lunes, 20 de diciembre de 2010

Aquellas Navidades de entonces

Iluminación navideña en Setenil

Siempre me han parecido las Navidades unas fechas tristes, no sólo por el tiempo, frío o lluvioso, siempre gris, de finales de diciembre, sino también por la nostalgia que nacen de las ausencias, perceptibles por un niño en el ánimo de sus mayores. Siempre hubo otras navidades, que se superponen como capas a las actuales y se presentan como fantasmas, en blanco y negro o en sepia, para turbar la tranquilidad y cotidianidad de los días de diario. Eso tiene la Navidad, que como un rito sagrado e insalvable, nos obliga a celebrar aún cuando no lo deseamos. Gracias a mis mayores, conozco de oídas aquellas navidades de antaño, cuando la publicidad y el consumismo eran inimaginables en aquella España de posguerra de hambre y miseria. Fiestas tradicionales donde las haya, se imagina uno esas mesas llenas de niños y mayores presididas por la patriarcal figura del padre, con suerte algún plato especial por las fechas, anís y algunos dulces para los más afortunados, Misa del Gallo y villancicos por las calles.
Frente al antiguo puente de la calle Ronda, María La Carbonera vendía castañas asadas protegida de los gélidos aires de la sierra y la humedad del río por una estufilla de ascuas, en las puertas de las casas los anafres se ventilaban al fresco en un musical chisporreteo mientras los vendedores ambulantes se afanaban por repartir sus productos. Cuenta mi madre con nostalgia aquellas navidades de su niñez cuando el horno de leña de mi abuelo aún horneaba pan. La chimenea recorría parte de la casa y como si de la tradicional gloria castellana se tratase, el suelo siempre estaba caliente y la casa cálida y acogedora, mientras el ambiente del negocio daba alegría a la calle en un continuo transitar de gentes y bestias.
Mi memoria se fija en aquellas navidades de mi niñez, en esa vieja casa de los abuelos en la Calle Ronda, posiblemente la calle más umbría y fría de Setenil. Recuerdo los techos altos de vigas de madera en los atrojes, las camas antiguas y los colchones y los edredones de lana. Nos vestían con pantalones de pana y chalecos de cuello vuelto, y en las fotos se nos ve con los mofletes colorados y regordetes.
La calle que yo conocí era alegre, no tanto como la recuerdan mis mayores, pero con mucha más vida de la que tiene ahora. Había varias tiendas y comercios, y justo frente a nuestro balcón estaba aquel precioso establecimiento de comestibles de Anita y José, con dos puertas que al abrirse o cerrarse hacían sonar una campanita. En el centro un gran escaparate que en Navidad se adornaba con toda clase de productos delicatessen ricamente presentados. Me acuerdo que José el Ditero vendía unos quesos manchegos cuyo característico aroma parecía penetrar los anchos muros de la casa y las rendijas de las ventanas de madera. Pasando el puente, Encarna Villalón y Sebastián Porras, tíos abuelos míos, tenían su viejo colmado donde se vendían todo tipo de cacharros y telas siguiendo los métodos tradicionales de pesos, medidas y cuentas. Quien haya conocido a Encarna coincidirá conmigo en que se trataba de una de las cabecitas más finas que ha dado el pueblo.
Frente a esta tienda, estaba el bar El Puente, quizás uno de los lugares más celebrados de la historia reciente de Setenil por sus tapas y por la amabilidad de sus dueños, mis tíos Manolo y Filo. Aún hoy siguen los paisanos relamiéndose con el recuerdo de aquellas carnes en salsa, los callos, los filetitos y toda la batería de tapas que se podían degustar.
Por estas fechas, en la chimenea que daba al río nunca faltaban unos buenos troncos de recia encina, mientras las cuatro puertas del local, quedaban cerradas para mantener el calorcito. El día de la lotería solía despertarme con el monótono musiqueo de los niños de San Ildefonso y el rumor de la gente atenta a televisores y radios. Una multitud seguía el sorteo dentro y fuera del bar, expectantes al baile de números y a una suerte en la mayoría de los casos esquiva. Pese a todo, el día de la lotería de Navidad era una tradición que gustaba disfrutar en compañía, en la calle o en los bares, como si del auténtico pistoletazo de salida de las fiestas se tratase.
En casa, mi madre y mi abuela se afanaban en preparar los platos de los que se daría cuenta por aquellos días, aunque la noche del 24 las tortas fritas con chocolate eran inexcusables. ¡Que ilusión nos hacía a los niños la noche de las tortas fritas. En el poyo de piedra se extendía la masa, se le daba forma y se pasaban al perol de aceite hirviendo, donde la informe masa blanca se hinchaba en caprichosas figuras doradas. ¿Quién no ha disfrutado llenándolas con chocolate caliente? Junto a la mesa, mis primas, mi hermana y yo mismo esperábamos las tortas con ansiedad, como si del mejor de los manjares se tratara.
Para el día de Navidad y Noche Vieja mi madre cruzaba el puente en busca de Cándida Moreno, una vecina mayor que vivía sola, y que pagaba nuestra compañía con unos huevos nevados y unos arroces con leche que quitaban el sentío. Por ahí andan algunas fotos de esa buena señora que vivía en las Cuevas del Sol en una preciosa casita bajo la roca y que con tanto cariño recordamos.
Luego, como estaba mandado, se subía a la Villa para celebrar la Misa del Gallo. La Iglesia llena de niños y mayores, el portal de belén junto a la pila bautismal, y luego a cantar villancicos por las calles.
Como mi tío no cerraba el 31, las uvas nos las comíamos en bar junto con un grupo de ancianos, que tenían en el bar el Puente el único remedio para combatir la soledad en aquellos días tan señalados. Para ellos no faltaba el plato de pollo relleno, las uvas y el champán, y siempre he pensado que mi tío no cerraba ese día por no dejar en la calle a aquellas personas tan faltas de compañía. Con ellos recibíamos el año nuevo y para ellos eran también nuestros abrazos y felicitaciones.
Quizás la Navidad sea la fiesta de la nostalgia por excelencia, cuando más se recuerdan a aquellos que faltan o están ausentes,y para muchos unas fechas que con sumo gusto tacharían del calendario, pero coincidirán conmigo en que el recuerdo de aquellas navidades de antaño, aquellas que disfrutaron cuando chicos, les provoca una punzada de suave y evocadora melancolía en el corazón.

