jueves, 28 de octubre de 2010

Una visita al cementerio de Setenil.(Especial Fiestas de Todos los Santos y Difuntos II)

De Setenil 69
Hay ciudades que son conocidas en gran medida por sus cementerios, por el diseño, belleza o por la cantidad de personajes célebres que reposan entre sus muros. Otras, teniendo ya de por sí indudables encantos, añaden un campo santo que reúne todos los requisitos para figurar en los itinerarios turísticos. Conocido es el cementerio sevillano de San Fernando, un museo al aire libre donde soberbias estatuas de mármol y estructuras arquitectónicas decoran majestuosos panteones, como el grupo escultórico de la tumba del torero Joselito, tallado en bronce por Mariano Benlliure. En los pueblos pequeños es más difícil encontrar cementerios de esta categoría, aunque me viene a la memoria el de la localidad malagueña de Casabermeja, conocido por la peculiar construcción de sus tumbas y nichos, tan estrechos y altos que han hecho circular el falso rumor de que allí entierran a los muertos en posición vertical.
El cementerio de Setenil sin embargo no presenta en principio ningún elemento a destacar. Se trata del clásico recinto rodeado por un muro de piedra encalado hasta el suelo, y que desde lejos, si no fuera por los cipreses que lo demarcan, parecería un cortijo más de los que hay por el término. Quizás el enclave, su estratégica posición dominando el núcleo urbano de Setenil, sea la circunstancia que mejor lo defina, ya que en ese lugar fue donde los Reyes Católicos plantaron el real para el asedio definitivo de la villa. Allí situaron además las poderosas lombardas que habían de escupir bolas de piedra sobre los desgraciados moros setenileños, que no conocían defensa ante la potencia destructora de la pólvora.
Allí mismo fue donde se levantó la primera construcción cristiana de Setenil, la ermita de San Sebastián, en acción de gracias quizás por la conquista o en honor del niño muerto de la reina Isabel, según nos cuenta la tradición. Sea como fuere, nuestro cementerio es conocido por estar donde está.
Sobre sus orígenes me van a permitir que no me pronuncie ya que no cuento con ningún dato que nos hable de su posible compra, construcción y destino a lugar de enterramiento, pero la lógica nos lleva a situarlo en las medianías del siglo XIX, momento en que los criterios racionalistas de la época aconsejaban el abandono de los enterramientos selectivos en las iglesias y masivos dentro de las ciudades. Esto lo hemos comprobado en las excavaciones de la Iglesia de la Encarnación, donde aparecieron muchas tumbas así como en la calle de entrada a la Villa, donde se descubrió el cementerio musulmán.
También me cuenta Ignacio Marín, que en la Intervención Arqueológica de la Calle Calcetas que realizó en los años 90, justo bajo el antiguo Balcón de la Villa, se encontraron gran cantidad de mármoles y fragmentos de huesos, aunque esto quizás se deba más al relleno de escombros para la ampliación de la plaza, que a tratarse de un primitivo lugar de enterramiento. En el espacio exacto donde hoy están los pisos, en la parte de la Villa que da al río y la calle Jabonerías, existió en tiempos el famoso Hospital de Santa Catalina, que seguramente recordarán nuestros mayores, aunque sólo sea de oídas, y cuyo origen se remonta a la conquista cristiana. Entre una iglesia y un hospital sería de lo más normal situar un cementerio, cuestión de comodidad, cosa lógica si pensamos en los cementerios viejos de Olvera y Torre Alháquime, que están en el mismo centro del pueblo, junto a sus iglesias.
Así, como decimos, siguiendo los criterios de modernidad, se planta el cementerio de Setenil a las afueras, bien lejos del pueblo, aunque cercano a un lugar bendecido y sagrado desde antiguo.
Su interior no llama especialmente la atención, aunque las humildes tumbas a ras de suelo que encontramos en el pasillo principal no dejan de avisarnos de su antigüedad y origen. Quizás, en un principio, todo el cementerio estuviera cubierto de pequeños enterramientos de este tipo, encalados, algunos con su cancelita incluida y coronados con pequeñas cruces de hierro. Aquí podemos encontrar tumbas de principio de siglo. Además, existieron en su momento fosas comunes donde enterraban a los finados sin recursos, y cuyos restos han aparecido en movimientos de tierra que se han realizado en sucesivas obras.
Como si se quisiera mantener la diferenciación social y económica incluso tras la muerte, los panteones familiares contrastan con los demás por su tamaño y suntuosidad, aunque resultan humildes si los comparamos con los de pueblos y ciudades mayores.
Un cementerio es un lugar lóbrego y misterioso por definición y el nuestro ha sido escenario de leyendas e historias reales o inventadas, que por ese gusto oscuro que todos llevamos dentro, han cuajado en el subconsciente del pueblo. Así pues, en los tiempos en que la luz eléctrica no iluminaba con tanta intensidad las calles y recodos de Setenil, subir al cementerio sólo durante la noche era la mayor prueba de valor que se podía realizar, como la leyenda rural (más que urbana) que ya contamos el año pasado por estas fechas sobre la porfía de la llave en la portada.
Algo tiene desde luego nuestro cementerio que sólo de pensar en una visita nocturna o al atardecer provoca escalofríos, sobre todo si el viento mueve las ramas de los olivos y las sombras imitan extrañas figuras. Lo tétrico y solitario del lugar puede conseguir que el subconsciente nos juegue una mala pasada, aunque muchas veces de eso se trata, de pasar miedo, de buscar nuevas sensaciones que nos diviertan, y si no ¿porqué siempre que se jugaba a palos se acababa en San Sebastián.
Se contaban entonces extrañas historias para calentar el ambiente, como aquella de que en las noches de luna, en el suelo se veían enigmáticas lucecitas fosforescentes que los más incautos achacábamos a las almas de los difuntos. Luego, algo menos impresionables, aprendimos que el calcio de los huesos emite estas fosforescencias cuando en la oscuridad se les aplica una luz tenue, muy normal si pensamos en la cantidad de fosas comunes removidas durante las obras de ampliación que dejaron al descubierto gran cantidad de restos antiguos. Yo mismo, de pequeño recuerdo haber encontrado justo en el cruce principal, al lado de la cruz, una carabela completa, mientras mi madre me gritaba para que la tirara diciéndome que era una calabaza.
Por aquellos entonces mis visitas al cementerio eran habituales, y en la nebulosa de recuerdos que puede tener uno de pequeño, se me viene a la memoria un día en que mi madre tuvo que pedir la llave al sepulturero porque no había nadie en el recinto. Andaba entonces jugando por aquellos pasillos cuando me percaté de que además de nosotros había unas niñas que cantaban y jugaban al corro en torno a una tumba sin reparar en mi presencia. Únicamente las vi yo. Años más tarde, por curiosidad me llegué al lugar donde recordaba la extraña escena y comprobé que se trataba de la antiquísima tumba sobre la tierra de una niña de corta edad. Cosas de niño, supongo.
Más pragmática, aunque no menos sobrecogedora es la leyenda que se cuenta de las manchas rojas que hay en algún lado del blanquísimo muro, y que por mucho que se encalen siempre aparecen, siempre vuelven tan rojas y terribles como el trágico día en que salpicadas por los disparos quedaron impregnadas para la eternidad en la fría piedra. Yo desde luego no las he visto, aunque un viejo me señaló un día los amarillentos desconchones en la pared, donde su memoria situaba el lugar de las ejecuciones.
Leyendas rurales o cuentos de vieja, historias quizás para contar al calor de la lumbre en las noches de invierno, ¿no habéis soñado alguna vez que os quedáis encerrados en el cementerio de Setenil? Quizás esto representa el miedo a lo desconocido que habita en nuestro subconsciente, y la recurrente pesadilla de quedar atrapados entre sus altos muros es la angustia vital que todos llevamos dentro.
En estos días que celebramos la fiesta de Todos los Santos y Difuntos, una visita a nuestro campo santo es más que obligada. Lo más seguro es que todos tengamos algún familiar al que honrar y llevar flores, antiquísima costumbre que hunde sus raíces en la noche de los tiempos, antes, mucho antes de que la religión cristianizara estos ritos ancestrales que nacen del miedo de los hombres a la más absoluta de las verdades; la muerte. Quizás este día, en que los vivos nos acercamos al lugar donde reposan los que ya se fueron, sea un momento de reafirmarnos en lo único que la parca no puede quitarnos cuando partimos; nuestro recuerdo en la memoria de los que se quedan.
De Setenil 69
De Setenil 69
De Setenil 69

