viernes, 30 de noviembre de 2012

Imágenes de la mili

De las fotos antiguas que puede haber en una casa, junto con las de la boda, la comunión de los niños y alguna que otra celebración, aparecen casi seguro las de la mili, al menos esa obligatoria con la que se preparaban las cartillas militares que eran como el DNI del soldado mientras hacía el servicio.
En este caso presentamos unas cinco imágenes de José Villalón Ramírez, que hizo la mili en el Cuartel de Artillería de Granada entre los años 1937-1939 aproximadamente, pues no tengo claro las fechas exactas.
Pese a hacer el servicio durante la mitad de la Guerra Civil, Jose Villalón no participó en los acontecimientos de la sublevación militar del 18 de julio ni la caída de la ciudad en manos golpistas, acciones en los que el Regimiento de Artillería tuvo un papel tan destacado. El inicio de la sublevación lo vivió José en Setenil, lo cual no significaba que estuviera exento de peligro ya que estuvo a punto de perecer en dos ocasiones, primero cuando lo subieron al camión de los que iban a ser fusilados y otra en manos de los moros que entraron en su casa al olor de las hogazas de pan que se horneaban en el horno de su padre. En ambos casos salvó el pellejo por muy poco.
Una nota curiosa; en la serie Lorca, muerte de un poeta, salen varias escenas del Cuartel de Artillería durante el alzamiento militar en Granada, así como figurantes vestidos con ropa militar idéntica a estas que se ven en las imágenes de camisas y los pantalones bombachos con zapatos abotonados hasta el final de la pantorrilla.
En este pequeño reportaje podemos ver algunas instantáneas de la vida militar de este setenileño en el que me llama la atención la capacidad que tienen los jóvenes de disfrutar y sacarle partido a la vida pese a las adversidades. Como hemos escuchado en numerosas ocasiones, la mili casi siempre resultaba algo fastidioso y traumático para el recluta pero, por regla general, siempre nos quedamos con las cosas buenas, entre ellas la camaradería entre compañeros. Desde luego, una capacidad extraordinaria del ser humano.

Simpática imagen donde lo vemos rapado al cero junto con un compañero, según me contaron por hacer el saludo militar en vez del romano a un jerarca falangista que visitó el cuartel
La clásica foto en plan guaperas, con el gorrito ladeado, para mandársela a la novia que lo aguardaba en Setenil
El segundo de abajo si miras desde tu izquierda, tocado con un sombrero. En alguna maniobra o acción de cambate. Al fondo una pieza de artilleria o bateria y un menda haciendo el paripé. hasta en la guerra había tiempo para hacer el pipa.
Foto de archivo del antiguo Cuartel de Artillería de Granada
El primero por tu izquierda sentado. Quizás en esta imagen haya más gente de Setenil, pues siempre escuché que hicieron la mili en Granada muchos paisanos durante la guerra.
Junto con sus padres, Bartolomé Villalón Aguilera y Filomena Ramírez Salas, orgullosos de su hijo mientras luce tan pincho el uniforme militar. En la correa y el gorrito podemos apreciar el emblema del arma de artillería

