lunes, 14 de octubre de 2013

Un paseo por Jabonerías y Cabrerizas

Tengo la costumbre de aconsejar una rutita por Setenil. Les digo a aquellos que me piden consejo que el pueblo se estira a todo lo largo del río, que serpentea haciendo curvas y que se expande a diferentes niveles. Recomiendo sobre todo que pasen de las Cuevas, calle donde la mayoría creen que acaba el pueblo, a Jabonería y Cabrerizas y desde allí crucen el río para subir por Herrerías a la Plaza y la Villa.
El pasado viernes, al ir a recoger el coche, tuve la oportunidad de acompañar a unos amigos holandeses al inicio de esta ruta. Con mucha dificultad y trazando imágenes en el aire, traté de explicarles lo que en tiempos era la antigua ciudad medieval vista desde abajo; la muralla, la torre, la iglesia construida sobre una antigua mezquita, la mina. Les hablé así mismo de las luchas entre moros y cristianos, lo difícil que resultaba el asalto a una fortaleza de este tipo y como al final tuvo que ser la pólvora de la Reyes Católicos la que acabara por doblegar la resistencia nazarí.
Entrando en el más castizo de los tópicos, traté de contarles alguna historia de bandoleros e incluso esbocé como pude los hechos de aquel destacamento de dragones franceses emboscado no muy lejos de allí por las partidas del cura Lobo.
Estos amigos literalmente alucinaban con la imagen de un Setenil enriscado en lo alto de un muñón, el famoso nido de águilas del que hablaran los escritores, con los tajos, las peñas, con las historias de aquellos antiguos setenileños valientes y románticos, fieros y salvajes, con la visión de un pueblo encastrado en el cañón de un río, una tierra abrupta y áspera muy diferente a las verdes y amables campiñas de donde vienen.
Absorto en mi papel de cicerone los acompañé hasta el inicio de las Cabrerizas, justo donde el río traza su enésima curva y hiere la piedra de forma tan agresiva. Es justo en esa curva donde se firmó gran parte de aquel capítulo de Curro Jiménez. ¿Cómo explicar a unos holandeses quién era el famoso bandolero, héroe legendario de aquella infancia nuestra huérfana de spidermanes, bátmanes y otros seres de sobrenaturales poderes?
 Resulta aquel tramo quizás el más espectacular del recorrido; el cauce del río se ensancha abriéndose y doblándose como una enorme serpiente, haciéndonos imaginar lo que tuvo que ser en tiempos geológicos esa fuerza telúrica y abrasiva que zanja la piedra de tal manera.
Es allí sin embargo, allí mismo, donde la simple contemplación del río desde la albarrá se convierte en un auténtico espectáculo, donde podemos observar alguno de los atropellos más lacerantes que se han cometido contra Setenil; Bajo la misma ciudad antigua, en el mirador natural para ver como el Trejo escapa tramo a tramo, curva a curva del casco urbano, se erige la monstruosa imagen de una mole de hormigón que algún día será un aparcamiento. Paralelo a esto, se extiende la escombrera de hierros y cemento en la que se ha convertido un camino que se pretendió discurriera por el mismo cauce, dos de los proyectos más ruinosos y descalabrados que se han consumado en nuestro pueblo.
A principios de los años noventa Setenil aún era un pueblo abierto al río, para lo bueno y para lo malo. Todas las casas ribereñas tenían una bajadilla y en el mismo lecho había desde aves de corral a borricos. Era, como hemos hablado más de una vez, una calle más del pueblo y el lugar predilecto por los niños para jugar y divertirse. Así mismo y es justo recordarlo, se trataba de un auténtico vertedero donde se tiraba la basura y vertían las alcantarillas sus aguas fecales, un lugar insalubre y lleno de ratas en muchos casos que necesitaba de una solución para adecuarlo a los nuevos tiempos.
