martes, 12 de julio de 2011

Historias de verano (II): Las samberas


No recuerdo en que año pudo ser, por lo visto bastantes según mis investigaciones. Ocurrió lo de las samberas una tarde de verano en vísperas de la Feria de Agosto. ¿Recuerdan esos días? ¡Ah! que maravilla. Todo Setenil era expectación por la llegada de las fiestas, que por aquellos entonces se celebraban en el Poli. Había bullicio en las calles, y los bares y terrazas estaban atestados de paisanos que empezaban a caldear el ambiente echando unas cervecitas, las abuelas tomaban el fresco en las puertas de sus casas, los niños corrían de aquí para allá y los jóvenes no cabíamos en sí de pensar que en esas noches no habría horarios ni toques de queda, que era feria y podríamos llegar a la hora de nos viniera bien. ¡Con que ilusión se viven esos días cuando tienes 16 ó 17 años!
Pues lo de las samberas me lo contó un amigo que lo vivió en sus propias carnes, el primer día de feria, a esa hora en la que quizás se vuelve de la piscina y empieza uno a pensar en bañarse y vestirse para salir. Suenan entonces unos tambores por Las Cuevas del Sol, como los de La Legión pero con más ritmo...¡que digo más ritmo! con más no se qué...algo había de especial en esa música. La gente empieza a aglomerarse en las calles. Ya saben lo que gusta en Setenil una banda de música. Siguiendo el itinerario previsto, coge el antiguo puente de piedra un grupo de samba, pero ¡que grupo dios mío! Delante de cinco o seis muchachos tocando los tambores en plan batukada, diez o doce mulatonas muy ligeritas de ropa bailaban al son de la música. ¡Mira que por ese puente habían pasado bandas de música!, pero les aseguro que nada parecido a aquello. Por allí desfilaba toda Copacabana, todas las chicas de Ipanema juntas. Ellas sabían que al cruzar el puente entraban en la calle principal así que se lucieron las muy frescas...¡que movimientos! ¡que sensualidad! ¡que percusión! El pueblo parecía que se iba a caer; Los tambores sonaban en los tajos de forma atronadora, la gente aplaudía y los hombres daban vítores desde el Bar El Puente.
Mi amigo esperaba a las samberas debajo de aquella placa que había al inicio de la Calle Ronda:
Setenil 1956. Calle Pio XII, el Ayuntamiento y pueblo de Setenil de las Bodegas en señal de sumisión ¿Se acuerdan?
Las samberas hicieron una paradiña justo a su lado, así que mi joven amigo las disfrutó a conciencia. Imaginen a ese coro de diosas de ébano bailando de esa manera. Entonces le ocurrió aquello; Una mulatona de ojos verdes y algo más alta que él se le pone a escasos centímetros, hay mucha gente y tienen que andar apretados, muy apretaditos, tanto que siente su respiración en la oreja. Ella se percata de la turbación del muchacho y le guiña dulcemente uno de esos enormes ojos antes de que la banda encauzara hacia Las Cuevas de la Sombra, dejándolo perplejo y paralizado al pobrecillo en la pared.
Se habló mucho en aquella feria de las samberas, se contaron extrañas historias y hubo muchos rumores. A mi amigo desde luego debieron causarle un fuerte impacto, sobre todo la de los ojos verdes, porque aún hoy, muchos años después, no deja de emocionarse y ponerse nervioso cuando oye el rítmico son africano y cadencioso de la samba. Hay cosas que se instalan en la memoria para los restos.

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