viernes, 19 de agosto de 2011

Historias de verano (V): La tormenta


¿Estuvieron la semana pasada en Setenil? Si es así seguramente presenciaron las tormentas eléctricas que se han sucedido por la madrugada. Primero se veían los relámpagos por detrás de la Mata, dibujados perfectamente en el cielo iluminando la noche, bajaban poco a poco por el Puerto del Monte hasta que se plantaban en Setenil. Parecía un huracán, con un fuerte viento, muchos truenos y algo de agua, pero no mucha, aunque el día de la excursión nocturna por la Ruta de los Bandoleros cayó una buena tromba que nos empapó a todos.
Quizás se trate de un primer aviso de las tormentas de verano, esas trombas de agua que se presentan entre mediados de agosto y septiembre en un día de bochorno y que no dejan títere con cabeza. Por lo visto es un fenómeno típico de la zona mediterránea, la conocida gota fría que le llaman, un molesto pariente que se llega a visitarnos por estas fichas del estío tardío.
Todos tendremos en mente alguno de estos fenómenos, según nos tocara. Famosa es desde luego de septiembre de 1949, quizás la riada más dañina y devastadora de la que se tiene noticia por aquí, aunque sin duda anteriormente hubo otras que no tuvieron tanta repercusión mediática. Las riadas y avenidas del río a su paso por el casco urbano son un constante en la historia de Setenil.
Seguramente se acuerdan ustedes de la de 1989. La gente de Olvera la llaman la tormenta de Chiquetete, ya que andaban por ferias en ese momento y el sevillano daba un concierto que, por la tromba de agua que cayó, acabó como el rosario de la aurora.
Yo en mi vida he vista tanta agua caer y el río bajar de esa manera. Recuerdo que estaban por aquellos entonces las obras de canalización del río, así que el cauce andaba plagado de máquinas y unas gigantescas tuberías de cemento. Al medio día empezó a llover, cada vez con más fuerza hasta que una fuerte riada del color rojo de la tierra del monte empezó a bajar. El sonido dentro de las casas era atronador, un ruido que sólo aquellos que hemos vivido en las márgenes del cauce conocemos. Imaginen toneladas y toneladas de piedras alguna del tamaño de una rueda de molino, entrechocando entre sí y contra los muros y estructuras de las casas ribereñas, actuando además los tajos como una auténtica caja de resonancia.
La lluvia siguió cayendo durante toda la tarde-noche y el río estaba al nivel de algunas de las calles más bajas. El problema se acrecentaba con la posibilidad de que la maquinaria pesada para las obras del río taponara alguno de los puentes, así como la situación en la que estaban muchas casas cuyos débiles cimientos estaban al descubierto por los trabajos. A eso de las ocho de la tarde, en una extraña oscuridad, la mayoría de la gente que vivía en Las Cuevas y principio de la Calle Ronda empieza a abandonar sus viviendas en busca de zonas más altas. La casa de Catalina y Concha tenía salida a La Cantarería, una buena opción para huir si la cosa se ponía difícil, y estas buenas señoras la ofrecieron a todo aquel que lo necesitara, así que allí empezó a llegar gente de todos lados. Yo llegué a contar más de treinta personas que nos distribuimos como pudimos por las amplias habitaciones de aquella vieja vivienda.
Fue entonces cuando mi madre se percató de que en las Cuevas, quizás uno de los sitios más peligrosos para vivir en aquellos momentos, había unas señoras mayores que andarían recluidas en sus casas, así que salimos los dos en su búsqueda para recogerlas. Recuerdo que el río batallaba contra el puente de manera que el agua saltaba por encima de la barandilla. La imagen era aterradora, pero aún así pasamos y recogimos a Cándida Moreno y Serafina, que son sus pañuelitos en la cabeza y una atillo con sus escasas pertenencias se asomaban aterradas una y otra vez al río. Siempre he pensado en esta heroica acción de mi madre, máxime si me pongo en la piel de una persona que ha vivido toda su vida traumatizada por aquella riada del 49 que inundó su casa cuando era una niña.
Una vez todos a salvo, nos dispusimos a pasar aquella dantesca noche en la casa de Concha y Catalina, viendo desde la claraboya del patio la interminable sucesión de truenos y rayos que no cesaron en ningún momento. Los mayores hablaban de que se trataba de dos tormentas encontradas, una de levante y otra de poniente, y que al encontrarse a la altura de Setenil formaban ese desaguisado. Esa noche la pasamos en vela escuchando esas viejas historias que siempre se cuentan en situaciones de este tipo. Recuerdo los relámpagos dibujados en ese tétrico cielo de color cárdeno, como salido de una pintura del Bosco.
A la mañana siguiente Setenil despertaba como de una pesadilla, la gente volvía a sus casas y las autoridades empezaron a salir a ver que había pasado. En esa noche, como siempre, los setenileños se las aviaron por su cuenta, ayudándose unos a otros y ofreciendo en muchos casos sus casas a los vecinos. Cuando se dan este tipo de fenómenos y al río se le hinchan las narices, algunas familias dejan las puertas de sus casas toda la noche abiertas y con una luz encendida por si alguien ha tenido que salir huyendo de la riada.
El recuento de daños fue cuantioso, tejados destrozados, locales inundados, animales ahogados, suciedad, lodo y lo más espectacular; las enormes vigas de cemento de la canalización, desplazadas por el agua, en algunos de los casos varios kilómetros. Recuerdo que a la altura de la Parada, la riada depositó una enorme piedra de molino que hubo de ser retirada días después por una retroexcavadora y un camión.
Nunca olvidaré esta tormenta de la que hablo, aquella en la que los setenileños rememoraron durante una noche la peor de sus pesadillas colectivas.