6 comentarios:

  1. Muy bueno ese relato Rafa, la sensibilidad y sentimientos afloran en estas fechas. Hace algunos días me escapé y estuve en Setenil con unos buenos amigos de ahí. Pasé un buen rato, la verdad es que aun sigo encontrando en el pueblo ese trato cordial y amistoso tan escaso en otros lugares. Cuando en tus relatos leo las palabras lluvia, frio, chimenea, anafre, café, rio, calle Ronda, del Sol, de la Sombra, me entra el "mono Setenileño", del que no puedo ni quiero desintoxicarme, y no tardo más de tres o cuatro días en tirar para allá. Feliz Navidad a todos.

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  2. Hola Vespertinus
    La verdad es que por estas fechas nos ponemos un poco ñoños, pero es lo que toca. Para esta entrada me han fallado unas fotos de aquellas navidades de las que hablo. si doy con ellas las colocaremos.
    un abrazo y feliz navidad

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  3. Sí que es verdad que estas fiestas son las que nos sacan la nostalgia del cuerpo a paladas o a palás como diria un setenileño. En mis tiempos de niñez lo que recuerdo son los higos secos en "seretes" (no estoy seguro de que sea la palabra correcta) que traia mi abuelo desde Ronda. Hasta ahí llegaba nuestro "delicatessen" de entonces. Bueno el relato Rafa, como siempre. Aprovecho para felicitar las fiestas a los que visitan este blog y especialmente para tí amigo. Salud y saludos.

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  4. Hola Pacorbe
    Felices fiestas también para ti y los tuyos.
    Un abrazo

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  5. bravo por tus historias que recuerdos tan buenos

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  6. Que pena las luces navideñas con la lluvia. esperemos que el pueblo se anime por el bien de todos, que ahora está un poco aburrido con la crisis.

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