martes, 16 de julio de 2013

Historia de una puerta

 No es esta puerta de bronce ni hierro fundido, no tiene llamador, ni sus goznes son de oro. No tiene un enrejado de forja, ni pedrería, ni adornos.  Muy posiblemente ningún personaje de renombre  la haya atravesado jamás. Es una puerta pequeña, con el cuerpo de recia encina y el quicio de una madera de menos alcurnia. Algunos clavos rechapados la atraviesan y un precioso cerrojo de hierro de forja termina por darle un aspecto sobrio y austero. Ningún maestro firma la obra, lo más seguro es que el autor sea un antiguo carpintero setenileño cuyo nombre y recuerdo se haya perdido en el tiempo.
Andaba esta puerta perdida por algún rincón de nuestra iglesia mayor. Feo tablón de madera, morada de la podredumbre y la carcoma, fuera de lugar, desubicado en el tiempo y el espacio, sin cabida posible en ese nuevo templo minimalista que se alza blanco y radiante en la Villa. Como es habitual, su destino no era otro que una cuba de escombros,  acomodo de todo lo inservible e incatalogable.
Quiso la divina providencia que nuestro amigo Rafael D.C pasara ese día por allí. Los muchachos de la obra le enseñaron una serie de objetos en una escombrera:
“… Cuando fuímos a la calle había un pequeño rincón que hacía de escombrera, efectivamente allí estaba ese bonito cerrojo y cerradura  empotrados a una impresionante puerta de muy noble madera. Yo en principio pensé en quitar el cerrojo y cerradura a machota y cincel. Pero me lo pensé y por la tarde le pedí a mi padre la furgoneta y me dispuse a ir a por ella, puerta que como tú sabes desde aquel día conservo en mi cochera como reliquia”

El mismo Rafael Domínguez Cedeño nos hace una breve descripción técnica del hallazgo:
“La puerta seguramente es del siglo XVII por sus formas y sobre todo por el cerrojo y cerradura tan característico de la época, con su indiscutible forja y burilado que hacen de un arte único la pieza.
Su madera es de una calidad impresionante, conservando una excelente patina oscura adquirida a lo largo de los años.  Posiblemente el árbol elegido para dicha puerta fue la encina, madera resistente al paso de los años, aunque su bastidor parece que fue hecho con madera menos noble.
En su elaboración podemos observar más de 40 clavos hechos a forja de unos 17 a 20 cm cada uno. El grosor de la puerta es de 12 cm, con una altura de 1,50 cm por 77 de ancha con el bastidor incluido, midiendo la hoja 68cm. Estas medidas son de una importancia única ya que nos dice donde estuvo colocada en la antigüedad. Se encontraba en un habitáculo que existe en la subida al coro. 
A mi parecer pudo estar en la subida al campanario o sacristía antigua. Sería fácil averiguarlo con solo medir los pocos huecos existentes se daría fácilmente, ya que por ejemplo la entrada al campanario, ni se podía hacer más grande ni más ancha, por sus cantos y muros tan desorbitados”.
Pero quizás, el detalle que más llama la atención de esta antigua puerta, no sea otro que los signos, marcas e inscripciones, sobre todo el detalle de una muela incrustada en la madera cuyo significado no deja de ser más enigmático y perturbador; Extraños sortilegios mágicos, sincretismo religioso, rescoldos de antiguos rituales paganos que en esos siglos de intolerancia religiosa aún perduraban en aquellas gentes. Quizás macabro juego de algún bromista, ¿quién sabe? El caso es que descubrir una pieza dental humana incrustrada en la madera de una puerta de un templo cristiano no deja de sorprendernos y dejarnos perplejos.   
Detalle de la pieza dental incrustada en la madera

Inscrpciones de la puerta de san Pedro Fiz.
Quiso la casualidad que en una visita que realicé no hace mucho al Museo do Pobo Galego, en Santiago, viese una puerta de similares características que perteneció a la capilla de una antigua iglesia. Presentaba el objeto inscripciones y detalles de parecida factura a esta de Setenil, incluso con pequeñas incisiones.
Recordé entonces aquella puerta que me enseñara Rafael hacía casi un año y imaginé que como tantos objetos y documentos, el destino de la misma no debe de ser otro que un museo de artes y costumbres setenileño, un museo donde de manera feaciente queden constatadas no ya sólo los restos de otros pueblos y culturas que pasaron por estas tierras, sino las formas de vida de nuestro propios padres y abuelos, de sus formas de trabajar, celebrar y vivir en definitiva.  

Llama poderosamente la atención que un objeto tan bello y valioso pueda pasar desapercibido a los ojos de los técnicos y todos aquellos que participan en las obras de restauración de nuestra Iglesia de La Encarnación, para acabar de esta manera en una vulgar cuba de escombros.
Estimo que este hecho se debe más a un error de verificación que una actitud verdaderamente intencionada, aunque desde luego es evidente una total  falta de sensibilidad de los responsables. Resulta triste pensar, que como tantas veces ha ocurrido en Setenil, si un particular no rescata la pieza la hubiéramos perdido para siempre y una vez más hubiéramos tenido que hablar de hechos consumados.
Afortunadamente en Setenil hay personas como Rafael D.C. cuya afición y amor por Setenil lo convierten en un auténtico guardian de nuestro patrimonio y cuya colección, como él mismo desea, será disfrutada algún día por todos nosotros.
Esperemos que sea él mismo y no otra persona la encargada de desarrollar esta idea en un futuro. No puede haber nadie más idóneo para tal cometido.

¡Salud amigos! y felicidades a todas Las Cármenes.

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