Recuerdo mis primeros carnavales como si fueran hoy mismo.
Al tratarse de una fiesta relativamente reciente y sin mucho arraigo en
Setenil, no me había prodigado mucho en acudir al pueblo durante el fin de
semana en el que se celebraban, así que aquel pasacalle me resultó toda una
sorpresa. Medio centenar de personas ricamente enjaezadas con mil y un
disfraces, a cual más disparatado, subía en asonante algarabía por el pecho de
la plaza. Bombos, pitos, tambores y ese famoso estribillo del
“Que bonito está mi pueblo
Está bonito de verdad,
Que bonito está mi pueblo
Cuando llega el carnaval…”
Luego, en La
Plaza, les esperaba un gentío alborotado que aplaudía a
rabiar la entrada de aquella alegre tropa
y un tablado donde Manolo Benítez ejercía de maestro de ceremonias. Unas
fiestas donde los setenileños eran los verdaderos protagonistas, del pueblo y
para el pueblo, una auténtica expresión popular de alegría y celebración del
carnaval.
De todas las agrupaciones que participaban en aquellas
fiestas, me acuerdo en especial de la que formaban un numeroso grupo de amigos
que, comandados por el sin par José Antonio
“El Piti”, destacaban año tras
año
tanto por la originalidad de sus
disfraces como por la picardía y atrevimiento de sus letras.
Fue a mediados de los años noventa cuando estos chavales se
echaron a la calle disfrazados de indios. Por norma general en esta agrupación,
las mujeres solían vestir bonitos vestidos que realzaban su belleza quedando
los hombres relegados a disfrazarse con grotescos ropajes que exaltaban su
aspecto cómico. En esa ocasión el dimorfismo sexual era mínimo y todos los
componentes vestían un traje marrón con flecos, diferenciándose únicamente los
hombres con un tocado de plumas a modo de jefe
siux. El disfraz en sí no era
ese año de los más espectaculares de su historial, pero el tipo y sobre todo la
letra de alguno de sus estribillos fue lo que hizo que aquella actuación
quedara grabada en la retina de todos.
Subían los grupos uno a uno al tablao.
Manolo los iba
presentando. Unos cantaban, algunos hacían alguna gracia, otros simplemente
enseñaban su disfraz, hasta que llegaba el plato fuerte de dos o tres
chirigotas que desplegaban su repertorio. Entonces les llegó el turno a ellos,
a los
Indiotas de Setenil, y el gentío que abarrotaba
la Plaza de Andalucía se quedó
estupefacto al oír de las bocas de aquellos chavales
una de sus letras:
"En el ayuntamiento han cambiao de coche,
No se han comprado un twingo ni tampoco un opel,
Que montón de dinero se habrán gastao,
Pá el peazo coche que se han comprao.
El alcalde lo coge lo necesario,
Porque eso de ir andando es un calvario,
Y después dice el tío que no ha robao,
Nosotros aguantando y tós callaos.
Somos los indios, indiotas del sur
Hemos venido cantando el tuc-tuc,
Al ayuntamiento nos gusta cantar
Fumamos contigo la pipa la paz".
Montse, Eduardo, Antoñín, Lina Marín, Pedro Jesús Zamudio,
Rafalito Andrades, José Antonio “EL Piti”, Isabel y Mari Villalón, Encarni
Márquez, Tere, Mari Francis, Antonia, Pepi Moreno y Carmelita Corral son los
que aparecen en la foto aunque desde luego había otros componentes del grupo,
más o menos fijos como Laura, Rafael “Bolero”, Romero, Esther y Marisol
Andrades, Alonso Zamudio, Sebastián Bermúdez y algunos otros que ese año, por
la razón que fuera, no aparecen retratados haciendo el saludo indio.
La actuación de los
Indiotas de Setenil hubiera quedado en
un mero lance propio de la idiosincrasia del carnaval, esa de reflejar con
guasa las cosas que han pasado en el año, la de saltarse por un día las normas
y criticar al poder establecido, si no hubiera sido porque al excelentísimo
munícipe, que en aquellos lejanos años noventa era el mismo que rige hoy los
destinos de esta noble villa, no se lo hubiera tomado a la tremenda y
“llamado
a consulta” a los padres de todos y cada uno de los componentes de la
chirigota.
Aún hoy, cada vez que recuerdan aquella ocurrencia del
alcalde, las anécdotas son varias.
Eduardo y
Montse estaban casados e incluso
tenían hijos. Cuenta
Eduardo que ¿qué hubiera pasado si, haciendo caso a la
orden de citación, se presenta en el Ayuntamiento acompañado de su Padre, el
inolvidable
Eduardo Hidalgo? La que se hubiera montado en aquellos salones
hubiera sido para grabarlo en vídeo y venderlo para que hicieran una película,
pues las escenas que se habrían sucedido hubieran sido de lo más divertidas.
