Local tradicional y bien ubicado, de clientela fija con propietario conocido y de trato afable, resultaba el bar de Domingo parada inevitable para aquellos que bajaban muy de vez en cuando al pueblo para una fiesta o por cualquier otro evento extraordinario, y que no perdían ocasión de tomarse un buen café y saludar a alguno de sus clientes, casi todas gentes dedicadas al campo y sus labores.
Así, en cierta ocasión, siete residentes en alguna aldea rural cercana se asomaron a Setenil para asistir a un conocido velatorio. Los hombres, apostados en la barra, serios y circunspectos se pidieron un colacao cada uno; siete colacaos para siete labradores, y dieron buena cuenta de tan nutritivo brebaje. Uno de los clientes pagó la cuenta, y acto seguido uno de sus compañeros solicitó a Domingo otros siete colacaos. El siguiente paisano, sintiéndose aludido mandó servir otra ronda y así hasta seis colacaos.
Domingo cuenta este suceso con mucha guasa, y recuerda como después de beberse seis colacaos cada uno, aún quedaba uno del grupo que no se decidía a llenar; uno chiquitito que estaba en la punta y hablaba poco. Este ya no llena. Seguro.
El buen hombre no se decidía. Nervioso y sin dejar de mirar al camarero y los vasos vacíos coge aire, levanta el dedo y pide con fuerza otros siete colacaos. Nada, que el chiquitito también llenó. Así que los siete hombres del campo, con siete colacaos cada uno en el pellejo salen del bar de Domingo. Ignoro si esto aconteció antes o después del entierro.
Lo del Tito de Arriate ronda quizás el absurdo, casi el surrealismo más absoluto cuando nos imaginamos los diálogos de estos dos personajes.El Tito era un señor vecino de Arriate, algo bebedor y malencarado, con mucha palabrería y disloque que era objeto de guasa y chanza por parte del personal. De vez en cuando se dejaba caer por Setenil, se tomaba unas copas en un par de sitios hasta que armaba la zapatiesta y era despachado cortésmente del lugar. En la puerta del bar gritaba desaforado contra el atropello y la injusticia a la que era sometido gritando; ¡¡que yo soy El Tito de Arriate, amigo del obrero valiente y enemigo del terrateniente fascista!!.
Un buen día en el que el Tito andaba con una copita de más y se dedicaba a molestar a la tranquila clientela del bar, Domingo se vio en la obligación de echarlo a la calle, que pienso yo que muy pesado se tuvo que poner el arriateño para que Domingo actuara de esa manera. El caso es que echándolo por la puerta de la Calle Ronda el borrachín vuelve a entrar al bar por la puerta de la Parada ante la extrañeza del personal.Tranquilo aunque indignado, el Tito se queja de los malos modos y el genio del dueño del bar de al lado, a lo que el bueno de Domingo le interpela: Desde luego que si, que ese hombre del bar de al lado es un malaje. Ande, entre usted en este bar que aquí le atenderemos con gusto. Muy posiblemente hasta le invitara a uno de sus famosos cafés.
De cafés buenos que decir que no sepamos todos los que los probamos, que tenían fama hasta fuera del pueblo y que eran el orgullo de Domingo; cargaditos, muy cargaditos, capaces de resucitar a un muerto, y si no que se lo pregunten al Chamusquino, que por vivir en la Campiña y carecer de vehículo, sólo se llegaba al pueblo una vez en semana y se tomaba siete cafés de un tirón, uno por el día presente y los otros seis por el resto de la semana en que no pudo tomarlos. Quizás Domingo fuera un poco exagerado, pero él contaba estos sucesos como algo normal y corriente, cosas que pasan en el día a día.
Tenía este bar un cliente asiduo muy desastrado y malhumorado, que por corto de vista vendía cupones de la Once. De vez en cuando este vendedor, alto y corpulento, también se abandonaba en brazos de Baco y liaba la marimorena en la barra, y Domingo, hombre poco dado a la violencia, cerraba las ventanas y apagaba las luces, con lo que el cuponero no podía ver nada y se quedaba desvalido como un cachorrillo. Entonces suplicaba a Domingo que encendiera las luces y le prometía que se portaría bien. Mas sabe el diablo por viejo que por diablo.
