viernes, 20 de abril de 2012

Setenil, mil novecientos veinte y tantos; Los papeles



Cuando su hija Ana murió, María Teresa Mariscal dejó su enésimo hogar y se vino a vivir a Setenil con su hija Isabel, la única que le quedaba de los cinco hijos que tuvo. Entre sus escasas pertenencias, esa mujer casi centenaria trajo unos libros de santos y una carpetita por donde asomaban los bordes de unas hojas ajadas por el tiempo; contratos, escrituras, cartillas militares, emotivas cartas de parientes, fotos en blanco y negro. María Teresa guardaba en esa carpetita su vida, la suya y la de aquellos que la compartieron con ella.
Tenían nuestros abuelos la sana costumbre de guardar todos los papeles que pasaran por sus vidas, tenían estos papeles demás la virtud de durar, amarillearse quizás, pero durar y mantener entre sus pliegues letras de abigarrada caligrafía y palabras antiguas y añejas.
Hoy, miramos esos papeles con curiosidad, casi con devoción. Pasamos las hojas, notamos el tacto áspero al contacto con nuestros dedos, aspiramos el olor a cerrado, a madera, carcoma y humedad. Miramos las fechas; mil novecientos diez y seis, mil novecientos veinte y tres, nombres de lejanos parientes que firman haciendo bonitos arabescos, Ronda, Olvera, Setenil, la carta enviada desde un recóndito lugar de América. Inmediatamente, comenzamos a imaginar la vida de los protagonistas. Conocemos sus caras, aquellos rasgos de su personalidad que nos contaron los que les conocieron, los avatares de sus vidas. Podemos cometer el error de juzgarlos por un solo hecho, bueno o malo, que acaeció en su juventud. ¿Es lícito enjuiciar toda una vida por unas palabras, un comentario, unas letras? Lo más seguro es que simplemente los veamos como hijos del tiempo que les tocó vivir.
Me doy cuenta de que entrelazando estos papeles se puede engranar una vida, relatar una historia, ¿Existe cosa más extraordinaria que tratar de conocer el pasado a través de sus protagonistas? Escudriñar en el tiempo, hurgar en las vidas de aquellos que nos precedieron, aunque quizás no tengamos derecho a hacerlo.
No encontraremos en estos papeles grandes nombres ni fechas, ni siquiera datos dignos de figurar en alguna investigación, pero leyendo una carta podemos hacernos una idea del dolor que suponía para esas personas estar lejos de sus familias, la añoranza de los días de fiesta en el pueblo. En una cartilla militar podemos saber la quinta de algún mozo, donde hizo el servicio, su complexión física, ¡su color de ojos! Ojeando un contrato de arrendamiento podemos ver como vivía la gente en aquellos años, cuales eran las normas que regulaban su vida, los usos y costumbres en el trabajo, sus anhelos, sus ilusiones, sus tristezas y alegrías, nos podemos encontrar con un parte médico, frío y aséptico, que profetiza un próximo final, podemos conocer en definitiva aquella parte de la historia que no aparece en los libros ni se estudia en el colegio, precisamente ese pedazo de la historia de la que realmente formamos parte.

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