jueves, 19 de mayo de 2011

El disputado voto del Señor Juan

Van granando las espigas en los verdes mares de la Campiña, ya se desprenden los olivos de su flor de esquimo y diminutas bolitas asoman entre hojas laureadas. En la Sierra, un amarillo apagado, mostaza, decora las recias encinas augurando un futuro de aromas de otoño. Mientras tanto, cerca de la ribera, la huerta de Juan celebra el tibio sol de mayo con una verbena de colores y olores; cebollas que impregnan el aire, zanahorias, lechugas, ajos, algunas alcachofas... ya repuntan las matas de pimientos y tomates bajo las cañas, parece que Juan les habla con la vista; Ni una mala hierba, quizás alguna ortiga para ahuyentar a los caracoles, las cosas de la gente del campo. Va pasando la primavera por la huerta de Juan, indiferente a fiestas y celebraciones:
¿No le gusta a usted la Semana Santa Juan?
Hombre, respeto si que tengo por esas cosas, pero ya hace tiempo que dejé de ir
¿Y la Romería? Con lo que a usted le gusta el campo

Mucha gente... a mí es que las aglomeraciones me marean ¿sabes? Cuando más joven si...Pero, yo lo respeto todo.
Y desisto de tratar de sacar a Juan de su ensimismamiento, de su estar consigo mismo, indiferente a estas cosas, como su huerta, como su arroyo.
Y sin embargo la prisa, la inmediatez parece no querer dejarnos en paz. Me cuenta Juan que llevan unos días entrando los coches en su finquita, ven que hay una casita y paran. Vienen con música y hablando por un megáfono, aparcan en la era y se bajan tres o cuatro. Los perrillos se ponen a ladrar. A algunos los conoce, pero a otros no, y es que los mayores se pierden con la gente nueva, como si poco a poco perdieran contacto con la realidad. A algunos les saco parentesco por la pinta, pero a la mayoría...Y entonces le hablan de política, le invitan al próximo mitin y le piden el voto, y Juan que no le gusta hacerle un feo a nadie, les escucha, pero no los entiende muy bien, y les dice que acudirá a la cita, aunque no se ha enterado ni el día ni la hora, y todos le dan la mano y le dicen lo bonito que tiene aquello, y que como ganen le van a arreglar la carretera...y Juan mira el carril, igual de destartalado que siempre, lleno de baches y socavones. Y los muchachos del coche se despiden entre risas y palmadas en la espalda, le dejan unos papeles y mecheros y se van. Y Juan se queda aturdido, con la soleta apoyada en el costado y las manos llenas de esas cosas. Un mechero siempre hace falta en el campo, piensa. Les podía haber ofrecido un vasillo de mosto, pero no le dio tiempo, tenían prisa.
Y vuelve Juan a su quehacer, a labrar las papas que ya asoman las castañuelas entre las matas, a atajar los surcos, a orquestar con la vista esa sinfonía de tierra y barro, a su silencio. Cambia el aire y unas nubes negras y perezosas asoman por encima de Acinipo. Quizás caiga una chubascailla esta noche. Una brisa rasante baja por la colina y mece al unísono los trigales vecinos. Poco a poco, la música, los alardes, las proclamas del megáfono se hacen más tenues y difuminadas. La calma, el silencio del campo, pronto sólo se oirá el murmullo del agua y el estremecedor piar de los pájaros que buscan acomodo entre los chopos.

2 comentarios:

  1. Ahí queda eso. El relato en sí es sencillo y en consonancia con los tiempos electorales en que nos hallamos. Pero tu prosa, es cautivadora, al menos para mí. Deberias, si no lo has hecho ya, explotar esa vena y tomarte en serio esas cualidades. Bueno, perdona, tu mismo. Enhorabuena y salud amigo.

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  2. ja ,ja ,ja con lo tranquilo que esta este hombre en su huerta , pero Juan con sus años en fin buen articulo Rafa , lo que es la vida , saludos.

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