viernes, 23 de noviembre de 2012

Setenil en el Semanario Pintoresco Español


En alguna otra ocasión hemos hablado en este blog de la representación de la toma de Setenil por los Reyes Católicos en la sillería de la Catedral de Toledo, junto con el resto de plazas que fueron tomadas en el contexto de la Guerra de Granada y la conquista del reino Nazarí.
En una digitalización del Semanario Pintoresco Español de 2 de Septiembre de 1855 podemos encontrar un excelente dibujo que copia el original en madera así como una explicación más o menos significativa del mismo. El ejemplar, dado su antigüedad de más de 150 años, puede resultar una joya en si mismo, pese a que la información que aporta es más bien justita. Así se puede leer en el texto:
Bajo relieve De la sillería baja en el coro de la catedral de Toledo, que representa la rendición de la villa de Setenil en el Reino de Granada.
Uno de los monumentos artísticos é históricos de los muchos que encierra la catedral de Toledo, primada de las Españas, es sin duda la bella sillería baja en el coro. Los respaldones de dicha sillería representan las plazas fuertes tomadas a los moros por los insignes y memorables reyes Católicos D. Fernando é Isabel, sin duda para perpetuar tan grandes hechos de armas. Esta sillería baja es de nogal y de estilo gótico, y empezó a construirse en el año 1493 bajo la dirección del artista Maes Rodrigo, y se concluyó en tiempo del célebre cardenal Cisneros. Es notable además de que constituye un poema mudo y sublime de nuestros gloriosos hechos de armas, porque dicha sillería encierra un rico y bello depósito para el curioso, y artista, en trajes, ceremonias militares y armas, en el siglo XV. En el año 1484 se puso sitio a la villa de Setenil por los cristianos, situada sobre un peñasco escapado é inexpugnable, porque en vano se había intentado tomarla en épocas anteriores. Habiendo sido de poco efecto el resultado destructor de las lombardas y otras piezas de batir (que comenzaron a usarse en España por los reyes Católicos), contra la dicha villa, púsose a dirigir el marqués de Cádiz por si mismo los tiros, consiguiendo apostillar las puertas y abrir una brecha tan grande que obligó a los moros a rendirse. El dibujo que va al frente, representa el acto de hacer la entrega de la villa al rey Católico, el alcaide moro que rodilla en tierra, con sumisión y respeto quitándose el turbante le entrega las llaves (1). A este le acompañan algunas gentes de la guarnición, y un pajecillo le está teniendo el caballo. El rey se muestra a caballo con su cetro en la mano, llevando a su derecha al gran cardenal Mendoza, a su izquierda un personaje que lleva una cruz tremolada, y gran séquito de caballeros y soldados con sus lanzas levantadas.
(1) Este bajo relieve está algo deteriorado, faltándoles las guardas de las llaves que entrega el moro, parte del cetro del rey Católico, las bridas y algunas otras cosillas”
Como siempre los Hermanos de Las Cuevas salen al rescate y dedican en un artículo de su monográfico, titulado “Testigo en madera”, unas notas explicativas de la obra siguiendo siempre los textos de Juan de Mata Carriazo en “Los relieves de la guerra de Granada en el coro de Toledo”. Archivo Español de Arte y Arqueología. T. III. 1927. “...La conquista de Setenil ha quedado fijada para siempre en un tablero de madera de 56 cm de ancho por 37 de alto, nada menos que en la catedral de Toledo. Se concertaron con un tallador alemán por 10000 maravedises la silla, (y aquí difieren con el semanario) en 1489, o sea, con cinco años de diferencia de la toma de Setenil...”
Sigue la crónica del manual ahora en palabras del propio profesor Mata Carriazo:”...ante los fuertes muros de Setenil, tras los cuales asoman algunas casas de la ciudad, avanza la plana mayor de la caballería cristiana. A la cabeza marcha Don Fernando, cubierta la armadura con rico y cumplido ropón, con corona y al cuello un pesado collar. A su lado, en primer término, el cardenal Mendoza, con las ropas de su dignidad, cabalga en una mula de cola corta y orejas erizadas. Dialoga con el cardenal un musulmán de distinción, cadena al cuello. A la izquierda del Rey, también adornado con su collar, el Marqués de Cádiz. En segundo término, la cruz y el pendón real. Detrás una masa compacta de caballeros. Por la puerta de la ciudad salen a rendirla sus jefes. El primero, ha dejado el caballo, que un peón sujeta la brida y, rodilla en tierra, destocado, presenta a Don Fernando las llaves de la plaza. Detrás del alcaide, otros moros, todos ellos cubiertos, no con turbantes, sino con una especie de gorro o bonete con el que luego se representaría a los moriscos. En lugar visible el nombre de la plaza: Setenil...”
En el mismo texto se apunta que el jinete que prepara el caballo podría tratarse del moro que tiene la misión de comunicar a Ronda la toma de la villa y la solicitud de asilo para sus pobladores, quedando en prenda cuatro rehenes de entre los principales moros, tal como apunta Mosén Diego de Varela en su Crónica de Los Reyes Católicos: “E venido el mensajero, el martes que se contaron veinte e uno de septiembre, se entregó la villa al Rey”
Nos sirven estos dibujos y textos para conocer mejor a los protagonistas de los hechos que se relatan, las ceremonias, los usos militares y políticos y quizás las armas y ropajes de la época, aunque la información que puede aportar para conocer mejor aquel Setenil recién tomado por los cristianos sea escasa pues la ciudad representada tiene poca similitud con lo que podríamos entender sería la villa en aquellos entonces, pero no cabe duda de que el dibujo tallado en recia madera de nogal personifica una instantánea más o menos fidedigna de la toma de Setenil por los Reyes Católicos, quizás el hito más significativo de la historia de nuestro pueblo.
Fuentes:
Semanario Pintoresco Español de 2 de Septiembre de 1855. Biblioteca Nacional.
Setenil de las Bodegas. Hermanos de las Cuevas
“Los relieves de la guerra de Granada en el coro de Toledo”. Archivo Español de Arte y Arqueología. T. III. 1927. Juan de Mata Carriazo.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Setenil por Enrique Romero de Torres

