jueves, 22 de noviembre de 2012

Setenil por Enrique Romero de Torres

En cierta ocasión tuve la oportunidad de visitar la casa de un conocido. Aquella vivienda parecía un museo; cuadros antiguos de marcos barrocos, jarrones, dorados, una colección de soldados de época y toda clase de antigüedades entre las que llamaba la atención una espada de húsares que colgaba de la chimenea.
Me enseñó este conocido un arcón lleno de fotografías y documentos que sólo pude ojear de soslayo pero donde pude distinguir la imagen del altar mayor, una casulla medieval y otros tesoros de la iglesia, precisamente esas que hemos conocido tras la digitalización del Catálogo de los Monumentos de la Provincia de Cádiz, aunque no recuerdo el resto del reportaje.
Mi anfitrión me habló del trabajo de Enrique Romero de Torres en Setenil y me comentó que tenía todas las fotos, pero me dejó con la miel en los labios cuando cerró la caja aduciendo que ya saldrían a la luz a su debido tiempo.
El poder disfrutar del reportaje completo que hiciera en aquel lejano 1907 Enrique Romero de Torres cumple una aspiración que tenía desde hace tiempo. Miguel Martín, Campúa, Antonio Sánchez, Nicolas Müller, Ortíz Echague y tantos otros dejaron constancia de un Setenil en blanco y negro que hoy nos parece como de postal. Las imágenes de Enrique Romero de Torres nos retrotraen a un pasado remoto, a una época que hoy ni tan siquiera podemos imaginar.


El Callejón y la puerta de la Justicia que sustenta La
Casa Consistorial y Antiguo Ayuntamiento. Hombres,
mujeres y niños. Al fondo una claridad impactante.
Cualquier imagen retrospectiva nos puede dar mucha información, son como una ventana abierta al pasado, desde el reportaje periodístico de Campúa tras las huellas del Vivillo, que bien hacía válido ese principio de que más vale una imagen que mil palabras, a esas panorámicas técnicamente perfectas de Miguel Martín. Postales, póster, auténticas obras de arte como las “casas bajo las rocas” de Müller, donde se pretende constatar la belleza del lugar y el genio de aquel que sabe plasmarla con su cámara.
Las fotografías de Romero de Torres adquieren sin embargo otra dimensión; Arcos de medio punto, sillares, suelos empedrados, casas bajo las rocas, y lo que es más importante: centenares de personas bajo esos tajos y piedras, niños, calles atestadas de gentes, tipos que parecen salidos de escenas y dibujos costumbristas, los hijos del romancero de los que hablaban las crónicas y poemas medievales.
Bajo mi punto de vista, estas imágenes de Setenil que aparecen en Catálogo de los Monumentos de la Provincia de Cádiz hay que enmarcarlas dentro del contexto artístico del momento, aquella visión retrospectiva al pasado que significó el 98.
En aquel año de 1907 en el que fue realizado el trabajo, aún suenan los ecos del gran desastre político militar de finales del XIX donde España pierde sus últimas colonias de ultramar; Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Era la constatación de que aquella nación imperial, faro de occidente, era una mera ilusión que quizás había impedido una regeneración a todos los niveles de la vida pública y por ende, un progreso económico y social que lo equiparara al resto de las naciones europeas.


 
Las Cuevas de la Sobra, un hostal y una Tasca quizás.
Resulta curiosa la evolución de las cosas

Los intelectuales españoles de principios de siglo, impactados quizás por el fracaso y pesimistas respecto a la realidad, inician un viaje retrospectivo al pasado de España y por consiguiente a lo que parece ser el germen y núcleo de la misma; Azorín viaja en destartalados vagones para conocer los lugares donde la prodigiosa imaginación del inmortal Cervantes fabrica a Don Quijote, Machado coquetea con la poesía modernista hasta volver su vista a los yermos campos castellanos por donde cruza errante la sombra de Caín, Unamuno desentraña los aspectos filosóficos de la literatura clásica española, Valle-Inclán crea un mundo onírico de damas y caballeros antes de volver el mundo del revés con su esperpento. Pío Baroja y sus cuentos vascongados de leyendas medievales, Zuloaga pinta campos ocres bajo cielos grises donde vuelven a aparecer los enanos y bufones del Buscón, hidalgos, porqueros, pícaros y seres deformes, el mundo en su Fiesta del Pan, las viejas ciudades castellanas, toreros, clérigos, cristos crucificados, santos, místicos y los demás tópicos de aquella España febril y heroica, orgullosa y decadente a la vez.
Las imágenes de Setenil que nacen de la cámara de Enrique Romero de Torres entran de lleno en esta dinámica retrospectiva e intimista. No buscan la idea general y meramente panorámica pues se centran en los detalles, lo particular, lo diferente y quizás en lo grotesco. Busca sin duda el autor aquello que era España hace siglos, cuando el romancero cantaba las proezas de otros tiempos, las guerras y disputas, las grandezas y las miserias, el alma de una nación y lo busca en los lugares donde aún se conserva su esencia, donde parece emanar de las piedras, los vetustos edificios y las gentes que moran en ellos.
Las imágenes de este reportaje sin duda obedecen a una labor científica de catalogación de tesoros, pero no buscan una imagen real de aquel pueblecillo perdido en la Sierra de Cádiz, el autor es incapaz de prescindir de su vena artística para plasmar un decorado ciertamente irreal, los ecos de un pasado remoto y se fija en aquellos aspectos que incluso por aquellos entonces ya debían resultar pintorescos para el observador cosmopolita.
Pienso, y es desde luego mi opinión, que estas imágenes de Setenil de Enrique Romero de Torres, inconscientemente quizás, son una búsqueda por parte de su autor de un mundo pretérito y perdido, los ecos de un pasado que ya por aquel lejano 1907 había dejado de existir.



Don Enrique plasma desde Las Cuevas
del Sol  a estos paisanos
posando para la cámara bajo los tajos de
Las Cuevas de la Sombra. Hombres y mujeres
aparecen como un coro en el graderío de un teatro. 

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