Queda este barrio como digo lejos del pueblo, junto a una vieja ermita medieval y rodeado de olivos que retuercen sus troncas en la tierra pedregosa. No se podía haber elegido un lugar más adecuado para construir la urbanización.
Los vecinos van llegando poco a poco y se instalan solos o junto a familiares que ya viven aquí, aunque el primer día vienen acompañados de mucha gente que se despide de ellos como si nunca más los volvieran a ver. Luego quizás se acercan de visita, traen regalos, flores generalmente, conversan con ellos un ratito, pasean, visitan a otros vecinos y se marchan. Pese a todo el barrio es tranquilo, muy tranquilo. Sólo la cotidiana actividad del señor de mantenimiento, con sus trapicheos y sus cosas, quebranta el silencio de nuestra vecindad.
En este barrio hay pocas fiestas, pero tenemos una muy sonada. A principios de Noviembre, en pleno otoño, el barrio se llena de gente que viene a visitar a sus familiares con flores, muchas flores que adornan las fachadas de nuestras pequeñas casas. Se dan misas, se pasea por las rectas avenidas, se conversa, se ríe y a veces se llora. Para estas fechas incluso vienen personas que están fuera de Setenil, algunos llegan en taxi, pero es muy común ver a los hijos que traen a señoras mayores. Es un día muy alegre que viene a romper la monotonía de los días en el barrio. Luego, tal como han venido se van, dejando las calles llenas de papeles, plásticos y toneladas de flores que se pudrirán al sol durante los próximos días.
Algunos vecinos del pueblo se quejan de que después de nuestra fiesta, cuando corre el viento de poniente, baja un desagradable olor a flores putrefactas y nos echan la culpa a los que vivimos aquí, pero nosotros no tenemos la culpa, nadie nos ha preguntado si queremos estos regalos o no. Por lo pronto, a mí siempre me ha gustado el vino, ¿porqué no me traen un par de botellitas? Tinto o blanco, me da igual, o una guitarra a la señora de arriba, que tan bien la tocaba cuando moza. El vecino del ático sin embargo adora a las mujeres y durante esta fiesta es la persona más feliz del mundo, pues junto a su puerta pasan chicas de toda condición; muchas señoras mayores, algunas estupendas, muchachitas veinteañeras, rubias y morenas, en fin, que mi vecino vive estos dos días con mucha alegría y espera la fiesta durante todo el año con suma expectación. Siempre fue un Donjuán.
En nuestro barrio también hay clases; la mayoría vivimos en pequeños adosados, pero luego hay mansiones donde viven familias enteras, que aunque al principio parecen un poco estirados en realidad tienen buen trato y la relación es amigable. De hecho, personas que cuando vivían en el pueblo eran enemigos irreconciliables y se llegaron a hacer cosas terribles, al mudarse dejaron atrás sus rencillas para convivir en paz y armonía. Bueno, ¿qué decir lo de un matrimonio que se odiaba sobremanera y ahora no se separan ni a sol ni a sombra? Algo especial tendrá este sitio pienso yo.
Supongo que si eres de Setenil conocerás el camino, si no es así, sólo tienes que mirar a la parte más alta del pueblo, por donde el Peñón de los Enamorados, y localizar unos cipreses negros que con su punta parecen señalar al cielo azul. Son altísimos y se ven casi desde cualquier punto. Por estas fechas dan unas bolitas que al secarse parecen pequeñas carabelas que cogen los niños para jugar.
Llevo ya algunos años en este lugar, me gusta, es tranquilo, tiene buenas vistas, vecinos agradables y no hay problemas de aparcamiento, no me quejo, pero en los días de fiesta, cuando desde nuestras casas se oye la música y el jolgorio de la gente de abajo, no dejo de acordarme de cuando vivía en el pueblo, cuando era un niño que corría por las calles jugando al fútbol o a palos, cuando de muchacho perseguía a las niñas con los amigos, cuando me enamoré, cuando disfrutaba en Semana Santa o la Romería, ¡ah! tomar una cerveza en las Cuevas durante las tardes de verano, en fin, qué decirles. Es entonces, en estos momentos que me da por recordar, cuando me invade una nostalgia infinita y echo de menos mi viejo barrio, mi antigua calle con sus problemas de aparcamiento, el ruido y a mi gente... ¡cuánto añoro a mi gente! ...y es que en el fondo soy un sentimental.
El bueno de Cuttlas. |
En ese lugar, el cual describes, se acaban todos los problemas y en el cual todos o casi todos viviremos alli. Un abrazo genio, ya se porque tienes tan poco pelo, todo en tu cabeza es cerebro y no tienes espacio ni para las raiceas del pelo, que forma de escrebir y de expresarte, eres un GENIO.
ResponderEliminarEres un mamón Juanito...broma ¡eh!
ResponderEliminarun abrazo
Los cementerios son, sin duda, lugares muy especiales. A los muertos se les iguala, allí los privilegios que gozaron en vida no sirven para nada por muchos adornos que tengan sus tumbas; todos vuelven a un origen común: la nada. Los vivos, cuando vamos de vista, creyentes o ateos, ricos y pobres, cuando nos ponemos delante del nicho en el que se encuentra nuestra madre, nuestro padre, nuestro hijo... todos, absolutamente todos, les hablamos, le contamos cosas, le pedimos, les lloramos... En cierta manera también nos igualamos durante esos breves momentos.
ResponderEliminarUn saludo
Totalmente de acuerdo con Setenil69, muy bueno, realmente bueno.
ResponderEliminarEn tu Blog hay artículos muy buenos, pero este...
Un abrazo Rafa
Qué bonito, descansar en ese hermoso barrio que describes, pero... cuanto más tarde mejor.
ResponderEliminar