jueves, 23 de septiembre de 2010

Las armas del asedio de Setenil en 1407 (1ª Parte)

Vuelve a la carga, y nunca mejor dicho, nuestro amigo y colaborador Juan Ignacio Marín, para hacernos un análisis del asedio de Setenil por los castellanos en 1407, según la Crónica de Juan II de Castilla, y darnos de esta manera una visión de las artes y usos miliares en el asedio de fortalezas en la Edad Media, con la deliciosa particularidad de que los hechos ocurren en el mismo casco urbano de Setenil, por aquellos entonces un castillo en lo alto de una peña rodeado de campos y bosques.
Logra Ignacio con sus referencias adentrarnos en el prosa añeja de los textos medievales, y no resulta muy complicado imaginar a esos valientes hombres batirse a la desesperada combatiendo al enemigo por nuestras breñas y tajos
Un texto de lectura amena, quizás políticamente incorrecto con esto de la tan manida alianza de civilizaciones, que analiza uno de los documentos históricos más importantes que se refieren a Setenil.

Portada de la Crónica

LAS ARMAS DEL ASEDIO DE SETENIL EN 1407. ( I )
Juan Ignacio Marín Gómez
Arqueólogo.


(Esta entrada consta de dos partes. En esta primera repasamos el asedio a Setenil durante el mes de Octubre de 1407. En la segunda parte, hablaremos de las armas que se empleaban comúnmente en esta época y en particular en este asedio, dando cuenta de algunos hallazgos curiosos.)
El siglo XV supuso, para los habitantes de Setenil, una época difícil. A finales de 1407, durante el mes de Octubre, el infante Don Fernando intenta la toma de Setenil, aventurando que fuera un sitio rápido, máxime cuando acaba de conquistar Zahara y Montecorto. La frontera castellana se acerca aún más, poniendo a Setenil en un lógico punto de mira para las aspiraciones cristianas.
Fracasado el intento de octubre, después de unas semanas de duro asedio, los castellanos levantan el sitio, pero no por ello llega la paz a nuestra villa fronteriza. Tres años después, en 1410, Hernando de Saavedra realiza una cabalgada por los campos setenileños que le cuesta su propia vida. En 1438, una sublevación de los cautivos cristianos de Setenil provoca una expedición desde Jerez para apoyar la sublevación, aunque el fracaso del motín hace desistir a las fuerzas cristianas. En 1455 el Rey ordena, a través del Duque de Medina Sidonia, la tala de los montes de Setenil, para privar a sus habitantes y guarnición de frutos y combustible. En 1482 el Marqués de Cádiz destruye viñedos y cosechas, en la misma línea de procurar desabastecer a los setenileños. En 1483, los caballeros setenileños junto a su alcalde participan en la batalla de Lopera, que ganan los cristianos, debiendo huir los setenileños. Solo un año después, 1484, en la campaña que será definitiva, el Marqués de Cádiz cerca la villa con dos mil de a caballo. Llega una semana después el rey católico, don Fernando, y se ultima un cerco con 12.000 soldados y las armas más novedosas de la época, todo un despliegue de tecnología que termina, como nos es conocido, con la resistencia de los setenileños, abriéndose la ruta hacia la conquista de Ronda y todo el Reino de Granada.


El asedio de 1407 en la crónica de Juan II de Castilla
El primero de los dos asedios que tuvieron lugar, el de 1407, ya fue escenario del uso de “artillería”, y no precisamente fue poca, aunque no comparable todavía a la importancia que cobraría medio siglo después. Entre este asedio y el definitivo, los episodios de escaramuzas se suceden con un armamento más tradicional : caballeros y peones, armados con lanzas, espadas, ballestas y cuchillos. De la parte musulmana, no hay armamento pirobalístico.

En la crónica de Juan II de Castilla podemos disfrutar, seiscientos años después, de la narración de los esfuerzos de uno y otro bando en esta lucha.

Comienza, para nuestros propósitos, en el capítulo 62, donde los moros de Torre Alháquime, (la Torre del Alaquín) viendo al Infante avanzar a Setenil ( e que sopieron que el Infante yba con hueste tan poderosa) la abandonan
apresuradamente. Los cristianos de Olvera la ocupan inmediatamente. Podemos imaginar la columna de peones y caballeros, con banderas y pendones, filas interminables de carretas de bueyes tirando de infinidad de pertrechos, tiendas de campaña, piedras –pelotas- para munición de las lombardas, víveres, auxiliares carpinteros y herreros…todo un espectáculo que debió pasmar a los espías de las guarniciones.