Fue por esta razón, así como acabar de una vez con el peligro que suponían las periódicas avenidas de agua que tanto daño han ocasionado en Setenil a lo largo de su historia, lo que hizo concebir el plan de alcantarillado de las aguas residuales dentro de la misma canalización del río, quizás uno de los proyectos más ambiciosos e impactantes de la historia moderna de Setenil.
Tuvo esta colosal obra aspectos positivos y negativos, un lógico claroscuro donde se enfrentan el pragmatismo con la belleza y la idealización de un tiempo que ya sólo existe en nuestra memoria. Al enorme impacto económico que supuso la creación de empresas y contratación de tantos operarios para las obras, habría que oponer la agresividad con el mismo entorno natural del río, con esos graderíos de roca que orillaban en la misma ribera, con la imagen de un Setenil que ascendía escalonado piedra a piedra. Quede como recuerdo del impacto de las obras la destrucción de aquel antiquísimo puente de la calle Ronda, uno de tantos disparates que se han concebido en nuestro pueblo en los últimos tiempos.
Sin embargo hoy día tenemos un lecho del Trejo limpio de aguas fecales y más seguro frente a las riadas. El proyecto de canalización del río supuso desde luego la entrada de Setenil en la modernidad. Perdimos en el camino la esencia primitiva de un pueblo que nace en la ribera del río pero que con el tiempo lo convirtió en el patio trasero de su casa.
Quizás, décadas después de haber finalizado las obras, hubiera sido el momento de reconciliarnos con este Guadalporcún, que a su paso por Setenil llamamos Trejo. Hubiera sido el momento de arreglar esas riberas de las afueras respetadas por el hormigón, disfrutar de esos tajos afilados, de las peñas, de las cuevecillas de se forman en los márgenes, de la vegetación propia de ríos y espacios fluviales, de chopos, adelfas, del radiante verdor que estalla aquí y allá con la frescura del agua. Hubiera sido el momento de disfrutar de la fauna del río, de las truchas, de los ranos y las culebras, de las salamandras que moran en las oscuras cavidades de aguas primigenias que rezuman de la piedra. Hubiera sido el momento de acercarnos a ese río nuestro con otros ojos.
Pero no, no era el momento. Bajo la misma ciudad amurallada de un Setenil de leyenda, allí donde el cemento de las canalizaciones se volvía tajo y ribera, se erigió uno de los mayores monumentos a la sinrazón que se han perpetrado en la comarca. Me refiero a ese edificio que bajo la calle Calcetas se levanta como un auténtico dinosaurio (sic), un mega parking que haría enrojecer de envidia a cualquier centro comercial del mismísimo Madrid.
De todos es conocido los problemas que hay en Setenil para aparcar, situación que han solucionado en otros pueblos de nuestro entorno con explanadas asfaltadas y señalizadas que dotan a esos municipios de un valor añadido. En Setenil no existe nada parecido. El mega parking bajo la Calle Calcetas lleva ¡¡veinte años!! en construcción y desuso, veinte años de un proyecto nunca acabado y que por si fuera poco ha destrozado para siempre uno de los parajes más bonitos del pueblo… Y encima los visitantes no encuentran donde dejar sus vehículos.
Junto a este mausoleo del despilfarro y la falta de utilidad que supone el aparcamiento, para seguir trabajando en esa reconciliación de Setenil con su río… se planifica la creación de un camino a ras del cauce por esos parajes, un proyecto bien intencionado diría yo, simpático quizás, de no ser porque este río nuestro tiene la costumbre de crecer todos años y llevarse todo lo que coge por delante. Resultado, cuando aún no estaba terminado, esa parte del río destinada al disfrute de setenileños y visitantes, merced a una riada, se convierte en una mole de hormigón, hierros y farolas arrubiadas en todo el trayecto. ¡Cinco años! ensuciando aquella parte tan bonita y espectacular de Setenil.
