sábado, 23 de agosto de 2014

Una correspondencia muy taurina. (Reedición)




Tío y sobrino, una bonita amistad y una afición común a la fiesta nacional. No sabemos quién es el primero que le envía la foto al otro, ni siquiera si una postal responde a la otra inmediatamente. Lo más seguro es que recibida por el tío la imagen de su sobrino disfrazado de esa guisa, tocado con montera y envuelto en el capote de paseo, este rebuscaría en los cajones un antiguo retrato de cuando hizo la mili para enviársela.
Toro negro azabache, bien armado y con trapío. El pase de pecho de impecable factura. Lo cierto y seguro es que ambos son los autores y destinatarios de esta especie de disparate.
En la primera, escrita en Pamplona a una semana de iniciados los San Fermines, ¡ojo! el protagonista con pañuelo al cuello, leemos lo siguiente:

"Se prohíbe reírse, peligra la vida del artista.
El que lo coja, para él y el que lo vea que se calle.
Con mucho cariño para mi tío José Villalón
Fdo: Alonso Tornay
Pamplona a 15 de Julio de 1955"



Su tío José, que no quiere ser menos, le responde:

"En prueba de mis últimas actuaciones, te mando esta foto,
pensando en volver otro día para que aprecies el valor de tu tío.
Fdo: José Villalón Ramírez"
Con guiños de complicidad que quizás sólo ellos conocían, estos dos setenileños compartían parentesco, una entrañable amistad y, además de su afición a los toros, mucha guasa y la sangre muy gorda. ¡Dos tíos flamencos!

Nota:
Alonso Tornay era sobrino de  Isabel Tornay Mariscal, esposa de José Villalón y hermana de Diego Tornay, importante miembro de Izquierda Republicana exiliado en Colombia.
Alonso, junto con sus hermanas Mª Teresa y Conchita, se crió en La Viña Alta, la casa de sus abuelos, sin su padre, ausente después de la guerra y su madre muerta prematuramente.
La amistad entre sobrino y tío político resulta de lo más entrañable, como el propio Alonso me contaba años después de la muerte de José,  mi abuelo.

Entrada publicada el 29 de abril de 2012.

martes, 19 de agosto de 2014

Setenil en la memoria

 
Se acaba de publicar en Imagina Setenil una entrada titulada Setenil en la Memoria, un ambicioso proyecto, abierto y en permanente construcción,  donde se espera compartir con todos el inmenso caudal cultural y nostálgico que significan las imágenes del pasado.
Nunca en Setenil se había hecho algo parecido. Ya veníamos avanzando que estamos viviendo una auténtica revolución en este aspecto, no sólo por la cantidad de material que se está aportando, sino por la calidad del mismo. Hemos pasado en dos o tres años de conocer únicamente el reportaje de los años veinte de Miguel Martín, a rescatar, datar, catalogar y editar correctamente las imágenes de fotógrafos de la talla de Campúa, Romero de Torres, Ortiz Echague, Tony Keeler, Andrada, Nicollas Müller y tantos otros, sin olvidarnos de nuestro Antonio Sánchez, auténtico fedatario de la vida setenileña durante décadas.
Pera además, como decimos, hemos cambiado el objetivo, hemos reenfocado la lente y miramos el mundo nostálgico de la fotografía con otra percepción; reitero lo de paisaje y paisanaje, Setenil y sus gentes, los hombres y mujeres que habitaron nuestro pueblo, que trabajaron, sufrieron y rieron aquí, Como dice el propio Pedro Andrades, Setenil en la Memoria pretende "recoger el latido de la vida cotidiana de Setenil en los duros años de la postguerra y la dictadura que marcaron la existencia de nuestros abuelos y de nuestros padres. Años difíciles, de supervivencia, de burros por las calles y harapos sin disimulos, de calles empedradas y casas sin agua corriente, de trabajos de sol a sol… y también de alegrías, porque, al fin y al cabo, fue el tiempo que nuestros mayores recordarán siempre con la nostalgia de la juventud".
Una anécdota que me gustaría compartir con ustedes. Juana Marín Ponce es una setenileña que vive en Madrid. Hace unos meses me aseguró que tiene en su casa una caja llena de fotografías y había dejado dicho a sus familiares que cuando ella faltase se desprendieran de la misma. Ella decía que ¿Quién querría esas antiguas imágenes llenas de gente en la mayoría de los casos hoy fallecidos? Yo la disuadí de esa idea y le expliqué que esas fotografías, esas gentes que salen trabajando, bailando o simplemente posando para la cámara son la memoria viva de Setenil, son lo que tenemos hoy para conocer la vida de entonces. Esas fotografías eran muy valiosas.
Ella me ha ido pasando gran cantidad de esta colección, esta que encabeza la entrada por ejemplo, donde un grupo de trabajadores realizan labores de trilla en el Manchón de Rosas. Mulos, carretas, trillos y esos cuerpos rudos y sufridos de las gentes del campo. Casi en el centro el que fue su marido, Antonio Bastida Reina, el único que no lleva sombrero y la claridad de la tarde ilumina su rostro. Otra imagen de postal, de un espacio físico de Setenil bien conocido por las encinas de la Mata de Vargas al fondo, los aperos de trabajo y sobre todo, como un elemento consustancial al paisaje, esos hombres jornaleros y trabajadores que son la misma imagen de la dignidad de las gentes del sur.
Por eso son tan importantes estas imágenes, porque nos hablan de un mundo de trabajo y esfuerzo, lejos de tópicos manidos y clichés impuestos.
Setenil en la memoria. Hoy todos los setenileños estamos de enhorabuena.

