Lejos quedan aquellos días en las que este nogal convertía en sombra todo lo que abarcaban sus verdes ramas, que cuajaba el suelo de las prietas nueces que todos los años recogían los niños. Más lejos quedan aún los días en que aquello era un bosque donde los nogales competían con las encinas por hacerse con cada porción de tierra, donde el agua manaba de las mismas piedras y donde la maleza pujaba por llegar a las puertas de Setenil.
Juglans Regia, el rey de la selva que lo llamaron los antiguos, se muere delante de nuestros ojos. Quizás sean los tórridos y secos veranos que se prolongan en el tiempo más de lo acostumbrado, puede que se trate de los templados inviernos que no matan las plagas de hongos que lo carcomen por dentro, el caso es que este nogal cada año se muestra más desvencijado y vencido, mientras que las manchas de su tronca evidencian la enfermedad que le sube desde las mismas entrañas de la tierra.
La gente que pasa junto al camino se para a mirarlo: “ese nogal ya sólo sirve para hacerlo madera” Dicen algunos, y puede que no les falte razón, que tenga leña para un invierno por lo menos.
Desde el arroyo lo veo mecido por el viento. Una bandada de estorninos pasa sobre su copa y se van posando uno a uno, luego una pareja de turcas y quizás algún calí. Parece que el simple peso de un gorrión echará al suelo esas ramas secas y sin vida, pero no, ahí siguen, nervudas como sarmientos de viña, vástagos muertos como los esqueletos de antiguos animales.
Puede que esta sea su última primavera, que un caluroso verano y un invierno seco terminen por acabar con su larga vida y esa rama que aún reverdece no vuelva a meter. Quizás entonces pensaré en hacerlo leña, desguazar esa enorme tronca en tocones que calienten las largas noches de invierno, no lo se, pero tendré que plantearme que ya nunca más volverán las aves a posarse en sus ramas, ya no tendrán asidero donde descansar palomas, calices ni bandadas de zorzales. Ya nunca podré admirar su majestuoso porte recortado en el verde oscuro de la sierra ni me haré ilusiones con esa última metida que apunta a la cercana primavera. Ya no será el centinela del camino que tantas gentes vio pasar a su vera, y que dio sombra al esforzado labrador que dejaba por un momento el arado para descansar bajo sus ramas, testigo mudo de las sosegadas vidas de antaño.
Tendré que hacerme a la idea entonces de que el último rey del bosque, definitivamente vencido, arde en el hueco de la chimenea.
Setenil de las Bodegas. Hermanos De Las Cuevas
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