Calle Ronda Y Cantarerías desde Las Cuevas de la Sombra |
Con las alforjas de esparto y la romana, el vendedor de frutos secos va pregonando su mercancía con un peculiar y pegadizo musiqueo:
¡arbellaaaaana y garbanzos!
Nosotros le seguimos y le pedimos que nos regale un cartuchito, pero el buen hombre nos dice que no puede, que tiene que dar de comer a sus niños.Cuando pasa de largo nos ponemos a vocear por las calles imitándolo:
¡gurbellaaanaaaa y arbanzos!
¡arbellaaaaana y garbanzos!
Nosotros le seguimos y le pedimos que nos regale un cartuchito, pero el buen hombre nos dice que no puede, que tiene que dar de comer a sus niños.Cuando pasa de largo nos ponemos a vocear por las calles imitándolo:
¡gurbellaaanaaaa y arbanzos!
Una araña en la Cantarería:
En los días de calor, las arañas peludas salen de sus nidos y caen de los tajos a la calle. Como sonámbulas, deambulan en busca de un escondrijo, hasta que una pandilla de niños la encuentran;
¡Una araña! ¡Una araña! Eso es por lo menos una tarántula. ¡A matarla! Es grande como una mano, y seguro que es capaz de comerse un gato. La araña se defiende con las patas levantadas y dando saltos. Yo salgo en busca de ayuda y cuando vuelvo no están mis amigos, que se los comió a todos, y si no me creen, suban ustedes a la Cantarería y verán como no están allí...(como ya saben, esto último es un recurso estilístico usado de antiguo por un famoso setenileño. La lógica es aplastante).
¡Una araña! ¡Una araña! Eso es por lo menos una tarántula. ¡A matarla! Es grande como una mano, y seguro que es capaz de comerse un gato. La araña se defiende con las patas levantadas y dando saltos. Yo salgo en busca de ayuda y cuando vuelvo no están mis amigos, que se los comió a todos, y si no me creen, suban ustedes a la Cantarería y verán como no están allí...(como ya saben, esto último es un recurso estilístico usado de antiguo por un famoso setenileño. La lógica es aplastante).
El Contador de historias:
En Las Cuevas de la Sombra tenía yo un conocido al que no dejaba de saludar cada vez que pasaba por su puerta. Dueño de un lenguaje abigarrado y una gesticulación digna de los antiguos fabuladores, este anciano era capaz de transportarnos a ese Setenil añejo de bandoleros y aparecidos que recordaba de su niñez.
Cierto día, me relataba cómo un fantasma de los que moraban durante la noche en la Cantarería, le persiguió hasta la puerta de su casa donde dejó clavado un cuchillo. El viejo me enseñaba la mella que dejó en la puerta al arrancarlo, mientras la mujer, riéndose y guiñándome el ojo, le decía que dónde se había visto a un aparecido lanzando puñales. Cuando escucho el refrán de que los que de verdad dan miedo son los vivos no los muertos, siempre me acuerdo de estos dos entrañables ancianos.
Unas historias muy curiosas
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