lunes, 11 de agosto de 2014

Una foto en el río (Reedición)


Rescatamos esta imagen "restaurada" y correctamente editada para disfrutar de una de las fotografías que más me gustan, tanto por motivos emocionales como por lo que nos cuenta: Un grupo de setenileños posando para el artista en el lecho del río. Atrás el puente de piedra que unía la Calle Ronda con las Cuevas del Sol, elemento arquitectónico hoy desaparecido por su salvaje destrucción en una de las actuaciones más lamentables que se han perpetrado contra el patrimonio artístico de Setenil.
Quizás esta imagen sea un ejemplo claro de lo que venimos llamando "paisaje y paisanaje", la conjunción de imágenes del pueblo con la de las gentes de que lo habitan o habitaron.
Hemos de reconocer que desde unos años atrás se viene dando una revolución en la publicación de fotografías de este tipo gracias sobre todo a la concienciación de que nada sirve tener estos añejos tesoros apolillándose en los cajones, que puede resultar mucho más gratificante compartirlas con todos nosotros sin que por ello haya que desprenderse de un querido recuerdo familiar. 
Por fortuna, fotografías como esta que encabeza la entrada nos están dando una imagen más nítida y cierta de Setenil, una ventana abierta al pasado donde vemos como era nuestro pueblo y cómo vivían sus gentes.

Siempre me ha gustado esta foto por su naturalidad. Es muy probable que un fotógrafo se pasara por el Horno de La Calle Ronda y se ofreciese a retratar a este grupo. Quizás quisiera pagar su pan con este trabajillo, o quisiera promocionarse entre la gente del pueblo, lo que está claro es la espontaneidad de la pose, una cigarrá en la ardua tarea diaria, con ropa de faena, alguno con delantal y todos sonrientes y expectantes, cuando un retrato era una cosa extraordinaria (Quizás pueda ser de los años 40, pues mi abuelo aún se ve bastante joven y la yegua parece la misma que otra con la que se retrata veinteañero).
De fondo, el antiguo puente de piedra, sobrio y recio, agarrado al tajo del que parece nacer, sobre un río primaveral y un lecho de cantos rodados. Antes, todas las casas que daban al río tenían su bajadilla, y esta foto está tomada justo en la de la antigua panadería. El río no era ese medio lejano que es hoy, ni esa cloaca en la que se convirtió posteriormente, sino un lugar más de Setenil, un sitio al que se podía acceder con facilidad para jugar, realizar algunas tareas domésticas, soltar animales o retratarse, como es el caso de esta bonita foto.
Lejos de lo artificioso de los retratos de estudio con corbatín y pose afectada, esta foto muestra un instante en la vida diaria de unos setenileños que divertidos se dejan plasmar para la posteridad, un momento robado en la vida de nuestro Setenil de posguerra.

Setenil Rural (12 de marzo de 2010)

El cielo desde Setenil (Reedición)

Con ocasión de la conmemoración el 10 de agosto del día de San Lorenzo, retomamos esta entradita de septiembre de 2010 donde al hilo de este maravilloso espectáculo que es la Lluvia de las Perseidas, rememoro unos hechos de mi adolescencia.
Después de finiquitada nuestra feria creo llegado el momento de relajarnos para recrearnos con el añorado silencio, y un consejo amigos, no dejad que las prisas os impidan disfrutar, aunque sólo sea por unos instantes, de este maravillo cielo estrellado que como un manto en la noche cubre Setenil.
 
