viernes, 28 de octubre de 2011

Especial Fiesta de Todos Los Santos y Difuntos: Atrapadas en el cementerio



Quien nos lo iba a decir; Ya están aquí las fiestas de Todos los Santos y Difuntos...¡esto va que se las pela! que diría un amigo nuestro. Al menos, la fiesta parece coincidir con una llegada del otoño con todas sus consecuencias atmosféricas, que ya era hora, y podemos subir al cementerio con esa chaquetilla que dormía almidonada en el ropero y teníamos tantas ganas de volver a vestir.
Y en estas fechas, como es de rigor en esta página que abomina de jalogens y necedades de ese tipo, toca hablar de estos fastos, tan religiosos y tan paganos a la vez, en que subimos al lugar donde reposan nuestro seres queridos ¿Recuerdan el año pasado cuando hablábamos del cementerio?
"¿no habéis soñado alguna vez que os quedáis encerrados en el cementerio de Setenil? Quizás esto representa el miedo a lo desconocido que habita en nuestro subconsciente, y la recurrente pesadilla de quedar atrapados entre sus altos muros es la angustia vital que todos llevamos dentro..." ¡Quedar atrapados en el cementerio de Setenil! ¿Una pesadilla? pues eso precisamente es lo que le ocurrió a dos buenas señoras de nuestra localidad, como nos contó una de ellas no hace mucho entre divertida y nerviosa, reconociendo en todo momento el miedo que llegaron a pasar.
Ocurrió el suceso en una tarde de otoño en la que las dos hermanas subieron a preparar sus nichos familiares para el día de difuntos, con tan mala suerte que el sepulturero, pensando que no quedaba nadie en el recinto, cerró la verja dejándolas encerradas.
Se pueden imaginar ustedes la situación; Un lugar solitario, alejado de cualquier vecindad y poco transitado, la tarde crepuscular de otoño, el viento aullando entre altos cipreses y tétricos panteones, dos señoras, de buen ver aún, pero incapaces de ponerse a atarragar por esos altísimos muros.
Sin un móvil que pudiera sacarles del trance, la única solución parecía gritar, desgañitarse, liarse a pegar voces hasta que los ecos de sus lamentos llegaran al pueblo y alguien viniera a socorrerlas. La otra opción, esperar a que las echaran de menos y subieran a buscarlas, quizás a altas horas de la noche... ¡no! mejor seguir pegando voces, aunque era evidente que nadie podría escucharlas.
El sol se esconde en el horizonte, las últimas láminas de luz parecen difuminarse en la densa atmósfera otoñal, mientras nuestras señoras, afónicas, se aferran a la fría verja metálica con la esperanza de ver surgir en el camino a algún salvador.
En eso que, a lo lejos, subiendo entre la vereda flanqueada de olivos, se distingue una figura: Paso calmo, andar parsimonioso y sosegado, como si estuviese arando por esos campos, paraguas en mano, pantalón de rayas, botas, chaqueta y camisa abotonada hasta la nuez, un hombre grande, de porte antiguo, como salido de una foto de los años veinte. ¿Quien sería esa persona que pasaba a esas horas por un lugar tan a desmano? Las mujeres reanudan sus voces para llamar su atención.
No se quién pasaría más miedo, si las mujeres al ver un desconocido que pasaba por el cementerio en la oscuridad, o el pobre hombre al escuchar un lastimoso quejido de ultratumba, casi espectral por estar ya las dos afónicas, que sale del interior del cementerio.
Supongo que el caminante estaría tentado a volverse por sus pasos y salir corriendo, pero se ve que alguna de ellas, lo conocería y lo llamó por su nombre:
¡Pedro! ¡Pedro por Dios! sácanos de aquí.
Y Pedro, sorprendido, se asomaría al cementerio para percatarse de que no se trataba de dos ánimas que le pedían ser liberadas, sino dos señoras del pueblo, muy vivas las dos y con más miedo que todas las cosas.
Señoras, les responde Pedro, es que yo no tengo teléfono, y aún me queda un largo trecho hasta llegar a mi casa, que vengo de mi olivar en los Montecillos y tengo que llegar hasta la Campiña.
¡Pedro por favor! te llegas al pueblo y avisas a mi marido que venga a sacarnos de aquí.
Y el buen hombre, resignado, emprende el camino para abajo para dar aviso en el pueblo, tranquilo, parsimonioso, con ese andar sereno y calmoso del que sabe que nadie le espera en casa, pensando quizás que ya podía haber cogido por otro trecho que le hubiera evitado el contratiempo de tener que bajar a Setenil. Bueno, que se le iba a hacer, de buen cristiano es socorrer a quien lo necesita, trataría de consolarse nuestro amigo.
Así es como que gracias a Pedro, estas dos señoras evitaron pasar encerradas unas cuantas horas en el cementerio, ya que me imagino que tarde o temprano alguien subiría a buscarlas, aunque, quedar atrapados entre esos altísimos muros en plena oscuridad, con todas esas historias de muertos, fantasmas y aparecidos que conocemos de pequeños asaltándonos por la cabeza, no debe ser plato de buen gusto. ¿Ustedes que opinan?

6 comentarios:

  1. dos señoras, de buen ver, aún. ¿Qué has querido decir? Explicate aquí ahora mismo o se lo "mento" a tu parienta. Saludos.

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  2. Genial, y verídica, historia que ocurrió en el cementerio de Setenil. Y no creo que nadie mas propio para protagonizarla que el "bueno" de Pedro, uno de nuestros vecinos más peculiares. Genio y figura.

    Saludos.

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  3. La historia un poco exagerada, pero más o menos de esa forma me lo contó una de las protagonistas

    Rafa

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  4. Me ha encantado este blog, que me acerca al sur. He disfrutado con los textos y las fotos que he visto. Los cementerios son algo aparte para mí. Me gusta visitarlos; en ellos, el silencio y el recogimiento me dan una gran tranquilidad.

    Un saludo.

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  5. Gracias Pilar
    En este blog tienes tu casa

    Un saludo

    Rafa

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