miércoles, 7 de marzo de 2012

Sequía en Setenil

Tiene el campo la presencia de los enfermos anémicos y desnutridos, esa cuyo único origen está en la pura hambre, sed en este caso. ¡Qué falta le hace al campo una buena chaparrá! Que se pegara lloviendo hasta que viniera bien, no hasta que alguien dijera que para lo suyo ya ha caído bastante. Que las tierras quedaran ahítas de agua y se vistieran de un manto verde, que se limpiara el cielo azul, que se llenaran los pozos, que bajo nuestros pies volviera a correr el gutural borboteo de las aguas subterráneas, que la riada limpiara los cauces de los arroyos.
En esta primavera incipiente no hay paseos al campo en busca de espárragos o tagarninas. Muy buen esparraguero tiene que ser uno traerse algo más de una manotailla. El año pasado daba ansiedad ir pisando los caracoles que dibujando brillantes estelas en la superficie, disfrutaban del verde y la humedad. En este invierno lo único que cruje en el campo es la hierba seca de un suelo cada vez más yermo.
Pese al escaso litro que cayó hace unos días, en Setenil y casi toda España se perderá la cosecha de cereal si no llueve en unos días. A perro flaco todo son pulgas, que dirían algunos, y es que cuando viene la crisis, viene de verdad.
Dicen que desde que hay estadísticas, 2012 puede ser el año más seco, comparable quizás a aquella terrible sequía del año cuarenta que tanta hambre provocó en la España de posguerra.
Precisamente, en aquel año los setenileños sacaron a sus santos a la calle clamando por un poco de lluvia que calmara la sed de la tierra. Un Nazareno bíblico recorrió las calles y campos de Setenil delante de un pueblo exhausto y aturdido que tenía en la agricultura su único medio de vida.
Suponemos que ni la intervención divina fue capaz de paliar la sequía y la hambruna del cuarenta, quizás el agua llegó tarde para salvar las cosechas, puede que los molinos no pudieran moler grano y en los hornos no se cociera pan suficiente para quitar tanta hambre como había. De eso sabemos bastante por nuestros abuelos que recuerdan aquel tiempo como el año del hambre.
Un amigo me comentaba que en su casa siempre se habló de unas cuatro fanegas de tierra que por una razón u otra logró dar la cosecha de trigo, y por consiguiente pan para el año. Esa numerosa familia al menos no pasó hambre pero a su alrededor todo era miseria y desesperación.
Gracias a dios, en una sociedad como la nuestra no dependemos de la meteorología para llevar un plato de comida a la mesa, pues son otras las vicisitudes que marcan nuestra prosperidad o ruina, circunstancias desde luego tan ajenas a nosotros como la anhelada presencia de unas nubes preñadas de agua que peinasen nuestros campos.
Hoy al levantarme he mirado al cielo y lo he visto de un azul intenso. Otro buen día. ¡Buen día! Tiene cojones...Me he acordado de mi amigo Juan del que hace tiempo que no se nada. El ya no vive de la tierra, quizás nunca dependió en exceso de la cosecha para llevar el pan a su casa, pero es hombre de campo. Su congoja no estriba en el precio de la aceituna o del trigo, ya no, ahora su pena viene cuando ve como ese arroyo que baja por lo suyo viene cada vez más mermado, cuando el trigo del vecino amarillea sin levantar un palmo del suelo, cuando el monte no es capaz de vestirse de verde, cuando los días se repiten constantes y monótonos; Tras la helada un sol doloroso y así día tras día.
No lo he visto, pero me lo puedo imaginar más apesadumbrado que de costumbre, con un dolor, el suyo, que es el de a quién le duele la tierra.

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