miércoles, 27 de junio de 2012

Semblanzas



Hace unos días recibí un bonito regalo, una lámina pintada a plumilla de un lugar del término. En primer lugar y ocupando casi todo el plano, una vieja casa de campo desconchada y con bajos tejados de tejas árabes, una higuera, unos chopos, a lo lejos un tenue horizonte trazado en finas líneas, El Tejarejo, Ronda la Vieja, Maravé. Setenil queda apuntado como una sucesión de manchitas blancas (arriba podéis ver un detalle).
Me lo regaló Roel, un jubilado holandés que nos visitó en las primeras semanas de Mayo. Quizás lo hayas visto paseando con su mujer por el pueblo; alto y desgarbado, pelos descuidados y una barba incipiente. Viste con vaqueros y sandalias, muy informal y siempre anda con una cámara colgada al cuello. Es tranquilo, educado y jovial y saluda a quien se cruza con él.
Roel tiene unos sesenta y pocos años de edad, su jubilación le da lo suficiente como para viajar de vez en cuando y dedicarse a sus aficiones favoritas, la pintura y la fotografía. Prácticamente es de la misma quinta que nuestro amigo Juan, ese hombre que es tan feliz pero que aún no lo sabe. Aparentemente no puede haber más diferencias entre los dos, al menos superficialmente.
Roel viste de manera despreocupada, podríamos decir casual, tanto que su indumentaria no desentonaría nada de la de un grupo de estudiantes. Juan viste como los hombres del campo, clásico, formal y sólo ese raído sombrerillo de paja que usa cuando la calor confiere un toque exclusivo a su indumentaria. El visitante parece más joven de lo que dice su edad, mientras nuestro paisano ya apunta maneras y hechuras de abuelete.
Sin embargo son otras las diferencias que pueden llamarnos la atención. Roel conoce mundo, Juan, aunque fue inmigrante en Francia no conoce nada más que los bancales de su huerto. Roel, sabe idiomas y tiene una buena pensión, Juan habla poco, su pensión apenas les da para llegar a fin de mes y si no fuera por el huerto la paguilla no les daría ni para pagar la contribución o la factura de la luz.
Roel ama los paisajes inhóspitos y agrarios. Los captura con su cámara y luego, en la soledad de su casa holandesa, pintará acuarelas de trigales amarillos e intensos cielos azules. Disfruta cada instante que pasa entre nosotros, inspira profundamente el aire, absorbe los aromas del campo, del trigo y el olivar (siente una extraña fascinación por los troncos retorcidos de los viejos olivos) conversa con la gente, les hace preguntas en un rudimentario castellano jalonado de palabras en italiano, pretende impregnar sus sentidos de todo lo que le rodea. Juan ha viajado poco, lo suficiente para pensar que como se está en casa de uno en ningún sitio. Muchas veces, entre golpes de azada, se incorpora y eleva su mirada al horizonte, a los verdes chopos que emergen desde el lecho del río, quizás para ver de donde sopla el viento y si esas nubes que llegan del poniente vienen preñadas de agua. Ya sabemos que no cambiaría la sombra de esa higuera que tiene junto al arroyo por la mejor de las terrazas de la Costa Azul.
Roel viaja, observa, pinta. Juan esculpe con tierra y agua bellas esculturas vegetales. En el fondo los dos son artistas. Si hubieran tenido la oportunidad de conocerse durante estos días, habrían compartido unos vasos de ese vinillo que Juan enfría en la alacena de su choza. Quizás no sean tan diferentes.

1 comentario:

  1. Juan o Roel ambos dueños del mundo. Uno sabiéndolo y el otro sin saberlo, pero los dos dueños de su "tiempo" que es mas importante que el dinero. Eres colosal Rafa, de cualquier tema te sale una buena entrada para deleitarnos. Gracias.

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