que desde el río subía hasta el bar de Calvente.
Ver juntos aquella mañana a esos viejos escueveños me devolvió por unos instantes a mi infancia.

Como una caja de zapatos

Perdonen ustedes, pero hay veces que todo se te hace como más pequeño... encajonado es la palabra que yo usaría. Nuestra vida se ve encorsetada entonces por una estrechez de miras que nos da una visión limitada de la existencia.
Puede que no nos demos cuenta de que a nuestro mundo es mas grande de lo que se ve desde nuestra ventana, o nuestro balcón o nuestra terraza, que hay más gente en el mundo que nuestra familia o nuestros compañeros de trabajo. Otras gentes, otras maneras de hablar, de pensar, de ver la vida en definitiva.
Quizás sea hora de salir, de romper esa caja de zapatos con la que nos hemos enterrado...es hora de tomar el aire fresco.
¡Salud amigos!

lunes, 3 de junio de 2013

Historias de verano: La marca Setenil

No, hoy no pienso extenderme en la nebulosa de un amanecer setenileño, ni en la belleza dramática de unos cielos cárdenos que se pintan allá por Acinipo. Tampoco vamos a hablar de tajos y pitas, ni de aquellos monstruos y fantasmas que ya sólo moran en nuestra imaginación. Hoy vamos a viajar hasta Sevilla, la dorada ciudad que emerge radiante y eterna a orillas del Guadalquivir y que a estas alturas del calendario, pasada ya la exaltación de una esplendorosa primavera de palios y farolillos y finiquitados los faustos del Corpus, parece entrar en un letargo, un sopor estival del que sólo saldrá para cuando La Virgen de los Reyes.
Nos dirigimos ahora a un barrio cualquiera, el Parque Alcosa, uno que conozco bien. Amplias avenidas delimitadas por altísimos bloques de colores; los blancos, los amarillos, los verdes, los azules, locales comerciales, bares y cafeterías. Se ve que es un barrio alegre y bullicioso pero a estas horas de la tarde (son las cuatro) y con el calor, está vacío y solitario.
Ahora se oye el inconfundible sonido de una persiana metálica, como una carraca. Imaginamos que algún comercial sale de su negocio. Efectivamente, un hombre de mediana edad, bien vestido se afana, en cuclillas, en echar las llaves del cierre.
Le abordamos
- Buenas tardes
- Buenas tardes amigo. ¿qué se le ofrece? Contesta con gesto adusto.
- Aquí que venimos haciendo un cuestionario a los comerciantes sevillanos…y lo hemos visto a usted y…
- Deberíais haber venido esta mañana, que estaban todos los locales abiertos. Ahora casi todos tenemos el horario de verano y cerramos a las tres, lo que pasa es que yo me he entretenido haciendo unas cosillas…ya sabe, con la calor.
- Claro, claro y… ¿Cómo va el negocio?
- ¿El negocio dice? Pues mal. La crisis, que no hay trabajo. Yo me defiendo, pero hay muchos que han tenido que cerrar.
- Lógico. El comerciante se incorpora y se atusa como puede las arrugas del pantalón. Impecable el hombre, el clásico comercial sevillano. Pues eso amigo, continúo, que venía indagando sobre las preferencias vacacionales de los sevillanos, y si a usted no le importa le podíamos hacer unas preguntitas.
- Usted dirá
- Verá…usted ¿es el gerente de esta ferretería?
- Si eso, el gerente.
- ¿está casado?
- claro, y con dos niños
- Esa era la otra pregunta. ¿su mujer trabaja?
- Sí, en una tienda de moda flamenca que hay en la calle Francos, que entró allí cuando éramos novios y ya van para treinta años.
- Estupendo, y ¿dónde pasan ustedes sus vacaciones? Entonces el hombre se hace el interesante y sonríe.
- Bueno verá, en casa somos mucho de Matalascañas, que todos los veranitos, a mediados de julio nos cogíamos unos quince días y alquilábamos un apartamento al lado de la playa, pero ahora nos hemos comprado una casita en el Ronquillo, para invertir los ahorrillos. Allí se está de lujo, que todos los de la urbanización somos de Sevilla y parece que estamos en el barrio. Por la mañana la cervecita y el pescaíto y por la noche a tomarse un helado en el paseo…en fin. También nos gusta el Rocío, y todos los años nos gusta hacer el camino con la Hermandad de Coria, que es donde está mi cuñado, pero este año con la crisis… ya sabe, sólo hemos ido cuatro días, ver la Virgen de salir y poco más.