Después de algunos años, destinado en otro pueblo, el vendedor de cupones regresó a Setenil con un porte aseado y elegante, operado de la vista y de los brazos de una guapa mujer. Desahogado del lastre de las dioptrías, se llegó a saludar a su amigo con el que divertido recordaba lo mal que lo pasaba cuando le apagaba la luz y todo quedaba en tinieblas.
Dejo para otra ocasión el asunto de la máquina de pistachos, en la que intervinieron dos buenos amigos y cuya escenificación está en proceso de corrección y autorización, faltaría más. Crimen y castigo podría ser un buen título para esa entrada, pero no adelantemos acontecimientos.
Como ustedes ya habrán comprobado, el bueno de Domingo es un personaje inevitable y reiterativo de este blog, porque como ya dijimos en otras entradas, es una persona entrañable para varias generaciones de setenileños que frecuentábamos su casa. Suyas son muchas de las anécdotas más celebradas y comentadas en cualquier reunión, y en esta entrada de hoy me he propuesto contar algunas de ellas. Sirvan estas líneas de homenaje para nuestro amigo.
Merecedísimo homenaje para esta gran persona que ha bregado con las últimas generaciones de setenileños, siempre con amabilidad y buen talante. Como alguien comentó en otra entrada anterior, todo un catedrático de la vida.
ResponderEliminarSiete pelotazos de cola cao. Qué cogorza madre. Lo del Chamusquino me ha resultado mas atrayente, sobre todo porque me ha recordado que yo vivia en casa de mi abuelo Curro enfrente de la Chamusquina, que supongo que seria la mujer o su madre, mire usté. De esto hará unos 55 años. Mira que el lunes, tomarse los seis cafelitos del resto de dias de la semana, mas el del dia, claro. Me han encantado las narraciones. Eres un cuentista Rafael en el sentido literario, claro. Saludos.
ResponderEliminarMe sumo al merecido homenaje a Domingo y doy fe, al ser testigo directo, de los cafés que se tomaba el Chamusquino en su bar.
ResponderEliminarDisfruto bastante oyendo las vivencias de las personas mayores, aun estando adornadas con la consabida exageración andaluza. Rafa, espero que exprimas al máximo al amigo Domingo y lo expongas con todo lujo de detalles en tu blog, que los que habitualmente lo seguimos te lo agradeceremos. Un saludo
Yo soy de la generación del comecocos, la de la primera generación de niños que entrábamos en su bar de la calle Ronda, que era uno de los lugares de encuentro de la chavalería en Setenil. También fué allí donde me tomé la primera cervecita, junto con mi amigo Alfonso Márquez, siempre lo recordaré. después seguí entrando y siempre que lo veo me trata con mucho cariño, como a todos. Muchas de estas historias nos las ha contado el, quizás con un poco de exageración, pero el le da una guasa especial. es un tío flamenco como pocos.
ResponderEliminargracias por los comentarios.
Lo de la maquina de pistachos promete, aunque cuando la gente conozca a los protagonistas de la historia no van a creer que fuera capaz de semejante "hechoria" (como dice mi suegra).
ResponderEliminarUn saludo y a ver si puedes extender algunas cronicas sobre otros personajes del pueblo que todos tenemos en mente.
valiente "hechoria" más pachanguera que se montaron estos dos. cuando me den su autorización la cuento en el blog, pero luego, cuando la gente se ria de ellos por la calle que no me digan nada.
ResponderEliminarQue risa con lo del Chamusquino. Me acuerdo cuando murió la Chamusquina en el hospital en Cádiz. Fué mi tio a verla, ya había fallecido y le dijo al Chamusquino; "Cierrale los ojos" y le contesta: "Nooooo, así encuentra el camiiiinooo"
ResponderEliminarEl Chamusquino...otro personaje. Allí está el hombre, entre La Campiña y Los Montecillos andando. Ahora lo veo poco por el pueblo.
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