De Fotos Antiguas |
De estas crónicas que a modo de confidencias se publican en el diario madrileño se pueden sacar muchas conclusiones, fruto quizás de la exhaustiva labor descriptiva del periodista que une a su profesión una clara vocación artística, como podemos comprobar en cada uno de los artículos que hemos examinado, y que nos dan una idea del estilo literario que se cuece en estos periódicos, auténtica cantera de escritores.
No en vano existe gran similitud entre Weiss y otros periodistas de renombre, como es el caso de José Martínez Ruiz “Azorín”, colaborador en ese mismo año de 1905 de El Imparcial y compañero por tanto de nuestro protagonista con quien debió coincidir al menos por unos meses. También anduvo el maestro "Azorín" a lomos de mula y en vagones de segunda por esas tierras de Dios en pos de historias muy parecidas a estas que hemos conocido. Así, fruto de este trabajo nace la serie de artículos de Los Pueblos (Diario España, 1904) y La Andalucía Trágica (El Imparcial, 1905), que junto a Castilla, España, La Ruta de Don Quijote, La Voluntad y otras, forman parte de lo mejor de la literatura española contemporánea.
Quizás nuestro Weiss sea un autor mucho más modesto, pues según se desprende de estos relatos ya debe ser una persona mayor cuando se pasea por Setenil, y queda un poco a desmano de los nuevos aires literarios que recorren el país, pero el caso, por lo que a nosotros respecta, es que significa un auténtico privilegio poder leer sus extensos artículos, de una prosa añeja y abigarrada que entronca directamente con la literatura española del siglo XIX, con el aliciente añadido de ser Setenil de las Bodegas el escenario donde se desarrolla la trama de esta historia romántica.
Y es que sin darnos cuenta casi, hemos podido asomarnos al Setenil de principios de siglo de una manera tan deliciosa que no hacía falta sacar imágenes para hacernos una idea de cómo era la vida en esta pequeña localidad de la sierra.
Hemos conocido lo recóndito y lejano que podía estar de la capital, los forestales alrededores del pueblo, lo extraordinario y pintoresco de sus calles más emblemáticas. Conocemos la posada de La Victoria de la Calle Ronda con sus nueve ventanas ovaladas, junto a la que existía una especie de tasca donde forasteros y lugareños juegan al billar, peculiar ambiente nocturno de esta calle donde se presuponen los expositores de los pocos comercios de la villa. Alguien me comentó hace tiempo que por aquellos entonces, en los días agradables, los barberos afeitaban en la puerta, los artesanos salían a trabajar en la misma calle e incluso un tratante hacía correr un mulo ante un posible comprador. Allí hemos sabido de los amores de postal andaluza de esa parejita de la reja en la templada noche setenileña, que bien podrían haber sido pintados por Romero de Torres en cualquier patio cordobés. Hemos tenido ocasión de tratar con algunos paisanos como Don Pedro, entrado incluso en su hogar, regalándonos el relato de un momento tan íntimo en la vida de esta familia como es el de la cena. Una estampa en definitiva de la vida cotidiana de nuestro pueblo en 1905 que como digo puede valer por el mejor reportaje fotográfico.
Dejamos como recordarán a Don Manuel Weiss de copas con el caballista de Estepa, cortijero de profesión como él mismo detalla, y conocedor como sabemos de los tejemanejes del Vivillo y su cuadrilla. Gasta además el muchacho mucha animadversión por el bandolero, y aporta novedosos detalles de cómo sucedieron los hechos, cuya historia se asemeja mucho a la de otro forajido ya muerto conocido como el Maruso, cuyos hechos y vicisitudes son recordados por Weiss de “El Bandolerismo: Estudio Social y Memorias Históricas”, por el Excmo. Sr. Don Julián Zugasti, exdiputado en Cortes, ex director de Propiedades del Estado y ex gobernador de Córdoba, en cuya lectura pasan los dos interlocutores parte de la noche, resaltando el cortijero las similitudes que hay entre la vida de José Carrasco El Maruso y su compañero de profesión El Vivillo.