 
El cielo desde Setenil
 
Me manda Juan Ignacio Marín un artículo donde da rienda suelta a una de sus grandes aficiones, la astronomía, un tema desde luego al que me acerco virgen e impoluto pues reconozco mi total ignorancia en la materia, aunque no por ello dejo de sorprenderme ante cualquier descubrimiento científico o la simple visión del firmamento en una noche estrellada.
En un blog como este, donde la mayoría de las veces nos dejamos llevar por el día a día, la anécdota o lo que los especialistas llaman la microhistoria, ver y conocer lo que hay sobre nuestras cabezas, en el cielo, más allá de lo que a simple vista se puede percibir, no deja de hacernos pensar en las banalidades de nuestro mundo y que nuestras alegrías y penas, nuestras disputas y querellas, son sólo un ínfimo átomo de polvo en la inmensidad del universo.
Recuerdo cuando jovencillo, quizás rondando aquellos maravillosos 18 años, cuando nos dio a un grupo de amigos por pasar la noche viendo la lluvia de estrellas, las famosas "lágrimas de San Lorenzo". Así nos fuimos al cementerio para subir al tejado de la emisora que está junto a la ermita de San Sebastián y acostarnos mirando hacia el firmamento dirección noroeste. Allí estábamos Antoñín, Pepe, Antonio María, mi primazo José, Blas, Fali desde luego y otros muchos. Las risas y las bromas se sucedían sin parar. Muchos de los mejores chistes que he escuchado en mi vida son de aquella noche.
Pronto, a eso de las dos de la madrugada comenzó la lluvia de estrellas. Al principio las contábamos y pedíamos deseos, pero luego, cuando aquel goteo constante empezó a convertirse en una verdadera catarata, simplemente nos callábamos y disfrutábamos del espectáculo. No creo que por aquel entonces alguno de nosotros conociera la explicación científica de ese fenómeno, pero desde luego estábamos sobrecogidos ante la maravilla de la que éramos testigos. Quizás, sin saberlo, nunca vimos las cosas tan claras y nítidas como en aquel instante.
Pasarán los años, y seguramente, para la mayoría de los que estuvimos allí, esa noche de verano fue sin duda una de las más mágicas y especiales de nuestra vida.
Así pues, con ustedes un viaje a las estrellas desde Setenil para dejarnos sorprender por la inmensidad del cosmos. ¡Os dejo pensando y con la fantasía volando!
¡Salud!
 
Ver entrada antigua:
El cielo desde Setenil : Setenil Rural

martes, 5 de agosto de 2014

Señora de negro sobre fondo blanco. Por Marefa Vilchez



Dice uno de esos tertulianos televisivos, catedrático de no sé qué asignatura en no sé qué universidad, colega de sus alumnos y optimista congénito, que no nos preocupemos por el lenguaje, que nunca se ha escrito tanto como se escribe ahora con la revolución de los whatsApp, así que dejemos al chavalerío en paz con nuestras neuras e historias, que bastante tienen ellos con no chocarse con las farolas de lo absortos que andan.
Dice un fotógrafo, profesional del photoshop y paladín de los pixeles, curtido en mil y una bodas y comuniones, que nunca se han hecho tantas fotos como en la actualidad...y nunca se han perdido tantas imágenes como ahora.
Las fotos de los móviles y los whatsApp son la quintaesencia de la inmediatez de esta vida nuestra. En un plis-plas unos chavales se hacen un selfie en el Mandalá delante de unas niñas y se la mandan al colega que se ha quedado en casa para darle envidia. Esa foto y ese mensaje tienen una actualidad de horas, quizás de días. A la mañana siguiente parece como algo borroso que ocurrió en la nebulosa del duerme vela, e inmediatamente viaja al limbo tenebroso de la oscuridad digital...el todo y la nada.
Nunca se ha escrito tanto y nunca se ha fotografiado más que hoy día, y sin embargo, como en un decorado de cartón piedra, ¡que vacío parece todo!
Yo, que no soy ni mucho menos un optimista congénito como ese tertuliano dicharachero, me enamoré de esta foto que encabeza la entrada desde el primer día. La autora es Marefa Vílchez, una setenileña afincada en Sevilla. Está tomada en el Cerrillo a finales de los ochenta  y en ella podemos ver a Ana, una anciana entrañable, sentada en el umbral de su casa.
Puede que Ana sólo tratase de taparse los ojos de la claridad del sol, aunque a mí me parece la misma imagen de la abnegación, como si hubiera alcanzado la inconsolable firmeza de un hecho cierto, puede que un asunto trivial, quizás la constatación insondable de que la vida ha pasado como un caballo a galope...y al fondo se ve el mar.
Marefa comprendió que algo estaba pasando y tuvo la habilidad de ralentizar el momento y plasmar el instante mismo de una fotografía de verdad. Por eso esta imagen es distinta, diferente, original, sin poses ni afectaciones, sin teatralidad, libre de artificios y trampantojos. La fotógrafa ha parado el tiempo para atrapar el alma de la anciana y traspasar de esta manera el mero hecho de lo utilitario.
Nunca sabremos que pasaba en esos momentos por la cabeza de Ana, pero mucho me temo que nada que nos resulte ajeno, nada que algún día, como un fantasma, no nos asalte a nosotros mismo en el desvelo de una noche oscura.
Por eso esta foto es atemporal y profundamente humana, dueña además de una extraña belleza que nos cala en las entrañas.
Quizás por ahí podamos empezar a deshilachar el concepto de lo que significa el Arte. 

Nota: Gracias a Marefa Vilchez por compartir esta imagen y a Pedro Andrades (el hijo de Pedrín) por recuperarla.
¡Salud amigos! y ¡buena Feria!