En cierta ocasión tuve la oportunidad de visitar la casa de un conocido. Aquella vivienda parecía un museo; cuadros antiguos de marcos barrocos, jarrones, dorados, una colección de soldados de época y toda clase de antigüedades entre las que llamaba la atención una espada de húsares que colgaba de la chimenea.
Me enseñó este conocido un arcón lleno de fotografías y documentos que sólo pude ojear de soslayo pero donde pude distinguir la imagen del altar mayor, una casulla medieval y otros tesoros de la iglesia, precisamente esas que hemos conocido tras la digitalización del Catálogo de los Monumentos de la Provincia de Cádiz, aunque no recuerdo el resto del reportaje.
Mi anfitrión me habló del trabajo de Enrique Romero de Torres en Setenil y me comentó que tenía todas las fotos, pero me dejó con la miel en los labios cuando cerró la caja aduciendo que ya saldrían a la luz a su debido tiempo.
El poder disfrutar del reportaje completo que hiciera en aquel lejano 1907 Enrique Romero de Torres cumple una aspiración que tenía desde hace tiempo. Miguel Martín, Campúa, Antonio Sánchez, Nicolas Müller, Ortíz Echague y tantos otros dejaron constancia de un Setenil en blanco y negro que hoy nos parece como de postal. Las imágenes de Enrique Romero de Torres nos retrotraen a un pasado remoto, a una época que hoy ni tan siquiera podemos imaginar.


El Callejón y la puerta de la Justicia que sustenta La
Casa Consistorial y Antiguo Ayuntamiento. Hombres,
mujeres y niños. Al fondo una claridad impactante.
Cualquier imagen retrospectiva nos puede dar mucha información, son como una ventana abierta al pasado, desde el reportaje periodístico de Campúa tras las huellas del Vivillo, que bien hacía válido ese principio de que más vale una imagen que mil palabras, a esas panorámicas técnicamente perfectas de Miguel Martín. Postales, póster, auténticas obras de arte como las “casas bajo las rocas” de Müller, donde se pretende constatar la belleza del lugar y el genio de aquel que sabe plasmarla con su cámara.
Las fotografías de Romero de Torres adquieren sin embargo otra dimensión; Arcos de medio punto, sillares, suelos empedrados, casas bajo las rocas, y lo que es más importante: centenares de personas bajo esos tajos y piedras, niños, calles atestadas de gentes, tipos que parecen salidos de escenas y dibujos costumbristas, los hijos del romancero de los que hablaban las crónicas y poemas medievales.
Bajo mi punto de vista, estas imágenes de Setenil que aparecen en Catálogo de los Monumentos de la Provincia de Cádiz hay que enmarcarlas dentro del contexto artístico del momento, aquella visión retrospectiva al pasado que significó el 98.
En aquel año de 1907 en el que fue realizado el trabajo, aún suenan los ecos del gran desastre político militar de finales del XIX donde España pierde sus últimas colonias de ultramar; Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Era la constatación de que aquella nación imperial, faro de occidente, era una mera ilusión que quizás había impedido una regeneración a todos los niveles de la vida pública y por ende, un progreso económico y social que lo equiparara al resto de las naciones europeas.


 
Las Cuevas de la Sobra, un hostal y una Tasca quizás.
Resulta curiosa la evolución de las cosas

