miércoles, 15 de septiembre de 2010

Dos Alférez de Complemento en Setenil

Andaría yo cursando 2º de BUP en el instituto Joaquín Turina de Sevilla, allá por el curso 86-87, tratando de escudriñar las diferencias y semejanzas entre un octágono y una calabaza, e intentar plasmarlas sobre el papel en aquellas mesas inclinadas tipo arquitecto que había en la clase de Dibujo Técnico, cuando por detrás, lentamente se nos acerca Don Manuel. Luis Tránchez, mi inseparable compañero de pupitre, me da con el codo para que me percate de la presencia del profesor, pero yo sigo concentrado en el poliedro y las sombras de la calabaza.
Entonces, justo a mi izquierda, oigo la voz ronca y aguardentosa de Don Manuel:
- ejem, Sr. Vargas, he oído que es usted de Setenil
- Sí Don Manuel, de Setenil
- Bonito su pueblo, Sr. Vargas, bonito su pueblo


La clase se queda expectante ante la intervención del profesor, que con la mirada alta continua su camino entre los pasillos que dejan los pupitres.
Don Manuel Berlanga, estaría ya en aquel curso al borde de la jubilación, si no había sobrepasado ya la edad. Era alto y cetrino, con un escaso pelo ondulado hacia atrás, chaqueta clara, corbata y gafas oscuras. Un bigotito ralo remataba su rostro. Llevaba una banderita de España con el escudo antiguo en la solapa y un emblema de infantería en el llavero, y en el instituto era sonado y evidente que era un facha de los de toda la vida.
La cosa parecía quedar ahí, pero al día siguiente Don Manuel se vuelve indolente a mi pupitre a ver como llevamos lo del octógono y la calabaza y yo acierto a retenerlo y preguntarle por qué razón conocía Setenil.
Entonces, el viejo profesor, ceremonioso, como si tuviera prevista la pregunta, se quita las gafas, mira hacia el techo y se dispone a contarnos sus batallitas de juventud; Una historia de la mili que tanto gustan a los hombres mayores (¿y mili dices tu? pa mili la que yo hice en Chafarinas...)
Estamos en la España de los años cincuenta. Dos jóvenes militares a lomos de caballo llegan a Setenil desde Ronda, donde están destinados como alférez de complemento.
Llegan al cuartel de la guardia civil y se presentan ante el comandante de puesto, al que le dejan sus credenciales y una carta de su coronel.
El cabo de Setenil les cede una habitación de la casa cuartel, donde los muchachos se acomodan y dejan sus petates y cachivaches. A estas horas la expectación que han levantado en el pueblo es máxima, pues no era normal la llegada de dos militares extraños a lomos de caballería portando artilugios tan extraños.
Manuel y su compañero, salen del cuartel e inician una salida de reconocimiento por la zona; La Villa, la Calle Herrerías, Triana, Las Cuevas, Calle Ronda y finalmente la Plaza, donde hacen una parada para tomar unas cervezas y departir con los lugareños.
¿Qué hacen estos jóvenes militares en Setenil? Don Manuel nos contó muy solemnemente, con ese aire de suficiencia que le daba su pasado militar y su amplia experiencia docente, que su visita a Setenil se debía a la realización de un trabajo de campo para la confección de un proyecto fin de carrera de la Escuela de Ingenieros, y es que estos dos muchachos eran estudiantes de ingeniería que hacían la Milicia Universitaria como alféreces de complemento en el cuartel de Montejaque, y para ello dedicaron cuatro o cinco días a fotografiar y pintar paisajes y paisanajes, tomar notas, cotejar documentos, amen de pasear, trasnochar, beber, jugar al billar, alternar con los paisanos, y según deduje de los ojos brillantes del profesor y su risa bobalicona, requebrar a alguna moza del lugar.
Y es que pronto estos dos milicos universitarios se hicieron famosos en el pueblo, no sólo por sus constantes paseos por los lugares más emblemáticos de Setenil, donde tomaban fotos y hacían dibujos al carboncillo, sino por que como si de dos pilotos aristócratas de la I Guerra Mundial se tratasen, se paseaban por el pueblo pinchos y peripuestos, exhibiendo las insignias y los cordones distintivos sobre su uniforme de infantería, dando a entender la hidalguía y distinción de la mili que hacían, la cream de la cream del ejército español, nada que ver con el resto de soldaditos acuartelados a diestro y siniestro por toda la geografía española.