En el capítulo 63, el Infante llega a Setenil en la persona del maestre de Santiago don Lorenzo Suárez de Figueroa, quien es encargado de asentar el real. Este maestre ,como “hera buen caballero e muy sabio de la tierra” , un hombre prudente, vamos, hizo bien su trabajo. Una parte del campamento lo hizo asentar en un viñedo por encima de villa, que debe ser el olivar que hay si subimos desde la cooperativa o el Alambique hasta llegar al tajo desde donde se divisa el núcleo urbano, zona amplia y bastante llana desde donde se domina la cara norte de la Villa. Otro campamento lo situó enfrente de la puerta de acceso a las fortificaciones, lo que es hoy la calle Reyes Católicos, posiblemente arriba, en el cruce. Se explican estas dos situaciones porque ambas estaban bien comunicadas y en altura suficiente para dominar a los sitiados.
Una vez tomadas las posiciones, se instalan rápidamente las lombardas. La más grande, que al parecer debía ser famosa en la época, aunque no he encontrado más noticias de ella anteriores a este sitio, se apodaba “la de Gijón” se colocó apuntando a la entrada a la Villa.
Lombarda

Las otras dos lombardas “que dizen de fuslera” las instalaron en el otro real. Enseguida empezaron su lenta cadencia de fuego, y pese a ello, gastaron el aprovisionamiento de piedras, al punto que tuvieron que buscar canteras rápidamente los picapedreros para abastecer todas las lombardas.
La crónica nos narra que al poco quebró la lombarda “de Gijón”, por lo que se mandó a avisar que trajeran otra desde Zahara, la que llamaban de la Vanda, y que era aún mayor que la -caída en acto de servicio- de Gijón. Esta consiguió golpear la torre de la entrada (no la del Homenaje) “e magüer que era ciega”, o sea , maciza, llena posiblemente de piedras y tierra, la desmochó e hizo bastante daño. También le dio a la del Homenaje, atravesando la bóveda.
Prosigue la crónica en el capítulo 65 describiendo las dificultades de aprovisionamiento de piedras: que si estaban lejos, que si los bueyes del rey estaban flacos y no podían tirar de los carros cargados…así que acuerdan en Consejo que cada caballero, rico home y los del Consejo, trajesen cada uno con sus propios medios (vamos, a sus expensas), ocho piedras, por turnos, de manera que cada día hubiera cuarenta piedras (se deduce que cada día eran cinco los afortunados caballeros: No es seguramente la idea que tendrían de perpetuar su memoria en piedra, pero…así es la guerra).
Pelotas de cañón

Cuando la lista (la nómina, dicen en la crónica) llegaba al final, volvían a empezar por el primero. Con semejante aprovisionamiento, las lombardas disparaban todo el día e incluso parte de la noche. Desmocharon muchas almenas, abrieron boquetes en lienzos de algunas torres y..los moros setenileños se afanaban en rellenar de tierra los desperfectos para cegar las torres .
En el capítulo 68, el autor (Alvar García de Santa María), nos hace un resúmen breve de la situación en los capítulos anteriores: Que había cuatro lombardas combatiendo contra Setenil, contando la de Gijón, que se adobó (se averió), y que envió a por otra a Zahara, muy grande, que tiraba piedras de seis quintales (es decir, que habiendo cuatro, solo servían tres)
Viendo que la Villa no se rendía, decidieron añadir medios más “tradicionales” Imaginemos las escena a vista de pájaro…montes de olivos y viñas ,selva de encinares. En las riberas del río, nogales. La Villa, rodeada de muros almenados, un alcázar con la Torre del Homenaje, bullir de soldadesca en el interior y trajinando con cestos de tierra y piedras. Ballesteros apostados intentando vanamente hacer blanco en algún cristiano despistado y a tiro, que no, están lejos todos. Fuera, desde dos campamentos casi opuestos, tres piezas son cargadas de pólvora y abastecidas de pelotes de piedra del tamaño casi de un balón. Con una aburrida monotonía, las piezas son cargadas y disparadas
Los caballeros y peones cristianos (que son algunos miles) más bien ociosos. Unos, jugando a los dados, chismorreando sobre la maravillosa tarea de acarrear pelotas para tirar a los moros. ¡ Bum ¡ todos alzan la mirada, uy, casi ¡. Al buen rato, ¡Bum¡ toma ya, (imagine nuestro lector un medieval denuesto , más grueso que un “chúpate esa”). Impacto en un lienzo. El pelote se hace gravilla mezclado con la piedra y mortero del muro, que cae en cascada levantando polvo y dejando a la vista un hermoso boquete o mella. Los moros, desde dentro, siguen los avatares, y a taponar brechas. Los vecinos, escondiéndose donde buenamente pueden, en las zonas más reservadas, minas y pasadizos, alejados de la fortaleza.

