lunes, 21 de abril de 2014

Setenil diferente

 
En el Setenil  romano y patricio de lápidas y columnas que adornaron los viejos caserones de los conquistadores,  en el de los ilustres apellidos que salen del romancero  que inspiraron historias de caballeros y celadas, recio y castellano con su espíritu de hidalguía, de pleitos de lindes y añejos legajos, en el de los libros de limpieza de sangre. El nido de águilas con su atalaya nazarí y su egregio templo de gótica firmeza, en  el Setenil de piedra caliza modelado por el río a modo de serpiente, de tajos y encinas, el que adoró a asombrosas deidades surgidas del espanto, a viejos dioses de forma humana,  que plegó sus rodillas mirando a oriente y el que todas las primaveras representa la pasión de Cristo bajo un cielo de roca.
En esa noble villa del antiguo Reino de Granada, de cuevas horadadas por el río y chozas de piedra,  alguien quiso ver, quizás buscando esa “Andalucía recóndita” que fascinara a románticos viajeros que llenaron esta  tierra de tópicos e imágenes de postal, la verdad de esta vieja  gitana junto a su nieto.
Pepe, el hijo de Carmela, con su abuela en un escampado del Carril,  atrás y fuera de la escena un zagal desarrapado y que no es otro que Antonio Francés, cuya destartalada figura no parece interesar al fotógrafo.
Fotografía de postal, de museo diría yo, deteriorada por el tiempo pero digna de portada de ensayo etnográfico, tan diferente… y que sin embargo también es Setenil.

Nota: Agradezco a Pedrín (padre) la contribución de material fotográfico y la impagable aportación de su inmenso caudal de recuerdos. 

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