De todas maneras, con la presencia de gran número de padres
y de todos los chavales, lo que pasó aquel día fue de lo más surrealista, propio
como decimos de una película de
Berlanga donde magistralmente se parodian los
excesos del modo de ser de los españoles. Delante de un
video VHS de la
actuación, con suma maestría del manejo
del
Play, del
pause y del
patrás, palante, el alcalde y los suyos le
echaron en cara a todo ese grupo de ciudadanos lo que habían cantado esa noche
de carnaval, que estaba muy feo hablar de esas cosas, y que si en Cádiz se
querían meter con el Rey, con el presidente del gobierno y con todo bicho
viviente, ese era su problema, que en Setenil eso de salirse del tiesto
“nanai
de la China”.
Puede que la letrilla tuviera algo de
“mala uva”, e incluso
resultara injusta, pero vista con el tiempo no deja de transmitir cierta
inocencia y candor, mientras que la consiguiente reprimenda del alcalde rozó el
ridículo.
El caso y es lo que importa, que desde aquella famosa
“llamada a consulta” en los salones del Ayuntamiento, los carnavales de Setenil
vinieron a menos año tras año hasta convertirse en la fiesta sin gracia y sin
chicha que se celebra hoy día. Siempre se ha achacado este exceso de celo de
los responsables municipales en mantener intacta su reputación como la causa
principal del declive, ya que provocó el aburrimiento y la apatía de esta
agrupación puntera.
De facto y desde aquel día de ponía coto a los temas a
tratar mediante la aplicación de una censura en toda regla, estableciéndose
unos límites a la actuación de las agrupaciones, aunque quizás, y para ser
justos, se puede barajar la hipótesis de que este grupo y algunos otros, tanto
por el paso de los años como por la propia evolución de sus vidas,
habían agotado su capacidad de transgresión y
la mera posibilidad física de dedicarle tanto tiempo a la ardua tarea de
preparar su exuberante puesta en escena.
De todas maneras la política del Ayuntamiento, no sé si
espontánea o intencionada, fue más sutil y efectiva. A partir de ese momento se
atrasarían las fechas de los carnavales para intentar que las afamadas
chirigotas y comparsas de
Cádiz Capital vinieran a Setenil. A partir de ese
momento serían otros los que actuarían en los tablados de
La Plaza para cantar de una
manera mecánica y sin mucho espíritu, (por andar ya metidos en cuaresma y tan
lejos de su tierra, imagino) a su
Tacita de Plata del alma, a los verdes mares
y al aire de levante que baña de salada claridad la ciudad.
Nosotros,
"los catetos de Setenil, ese pueblo perdido en la Sierra de Cádiz al que no
viene ni Dios" (sic), podríamos haber seguido cantando nuestras cosas, hablando
de nuestros aires, ensalzando la belleza de nuestros campos, el azul de los
cielos, la rusticidad de las casas metidas en los tajos. Cantando eso de;
“Ya estamos aquí otro año
Pueblo querido para cantarte
Eres tu lo que nos llena de ilusión
y de amor durante todo el año.
Este carnaval que hoy
te cantamos
y que todos llevamos en la sangre
que por eso somos gaditanos
y sobre todo setenileños.
Por tus calles y tus esquinas
por esas casas bajo los tajos
y sobre todo por tus mujeres
eres el rincón más bonito de Cádiz…”
Contando sin tapujos las cosas que pasan en el pueblo, en el Ayuntamiento
con sus políticos, como hacen en todos los lugares de España, haciendo bueno el
dicho de que en carnaval, al menos por una noche, todo está permitido, todo es
lícito. Pero los setenileños, ya se sabe… En fin, hubiera sido bueno desde
luego para la salud social de nuestro pueblo y una señal de normalidad que
estas coplas continuaran año tras año. Quizás hubiera calado en la
ciudadanía una mayor capacidad de implicación en los asuntos que le son
propios, un sentimiento justo en definitiva de expresarse libremente y sin
reprimendas en aquellas cuestiones que le competen.
Los
Indiotas de Setenil y sus padres se fueron a sus casas,
mosqueados y abrumados por la falta de cintura y la incapacidad de autocrítica
de sus responsables políticos y con ellos, los carnavales de Setenil se fueron
al garete, al menos en su esencia verdadera y más pura.
Eran otros tiempos. Los políticos miraban a sus ciudadanos
desde una atalaya, apoltronados en sus sillones, confiados y seguros de su
poder. Hoy
en día sería impensable un
acto de este tipo. ¿Se imaginan ustedes a un alcalde mandando cartas de
citación a los componentes de una chirigota con motivo de su última actuación?
Al alcalde en cuestión se le cae el pelo, le lloverían las críticas por todos
lados, las redes sociales arderían con la ocurrencia del político y en el
siguiente febrero no sería una si no un millón de coplillas las que le
lloverían. Sencillamente, haría el indio.
"Somos los indios, indiotas del sur
Hemos venido cantando el tuc-tuc,
Al Ayuntamiento nos gusta cantar
Fumamos contigo la pipa la paz".
¡Jau!
¡Salud amigos!