Los intelectuales españoles de principios de siglo, impactados quizás por el fracaso y pesimistas respecto a la realidad, inician un viaje retrospectivo al pasado de España y por consiguiente a lo que parece ser el germen y núcleo de la misma; Azorín viaja en destartalados vagones para conocer los lugares donde la prodigiosa imaginación del inmortal Cervantes fabrica a Don Quijote, Machado coquetea con la poesía modernista hasta volver su vista a los yermos campos castellanos por donde cruza errante la sombra de Caín, Unamuno desentraña los aspectos filosóficos de la literatura clásica española, Valle-Inclán crea un mundo onírico de damas y caballeros antes de volver el mundo del revés con su esperpento. Pío Baroja y sus cuentos vascongados de leyendas medievales, Zuloaga pinta campos ocres bajo cielos grises donde vuelven a aparecer los enanos y bufones del Buscón, hidalgos, porqueros, pícaros y seres deformes, el mundo en su Fiesta del Pan, las viejas ciudades castellanas, toreros, clérigos, cristos crucificados, santos, místicos y los demás tópicos de aquella España febril y heroica, orgullosa y decadente a la vez.
Las imágenes de Setenil que nacen de la cámara de Enrique Romero de Torres entran de lleno en esta dinámica retrospectiva e intimista. No buscan la idea general y meramente panorámica pues se centran en los detalles, lo particular, lo diferente y quizás en lo grotesco. Busca sin duda el autor aquello que era España hace siglos, cuando el romancero cantaba las proezas de otros tiempos, las guerras y disputas, las grandezas y las miserias, el alma de una nación y lo busca en los lugares donde aún se conserva su esencia, donde parece emanar de las piedras, los vetustos edificios y las gentes que moran en ellos.
Las imágenes de este reportaje sin duda obedecen a una labor científica de catalogación de tesoros, pero no buscan una imagen real de aquel pueblecillo perdido en la Sierra de Cádiz, el autor es incapaz de prescindir de su vena artística para plasmar un decorado ciertamente irreal, los ecos de un pasado remoto y se fija en aquellos aspectos que incluso por aquellos entonces ya debían resultar pintorescos para el observador cosmopolita.
Pienso, y es desde luego mi opinión, que estas imágenes de Setenil de Enrique Romero de Torres, inconscientemente quizás, son una búsqueda por parte de su autor de un mundo pretérito y perdido, los ecos de un pasado que ya por aquel lejano 1907 había dejado de existir.



Don Enrique plasma desde Las Cuevas
del Sol  a estos paisanos
posando para la cámara bajo los tajos de
Las Cuevas de la Sombra. Hombres y mujeres
aparecen como un coro en el graderío de un teatro. 

Cuestión de confianza

Seguramente habréis oído muchas veces que antes, cuando dos hombres acordaban algún asunto y se estrechaban las manos era como si hubiesen firmado el más solemne de los contratos y las estipulaciones del mismo se llevaban a cabo tal como se había hablado.
Conozco el caso de un buen hombre que se arruinó por cumplir las cláusulas de un acuerdo verbal, condiciones que no pudo consumar y cuyas consecuencias debió soportar con su hacienda. Su mujer e hijos le imploraban que no siguiera adelante pero todo fue en vano.
Empeñó su palabra y eso para él era sagrado. Estaba en juego su hombría y honor. ¡Un simple estrechón de manos!
En otra ocasión una familia estaba pasando una mala racha económica y el padre de familia se vio en la obligación de pedir ayuda a un primo al que además le unía una buena amistad. Este, que si bien no era un hombre rico, no se encontraba en una mala situación dada la necesidad que había por aquel entonces, así que le cedió por tiempo ilimitado el uso y disfrute de una huertecilla hasta que la cosa remontara.
Contaba aquel hombre como de la tierra pudo sacar el sustento para alimentar a su familia hasta que al cabo de un tiempo mejoró la situación económica.
En aquellos entonces las casas de Setenil lucían con las puertas abiertas, sin temor por parte de los propietarios a que ningún amigo de lo ajeno entrara y te dejara con lo puesto.
Estaba un niño jugando en la Huerta Grande, entre los nogales que hay en la carretera de Setenil a Torre Alháquime cerca de Trejo, cuando dos hombres forasteros que pasaban en moto por la carretera paran junto a él:
Niño ¿de quién son las ovejas?
Son de mi tío, le responde asustado el crío
Pues búscalo y dile que queremos hablar con él.
El niño corre a buscar a su tío y le dice que dos hombres muy extraños están esperándole en la carretera.
¿Que desean?
¿Quiere que le esquilemos las ovejas?
El hortelano les echa un vistazo a las ovejas y piensa que no les vendría mal que le aligeraran el peso, así que asiente con la cabeza. Los dos hombres se ponen manos a la obra y dejan a los bichos en cuero picado.
Cuando terminan, el paisano les pregunta cuanto quieren y los dos forasteros le dicen que no quieren dinero, que se conforman con un plato de esa olla que huele en la cocina. Cuando terminan de comer el hortelano les regala además dos mil pesetas.
¿Volveremos a vernos en situaciones parecidas e esa en la que una persona hace un trabajo sólo por la comida? No lo sabemos, pero el caso es que falta una cosa que antes era moneda de uso común; la palabra, la confianza en tus congéneres. ¿Qué podemos esperar de una sociedad donde el granujerío es permitido e incluso aplaudido? ¿Cómo podemos confiar en aquellos que hemos elegido para que nos representen sin ellos mismos son incapaces de cumplir sus promesas? ¿Cómo se puede trabajar si en la mayoría de los casos un contrato es papel mojado, si el poderoso sigue ejerciendo su poder omnímodo sobre los demás? ¿Si la entrega de un pagaré sin fondos como pago, por ejemplo, no conlleva un castigo para aquel que lo ha emitido?
 Hoy día, pese a que casi todo queda grabado, las palabras se las lleva el viento. Nada más falso e inocuo hoy día que la publicidad con la que nos bombardean a diario, que las palabras con las que se llenan la boca aquellos que están encomendados a sacarnos del atolladero en el que nos encontramos. Desde luego que parece como si nos hubiéramos acostumbrado a vivir en un estado permanente de desconfianza y recelo, donde nadie se fía de nadie. ¿Quién se arruinaría hoy por cumplir su palabra? ¿Quién cedería parte de sus rentas para que un pariente no pasara necesidad? ¿Quién permitiría hoy que dos forasteros entraran en tu casa y compartiera con tu familia mesa y mantel?
La verdad es que no sabemos muy bien como evolucionarán las cosas en los tiempos que están por venir.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Juan el de la Residencia