El juego parecía no tener fin y los cristianos arman una “bastida”: ese tipo de máquina de guerra que ya usaban los romanos, una torre de madera convenientemente protegida que se arma a cierta distancia y se acerca poco a poco frente a las murallas de la ciudad sitiada. Desde dentro, los sitiadores pueden disparar saetas contra los sitiados desde la misma altura y llegado el momento, acercando totalmente la torre, acometer el asalto. Desde la parte inferior también se podía intentar minar los muros, cosa imposible en Setenil por la naturaleza física del lugar.

En el capítulo 73, nos cuenta el cronista que siendo 17 de octubre, lunes, antes de que el sol saliese y siendo el día claro (No busque el lector el texto original de la Crónica: no nos informa de la hora), los moros vieron desde lo alto del adarve que los cristianos solo tenían siete hombres de armas protegiendo la bastida y las lombardas. Seguramente tenían la acción planeada y solamente estaban esperando el momento oportuno: Salen en estampida entre ochenta y cien moros, armados de ballestas, lanzas y adargas, cogiendo desprevenidos a los cristianos: matan a dos que cuidaban de la manta (la bastida) y capturan un un bacinete de armas y dos lanzas .Al grito de ¡Armas¡, los cristianos acuden a la defensa. Viendo que la cosa se pone fea, el alcaide de Setenil, lanza en mano, empieza a empujar a los suyos a mastilazos hasta hacerlos entrar a cubierto.

La bronca que el Infante les suelta al condestable y al mariscal no fue pequeña, precisamente. No se le puede despertar a todo un Infante de madrugada al grito de armas , que te maten a dos de los tuyos, y te vengan deshechos en excusas los lugartenientes. No, hombre,no, y menos sin un mollete ni un jarro de leche tibia en el cuerpo. Y con este frío…
La irritación del Infante debió ser muy dura, al punto que Alvaro, camarero del Infante “pensó en el enojo que avía tomado el Infante por lo que los moros (…) fizieron, e pensó si los podría engañar, porque enmendasen el enojo que el Infante avía tomado” :ideó un plan. Posiblemente (no me lo tome en serio el lector) había oído esa historia del caballo de Troya, así que decidió que la bastida, que estaba afortunadamente intacta, se podía llenar de aguerridos caballeros, esperando que los moros salieran de nuevo, confiando otra vez que hubiera poca gente guardándola.
Pero ¿cómo hacerlos salir?, aquí se nos revela la picardía del camarero: Haciéndoles creer que el mismísimo rey de Granada viene a socorrerlos , atacando por retaguardia al Infante cristiano.

Imaginemos al sufrido camarero, soportando la mala leche (perdón) del Infante, que además padecía del bazo ( o que tendría úlcera) , debió pensar a toda carrera este plan… qué hombre, por Dios, a ver si se alegra y nos deja en paz un poco ( no me dirán que este sitio de Setenil no da para un guión de película). “E fuélo a decir al Infante o que avía pensado, e al Infante plogo dello”. Plan aprobado, se ejecutó de la siguiente manera: Fueron llegando jinetes alertando que el rey de Granada venía a combatir al Infante. El día 19 hubo rebato, y al grito de armas, los cristianos salieron de punta en blanco , en menos de media hora “se juntó muy fermosa gente”, pese a la mentira, parece que a muchos cristianos les hubiera gustado que de verdad hubiera venido el granadino. Por cierto, ya este día, y ante la escasez de sueldos y vituallas, muchas tropas cristianas ,hasta mil cuatrocientas lanzas, cuenta el cronista, se marcharon a sus casas.

Los moros muerden el anzuelo, y se asoman al adarve para salir, pensando que entretanto la bastida estaría desguarnecida..pero “vieron la gente, que era mucha más de la que ende solía estar, e que se non podría encubrir”, diría el cuento que le vieron las patitas al lobo, así que “escusaron la salida”. Debió resultarles casi cómico ver la base de la bastida tan repleta de gente que no se podían esconder.

Apenas dos días después, Juan de Porras con su hermano Lope y Pedro de Barrientos fueron camino de Las Cuevas a por cebada, pan y trigo que allí había (pues los moros la habían abandonado ante el ataque de estos junto con sesenta lanceros y un par de días de lucha, a primeros de mes –cap.67-) pero fueron engañados en una celada bastante clásica: unos veinte moros, mal armados, se dejaron ver por el camino. Los buenos de Juan y Pedro sin pensarlo dos veces, comenzaron a perseguirlos, y los moros a huir hasta llegar a un recuesto . Allí esperaban otros ochenta, ballesteros y lanceros. Como es de suponer, murieron los cristianos –con las botas puestas-. La historia tiene amarga moralina:

“El los mançeuos deven tomar ejemplo, que siempre deuen escusar la pelear con los vallesteros e lançeros de pie, siendo ellos a caballo, en la sierra e en los grandes recuestos, do los caballeros no pueden subir ni deçender sino a gran peligro.”.

