martes, 19 de noviembre de 2013

Un pequeño universo en el huerto

No me pilla Juan en mi mejor momento, ando algo constipado y tengo cosas que hacer. Me da algo de charla pero ve que es inútil, que no le doy mucho juego, así que se afana en su cafè y se pone a ver la tele.
Al rato lo intenta de nuevo.
Te voy a contar una cosa curiosa Rafael.
El lazo está echado, Juan sabe que no me puedo resistir a sus historias, por muy extravagantes que sean. Casualmente, una de las últimas veces que hablé con él ponían una serie sobre el universo y las estrellas y Juan me dejó algún comentario sin desperdicio, ideas que ni se me habrían pasado por la cabeza. Hoy dan algo parecido en la segunda cadena.
Pese a que estamos sólos, mira el hombre para los dos lados, como para asegurarse de que nadie nos escucha, y señala una nebulosa brillante que aparece en pantalla.
Te voy a contar una cosa que me pasó cuando chico Rafael, una cosa que aunque parezca extraordinaria no era tan rara por aquellos entonces en Setenil, como más tarde comprobé.
¡No hay remedio! Juan va ha comenzar su relato.
Era yo un chaval de doce o trece años cuando estaba al cuidado de un sandial que tenía mi abuelo en el campo. Sandías de esas verdes que había antes, todas iguales, grandes y brillantes. Cuando estaban las sandías para cogerlas, empezamos a darnos cuenta de que algunas tenían signos y figuritas brillantes que se distinguían en el verde. Si las mirabas bien podías ver estrellas, unas grandes y otras más pequeñas, se distinguía una figura en el centro que se asemejaba al sol, más resplandeciente que ninguna otra, con sus rayos y todo, y la luna en todas sus fases, la llena, la enmediá, la creciente y la menguante. Al lado los planetas, algunos de gran tamaño y otros minúsculos, las constelaciones; la osa mayor, la menor, el carro …
Yo me quedo sin palabras. Muchas de las historias asombrosas que conozco se las debo a Juan, pero esta de verdad me deja perplejo; ¡un pequeño sistema solar en una sandía!
¡Qué una ni dos! ¡veinte o treinta en todo el sandial! Y todos los años igual. Me interpela Juan y prosigue:
Yo me llego a mi chacho, le comento el caso y entonces me dice que eso era normal, que eran las sandías luneras que le decían y que la gente del campo las conocía desde siempre.
Como tantos otros, Juan y su familia calló este fenómeno. Era una cosa que pasaba y ya está, no era plan de que lo tomasen a uno por loco, me comenta. Yo me pongo a pensar sobre el asunto. Tiene que haber una explicación lógica. Posiblemente la misma luz de los astros quedara reflejada como una fotocopia en la piel de la sandía. Mi confusión se incrementa cuando Juan me asegura que el mapa estelar se extendía por toda la esfera, incluso la porción de fruta que estaba en contacto con la tierra.
Juan no puede parar ya. Me habla de otros fenómenos que se sucedían en la huerta, que si los rabitos de las habas en años bisiestos y años normales y otros prodigios hortofrutícolas, de luces y sonidos en la noche, de extrañas formas en el cielo. Yo le advierto de que todo lo que me cuenta pienso ponerlo negro sobre blanco, que tengo la intención de publicarlo. Esto parece disuadirlo por un instante, pero sigue.
¡Mejor! Así alguien que entienda de las cosas estas le pueda encontrar una explicación al asunto. Hoy Juan, hombre por lo natural de temperamento comedido, está desatado.
De buenas a primera las sandías luneras se hicieron más raras hasta que dejaron de aparecer, y te digo que ni yo ni nadie que yo conozca hemos vuelto a ver ninguna como aquellas que se veían antiguamente.
Juan calla y vuelve su vista hacia la pantalla del televisor donde la imagen recrea un paseo por los anillos de Saturno. Finalmente suelta una de esas prendas que no tienen desperdicio:
¿Sabes lo que creo que pasó? Pues que se rompió un vínculo muy especial entre el hombre y la naturaleza, se quebró una relación que había existido desde siempre y sabe dios cuando se volverá a repetir.
Como es habitual, Juan me deja a cuadros. Pienso en lo que me ha contado aunque no termino de creerlo. No es que piense que me está engañando sino que él mismo pudo estar confundido, que creyó ver algo parecido a una constelación en un sistema solar en el sandial de su abuelo, pero por otro lado, me dice que era algo normal por aquellos entonces y que eran muchos los labradores que tenían luneras en sus pueblas. Yo mismo, al inicio del relato, pensé en una lógica científica, en el poder que los planetas y los astros ejercen sobre las personas, los animales y en definitiva en todos los seres vivos.
Damos por válido todo lo que nos cuentan extraños a diario en los medios de comunicación, en programas destinados al entretenimiento, en libros con el marchamo de serios, los razonamientos de predicadores de tres al cuarto, y no damos crédito al testimonio de un vecino al que tenemos en gran estima.
¿Por qué razón la historia de las sandías luneras no puede ser cierta? Nos ha tocado vivir una época extraña y desconcertante en la que los grandes dogmas que sostenían como pilares la sociedad han caído. Nada es eterno ni perenne, todo muta. Ni la religión ni mucho menos la política pueden darnos consuelo, en ética todo es relativo y cuestionable, infalibles gurús aparecen a diario para darnos soluciones temporales, nuevos dioses: el dinero, el deporte, la tecnología.
Este mundo parece que va que se las pela, que haciendo buenas las teorías de la relatividad, los relojes van cada vez más aprisa y en el fondo lo que dice Juan puede tener su lógica, que se ha roto un vínculo muy especial en tanto en cuanto los hombres no tenemos ni el tiempo ni quizás las ganas para pararnos un momento a mirar el cielo en una noche estrellada.
En fin amigos, que cada uno piense lo que quiera. Desde luego la historia de Juan y de las luneras es extraordinaria, pero tiene su lógica y razón. Yo, que desde hace algún tiempo he puesto mis creencias e ideologías en cuarentena, no podré reprimir la curiosidad de echarle un vistazo a cada sandía antes de clavarle el cuchillo. ¿Quién sabe?

¡Salud amigos! en esta fría tarde de otoño.

2 comentarios:

  1. Rafael Domínguez Cedeño.21 de noviembre de 2013, 13:25

    Rafael en 40 años hemos evolucionado más que en 5.000, sobre lo que te dice Juan que se a roto ese vinculo es verdad y, yo creo, que de lo natural y normal hemos pasado a lo químico y enfermizo por buscar la productividad continua de las cosas que al final pagaremos muy caro el ser humano, ahora intentan y quieren poner de moda lo que este hombre Juan con mucho cariño arrecogia de su huerta, y lo llaman productos ecológicos, ja,ja, para volver a eso sabe Dios. Bonito articulo Rafa.
    Un gran saludete.

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  2. Qué bonita historia y q bien sabes distinguir donde la hay para contarla. Todas las personas tienen algo inexplicable fisicamente q han vivido en algún momento. Gracias Rafa. A partir de ahora me comeré las sandías con más respeto. Saludos

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