jueves, 1 de marzo de 2012

Juan Lobón y algunas reflexiones sobre la caza


Que conste que no soy cazador y por el camino que llevo no creo que lo sea en el futuro. Por suerte o por desgracia, ningún tío o hermano mayor inoculó en mi sangre el virus cinegético, ese que hace a los hombres enloquecer de fiebre cuando se abre la veda y salir como dementes al campo escopetas en ristre.
Nunca he sido cazador y sin embargo hay determinados aspectos de este mundo que me llaman la atención, nada desde luego relacionado con el fanfarroneo y la soberbia que se exhibe en bares o tabernas, y mucho menos la mera capacidad de disparar y matar como único estímulo.
La afición a la caza está muy extendida en Setenil al igual que en el resto de zonas rurales de Andalucía, así que he conocido y analizado varios tipos de cazadores. Sin entrar en detalles, he escuchado sus historias y comprendido que hay pocas aficiones tan absorbentes y acaparadoras. Muchos se hicieron cazadores merced a un pariente que dejó que un buen día los acompañaran al campo. En esa primera vez muchos quedamos en el camino, como aquel pariente que recuerda esas gélidas mañanas en las que siendo un niño, lo obligaban a permanecer agachado durante horas en un puesto de los Frontones para no asustar a los pájaros. En otros casos, la afición cala, y el joven pasa a formar parte de esa legión de hombres de caqui que peinan los montes con una reala de nerviosos podencos.
Parece que la caza cada vez tiene más adeptos en nuestro país, y sin embargo creo que nunca ha existido peor momento para su práctica; la alarmante escasez de piezas, provocada sobre todo por el uso abusivo de productos químicos en la agricultura, la modificación del hábitat y las condiciones naturales en los cotos cinegéticos y otros factores que todos conocemos, hacen que la caza haya perdido en la mayoría de las ocasiones todo componente romántico y deportivo.
En alguna ocasión he mantenido conversación con algún cazador que ha defendido una práctica donde el verdadero aliciente reside en disfrutar del campo; el frío de una tarde invernal y la templada brisa de un amanecer veraniego, emocionarse con el trabajo de los perros, otear, conocer los pasos y querencias de los animales, sus rastros y huellas, en definitiva todo aquello ancestral y primitivo que hace de la caza una actividad apasionante.
Al caso vienen las palabras que Luis Berenguer pone en boca del célebre furtivo gaditano Juan Lobón, último representante de aquellos andaluces que tenían en la caza su medio de vida y que encontraron en La Janda y la Serranía el mejor de los escenarios. Otra época, otra naturaleza, otros hombres. La caza, el furtivismo y la eterna rebeldía contra el poder establecido:
“Soy cazador como lo fue mi padre, y toda mi sangre desde que se recuerda. Mi padre, que lo sabía todo y también sabía leer, decía que abuelo era mejor cazador que él porque no tenía libros en la cabeza. Eso decía padre, que nunca dejó el monte y que mataba cochinos con los perros y un cuchillo, sin escopeta.
Padre, más que un hombre como todos, era todos los hombres juntos. Si reía, nadie reía como él; si te daba lección, aprendías lo que con nadie; si alguien necesitaba que le curaran un perro, le arreglaran un arado, le apañaran un chozo, una mesa o le escribieran una carta, allí estaba él. Todo lo sabía, todo lo arreglaba, contaba unas historias que te embobabas escuchándole. Tocaba la guitarra como nadie, las pesadumbres de los demás eran sus pesadumbres y nunca estaba triste.
Cuando nos llevaba con él, nos ponía por delante, y si al pasar por un lentisco, donde estaba encamado un conejo, se nos pasaba, no nos dejaba beber agua hasta la hora de comer. Otras veces iba él delante, veía el conejo y seguía de largo para ver que hacíamos.
He dicho que padre, en lo suyo, lo sabía todo; de la codorniz a la avutarda y del conejo al venado. Era el mejor, más honrado que nadie, muy de los suyos y de los demás, sin tuyo ni mío. Eso sí, el que se la hacía se la pagaba.
Yo ponía lazos y perchas, yo correteaba los pollos de pájaro perdiz para venderlos para reclamo y siempre estaba con inventos para buscarme una luz mineral y una red para hacer la zarampaña, o amontonando lajas para hacer las lanchas y alambres para trampas. Con la oscuridad de la mañanita salía de la casa y volvía después del lubricán, con dos pájaros metidos debajo de la blusa, un conejillo y quince o veinte zorzales.
También perdía mucho tiempo en juegos que nada daban, como poner cepos a los gandanos y melones y arrimarme a la laguna con un tirachinas de goma para pegarle un chinazo a las gadaretas”.
Y pensarán ustedes, ¿por qué razón nos sale Rafa ahora con esto de la caza? Esta cita referida a Juan Lobón, el último furtivo, nos servirá para conocer algo mejor la vida de un ilustre setenileño, otro al que su extremada pasión por la caza marcó ineludiblemente en su ajetreada y atávica existencia. Ya verán.

Para saber más: El mundo de Juan Lobón. Luis Berenguer. Espasa Calpe.1989.
Nota: ¿han visto que palabras tan bonitas? gandano, melones, chozo, lubricán, pájaro perdiz, zorzales, gadaretas, lajas, zarampaña, perchas. En todo lo relacionado con la caza, algunas de sus prácticas y la fauna del monte encontramos un rico y variado léxico.

2 comentarios:

  1. Muy curiosas algunas palabras empleadas, de todas ,la que aún hoy dia se utiliza mucho sobre todo las madres hacia los hijos es la de gandano, ja,ja !venga hombre que estas hecho un gandano! supongo que sera algún animal bastante flojo, interesante artículo Rafael , deseando ya la segunda parte, un saludo.

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  2. gandano,jopuo,raposa,zorro. más bien vendrá a significar que alguien es vivo, sagaz, travieso o granujilla.

    un saludo

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