4 comentarios:

  1. Rafael, he oido siempre la historia de un hombre que falleció a causa de la tormenta en esa noche del 49. ¿¿Sabes algo??

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  2. Hola david.
    en una entrada anterior se habla algo de esa tormenta. mi madre la vivió en primera persona y me cuentas cosas impresionantes.
    efectivamente murió un hombre en aquella riada. por lo visto se volvió a su casa en busca del dinero que dejó olvidado, creo que en las cuevas del sol. el agua ya venía por la calle y la casa se cayó cuando estaba dentro.
    un saludo

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  3. Eso mismo había oido yo Rafa, al parecer el cuerpo fué arrastrado hasta un lugar cercano a la casa de mi abuelo,en las proximidades de Trejo. También he oido siempre en casa algo que no se diferenciar si se trata de la imaginación de nuestros abuelos o si hay algo de verdad.Al parecer cuando fué hayado el cuerpo, éste no llevaba el dinero por el que el pobre hombre había regresado. Cosa evidente dado el caso. Sin embargo se apunta a que alguien pudo recoger el cuerpo en un tramo superior del rio y tras coger el dinero lo volvió a dejar en la riada. To do ésto se supo según oía yo de pequeño porque alguien lo confesó pasados varios años. ¿Sabes algo de eso?.
    Por otro lado quisiera decirte que me impresiona oirte escribir del tema porque en nuestra casa, situada a escasos metros del rio, siempre se han vivido las riadas con mucho miedo y respeto.Y la verdad que la vivienda no ha sufrido mucho con ellas, pero la tierra si que ha sido devastada en varias ocasiones.

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  4. Hola David
    Así es, el miedo a la riadas es una cosa intrínseca a Setenil. Mi madre tiene pavor a las crecidas del río y el sólo hecho de oir relámpagos le aterra. ella fué desalojada del colegio y cuando llegó a su casa se la llevaron a la plaza y luego tres meses en el campo de sus abuelos, porque la casa quedó completamente anegada. Ella vivía en el horno de la Calle Ronda y me decía mi abuela que el agua llegó a 2 metros a nivel de calle, no te digo nada de la panadería y las cuadras que quedaron llenas de lodo.
    Respecto al hombre esta no tengo mucha información. las personas mayores contaban muchas cosas pero imagino que con la violencia del agua no le quedaría anda en los bolsillos, pero todo es posible, y más con la miseria que había.
    esta riada fue la más famosa por la magnitud y la prensa, pero anteriormente hubo otras, incluso con más muertos. hay una noticia de principios de siglo donde una riada se lleva a tres niñas que vivían en el río, y antes, siglos antes, no sabemos lo que pudo pasar.
    en fin David, eso es lo que tiene vivir en un sitio como este.
    un abrazo

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