Finalmente, después de algunas copas de aguardientes y un buen número de cigarros, ambos hombres se despiden afablemente, no sin antes darle el caballista en confidencia su nombre, refiriéndole, ante la estupefacción del periodista, que la verdadera causa de su animadversión al Vivillo, la auténtica razón por la que delata su paradero y descubre sus tretas, no es otra que la de que él mismo fue una de las víctimas aquel día de Septiembre del robo en la Cañada del Boquerón.
Weiss se levanta temprano para coger el tren hacia Córdoba, pues tiene que cubrir la detención de un famoso delincuente, que como otro Vivillo, les ha caído en suerte a los cordobeses,”...pero este no debe ser tan vivillo como el otro. ¡Al de Estepa no hay quién le coja!”.
Imaginamos al periodista a lomos de caballo, (debía existir un servicio de bestias a modo de taxi), atravesando los densos encinares que separan el casco urbano de la lejana Estación de Setenil. Suponemos que pasaría por El Alambique, Pata Hierro, quizás cogiera por el Nogalejo y el Manchón de Rosas hacia La Mata de Vargas y Conejito. Imaginamos ese trecho de espeso arbolado que se asomaba hasta las mismas puertas del pueblo, pero... dejemos que el propio Weiss nos cuente sus últimos instantes en Setenil;
“Cuando atravesaba de nuevo el espeso encinar que separa el pueblo de Setenil de la vía férrea de Algeciras, por la cual había de emprender mi regreso a Córdoba, sentí las pisadas de un hombre que caminaba detrás de mi caballo. Llegó el viandante, me dio los buenos días y sin moderar su acelerado paso, me dijo familiarmente:
-¿Qué se va de vuerta?
-De vuelta, vamos.
-¡Poco ha dormio usté esta noche!
-¿Usted lo sabe?
-¿No he de saber? ¡Pues poco que charló usted con Paco Viches en la posada, en la sala de arriba!- Y aquel hombre apretó el paso hasta alejarse del alcance de mi voz que le llamaba para que me sacase del abismo de asombro en que, no sé si en chanza, ó de veras, acababa de sumirme”.
Así que ese misterioso caballista que pasara la noche anterior de cháchara y aguardiente con nuestro protagonista, pasó de ser un enamorado despechado de la gallarda hija del Vivillo, a un hacendado víctima del famoso robo, para resultar al final, cuando Weiss está a punto de tomar el tren y dejar Setenil, que se trata de Paco Vilches, el bandolero alcalareño, que quizás envidioso de la fama del de Estepa, se llega al periodista para meterle las cabras en el corral y decirle que el Vivillo no pudo cometer el robo sólo, y que necesitó su ayuda. Por estas sierras, hasta el bandolero tenía su orgullo.
Y Weiss, veterano periodista y experto criminólogo, que muy posiblemente cubriera terribles asesinatos por esos pueblos de la España del XIX, con elementos que tenían en las balas de la guardia civil o los hierros del garrote su destino, se diría así mismo mientras montaba en el tren y dejaba estas tierras para siempre;
“¡No! si asesinos he visto pocos, pero flamencos un montón”
Fuente: Manuel Weiss. Diario Liberal El Imparcial. Domingo 8 de Octubre de 1905. Hemeroteca Nacional.
Para saber más:
"Azorín" Wikipedia.
El Imparcial. Wikipedia.
Vaya pedazo de historia. Y vaya pedazo de periodista Weiss. Impagable. Enhorabuena Rafa.
ResponderEliminarHola Sebastián
ResponderEliminarEn verdad que es una suerte que el Vivillo robara en Setenil, porque esto dió ocasión a que muchos periodistas se llegran por el pueblo y realizaran estensos reportajes como este, o el del propio Campúa. De otra manera, posiblemente hubiéramos tenido que esperar muchos años más para ver algo de Setenil en la prensa.
Recomiendo que busquéis la página en la hemeroteca nacional y los leáis entero, aunque quizás sea un poco complicado.
un saludo