De setenil borrador |
Pronto este nuevo asunto nos fue quitando tiempo de nuestras correrías campestres, para alivio del bicherío local, y términos como “game over” e “inser coint” comenzaron a formar parte de nuestro vocabulario.
El bar de viejos de Domingo se fue llenando de niños de todo el pueblo que no sólo acudían a echarse unos jueguecillos, sino también a reunirse y pasar el rato en compañía de niños de otros barrios. Domingo incluso compró un cartel donde ponía: “Bar mis niños”, que pronto fue roto de una pedrada por alguna de esas adorables criaturitas a las que tanto quería. Nada le importaba esto al bueno de Domingo, como tampoco que le robaran chucherías y polos de la nevera, ni que le quitaran la llave de las máquinas, le hicieran una copia, buscaran el mecanismo de dar partidas y se regalaran cien jugadas del tirón. Nada de esto le importaba, aunque según me confesó no hace mucho algo sospechaba, y sabía incluso de quien podía tratarse, aunque nunca quiso denunciar el caso y mucho menos prohibirle la entrada a nadie.
-¡Bah! Eran niños traviesillos, pero nada más.
La verdad es que éramos malos, quizás porque nuestro anfitrión era más bueno de la cuenta.
Eran pocos los que le echaban monedas a las máquinas, pues al tener las llaves, las partidas salían gratis. Recuerdo como algunos tenían tanto vicio con el "comecocos", que eran capaces de completarse todos los niveles con los ojos cerrados ya que se sabían los movimientos de memoria. Nuestro primer vicio insuperable: La ludopatía lúdica, sin dinero de por medio, sólo el hombre (perdón el niño) frente a la máquina.
Así pues, nuestro amigo Domingo contribuyó a que tomáramos un primer contacto con el mundo de la tecnología y a que nos relacionásemos con otros chiquillos, cumpliendo el papel de antesala de la adolescencia, ese lugar necesario para aquellos que ya no éramos tan críos.
Domingo ya está jubilado, pero hasta no hace mucho nos gustaba ir a ese viejo bar, tomarnos un café (el mejor del pueblo) y charlar de cosillas intrascendentes con el dueño. Todavía conserva la salita con alguna máquina que quizás el proveedor olvidó de retirar. El, con su finísimo sentido del humor, nos contaba algún chascarrillo y nosotros le contábamos las traperías que le hacíamos:
-pues si que erais malos joder, sí que erais malos.
Domingo, que lo ha visto todo detrás de una barra en el antiguo Casino o en su bar, atesora en su cabeza mil y una anécdotas, reales o inventadas, que forman parte de la memoria viva de Setenil.
No soy de Setenil, pero he pasado bastantes años, por motivos laborales, en este pueblo. En el bar de Domingo me he quitado mucho frio en esas mañanitas heladoras de la calle Ronda, tomando el extraordinario café que hacian Domingo o Maria, su mujer, al que un setenileño me hizo adicto (José el del Sindicato). En el bar, nada de lujos, todo era modesto, pero calido como ninguno. Además del buen café, se entablaban amenas conversaciones con los clientes habituales, con el tiempo amigos, que raramente faltaban a la cita diaria. Gente mayor, pero sabia y sencilla, de las que uno aprende: Manolo Marquez, Juanele, Pepe Gallego, el singular Pedro "el chamusquino" que, por ser menos habitual, se tomaba 4/5 cafés uno detras de otro y así recuperar lo perdido... Buenas gentes.
ResponderEliminarSi Vespertinus, Domingo es una de las personas más afables que conozco y quizás uno de los más simpáticos y graciosos. Cualquier día publicaremos algo de las anécdotas que cuenta, que son conocidas por todo el mundo.
ResponderEliminarHace poco pasé por allí y estaba él en la puerta como muchas veces desde que cerró el bar. Le dije "Domingo, ¿cómo andamos?" y me respondió "Nada, aquí... " y como emocionado siguió "...todavía me acuerdo cuando veníais".
ResponderEliminarLa verdad es que se nota que le falta el contacto de la gente en su bar, que ha sido su vida en definitiva. yo siempre le saludo en la puerta de su casa y también noto esa emoción de la que hablas.
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