domingo, 14 de agosto de 2011

Historias de verano (IV): Un lagarto en mi jardín

En primavera, mientras preparaba la tierra para el huerto salió de un boquetillo bajo un olivo un pequeño lagarto, verde y con manchitas amarillas y azules, malencarado e iracundo, no parecía de buen humor. Me miraba de reojo, contorsionó su cuerpo y con la cabeza hacia arriba empezó a gruñir y a chasquear la cola contra la hierba seca. Por momentos me dio la sensación de que sus lunares amarillos se volvían rojos, quizás fuera la ira. No es para menos, yo estaba preparando el huerto junto a su preciosa guarida junto al arroyo y con una especie de alcor donde podía tomar el sol todas las mañanas.
Seguí a lo mío y dejé de verlo, se ve que hubo de abandonar su preciado boquete en pleno paseo marítimo. Pasaron los días y decidí una ampliación del huerto más allá del olivo, así que la emprendí de nuevo zoleta en mano a preparar la tierra. Al momento mi lagarto salió de su nuevo boquete, más rojo y mosqueado que nuca. Hizo unos cuantos alardes de amenaza, yo le incité con una taramilla para ver lo que hacía y fue entonces cuando me atacó mordiendo mis sandalias. La verdad es que me dio un susto, aunque practicamente éramos conocidos.
Nuevamente, el lagartillo no tuvo más remedio que abandonar su hogar, presionado por el hombre que demandaba más tierras para sus cultivos.
Pasaron los días y el huerto empezó a madurar; Lombardas, cebollas, hinojos, zanahorias, lechugas, rúcula, perejil llenaron esa esquina junto al arroyo y el calor del incipiente verano demandaba más labra y más agua. Demasiado trajín, demasiada humedad para un animal tan territorial y celoso de su intimidad, así que definitivamente me hice a la idea de no volver a verlo.
Ya metido el verano con sus calores, andaban los niños redecilla en mano en busca de animalillos a los que molestar. Yo les había hablado algo de aquel lagarto que en la primavera andaba por mi huerto, pero salvo algunas lagartijas y unas salamandras nada parecido habían visto. Fue entonces cuando volvió a aparecer nuestro lagarto, junto a una arqueta tomando el sol sobre una piedra. Estaba mucho más grande y con un aspecto más fiero. Ante la presencia de tantos curiosos levantó la cabeza y entornó los ojos, se le veía más confiado y seguro. Insté a los niños a no molestarlo y a dejarlo tomar el sol plácidamente sobre su piedra, pero le pusieron al lado algunas moras maduras para que comiera. El reusó comer nada, al menos en nuestra presencia y siguió posando de esta guisa, tal como aparecen en las fotos.
Ahí sigue, grande y orgulloso, iniesto como una esfingue e irguiendo su cuerpo al astro rey, firmemente decidido a no dejarse arrebatar su nuevo hogar.


Dedicado a Zara, Rafa y Sami, jóvenes e intrépidos cazadores.
Fotos: Lina Villalón Marín

Para saber más:
Lagarto ocelado. Wikipedia.

3 comentarios:

  1. A anónimo.
    ¿El de la foto o el del texto?.
    Sé, Rafa, que me permites ésta pequeña broma. Salud.

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  2. Nada, nada...acepto lo de bicho...
    ¡salud amigo!

    Rafael Vargas Villalón

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