Antonio, Pedro, Rosarito e Isabel Linares Gutiérrez |
Huyendo de la miseria y la pobreza que aquel Setenil de entonces y siguiendo la estela de tantos, Pedro abandonó su tierra natal y a su gente para embarcarse en una traiña pesquera en las Canarias, periplo inicial en su ilusión de emigrar a América cuando las circunstancias lo permitieran, eterno El dorado en la fantasía de generaciones y generaciones de españoles.
En ese barco, Pedro faena por lo que hoy serían los caladeros marroquíes y el banco sahariano-canario. Tendría esta embarcación sede en Tasacorte, en la Isla de la Palma, cuando Pancho, el capitán, sabiendo de sus intenciones de cruzar el charco, le ofrece pilotar un pequeño bote para llevar una tripulación de seis isleños y un gallego con los que se ha comprometido.
Pedro, aún conociendo la dificultad de la empresa, se sabe capacitado y se ofrece decidido ya que de esta manera también él podrá cumplir el sueño de viajar a América.
El día indicado buscan el bote en el puerto, una pequeña embarcación de vela de poco más de dos toneladas y esperan el amparo de la noche y la inhibición de la Guardia Civil para partir, en principio dirección a las costas africanas, y posteriormente enderezar rumbo a occidente. Desde el primer momento, nuestros aventureros cogen temporales y una mar gruesa que no los abandonará durante todo el trayecto, pese a que Pedro, en el afán de darle de lado, varía el rumbo previsto hacia el norte. Esta circunstancia, y el hecho de que el tripulante gallego modificara el rumbo durante la noche por su intención de llegar a Cuba, hacen que después de más de un mes de navegación, la chalupa llegue a la desembocadura del Orinoco en la Guyana. Desde este punto y una vez divisada tierra, navegan por cabotaje costeando el litoral atlántico, hasta que ya en aguas venezolanas son recogidos por un carguero, cuyos tripulantes no dan crédito a lo que le cuentan esos españoles que dicen venir desde tan lejos en un barquito tan pequeño.
Nuestros aventureros son desembarcados en la ciudad de Caripito, en el oriente del país, y las autoridades venezolanas se plantean la repatriación. Es entonces cuando la prensa local se hace eco de la noticia y la historia de Pedro y su tripulación comienza a ser la sensación en aquella pequeña localidad costera:
“¡Premio al heroísmo!
¡Siete marinos españoles cruzan el Atlántico en un pequeño bote en 43 días! Pedro Linares Gutiérrez, que hacía las veces de capitán...”
“El pueblo de Caripito pide que no se repatríen a los valerosos marinos españoles que cruzan el Atlántico en 43 días”
De esta manera, Pedro y sus hermanos recuerdan lo que decían los titulares de los periódicos, lo cual sirvió para generar una oleada de solidaridad para con los valientes españoles tanto en Caripito como en el resto del país. Así, nuestros protagonistas son conducidos a Caracas, capital del estado venezolano, siendo tratados en todo momento con suma amabilidad por las autoridades, dándose el caso incluso de que la policía les lleva de visita turística por los principales monumentos de la ciudad. En ningún momento llegan a ser tratados como delincuentes y desde todos los puntos les llegan muestras de ánimo y solidaridad. Son recibidos en todos lados como auténticos héroes, unos valientes que por atreverse a cruzar el Atlántico de una manera tan peligrosa merecen quedarse en el país.
En Caracas, Don José de la Vega, una asturiano asentado allí desde hace tiempo, les ofrece alojamiento hasta que puedan regularizar su situación, mientras que las autoridades venezolanas piden informes a España con la idea de permitir que se puedan quedar en el país.
En Setenil, Nebreda, el Comandante de Puesto de la Guardia Civil, se llega a la casa familiar de los Linares Gutiérrez con el fin de recabar datos sobre la situación de Pedro. Su madre, Doña Josefa Gutiérrez Bermúdez se muestra sorprendida por el curioso paradero de su hijo e insta a Nebreda a dar buenas referencias. Así lo hace el veterano militar, y muy posiblemente esto serviría para que Pedro, el valiente setenileño que atravesó el Atlántico en una patera, pudiera cumplir su sueño de quedarse en América.
Al poco tiempo, ya regularizada la situación, Pedro reclama a su hermano que se encuentra trabajando en Avilés, Asturias, después de hacer el servicio militar. El padre de familia reprende a su hijo por el deseo de emigrar también a Venezuela:
-pero hijo, ¿Tu sabes lo que hay por el mundo?
Antonio. El hijo menor le responde:
-Yo no sé lo que hay por el mundo, pero si lo que hay en Setenil.
Al poco tiempo, Antonio también emprende el viaje a América saliendo del puerto de Vigo, pero esta vez, como recuerda jocosamente, en mejores condiciones y en un barco más grande que el que transportó a su hermano.
Cuando días atrás hablábamos del duro trance por el que pasaron miles de setenileños al tener que abandonar la tierra que les vio nacer, poco podíamos imaginar que algunos de ellos lo hicieron en condiciones tan dramáticas y peligrosas, donde poner en prenda la propia vida entraba dentro del coste del billete. Quizás el caluroso recibimiento que el pueblo venezolano brindó a nuestro paisano y a aquellos que viajaban con él sea una lección que nunca deberíamos olvidar.
Sirvan estas letras de homenaje a todos ellos.
Puerto de Caripito |
Puerto de Caripito |
Por problemas técnicos no se ha podido incluir una fotografía de Pedro y sus hermanos, cosa que trataremos de solventar en breve
ResponderEliminarEs decir, que lo de la patera ya se inventó en Setenil, aunque no en puerto de mar sino en el puerto del Guadalporcu. Viene a cuento, a propósito, la frase aquella de "El Cordobés": Más cornás dá el hambre. Como para no emigrar. Bonito el relato y encima verídico. Salud amigo.
ResponderEliminarY tan verídico. Y contaba Pedro la historia como si nada, como si atravesar el Atlántico de esa manera estuviera al alcance de muchos.
ResponderEliminarLa gente de antes estaba hecha de otra pasta.
Un abrazo
Hace unos días oí en la radio que una mujer había dado a luz en una patera antes de alcanzar la costa andaluza.El ejemplo de estos setenileños nos acerca al drama que dia a dia viven muchos por llegar a nuestro pais en busca de un porvenir mejor. Saludos Rafa.
ResponderEliminarDesde luego Sebastián. Pese a la que está cayendo en el país, y de que se busquen culpables por todos lados, no dejo de solidarizarme con aquellos que se juegan la vida en el Estrecho para buscar un futuro mejor en España. La cosa tiene difícil solución y es complicada, pero no por ello debemos perder nuestra humanidad.
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