jueves, 22 de noviembre de 2012

Cuestión de confianza

Seguramente habréis oído muchas veces que antes, cuando dos hombres acordaban algún asunto y se estrechaban las manos era como si hubiesen firmado el más solemne de los contratos y las estipulaciones del mismo se llevaban a cabo tal como se había hablado.
Conozco el caso de un buen hombre que se arruinó por cumplir las cláusulas de un acuerdo verbal, condiciones que no pudo consumar y cuyas consecuencias debió soportar con su hacienda. Su mujer e hijos le imploraban que no siguiera adelante pero todo fue en vano.
Empeñó su palabra y eso para él era sagrado. Estaba en juego su hombría y honor. ¡Un simple estrechón de manos!
En otra ocasión una familia estaba pasando una mala racha económica y el padre de familia se vio en la obligación de pedir ayuda a un primo al que además le unía una buena amistad. Este, que si bien no era un hombre rico, no se encontraba en una mala situación dada la necesidad que había por aquel entonces, así que le cedió por tiempo ilimitado el uso y disfrute de una huertecilla hasta que la cosa remontara.
Contaba aquel hombre como de la tierra pudo sacar el sustento para alimentar a su familia hasta que al cabo de un tiempo mejoró la situación económica.
En aquellos entonces las casas de Setenil lucían con las puertas abiertas, sin temor por parte de los propietarios a que ningún amigo de lo ajeno entrara y te dejara con lo puesto.
Estaba un niño jugando en la Huerta Grande, entre los nogales que hay en la carretera de Setenil a Torre Alháquime cerca de Trejo, cuando dos hombres forasteros que pasaban en moto por la carretera paran junto a él:
Niño ¿de quién son las ovejas?
Son de mi tío, le responde asustado el crío
Pues búscalo y dile que queremos hablar con él.
El niño corre a buscar a su tío y le dice que dos hombres muy extraños están esperándole en la carretera.
¿Que desean?
¿Quiere que le esquilemos las ovejas?
El hortelano les echa un vistazo a las ovejas y piensa que no les vendría mal que le aligeraran el peso, así que asiente con la cabeza. Los dos hombres se ponen manos a la obra y dejan a los bichos en cuero picado.
Cuando terminan, el paisano les pregunta cuanto quieren y los dos forasteros le dicen que no quieren dinero, que se conforman con un plato de esa olla que huele en la cocina. Cuando terminan de comer el hortelano les regala además dos mil pesetas.
¿Volveremos a vernos en situaciones parecidas e esa en la que una persona hace un trabajo sólo por la comida? No lo sabemos, pero el caso es que falta una cosa que antes era moneda de uso común; la palabra, la confianza en tus congéneres. ¿Qué podemos esperar de una sociedad donde el granujerío es permitido e incluso aplaudido? ¿Cómo podemos confiar en aquellos que hemos elegido para que nos representen sin ellos mismos son incapaces de cumplir sus promesas? ¿Cómo se puede trabajar si en la mayoría de los casos un contrato es papel mojado, si el poderoso sigue ejerciendo su poder omnímodo sobre los demás? ¿Si la entrega de un pagaré sin fondos como pago, por ejemplo, no conlleva un castigo para aquel que lo ha emitido?
 Hoy día, pese a que casi todo queda grabado, las palabras se las lleva el viento. Nada más falso e inocuo hoy día que la publicidad con la que nos bombardean a diario, que las palabras con las que se llenan la boca aquellos que están encomendados a sacarnos del atolladero en el que nos encontramos. Desde luego que parece como si nos hubiéramos acostumbrado a vivir en un estado permanente de desconfianza y recelo, donde nadie se fía de nadie. ¿Quién se arruinaría hoy por cumplir su palabra? ¿Quién cedería parte de sus rentas para que un pariente no pasara necesidad? ¿Quién permitiría hoy que dos forasteros entraran en tu casa y compartiera con tu familia mesa y mantel?
La verdad es que no sabemos muy bien como evolucionarán las cosas en los tiempos que están por venir.

1 comentario:

  1. Palabras para reflexiónar, de gran pureza y verdad de esta dura realidad que estamos viviendo por desgracia,y la cual parece que va de mal en peor,un gran saludo Rafael.

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