A eso de las diez, Juan sale de la residencia y comienza su ruta por los bares y comercios de Setenil. Conoce a todo el mundo por su nombre aunque se hace un lío con los parentescos. ¡¡¡¡¡¡holaaaaaaaaaaaaa!!!!! Su grito de guerra. Simpático y amable te da los buenos días y  pregunta si quieres hoy el periódico. Juan te cuenta algún cotilleo para abrir boca y pone verde a alguno que se le haya cruzado por el camino
¿Te traigo el de la mujer en cueros?
Juan se aleja cantando a viva voz María de la O, esa que era tan desgraciaita teniéndolo tó.
En la siguiente casa que se pare posiblemente me haga un traje a mí, Juan es así, que le vamos a hacer. Juan el de la residencia es un mariquita de Cádiz que por avatares del destino a acabado en Setenil. Muchas veces, añora su Tacita de Plata y entre suspiros te habla del Barrio de la Viña y la plaza de las Flores, pero por nada del mundo dejaría este pueblecito de la sierra donde parece haber caído en lana.
Al ratito, si su vagabundeo casa por casa, sus marujeríos y cotilleos no le entretienen mucho, nos trae el periódico. En la contraportada viene una muchacha ligerita de ropas y Juan nos cuenta que así salía cuando de joven trabajaba de cabaretera en Las Palmas.
Me salían los novios a montones, dice.
Algunas veces, si le invitas a un cafecito, te cuenta algo de su vida, sus alegrías y sus penas.
Yo es que he pasado mucho, ¿sabes niño?
Nos habla de un novio que tuvo, un marino americano, que lo maltrataba. Me pegaba, pero yo lo quería mucho.
Si eres de Setenil no hay duda de que lo conoces, si eres de fuera y te llegas por el pueblo te resultará fácil reconocerlo, simpático y alegre, casi siempre va cantando alguna coplilla antigua. Ahora se ha operado de cataratas. Si le preguntas como le fue, se quita sus gafas de sol imitación de Dolce&Gabana y te mostrará sus nítidos ojos azules, añiles y marinos como el agua de su Tacita de Plata.

