lunes, 13 de enero de 2014

Ciclogénesis explosiva en Setenil y muerte de un gigante

¿Recuerdan aquel nogal que se levantaba junto a la vereda de un olivar? ¿Aquel de nervudas ramas que como brazos implorantes parecían clamar al cielo? Su tronca ascendía imposible a la gravedad humana posteando una copa de sarmientos que en las tórridas tardes de verano aún sueñan con umbrías y frescuras.
Era el último rey del bosque, el último de su estirpe.
Fue el viento, como no podía ser de otra manera. Podría haber sido el rayo asesino, el fuego sagrado, el que le diera a ese árbol telúrico una muerte digna acorde a su linaje real. Pero no, fue el viento, letal y cansino a ratos, violento y brutal a veces. Fue el viento huracanado de la noche de Navidad el que le quebró el espinazo y lo dejó roto y desmochado.
Sus últimas ramas le dan la apariencia de un extraño animal, de un monstruo extinto. Me acerco a la tronca amarilleada por la enfermedad, todo es carcoma, todo olor a podredumbre. En su agonía parece susurrarme:
¡Adiós amigo! Hoy eres tu el que me observas triste y vencido, pero ayer fueron otros ojos, otras miradas las que se admiraron de mi porte majestuoso. Te conozco, te vi jugar de pequeño bajo mis ramas cuajadas de vástagos y hojas verdes, en tus sueños imaginabas que ascendías por mi tronca para construir primitivas cabañas, conozco a los tuyos y a tantos otros que han pasado por la vereda. Han sido muchos los que han recogido mis recias nueces, prietas y duras de fruto carnoso, los que han buscado mi densa sombra en los rigores del estío e incontables han sido las generaciones de aves que me usaron de refugio y atalaya.
Soy viejo y ancestral, mis yemas tocaron el azul del cielo y mis raíces hozaron las profundidades de la tierra mineral. Soy piedra, agua, tierra y aire, soy magia y alquimia, voluntad y determinación… ¡Hasta aquí hemos llegado amigo mío!
Dile a Juan que allí le espero, junto a la vereda, que cuando are la tierra podrá dejar la yunta y descansar a mi vera y que mi copa le dará sombra otra vez.

“…Cayó el anciano
largo como el misterio,
ancho como su filosófica ignorancia.
Manso, conforme, casi sonriente
emprendió el viaje.
Abrió sus poros a la podredumbre
como buscando en ella
la redención de su linaje
y, litúrgicamente,
cruzó las manos,
las olorosas manos, sobre el corazón
con el noble ademán de quien libera
una vieja alma de madera
del antiguo pecado de la Cruxifixión.”

(Inventario de Cenizas, de Octavio Novaro)

¡Salud amigos!

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