lunes, 18 de febrero de 2013

El pellejero

El sueño de la Razón produce monstruos. Goya

Contaba hace años un viejo, que su abuelo le narraba una historia que cuando chico le referían los viejos, de un anciano al que todos llamaban el pellejero. Habitaba este hombre en una casa grande y destartalada en lo que yo pienso que hoy sería la confluencia de La Calle Triana con las Cuevas del Sol. Al parecer, el piso bajo era una planta diáfana a la que se accedía por un portalón de madera tan amplio como para que entrase una carreta. El suelo era una superficie sucia de arena albariza compactada por el continuo transitar de gente.
Contaba este viejo que aún en su niñez emanaban de aquel suelo de albero los efluvios añejos del vino, dando que pensar que aquella estancia en su tiempo sería un almacén de licores o bodega donde se apilarían barriles y pellejos. Vinos y caldos de aquellas cepas milenarias que se criaban antaño en los campos de Setenil y cuyos aromas, densos y pesados, rezumaban eternos como los fantasmas de antiguos parientes.
Sería el pellejero este un bodeguero o tratante de vinos, aunque quizás fuera su oficio el de tonelero o fabricante de odres y pellejos, trabajo auxiliar de lo que a principios del XIX aun sería una industria importante en Setenil.
El caso y es lo que nos trae, que el pellejero este refería una historia de cuando los franceses andaban por estos lugares con lo de la invasión, una historia que a fuerza de pasar de boca en boca resulta hoy más un folletín novelesco de esos que recitaran los ciegos ambulantes, que un suceso que hubiera ocurrido en realidad.
Sería por los años en que las tropas francesas se retiraban de la Serranía después de reiterados reveses militares y políticos. En el escenario de este repliegue estratégico donde el caos y el desorden se apoderan de Ronda y los pueblos limítrofes, eran muchos los que abandonaban la ciudad del Tajo por el temor a las represalias que pudieran tomar contra ellos la multitud exaltada. Eran los afrancesados, burgueses, profesionales libres y aristócratas ilustrados que colaboraron con los invasores, bien por obediencia debida, miedo, ambición o en gran medida por la convicción de que los franceses traerían el progreso y modernidad a aquella España anquilosada en ancestrales creencias que lastraban su futuro.
Huían los destacamentos imperiales por estas sierras buscando quizás la seguridad que le brindaban otras ciudades más grandes, siempre hostigadas por partidas guerrilleras que aprovechaban cualquier descuido para asestar una emboscada entre las breñas y recodos de esta escarpada geografía.
Contaba este viejo que refería aquel pellejero a quien lo quisiera escuchar, que un grupo de soldados franceses a caballo dejó la seguridad de la comitiva que abandonaba Ronda, para desviarse a Setenil. Venía con estos soldados un aristócrata rondeño que por una u otra razón, quizás el pago de una fuerte suma de dinero, los había convencido para que le ayudaran a recuperar a su mujer, que le había abandonado junto con su hijo pequeño y se había refugiado con su amante y familiares en un cortijo de Setenil, y es aquí como digo donde la historia toma tintes de revista romántica, de folletín de aventuras donde una brava e indómita mujer, bellísima por cierto, abandona a su adinerado marido, afrancesado e intelectual además, para huir y caer en brazos de su amante.
El caso es que la prófuga se refugia tras los altos y blancos muros de algún cortijo setenileño, protegida por su querido y hermanos que resistieron a trabucazo limpio el intento de rescate del marido despechado y aquellos soldados imperiales.
Finalmente no lograron su propósito y aterrorizados quizás por la proximidad de las partidas guerrilleras que perseguían a los franceses, optaron por desistir y dejar a esa brava mujer con su amante setenileño.
Termina la novelita con que para no sufrir el mal de los cuernos, el rondeño se descerrajó un tiro en la sien en cualquier recodo de su periplo.
Tiene esta historia de todo; amor, pasión, infidelidad, tiros, la vergüenza para aquellos que habían colaborado con los invasores y la bizarría de aquellos españoles que le habían hecho frente y les habían herido donde más les duele, en la cabeza. Subsiste incluso la rivalidad de Setenil con Ronda, que aún perduraría en el subconsciente popular después de tantas disputas y agravios. Queda además la presencia de ese niño, hijo de un aristócrata de altísima alcurnia y del que seguramente muchos se dirían descendientes décadas después.
Ignoramos los nombres de aquella bella mujer, de su pequeño e inocente hijo, del gallardo amante setenileño y del marido despechado, ignoramos incluso si las gentes y sucesos son reales o inventados, si esta historia no son más que los recuerdos de un viejo que cuando niño la oyó de boca de un anciano que gustaba de impresionar a los zagales. Yo la escuché hace muchos años en el puente de la Calle Ronda, desubicada temporalmente y adornada con toda clase de exageraciones y recreaciones. El anciano que me la contó hablaba además del pellejero como un ser mitológico que muriera centenario, sanador de huesos y recitador de ensalmos, cuyo espíritu morara aquella casa tiempo después de su muerte.
Imaginamos a aquel pellejero de Setenil escuchando cuando niño los romances de ciegos que cantaban estas historias tan del agrado del público en general, como las había adaptado, hecho suyas y finalmente como se las había contado a los niños que todos los días se apilaban en la solana de su puerta para verlo trabajar y oírle contar esta y otras extravagantes anécdotas, porque ¿no se trata de eso? De contar y escuchar, de poblar las imaginaciones de un niño, de crear un universo de seres y sucesos increíbles, de sentarnos alrededor del fuego para recrear fábulas y mitos, palabras y pensamientos, de parir héroes y monstruos, de tratar de entender el mundo en definitiva. Visto de esta manera, que más da que el cuento sea cierto o inventado.

"Cuando la razón dormita, los miedos despiertan, lo atávico se despereza, los temores primitivos nos poséen, las pesadillas plagadas de engendros y fantasmas, de seres imposibles y espectros que vagan errabundos nos invaden sin tregua..."
¡Salud amigos!

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