Así los alféreces de complemento se pegaron casi una semana a cuerpo de rey en Setenil. Por la mañana haciendo algo de turismo por un pueblo pintoresco, y por la tarde dejándose agasajar por la burguesía local en el casino, en los bares, y también en alguna casa grande, donde según nos contó don Manuel, fueron invitados a cenar por un señor con toda la familia ante la presencia de una ruborizada muchacha.
El caso es que mi viejo profesor de dibujo técnico se dejó llevar por la memoria de sus recuerdos, para rememorar de esta manera su maravillosa y productiva estancia en Setenil.
Al día siguiente, don Manuel se presentó en clase con una enorme carpeta de ingeniero, que depositó en mi mesa. Al abrirla se percibía el olor a papel viejo y polvoriento que lleva décadas sin ver la luz del día; Una estampa de José Antonio con el símbolo de falange, varias fotos en blanco y negro y algunos dibujos sobre diversos lugares de Setenil y que nos enseñó de pasada. Me acuerdo en especial de unos dibujos preciosos de los puentes, así como diversas fotografías sobre la torre y las murallas. Había muchos folios escritos y un par de legajos que al momento identifiqué como pertenecientes a nuestro archivo. (Seguramente obsequio de algún funcionario entusiasta). Me explicó el profesor, muy solemnemente, que este tocho era el borrador de un proyecto que por méritos propios llegó a formar parte de la biblioteca de la Escuela de Ingenieros de Sevilla.
Don Manuel, con ese aire de superioridad que le daba la relación profesor-alumno, o quizás por ese sentido de la jerarquía y el sentido de rango tan militar, cerró la polvorienta carpeta con la misma naturalidad con la que la abrió minutos antes, sin mirarnos, sin dejar de hablar y sin permitir en ningún momento que interrumpiésemos su relato. Así, no pude solicitarle que me permitiera hacer copia de esos dibujos y fotografías tan originales, seguramente únicos por lo que yo recuerdo, y luego, no me atreví a solicitárselo. Tenía 16 años, y quizás estas cosas no llamaran tanto mi atención como ocurre hoy día.
Ignoro si don Manuel vive aún, si es así debe rondar los noventa años. Muy posiblemente ese trabajo esté en una vieja estantería de alguna facultad durmiendo el sueño de los justos, aunque puede también que sólo se dedicaran a pegarse la vidorra a todo plan, y seguro que a gastos pagados, y lo del proyecto fuera un camelo con el que se ganaron a todo Setenil, autoridades militares, civiles y eclesiásticas incluidas. Quedan por lo tanto las vías abiertas para una búsqueda de estos archivos, que de ser encontrados supondrían un auténtico tesoro documental.
Don Manuel volvió a su habitual indiferencia sobre mi persona, y yo seguí inmerso en aquella monumental empanada mental en la que se estaba convirtiendo lo de la calabaza, el poliedro, el exágono y la madre que los parió, que yo no sabía ya ni lo que estaba haciendo. El caso, es que después de presentarle a don Manuel el churro que llevaba una semana dibujando, sin mirarlo ni siquiera, me pone el buen hombre un precioso seis con rotulador verde, que creo que aún guardo el dibujo de la ilusión que me hizo.
Se entiende que al viejo profesor de Dibujo Técnico del instituto Joaquín Turina de Sevilla, le resultó grato recordar sus años mozos, cuando chulo y señoritingo se paseaba por Setenil como alférez de complemento.

1 comentario:

  1. yo tengo un tío que hizo la mili como Alférez de Complemento en Ronda. siempre cuenta lo bien que lo pasaban, que estaban como de campamento, y que venía gente de toda España, no sólo andaluces.

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