jueves, 7 de junio de 2012

Una persecución en el monte



En el cuartel de la Guardia Civil se recibe una denuncia a media mañana; en plena noche, alguien ha entrado en un corral ubicado en La Mata y ha robado un chivo. Del viejo caserón salen dos parejas de guardias en busca del ladrón, una coge por la carretera de Los Caños y la otra se llega a la casa de un sospechoso habitual en estos menesteres. Cuando están en la humilde choza de piedra y cañizo acceden a la parte de atrás donde, cercado por unas chumberas, hay algo parecido a un patio. Allí encuentran restos de lo que parece haber sido el sacrificio del animal pero ninguna pista del autor del robo, así que se disponen a salir al campo en su búsqueda.
Primero bajan a las Cuevas de San Román y registran algunos corrales, lugar donde en alguna ocasión ha buscado refugio, pero en esta ocasión no dan con él. Los guardias vuelven por sus pies y suben a La Umbría para ir preguntando por los cortijos de Los Montecillos. Desde una encina, el ladronzuelo sigue a los guardias con la vista. Sabe que aunque la cosa no es grave, es reincidente y si lo pillan puede pasar algunos días a la sombra e incluso quizás le caigan algunas bofetadas.
José (llamémosle así, mejor no dar su nombre real) huye a toda prisa, asciende campo a través, cruza los olivares y como una alimaña se esconde entre las zarzas de un arroyo, allí piensa que estará seguro. Pero los guardias, impasibles, se mueven cerca. Preguntan a un labrador, alguien les dice que han visto a un hombre menudo y harapiento corriendo entre los olivares. Tampoco en las zarzas anda seguro nuestro protagonista. Protegido dentro del arroyo sigue subiendo, su idea es llegar a La Mata sin salir al olivar. Allí, en las fragosidades del monte encontrará refugio hasta que la cosa se enfríe y pueda volver al pueblo. Pero los guardias son implacables en su persecución, ahora parece que se han separado, uno le sigue los pasos al fugitivo subiendo paralelo a las zarzas, abriéndose camino con la culata del mosquetón, pero el otro, el más alto, parece que ha desaparecido. José está contrariado, ha pasado toda la noche en vela corriendo de aquí para allá con el chivo a cuestas, luego lo ha matado y cuando se disponía a echarse un rato alguien lo avisó de que los guardias venían en su busca. Tiene hambre, está cansado y parece que esta vez no abandonarán la persecución tan fácilmente como en otras ocasiones, aún así tiene que seguir huyendo, conoce esos campos como la palma de la mano, cada rincón, cada recodo y cualquier árbol hueco podrá servirle de refugio.
Parece que ha dejado bastante atrás al guardia que le persigue por el arroyo, anda a cuatro patas, como un animal, casi se podría decir que huele a lo lejos el correaje de cuero y metal de sus perseguidores ¡A él lo van a coger en la Mata! Ya le queda poco, a unos veinte metros se ve el muro de piedra, sólo tiene que atravesar un pequeño espacio despejado, entonces...
¿Qué pasa José? ¿Cómo tú por estos andurriales? Nuestro protagonista se queda petrificado. Mientras uno de los guardias emprendía su persecución arroyo arriba, el otro se desviaba al otro lado para ascender a su vez velozmente y esperar a fugitivo justo al final de las zarzas. Señor cabo, mis niños tenían hambre y yo no tenía ná que darles, se defiende.
El  cabo permanece en silencio por un instante. José, prosigue, han denunciado el robo de un chivo y en Olvera el teniente está enterado. Si te bajo al cuartel lo más seguro es que te lleven preso al Puerto y yo no podría hacer nada. Vamos a hacer un trato: Te tiras para la Mata y te quedas allí por unos días, como se te ocurra bajar por el pueblo no voy a tener más remedio que detenerte. Yo me encargo de dejar dicho en el cuartel de que nadie suba aquí, que esto ya lo hemos barrido y mientras tanto seguiremos buscando por otros sitios. ¿Queda claro José?
Queda claro señor cabo. ¡Que dios se lo pague!
Una escena rutinaria en el Setenil de principios de los sesenta. Los tiempos del hambre han quedado lejos pero aún hay mucha miseria y necesidad.
Hace ya algunos años, un hombre pequeño y muy delgado, ya por aquellos entonces bastante mayor, me preguntó si mi padre era ese guardia del que huía en el monte. Yo le contesté afirmativamente, entonces me contó esta historia y me dijo la de veces que aquel cabo de la Guardia Civil hizo la vista gorda o lo dejó escaparse después de alguna fechoría.
Tenía que dar de comer a los hijos, ¿sabes? Se disculpó.
En la hoja de servicios de mi padre hay algunos hechos relevantes, un abnegado militar de vocación que seguramente amaba su trabajo pero que ante todo anteponía su condición de hombre bueno. Puede que esta anécdota contada por uno de los protagonistas no aparezca en su historia militar, pero yo les aseguque es de la que más orgulloso estoy.
Por Rafa

8 comentarios:

  1. Hola Rafael, bonita historia la que cuentas, y tiempos muy dificiles para todo el mundo, si se llega a enterar el teniente de la buena acción de tu padre , le fuera caído un buen paquete seguro, por tanto poder contar una historia así es para sentirse muy orgulloso, un saludo.

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  2. Pues sí Rafael, y el gran valor que tiene es que me la contó el propio "fugitivo", treinta años después, y realmente emocionado el pobre hombre.

    un saludo

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  3. Otro bonito ejemplo de lo bonito que narras las historias. Tu padre se merece éste tu homenaje. Saludos Rafa.

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  4. Primo estoy emocionado, yo sabia que tu padre era asi, pero el relato es fantastico

    un abrazo

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  5. Qué historia mas bonita y qué bien contada. Eso es un heroe de los de verdad, un buen "servidor de la Patria" pero con un corazón humano. Mas hombres así hacen falta hoy en día, y mas historias de solidaridad y humanidad como estas........

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  6. "El poder debe serle otorgado a quién no lo anhela" es un proverbio chino creo.

    Dale a un hombre un arma, un uniforme y derechos sobre los demás y como el alcohol resaltará su verdadera personalidad.

    Hermosa historia, gracias.

    Cuando era joven inicie una carrera similar y preferí anticipar el día que esperarían de mi que reprimiera a personas cuyas ideas compartiera. Nunca me he arrepentido y los tiempos que corren me confirman que hice lo correcto.

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  7. Bonitas palabras. Siempre he pensado eso, que pasaría si ha una persona le obligan hacer algo que no desea o detesta, la famosa "obediencia debida" en cuyo nombre se han cometido crímenes atroces.
    Quizás en este caso del relato, tampoco muy grave, pero lo suficiente para que lo supiera el superior de Olvera, mi padre tuvo que optar entre la "obediencia debida" o su condición de hombre consecuente y humano que sabía de la necesidad que pasaba este hombre.
    Como digo este no era el único caso de hombría y humanidad, ya me han contado muchas anécdotas de mi padre de casos semejantes(de diferentes personas, algunas prtagonistas de los hechos)
    Cosas parecidas contaban de mi abuelo Félix, tambien Guardia, incluso durante la Guerra Civil, así que mi padre tuvo buen maestro.
    saludos

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