Esta emboscada tuvo lugar entre Las Cuevas y Setenil, y no sería la última en este paraje.

Sigue la crónica con Setenil. También ese viernes (la muerte de Juan de Porras fue el viernes 21 de octubre aunque no especifica si el mismo o el siguiente, se puede deducir por las fechas que se siguen en el cap.79 que se refiere al mismo viernes 21), los moros hacen otra salida nocturna contra la temida bastida que acecha cerca de la entrada a la villa. En esta ocasión encuentra seis hombres de armas y dos ballesteros. Matan a uno y capturan a dos soldados, que meten en la villa. Uno debió morir de las heridas y a la mañana siguiente lo echaron por lo alto del adarve, desnudo como nació. Un auténtico “viernes negro”.

Definitivamente, el Infante estaba muy enojado. En un esfuerzo final, reparten en ocho sectores un ataque contra Setenil, encomendando cada parte a ciertos caballeros con sus cuadrillas. Cada uno de estos tenía además una escala para acometer el asalto. Sin embargo, los esforzados caballeros tenían otro parecer. Temían que con lo complicado del sitio y lo envalentonados que estaban los setenileños, un ataque así les costaría muchos muertos y no merecía la pena tal hazaña por conquistar Setenil (ese era su parecer, no lo digo yo, discúlpeme el lector). Aducían que debían primero cegar el foso, para arrimar la bastida (que le faltaba acabar de encuerarla)..ante tantas excusas, el Infante hizo que acabaran la bastida y se bajara hasta la misma puerta de la villa, y en un solo día (estamos a sábado 22 de Octubre).
Torre Bastida


El Infante mandó anunciar el domingo 23 que al día siguiente, 24 de Octubre, lunes, las cuadrillas estuvieran a punto. Llegado el lunes, hasta quinientos hombres empujaban y tiraban de la bastida con idea de asomarla al foso para cegarlo y cruzar hasta la barrera y la puerta de la villa. La mala fortuna que acompañaba a estos esforzados cristianos hizo que la bastida metiera una rueda en un bache, que parece que les costó lo suyo sacarla de allí. De la lectura de la crónica se deduce que la bastida iba montada sobre varios carros. Uno de ellos se quebró, y al quedar cojo el invento, la torre comenzó a desconcertarse (desarmarse) por el peso de los cueros. El carpintero que podía arreglarla estaba herido en una rodilla de un “biratón que le tiraron de la villa”, así que con semejante baja laboral, no había solución para el arreglo.
La bastida inutilizada, los caballeros desganados y molestos .El Infante llama al Consejo y éstos le vienen a decir que desde luego no se puede decir que el Infante no fuera esforzado y decidido a tomar Setenil, pero que, vaya, el invierno se les echa encima, no se encuentran provisiones para tanta gente y lo poco que se puede comprar es muy caro, que los moros tienen viandas para resitir y que Setenil, en definitiva, “ es muy fuerte a marauilla de quantas fuerças en el mundo son”. Prosigue el consejo, más lisonjero y suave, haciéndole ver que hay que dar gracias a Dios, pues en poco tiempo consiguieron tomar Zahara y otros castillos (se refiere a La Cueva y a Torre-Alháquime), por eso,”sed pagado con lo que Dios vos dio, e no querades las cosas fuera de razón”, como querer que la gente luche sin dinero y sin comer.
Nuestro Infante, oidas estas razones, todavía insiste en pelear un par de días mas, para salvar la honrilla, pues que en dos semanas y media no han hecho casi nada, aparte de tirarle pelotas de piedra a los setenileños. Insiste el consejo: que la peña es muy alta, que poner una escala en semejantes tajos supone que antes de que suba un escalador ya los de arriba lo han echado abajo y matarían a muchos, y para nada, etc.
Todavía porfía el Infante, que le dijeron que Setenil se tomaría en dos o tres días, que qué le contestan a eso, por qué le aconsejaron así..el paciente Consejo se defiende, que de lejos no parecía Setenil tan difícil de tomar, pero que , en fin, “ los reyes no pueden ganar todos los lugares sobre los que se echan”.
Tranquilizada su propia conciencia, el Infante liquida el asunto: al día siguiente se partirán para Olvera, a dos leguas de camino. Se levantaba el cerco de Setenil.

(continuará)

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