sábado, 26 de mayo de 2012

Tiempo y paisaje

   
La nitidez de una mañana de otoño nos deja una paleta de ocres y amarillos, de árboles desnudos y verdes incipientes. Las nieblas blancas de un frío amanecer de invierno, las cortinas de vaho que ascienden con los primeros rayos de sol, las caprichosas formas de las nubes, el esplendor de un mar de verde sobre un cielo azul hasta la paulatina maduración del grano que ya en la tardía primavera nos anuncia el estío. Unos hombres pasan por la vereda con una rehala de mulos, un tractor, la soledad de los parajes agrarios, el sol de la tarde que marca la silueta del observador extasiado con el rojo furtivo, como un disparo, de la amapola, las labores del campo, el avenate encrespado como un mar revuelto, el paso de las estaciones, la inevitable parsimonia de los días en definitiva.
Resulta muy recurrente la sucesión de imágenes de un mismo lugar u objeto en distintos lapsos de tiempo. El cine y la fotografía están llenos de esto de que les hablo, muchas veces a modo de experimento, otras como el resultado final de un proceso. La cámara es fedataria de la realidad, no juzga ni opina, siempre desde luego nos queda la idea del paso del tiempo, de que nada es eterno y que todo parece efímero, el eterno discurrir de los años, los días, las horas.
Si esta sucesión de imágenes o escenas la hacemos sobre un paisaje urbano, resulta espectacular el trasiego de gente, la paradoja de una vida vertiginosa y monótona a la vez. Si se trata de un paisaje rural, el tránsito es infinitamente menor y sólo el mero paso de un vehículo nos llama la atención, sin embargo son otros matices los que abordan nuestros sentidos; esa sucesión de colores que nos transmiten sensaciones casi físicas.

Fotos: Manchón de Rosas. Setenil de las Bodegas.

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