¿Qué es un fantasma? Un evento terrible condenado a repetirse una y otra vez, un instante de dolor quizás, algo muerto que parece por momentos vivo aún, un sentimiento suspendido en el tiempo, como una fotografía borrosa, como un insecto atrapado en ámbar. Un fantasma, eso soy yo...

[El Espinazo del Diablo. Guillermo del Toro. 2001]

3 comentarios:

  1. Agradezco a Juan Ignacio Marín los datos que me pasó sobre algunas excavaciones arqueológicas realizadas en el casco urbano de Setenil, y que me han servido para realizar esta entrada. Hacemos mención aquí a la INTERVENCIÓN ARQUEOLÓGICA EN LA CALLE CALCETAS, a la que dedicaremos una entrada en exclusiva.

    ResponderEliminar
  2. En mi opinión,creo que despues del cementerio de la Villa hubo otro cementerio mas, a la subida de la Calle Moreno de Mora, a la altura de Maria la del horno.Recuerdo que el sótano de la casa de mi abuelo había bóvedas de piedra en forma de nichos tapiados en la pared.

    ResponderEliminar
  3. Exactamente ¿dónde quedaría esa casa? Hay que pensar que justo en frente del colegio de la Villa hubo un cementerio, musulmán creo, por lo que se sabe de las tumbas que se han encontrado en unas obras recientes.
    La verdad es que Setenil debe de tener bajo sus casa restos de todo tipo.
    un saludo

    ResponderEliminar