jueves, 17 de mayo de 2012

Un águila posada en el nogal



Hace unos meses, cuando aún andábamos embutidos en abrigos y un gélido viento barría los llanos del Alambique, un estudiante del IES se preguntaba en su redacción por ese viejo nogal que se despereza con sus brazos nervudos frente a mi ventana. ¿Brotarán ramas verdes esta primavera? ¿Será talado para arder en la candela? Inquiría.
Todos los años por estas fechas yo mismo me hago la misma pregunta. Me pongo bajo sus cerca de cinco metros hasta la cruz para ver si esa rama, la única que revienta en verde todos los abriles, ha aplazado un año más su ineludible cita con la eternidad y nos regala un manto de ovaladas hojas teñidas de esmeralda.
Y allí están, escasas y menguadas rodeadas de los secos esquejes que antaño buscaban rozar el azul del cielo, valientes y decididas como una mancha de verde esperanza sobre la inmensa mole de un cuerpo comido por la podredumbre, un pámpano de hojas que nos recuerdan que la vida se agarra a la vida porque es lo único que tiene.
El periódico brotar de los árboles en primavera es uno de los espectáculos más fascinantes que nos puede ofrecer la naturaleza, pero si se trata de un árbol centenario y fieramente enfermo como este, su resurgir nos llena de alegría y esperanza, como ese olmo seco que sirviera al inmortal Machado para cantar el anhelo de felicidad de su propio corazón.
Quizás un nido no encuentre entre su escaso ramaje la necesaria protección contra las inclemencias del viento y el sol, pero sus brazos sirven de descansadero a estorninos, charros y zorzales, de escenario para los amores de los gorriones y privilegiado altar para las secretas confidencias de dos palomas turcas, tablado para la exhibición de un cuco que con espasmos de acróbata trata de seducir a una pajarita e inigualable puesto vigía para los calíces.
Hoy, un águila calzada que tiene residencia en los eucaliptos del Nogalejo, ha usado mi viejo nogal como oteadero. Majestuosa se ha posado sobre una rama seca soportando imperturbable el incordio de multitud de pajarillos. Incluso los cernícalos han huido para buscar refugio bajo las tejas de una construcción vecina.
He conseguido sacarle algunas fotos bajo la penetrante mirada de sus ojos amarillos, atenta y vigilante a mis movimientos hasta que haciendo un escorzo se dejó caer para refugiarse en dos aleteos entre los chopos del Almendral.
Una pareja de calzadas anida todos los años en el Nogalejo. El año pasado lograron sacar un pollo que un día de septiembre, a las llamadas de sus padres, se tiró del nido para surcar torpemente los aires. Los cuervos les siguen graznándoles tratando de echarlas de su territorio y ellas se revuelven furiosas con las garras hacia arriba.
A finales de verano, cuando las primeras señales del otoño empiecen a soplar desde El Tejarejo, darán un último vuelo sobre su mundo delimitado por esos eucaliptos del Nogalejo, los chopos del Alemendral y ese nogal que todas las primaveras se empeña en burlar a la muerte, para emprender de nuevo el camino hacia sus cuarteles de invierno.
Un año más, joven amigo, el viejo nogal retoña en un pequeño racimo de hojas verdes, justo en los días en que, como todos los años, las águilas calzadas vuelven a sobrevolar los cielos de Setenil.





Para saber más:
El último rey del bosque. Setenil Rural

3 comentarios:

  1. Hola Rafael, la de fotos bonitas que te lleva regala ese nogal, saludos.

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  2. Y nueces Rafael, que todos los años le cojo un cubito. He conseguido sacarle algún plantón que hoy es un nogal de cerca de 2 metros, un auténtico juglans regia, pues los nogales de vivero creo que tienen algún tipo de hibridación.

    un saludo

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  3. Bonita historia la del viejo árbol que se niega a dejar la vida, como hariamos cualquiera de nosotros. Hay que aferrarse fuertemente y no claudicar. Hecho, Rafa, te acepto la invitación de salir al campo a por lo que sea, que esa es la excusa para quienes nos gusta la naturaleza.500 kilómetros tienen la culpa. Saludos Rafa.

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