viernes, 9 de noviembre de 2012

Huesos

Aunque con una semana de retraso, no me resisto a escribir algo sobre este clásico de otoño que representa en nuestro blog el especial de santos y difuntos, sobre todo después de leer el excelente artículo de Historia y Numismática donde se da un repaso a las costumbre funerarias de los romanos. No deja de resultar singular ese culto a la muerte inherente a todas las culturas humanas, pasadas o presentes, ese morbo que representa la contemplación de la muerte, bien como algo bello, tenebroso o simplemente grotesco.
Al albur espirituoso de efluvios etílicos un paisano me llama para que me acerque a él. Tapándose la boca con la palma de la mano, mirando de soslayo al personal que indiferente observa la escena, como si me tuviera que contar el secreto del hallazgo del Arca de la Alianza, susurra en mis oídos:
Me han dicho que te gusta la historia.
Bueno, algo
Yo es que tengo libros, ¿sabes? Leo y conozco algunas cosas viejas que pasaron en Setenil. Evidentemente a estas alturas de conversación ya ando yo algo intrigado, así que le meto los dedos para ver si el prenda suelta eso, prenda.
Yo conozco algunas historias de cuando mi abuelo y el abuelo de mi abuelo, que me las han contado y luego que tengo libros y leo, porque yo aunque no tenga estudios tengo cultura.
Cultura y una borrachera del quince, pienso yo, pero bueno, es lo que hay.
En la iglesia había huesos, ¿sabes?
¿huesos? Pregunto yo...la cosa promete.
Trabajando en la iglesia, continua el paisano, levantamos un día la solería y ¿sabes lo que encontramos?
¿Huesos? respondo yo. El otro se hace el sorprendido;
Efectivamente, huesos humanos, de mayores, muchos de niños, unos con ropa, incluso algunas calaveras aún tenían pelo. Abrimos un nicho y la peste era insoportable, aquello estaba fresco ¿sabes? Continúa su relato este hombre como si contara el mayor de los arcanos, el misterio de los misterios, nervioso, en voz baja, casi inaudible como si estuviera desvelando un secreto insondable. Sus ojos inyectados en sangre, quizás por los vapores etílicos, se movían nerviosos de un lado a otro, como si trataran de detectar a un posible delator de entre aquellos que nos rodeaban.
Traté de comentarle a mi amigo la costumbre antigua de enterrar a algunos privilegiados en los bajos de las iglesias, como señal de distinción, incluso le hablé de los cementerios intramuros de las viejas ciudades medievales. De hecho en La Torre y Olvera aún se ven a la luz los restos de camposantos junto a la iglesia y el castillo y en Setenil es innegable.
Huesos de difuntos, carabelas, niños, todos juntos y de aquellos nichos salía un hedor insoportable, como si hubieran muerto hace unos días, sigue como si no me hubiera escuchado. ¿Fosas comunes? Le aclaro yo.
Eso, eso, fosas comunes, todos juntos y aún olían a muerto. Luego llegó la persona que dirigía los trabajos, nos dijo que sabía lo que había pasado...”con la iglesia hemos topado” concluyó. Nos ordenaron que recogiéramos aquellos huesos en sacos y los echáramos en una cuba. ¡una cuba llena de sacos de huesos! sin respeto ninguno. Cualquiera sabe lo que allí había pasado.
Pese a buena borrachera, el testimonio de este paisano de deja de ser sorprendente; Restos de huesos en los bajos de la iglesia, nichos de hidalgos y sus familias, quizás alguna fosa común, puede ser, junto a la iglesia estaba el Hospital de Santa Catalina. Más extraño es desde luego lo del hedor, quizás provocado por la humedad y los gases acumulados en aquellos bajos, vaya usted a saber, no podemos ni siquiera imaginar que fueran relativamente recientes como insinuaba mi interlocutor. Lo de meterlos en sacos y echarlos a la basura ya me suena peor.
Hace años vi un documental sobre un reino perdido en las arenas del desierto de Gobi, una ciudad, antaño rica y próspera, en los confines de la ruta de la seda y de la que hoy día sólo quedaban sus piedras. Después de las excavaciones pertinentes, los arqueólogos chinos descubrieron las momias en perfecto estado de conservación de familias enteras, de tal manera que aún se distinguían sus rasgos faciales pudiendo asimilar su parentesco a simple vista. Fueron enterrados hacía milenios con sus lujosos ropajes y ajuares.
En las piedras había dibujos e inscripciones; árboles, animales, ríos, y plegarias que pedían un viaje placentero al más allá. Para aquellos nobles antiguos, el mayor de los regalos sería el permanecer todos juntos para la eternidad en aquellas arenas del desierto, protegidos de los saqueadores y el paso inexorable del tiempo por las temperaturas extremas. Nunca imaginaron cunado vivían que miles de años después unas manos extrañas los sacarían de sus moradas ancestrales para llevarlos a un museo de Pekín.
Al menos estas momias tuvieron suerte, pues fueron tratadas con respeto y veneración científica y posiblemente aún descansen juntas, pero ¿que ha pasado con los restos de esos setenileños de épocas pasadas? un saco, una cuba y a la basura. Ahí queda su lejano deseo de descanso para toda la eternidad, su “requien in pacem”. No se ustedes, pero al menos en mi caso lo que hicieron con aquellos huesos venerables me produce cierto desasosiego, una falta de respeto inconmensurable para aquellos que nos precedieron.
Quizás en esta sociedad en la que vivimos, tan racional ella, no haya lugar ni tiempo para pensar en el mayor misterio de la vida.