miércoles, 30 de septiembre de 2009

Inundaciones de 1949 en Setenil.


El pasado 27 de Septiembre se cumplieron 60 años de la terrible inundación que asoló Setenil en aquel fatídico día de Septiembre de 1949. Según los testigos,al mediodía el cielo se encapotó de una manera extraña, se puso extremadamente oscuro. Sobre las dos de la tarde, la lluvia que había descargado en los montes lejanos (dicen que en El Quejigal), desbordó el cauce del río Guadalporcún, asolando en tromba las partes bajas del pueblo. La gente que entonces habitaba las riberas anexas a Las Cuevas del Sol y de La Sombra fueron los primeros en dar el aviso, corriendo con lo puesto hacia la única vía de escape que había: La Cantarería y la Calle Ronda, alertando a su paso a los vecinos de las calles colindantes. Si se conoce Setenil es fácil imaginarse la situación; Las clásica tormenta de Septiembre que descarga en las zonas altas y el agua que baja en tromba por los arroyos confluyendo de golpe en el cauce del río. Además, por esos años, muchas zonas que hoy son cocheras o viviendas de usos secundarios estaban habitadas, con lo cual el daño que podía ocasionar una crecida del Guadalporcún podía ser terrible.
Las historias que se cuentan en Setenil sobre la riada del año 49 son estremecedoras; dicen que el agua llegó de tajo a tajo, alcanzando en plena Calle Ronda una altura de cerca de 3 metros (7 ó 8 metros desde el cauce del río). Se decía entonces que el agua superó la altura de los cuadros de los salones, ni que decir tiene que los sótanos quedaron completamente anegados, así como las bajadillas al río que había en casi todas las casas. ¿Se imaginan ustedes asomarse a una casa de la Calle Ronda y ver que el agua pasa a 3 metros de altura? Asomarse a las ventanas de atrás, las que dan al río, tenía que ser sobrecogedor ¡con el agua casi a la altura de los balcones! Yo conocí la riada de finales de los 80 y recuerdo el ruido ensordecedor que hacía el batallar del agua contra las rocas y los cimientos de las casas, quizás aumentado por el retumbar de los tajos (y esa riada no fué nada comparada con la de 1949).
Como digo, se cuentan historias de todo tipo; De animales que traía la crecida y luego fueron depositados muertos en los tejados, de otros que milagrosamente sobrevivieron y aparecían a los pocos días a muchos kilómetros de distancia, familias separadas durante días y semanas por no poder pasar de un lado a otro del pueblo, sabiendo de sus seres queridos por la comunicación a voces desde los tajos. Historias de solidaridad entre vecinos, de gente que pasó meses viviendo en los campos de las zonas altas mientras se limpiaban de lodo y barro sus viviendas. Milagrosas salvaciones, como aquella en la que una maestra manda a sus casas a los niños antes de tiempo, evitando así una muerte segura en una escuela que estaba al borde del río.
La inundación supuso un varapalo económico para un pueblo sumido en la pobreza propia de la posguerra española; casas, enseres, ganados y cosechas devastadas. Pese a todo, sólo hubo que lamentar un muerto; un pobrecillo al que se le calló la casa encima cuando se volvió por algunas pertenencias. Las autoridades, pese a lo que decían los periódicos voceros del régimen, poco hicieron y los setenileños recuerdan aquellas fechas como de soledad y desamparo ante la adversidad.
Algunos años después, en las fotos que se hacían los setenileños durante cualquier celebración, se siguen viendo los terribles efectos de la inundación; muros derruidos, escombros de casas, incluso los suelos de las calles levantados. Con el tiempo las heridas físicas se fueron restañando, y Setenil se restableció de tan terrible prueba, seguro que mucho más rápido que el miedo congénito que nuestros padres y abuelos le tienen a las crecidas de nuestro río.
Los que entonces eran niños y vivieron la riada lo recuerdan con pavor, algo que aún hoy les hace temblar cuando escuchan el cielo tronar sobre los tajos.
A continuación ponemos unos enlaces de la hemeroteca de ABC, que informan sobre el asunto:

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