- Y ¿hace usted alguna salida esporádica fuera de Sevilla?
- ¡hombre claro! Los fines de semana, los puentes, y en Semana santa y feria aquí, por supuesto, pero luego nos gusta salir a los pueblecillos.
- ¡ah! Muy bien. Y ¿Cuál fue su última salida?
- Pues cogimos el coche y nos fuimos a la Sierra de Cádiz. ¿ha estado usted por allí?
- Alguna vez, y el hombre prosigue:
- Grazalema, Olvera… y no me acuerdo de más, bueno sí, un pueblo muy chiquito que se llama Setenil. Setenil de la Vega, de la Ladera, de la sierra o algo así. ¿lo conoce?
- ¿Setenil? Bueno algo
- Pues sale mucho en la tele, en el Canal Sur y todo eso. A mí desde luego ya no se me olvida el pueblo ese. Y hace el hombre un gesto raro con la boca. Entonces me agarra el brazo y me lleva a la sombra de una acacia que verdea a escasos metros.
- Verá, prosigue, el pueblo es bonito, y muy raro con esas cuevas y esas casas metidas debajo de las piedras, la iglesia, el castillo…ya sabe cómo son esos pueblecitos de la sierra, pero este en concreto es digno de ver… aunque… entonces el comerciante levanta los brazos y hecha el tronco hacia atrás. ¡qué cosa más difícil de pueblo! Primero te ves negro para llegar, que están todas las carreteras cortadas, y eso que tengo un buen coche, ¿sabe usted? Y me señala un todoterreno aparcado en una explanada de albero.
Yo porque mi mujer lo vio en la tele y se emperró en que quería ir a Setenil, que si no yo me hubiera dado la vuelta y cogido para Ronda o Ubrique, pero nada, ya sabe usted como son las mujeres.
Yo asiento con la cabeza.
- Entonces me meto en esas carreteras que están que dan pena, que si por aquí cortada, que un desvío por allá, y la que no está caída poco le falta, y nosotros sin saber a donde íbamos, que no había señales en ningún lado…
- ¿y llegaron a Setenil?
- ¡Claro! Mira, digno de ver. Un pueblo metido en un boquete hecho por el río. Todo blanco, con sus casitas, las cuevas, un poco sucio, pero muy curioso. Entonces me meto por una calle y ¡Ay amigo! Y hace el mismo gesto que antes. Lo que le digo; ¡qué pueblo más difícil! ¡qué cuestas! ¡sin saber donde aparcar! ¡qué calles más estrechas! ¿Ha visto usted mi coche?  Entonces me lleva a donde tiene aparcado el todoterreno.
- Estrenándolo que estaba no hacía mucho. El primer viajecito que hacíamos y mira… ¡qué calle! Que por allí no pasaba el coche. ¿quién me mandaría a mí meterme por aquella calle? Ni patrás ni palante, que no pasaba. Ni recogiendo los espejos, y todo el mundo mirándonos y uno que para la derecha y otro que para la izquierda y uno que le pone una rebeca para que no lo rayara, y mi mujer como un civil en el asiento del copiloto…y ese olor a embrague quemado. En fin, ¡qué le voy a contar! Fíjese usted que marca. El hombre me enseña un rayón de dos metros en el lateral derecho. ¡y estrenado el coche! Mira, mira que marca. La marca de Setenil que le digo yo. Menos mal que lo tengo a todo riesgo y la semana que viene lo llevo al taller de mi primo que es chapista.
El pueblo como le digo muy bonito, pero a mí desde luego no se olvida, más que nada por lo del coche. Luego ya nada me parecía bien, ni las tapitas que nos tomamos en un bar, una masita o algo así, que yo sólo hacía acordarme del rayonazo que le hice al coche…así que figúrese.
Y el comercial deja por fin de hablar y se queda pensativo y meditabundo mirando ese enorme desconchón. ¡Setenil! Y que no tenía ganas mi mujer de ir ni ná.
Así aprovecho ese momento de abstracción y me despido del hombre que debe tener la boca seca y ya tendrá ganas de volver a casa y relajarse después de su jornada de trabajo, y lo veo meterse en su todoterreno negro, flamante y casi nuevo, aunque con una enorme marca en el lateral derecho.
¡La marca Setenil! repito divertido. Y me quedo sólo por las calles de este barrio sevillano que con el paso de los años ya tiene solera y estilo propio, El Parque Alcosa, barrio de barrios, de amplias avenidas y altísimos bloques de colores. Encina del Rey, Las Tendillas, Bib-Rambla, Las Monjas. Busco entonces la sombra, que estamos en Sevilla y aunque aún no es verano el calor ya viene apretando.
La clase de brasa que me ha dado el hombre para contarme lo del coche, pienso para mis adentros.