De niño, en mis interminables vacaciones estivales en Setenil, sin duda lo mejor era pasar el día vagabundeando por los campos de los alrededores, bañándonos en albercas y riberas, asaltando huertas y frutales, cogiendo ranas, galápagos, peces y cuantos bichos se cruzaran en nuestro camino, y por supuesto; No haciendo nada que pudiera decirse que fuera de provecho. Unas vacaciones como Dios manda. Desde luego era parada fija El Manchón, una finquita entre El Nogalejo y El Manchón de Rosas donde vivía el amigo Solano, un hombre que no sabía de otra vida que la del campo y que yo conocía desde siempre.
Uno de esos días nos comentó este hombre que algún bicho merodeaba de noche por esos campos y se dedicaba a atacar a perros y gatos. De hecho, allí mismo mató una camada entera de gatillos y dejó tuerta a su perrilla “Chica”. Por todas las huertas que pasábamos se contaban historias de un bicho que hacía estragos en la fauna doméstica. Había gente que decía haberlo oído y que no parecía ser ni un zorro (animal muy sigiloso), ni un jabalí (animal muy escandaloso). Además, ni los destrozos causados ni las huellas parecían de animales conocidos por aquellos parajes. Los niños empezamos entonces a imaginar a extraños monstruos salidos de la espesura y salvados de alguna extinción (y eso que faltaban más de veinte años para que Spielberg sacara su “Parque Jurásico”). Mientras tanto, los animalillos seguían apareciendo muertos o heridos, y el propio Solano se quedó más de una noche escopeta en ristre al acecho de la alimaña. La cosa parecía grave.
Una mañana, tras una larga vigilia, Solano nos contó que había visto al terrible y sanguinario monstruo; una especie de serpiente de más de tres metros de longitud, gorda como la pata de una vaca, llena de un pelo áspero y parduzco y con más de una docena de ojos que brillaban en la oscuridad. La perrilla tuerta que atendía la nombre de “Chica”, llevaba tiempo olisqueándola, y asustadita como estaba se metió en el hornillo de pan que hay junto a la casa. Solano la esperaba tras la ventana y alumbrando hacia la oscuridad con la linterna la tuvo a tiro de escopeta. El bicho lo miró con su docena larga de ojos y parece que adivinó las intenciones de Solano, que al disparar vio como se dividía en fragmentos que huían cada uno en una dirección.
Tras el disparo, el bueno de Solano comprobó que si bien no logró matar a la bestia, la dejó herida, por los rastros de sangre que había en el suelo. Cualquier otro animal habría muerto en el acto, pero esta alimaña era mucha alimaña. Por lo menos vengó el ojo de su perrilla “Chica”.
Reconozco que entonces no llegué a creerme del todo la historia de aquel hombre humilde que valientemente se enfrentó a la serpiente peluda, pero es que la historia tenía miga; con tantos ojos y esa capacidad de disgregación en segmentos. Otra leyenda rural.
Lo cierto y verdad, es que hoy día si creo más esa historia que hace veintitantos años, cuando aún no me había leido el “Fauna Ibérica” de mi admirado Féliz Rodríguez de la Fuente.
Para saber más:
Meloncillo; Grupo de carnívoros terrestres.
Meloncillo, el misterio Ibérico. Mundo troodon
Féliz Rodríguez de la Fuente. Wikipedia.
martes, 5 de enero de 2010
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