Van los niños por el Almendral dispuestos como una partida de caza. Avanzan en paralelo campo a través, sin perder en ningún momento el contacto visual. Entonces, en el silencio del campo se oyen voces: ¡Eureka! ¡Eureka! ¡Lo encontré! (Fíjense la preparación que teníamos por aquellos entonces que usábamos algunos vocablos en griego clásico. Quizás fuera por lo de la serie de Ulises 31, Una Odisea en el Espacio....) El caso es que alguno de nosotros dio con la encina mítica, aquella que denominábamos Eureka y que daba las bellotas más dulces de esa maravillosa dehesa.
Allí mismo, bajo sus extensos brazos, nos ponemos a comerlas como una piarilla de gorrinos mientras nos llenábamos los bolsillos para el camino. De vuelta nos pasamos por el Cañuelo. Entre zarzas, atravesamos la pasarela y la angostura de roca para acceder a la bóveda de aquel templo ancestral, donde manaba un chorrito de la misma piedra. Todos bebimos de esa agua sagrada que nos supo dulce como la limonada.
Un perrito manga en la Calle Ronda:
Ese perrillo era especial, tenía carácter y dejaba huella, como dirían algunos, y si no, qué se lo pregunten a esa legión de perritas seducidas y abandonadas a su suerte por este donjuán canino. Luego volvían las muy tontas una y otra vez, y es que no escarmentaban.
Así, que en la calle no había más rey que Koji, que le puso su dueño Pedro como al piloto de aquel Marzinguer Z de los ¡puños fuera!, que nos tenía a todos los niños rayados. Además el perrito tenía una especie de antifaz negro y las patas blancas que parecían unas botitas. Pedro decía que era un perro moro, a saber por que razón, pero yo creo que Koji como el Koji Kabuto de la serie, era japonés.
Antiguos símbolos
Nos quedaba el torreón de la Villa algo fuera de nuestro radio de acción, lejos quizás de las rutas habituales de excursiones y vagabundeos por el pueblo, así que no es de extrañar que hasta entonces nunca hubiera subido a la torre.
Contaban los niños la historia de que en un recodo se apostaba un guerrero de hierro con una hacha que se accionaba al paso de algún incauto para cortarle la cabeza. Imaginaba yo, como en las fantasías de Washington Irving, que en la parte superior de la fortaleza hubo en su día un harén donde bailaban bellas moras cautivas bajo la atenta mirada de un sultán sentado sobre las cabezas de aquellos que se atrevieron a subir.
Una tarde en que la puerta estaba abierta, pudimos ascender a la planta superior de aquellas venerables ruinas donde comprobamos que no había ni vigía, ni cráneos cercenados ni bellas moras cautivas, únicamente, apoyado contra la tosca piedra y oxidado por el tiempo, un gigantesco yugo de hierro atravesado por un haz de flechas rojas.
Creo recordar que el dueño del perro se llamaba Horacio y Candelaria y venian los fines de semana a la casa de Gonzalo y Paca los del pan.
ResponderEliminartu prima Lina
El perro era de Pedro, pues el marido de mi prima Vicenta, como yo le digo mi primo Bartolo, me dice siempre que su Koji era el pero mas "mujeriego" que ha habido en el pueblo.
ResponderEliminarYo siempre he relacionado al Koji con Pedro, desde chico a ya viejo, y que era muy follincón, y todas las perritas del pueblo venían a buscarlo. ¿te acuerdas de la Panterita? esa era su novia oficial, aunque la perrilla tampoco era floja ligoteando.
ResponderEliminar"El Cañuelo". Una palabreja que tengo ahí en mi interior, escondida, a la espera de una correcta ubicación. Corrígeme si me equivoco. Recuerdo que de pequeño, se jugaban partidos de futbol en un campo que había a la salida de Setenil, hacia las Cuevas del Becerro, a la izquierda. Antes de llegar había una fuente donde habia que estirarse en el suelo horizontalmente, y boca abajo mojar el morro para beber el agua de entonces, O sea incolora, inodora e insípida. Pero fresquita de entonces, de cuando no habia frigorificos. ¿O salia una señora, de negro naturalmente, de aquella casa encalada, con jarra-vaso en la mano, para ayudarnos a refrescar nuestro gaznate porque beber a morro era imposible?. Tu relato me ha obligado a husmear en mi niñez. Gracias Rafa. Saludos.
ResponderEliminarHola Pacorbe
ResponderEliminarHa dado usted en la llaga, las fuentecilla de Setenil, una buena entrada para preparar cualquier día.
Creo entender que esa fuente de la que habla es la del Alhambique, a la que se accedía bajando un pechito y donde una mujer te dejaba el jarrillo de lata.
Luego están la del Cañuelo, la del Bañuelo, la de los caños, todas las del campo, imnumerables etc. Yo confundo algunas. a la que me refiero en el cuentecillo es la que está en el camino al colegio del almendral, quizás la más bonita porque se llegaba a través de un pasaje de piedra, y luego entrabas en una especie de cueva. prometo indagar si existe aún.
Un saludo Pacorbe