¿Cómo explicar a estos amigos holandeses todo eso? ¿Cómo explicarles que en los tiempos que corren unos gobernantes pueden cometer semejante atropello contra su mismo pueblo? un pueblo que en un futuro pretende vender su belleza para vivir del turismo. ¿Cómo hacerles comprender ese interés de nuestros políticos por obras colosales de altísimos presupuestos y tan bajas prestaciones?, ¿Cómo explicarles que en esa ribera había una fuentecilla de agua cristalina donde acudían los vecinos a llenar sus cántaros de agua, que el río formaba una playita de arena rubia frente a la cueva, que bajo esas chumberas, Curro Jiménez luchaba a navaja en un decorado de pitas y fuego, que en la misma calle Cabrerizas, justo encima, sonaban guitarras y palmas, donde los cabreros bajaban sus cabras para darles de beber y a que ramonearan en el verde del cauce? … y que Setenil era más bello de lo ellos pueden ver ahora.
 Decía A. Ganivet respecto a la canalización de Darro a su paso por Granada que “el que concibió la idea de embovedarlo lo concibió de noche: en una noche funesta para nuestra ciudad”. La canalización del río en su día fue un hecho traumático para Setenil pero que ha larga ha demostrado ser algo necesario. El aparcamiento, gigante, desmesurado y sin uso, que se extiende muerto e inerte en uno de los lugares más bonitos de Setenil, así como ese caminito del hablamos, no es que fueran concebidos de noche, sino que fueron ideados en el más oscuro de los eclipses que se recuerden. Un colosal disparate digno de estudio.
Conocemos ahora que existe un proyecto para la finalización del parking así como su puesta en valor mediante una concesión administrativa. Buena idea. El daño está hecho, pero Setenil necesita un lugar de aparcamiento, a ser posible gratuito, que pueda aliviar la cogestión de tráfico. Necesita además la creación de otros lugares destinados a tal uso, pero sería necesario que esta vez se tratara de proyectos más sencillos y útiles, como dicta el sentido común, y que a ser posible no supongan un atentado a la vista. Setenil necesita además que de una puñetera vez se limpie la escombrera en la que convirtió ese caminito que nunca llegó a utilizarse y por si fuera poco, después de más de veinte años de acabadas las obras de canalización del río, el cauce requiere de mantenimiento; las mellas de los muros que han perdido su decoración de piedra, lozas de hormigón desplazas, represas de aguas estancadas, tuberías rotas, algo de limpieza etc.etc.
Algún día Setenil deberá volver su mirada al río, deberá comprender que no hay ruta más bonita que pasear por Las Cuevas y pasar a Jabonerías y Cabrerizas, que la depuradora no olerá a perros muertos y que entrará de nuevo al pueblo por Calañas, que podrá bajar por Calcetas y pasará bajo Los Cortinales a Mina y Herrería, que algún día se podrá acceder a Las Cuevas de San Román, y no habrá nadie en el mundo que no querrá venir a Setenil, porque primero la naturaleza y luego los hombres que lo habitaron antaño, han hecho de nuestro pueblo un lugar asombroso y único.
En el encuadre perfecto de un pueblo arriba y abajo de la piedra, con la vista de casitas imposibles devoradas por los tajos, entre pitas y chumberas, bajo el sol de este otoño de fuego, me despido de los amigos holandeses. Los dejo asomados a la albarrá, perplejos y fascinados con este mundo de ensueño, imaginando quizás a ese legendario Curro Jiménez del que les hablé, blandiendo su faca a la luz de las candelas.
¡Salud amigos, seáis lo que seáis!
Foto de J.M. Fernandez que muestra la zona antes de las obras

1 comentario:

  1. Tienes razón, se ha desvirtuado tanto el pueblo. Recuerdo las casas todas blancas con un filo de azul debajo, el olor de matalauva recolectada por todo el pueblo.La casitas bajas de la villa que ahora son altas y hacen sombra en toda la calle.
    Tb el Torreon y la Iglesia se han restaurado mal y parecen nuevos. La iglesia menuda destrucción de la historia del pueblo....... no comento mas.
    Saludos

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