lunes, 9 de mayo de 2011

Por los campos de Cabaña y La Angostura


Como viene siendo habitual en este blog, de vez en cuando ponemos alguna cosita de Machado, que insertada entre fotografías de Setenil, su término o como en este caso, los campos colindantes, nos dan la oportunidad de disfrutar al mismo tiempo de la maravillosa poesía contemplativa y nostálgica de Don Antonio, y de la vista de esos agrestes parajes.
Y es que andando por los montes de Cabaña y La Angostura, en la carretera a El Gastor, subiendo perpendicular a lo que conocemos como la Cresta del Caballo por la particular forma que hacen las piedras en la cima, me dio por recordar estos famosos versos donde el poeta, después de subir a unos montes sorianos, nos hace una semblanza de Castilla; La dureza de la subida, la descripción de los colores y olores del campo, los buitres en el azul del cielo, los ganados, la lejanía de caminos y gentes, la inmensidad del abrupto paisaje y la similitud con la oscuridad del alma castellana. Todo en la excursión me hacía recordar estos versos, sólo hay que cambiar algunos nombres, algunos puntos geográficos, incluso podríamos insinuar que como Soria es una barbacana de Castilla en Aragón, Setenil y este punto de la Sierra lo son de Cádiz en Málaga, es decir, una península, una prolongación tierra adentro.
Os aconsejo que leáis la poesía completa, merece la pena... y la cima de Cabaña con su Cresta del caballo están allí, por si después de leer un ratito os apetece hacer algo de ejercicio.

Mediaba el mes de julio. Era un hermoso día.
Yo, solo, por las quiebras del pedregal subía,
buscando los recodos de sombra, lentamente.
A trechos me paraba para enjugar mi frente
y dar algún respiro al pecho jadeante;
o bien, ahincando el paso, el cuerpo hacia adelante
y hacia la mano diestra vencido y apoyado
en un bastón, a guisa de pastoril cayado,
trepaba por los cerros que habitan las rapaces
aves de altura, hollando las hierbas montaraces
de fuerte olor —romero, tomillo, salvia, espliego—.
Sobre los agrios campos caía un sol de fuego.

Un buitre de anchas alas con majestuoso vuelo
cruzaba solitario el puro azul del cielo.
Yo divisaba, lejos, un monte alto y agudo,
y una redonda loma cual recamado escudo,
y cárdenos alcores sobre la parda tierra...


Veía el horizonte cerrado por colinas
obscuras, coronadas de robles y de encinas;
desnudos peñascales, algún humilde prado
donde el merino pace y el toro, arrodillado
sobre la hierba, rumia; las márgenes del río
lucir sus verdes álamos al claro sol de estío,
y, silenciosamente, lejanos pasajeros,
¡tan diminutos! —carros, jinetes y arrieros—
cruzar el largo puente, y bajo las arcadas
de piedra ensombrecerse las aguas plateadas ...

El sol va declinando. De la ciudad lejana
me llega un armonioso tañido de campana
—ya irán a su rosario las enlutadas viejas—.
De entre las peñas salen dos lindas comadrejas;
me miran y se alejan, huyendo, y aparecen
de nuevo ¡tan curiosas!... Los campos se obscurecen.
Hacia el camino blanco está el mesón abierto
al campo ensombrecido y al pedregal desierto.

Antonio Machado

La Lectura, n.º 110, febrero 1910, con el título «Campos de Castilla».

Campos de Castilla, Madrid, Renacimiento, 1912.



































1 comentario:

  1. Machado describe en su poesia lo que tú nos descubres con tu máquina de retratar. Saludos amigo.

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