Cuando nos sentábamos a su lado y estaba gracioso, nos hacía juegos con las fichas, y nos explicaba que el dominó tenía una lógica matemática que muy poca gente conocía, pues requería de conocimientos y dedicación. Él, que si sabía esos secretos, no jugaba con los lugareños para no aprovecharse de nadie. A nosotros lo de la ciencia nos daba igual y lo que realmente nos gustaba eran los castillitos que hacía con las fichas sobre la mesa.
Don Antonio era de escasa estatura, vestía con chaqueta gris y un anacrónico chaleco del que asomaba un reloj de bolsillo al que continuamente ajustaba la hora según el telediario. Entre sus dedos regordetes portaba un sello de oro y en la muñeca un extravagante reloj electrónico. Fumaba los cigarros insertados en una larga boquilla negra y rara vez se juntaba con mucha gente. Tenía un claro acento castellano, reminiscencias familiares según contaba, y de su boca salían flores tan remilgadas y ajustadas a la lengua y el protocolo como; “le doy mi más sentido pésame”, “me pone a los pies de su señora”, “tanto gusto”, que acompañaba con la gesticulación y teatralidad adecuadas, y es que Antonio era un hombre muy preparado.
Algo más joven, Don Antonio emigró a Alemania, no porque le hiciera falta trabajar, sino por sus ansias de viajar y conocer mundo, asignatura pendiente, según nos contaba, en la educación de la juventud actual. Allí, trabajó en Correos, una colocación adecuada a sus conocimientos, a la que se aplicó con esmero y profesionalidad. Sin ir más lejos, estando de inspección en su centro el Director General del Departamento Postal de la República Federal, viéndole trabajar, se llegó a su persona y alabando ante sus acompañantes la pulcritud del quehacer de Don Antonio, le estrechó la mano diciéndole:
"Amigo (Don Antonio lo contaba en Hochdeutsch) viéndole en el desempeño de sus quehaceres me reafirmo en la idea de que ambas razas, la germana y la hispana, forman la florinata de las estirpes europeas, supervivientes que aún no han caído en la molicie y decadencia de otras naciones menos afortunadas".
Contaba esto Don Antonio con los ojos cerrados, irguiendo su cuerpo y con el dedo tieso, en un alemán que luego nos traducía a la lengua de Cervantes.
De su estancia en Alemania y su experiencia postal, Don Antonio guardó ese gusto centroeuropeo por la racionalidad científica, la puntualidad y la austeridad en las costumbres, además de una exquisita afición por la filatelia. Debo agradecerle el regalo que me hizo de una gran cantidad de sellos nacionales e internacionales que me sirvieron para iniciar una diluida colección que aún debo guardar por algún cajón.
Don Antonio se tomaba un café detrás de otro, para que las musas no le pillaran soñoliento, mientras fumaba sin parar. Dueño de incontables disloques y ocurrencias, disfrutaba mostrándonos su vieja libreta llena de garabatos, notas y signos en la mayoría de los casos ininteligibles. Gustaba de fantasear sobre determinados avatares históricos en los que Setenil era protagonista, como los asedios cristianos a la Villa. Era Don Antonio de la opinión, que de haberse empleado la lógica en mayor medida que la fuerza bruta, los moros hubieran sido derrotados siglos antes, y Setenil sería en estos momentos una ciudad más importante de lo que es ahora, y que bajo el auspicio de la noble capital hispalense hoy día estaría a la altura ciudades como Osuna o Carmona. Representaba en su libreta planos del pueblo, con flechas que representaban el avance de las tropas señalando los bandos con una media luna o una cruz según correspondiera, dibujando con detalle extraños artilugios de combate tipo arietes, torres bastida o catapultas, que colocados en determinados lugares hubieran servido para lograr este objetivo.
Hacía conjeturas de cómo serían antiguamente los lugares más habituales de Setenil, que si esto era campo entonces y aquí había un muro, la calle Ronda no existía por aquellos entonces, relataba, pues justo aquí el río daba una curva y pasaba por el segundo ojo del puente, sobre el que estamos en estos momentos, esta casa sería un molino que aprovechaba la fuerza del agua para mover sus amoladoras de granito, y cosas de estas.
En cierta ocasión nos habló de que estaba en conversaciones con el Alcalde sobre la construcción de un puente que uniera El Carmen con la Villa, una idea en la que llevaba tiempo trabajando y cuya materialización reportaría grandes beneficios a las gentes de Setenil, punta de lanza, según contaba, de un megaproyecto de infraestructuras que lograría mejorar las comunicaciones y con ello la afluencia de turistas, y poner al pueblo en la cabecera económica de la comarca. Decía que el alcalde estaba muy interesado en su idea y que se pondría en contacto con él para cuando llegaran las subvenciones de Europa, no sólo por tener en su posesión los planos de las obras y la idea original, sino también por sus conocimientos del idioma alemán, que como todos sabemos es la lengua del país de donde viene el dinero.
Ido del cascabullo o visionario, de todas sus ocurrencias y teorías destaca un tratado, oral más que nada, del ecosistema del Trejo a su paso por Setenil, argumentando que las diferentes especies se habían adaptado al medio ribereño de tal manera que se podía hablar de auténtico biotopo natural.
Como en la sabana africana, había un gran súper predador, que como el león también es un felino, el gato que se sitúa en la cima de la pirámide alimenticia, y bajo la cual están otros predadores como las ratas, que serían como las desagradables hienas manchadas, aunque también formaban parte del menú del panthera trejinensis, las aves de corral, como los grandes rumiantes o los gigantescos avestruces, y los habitantes del río; peces y ranas que eran devorados por serpientes que serían como los cocodrilos, un rico y variado ecosistema perfectamente engranado y adaptado al hábitat del río. La evolución desde luego es inexorable en sus escrutinios y nadie sabe que nos tiene deparados. No podía imaginar Don Antonio por aquellos entonces lo de las obras de canalización del río, que acabarían con aquel supuesto Serengueti ribereño surgido de su portentosa imaginación.
Si bien me gustaba sentarme a su lado y escuchar sus extravagantes disloques, ya con trece o catorce años me tomaba un poco a guasa sus historias, y es de justicia reconocer que no siempre le guardé el debido respeto, máxime cuando era objeto de chanzas e ironías por la clientela del bar. Definitivamente cayó de su poltrona el día que tambaleándose por la calle le vi dirigirse a su casa en total estado de embriaguez, desastrado, maloliente y balbuciendo un ininteligible dudua dudua de claras connotaciones etílicas, sin percatarse de las tropelías que por atrás le hacían los chiquillos.
Cierto y verdad que no siempre caía bien, más que nada por esos aires de superioridad que se daba con lo de la correcta dicción castellana, las ínfulas de sabio renacentista y la prepotencia con la que se dirigía a los viejos que paraban por el bar, el caso es que era más digno de lástima que otra cosa, y con algo de cintura y sangre gorda se podía pasar un buen rato a su lado.
Un buen día, Don Antonio dejó de venir por el bar, y por falta de interés quizás no llegué a preguntar la razón. No sé si murió, volvió a su Castilla natal o encontró el bálsamo que hacía invisible a quien se lo aplicara, que sé yo, el caso es que simplemente desapareció. Quizás hoy día, con bastantes años más, con su reloj de bolsillo y la chaqueta gris, ande sentando cátedra en la cafetería de una vetusta y decadente ciudad castellana, anotando en su vieja libreta los mil y un disparates e ingenios que se le pasan por la cabeza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario