martes, 3 de mayo de 2011

La Marquesita: Un Cuento Torero


Me van a perdonar la licencia que me tomo de dar a conocer este cuentecillo torero de Juan Guillón Sotelo y publicado en La Correspondencia de España en 1900. Setenil aparece en esta lacrimógena historia de una manera fugaz, por eso ha permanecido tanto tiempo en la recámara de este blog, pero las fechas en las que nos encontramos, con los albores de la Feria de Abril de Sevilla y su ambiente taurino, que tiene la virtud de activar el regusto de mi intermitente afición a la Fiesta Nacional y, por que no, la gracia del relato, han hecho que me decida a publicarlo.
He cortado algunos fragmentos que me parecían supérfluos para conocer la historia evitando así el que fuera demasiado largo para esta entrada, pero en definitiva se refleja el texto casi en su totalidad, tal cual lo leyó en su día la gente de principios de siglo. Léanlo y luego les cuento:

La Marquesita

Para ello se aunaban tres circunstancias; La de ser huérfana de madre, la libertad en que la dejaba el autor de sus días, sólo atento a la política, y a las aficiones de su tío Tristán, el segundón de aquella casa cuyo título glorioso trae a la mientes las campañas del Gran Capitán y las guerras de Flandes.

A más ella se había criado en Inglaterra en los largos años en que su padre la representó a España ante la reina Victoria y, unida por su abolengo, su posición y su fortuna, a la vieja aristocracia de la vieja Albión, tomó todas sus costumbres y aficiones, adiestróse en los ejercicios corporales, y dentro de aquellas líneas finísimas de su cuerpo, curvas y turgencias, dentro de aquellos ojos de azul de crepúsculo brillaban la energía y el temple resuelto de su alma de virgen...

Los enclenques gomosos madrileños la miraban con temeroso respeto; la marquesita tenía gracejo y satirizaba bien; A más aquella fuerza de vida en que se hallaba, despertaba en ellos la conciencia de sus propia insignificancia física y se sentían humillados. En cambio entre la juventud sevillana, Beatriz que pasaba en Sevilla las primaveras, contaba grandes entusiastas; aquellos muchachos aficionados al campo, al caballo, a la caza, hallaban en la marquesita un excelente compañero. Don Tristán era así como el caudillo y campeón de toda la juventud de la antigua Híspalis diestra en los Sports campestres, su sobrina era la reina indiscutible.

Mostraba Beatriz gran predilección por cuanto atañe a la fiesta nacional, que despertaba en su espíritu emociones de bizarría y gentileza, y así se la veía siempre a caballo en los cerrados, cuando se apartaba una corrida de feria, dejarla luego en Tablada, y allá cuando las sombras de la noche envolvían a Sevilla reposando, a la cabeza del grupo de garrochistas que guiaba el encierro, entraba en la hermosa ciudad la marquesita, conteniendo al galope su magnífico potro andaluz, más negro que la noche misma...y allí venía con el encierro, que rodeaba vaqueros y aficionados, llevando a sus lados a sus amigos, satisfecha, dando a la primavera andaluza los perfumes de sus veinte años y alegrando los luceros en el cielo y los pájaros dormidos en los naranjos con el fresco sonido de sus risa.

Beatriz era joven, guapísima, millonaria, de ilustre estirpe y...un carácter, sobresaliendo de entre la universal y uniforme medianía, tenía propia personalidad.

Los toros de Benjumea destinados a la segunda corrida de feria venían ya camino de Sevilla. En la noche oscura destacaba la mole del encierro, oíanse el bronco resonar de los cencerros y el murmullo de las conversaciones.

Había tiempo de sobra, se había salido temprano y se marchaba despacio.

Beatriz rodeada de Don Tristán y tres o cuatro amigos, estaba en sus glorias; lo sereno y majestuosos de la noche, la misteriosa marcha de la cabalgata, el peligro posible, la fiesta próxima, despertaban su imaginación conmoviendo su fantasía; al lado suyo, al hombro terciaba con el cuerpo la garrocha, ajustado el marsellés, en la barbilla el barboquejo del sombrero redondo, caído a plomo en la silla vaquera, Juanito Gallardo departía gravemente con el marqués de Guadalnegro.

La marquesita oía la conversación. Asuntos del campo, cuestión de intereses. De entre el nutrido grupo de sus amigos de Sevilla, Juanito Gallardo tenía sus preferencias; siempre le interesó la seriedad de aquel muchachón de veintiséis años, macizo y robusto como el tronco de una encina, labrador modesto con fortuna escasa muy gravada en hipotecas, según voz corriente, hábil jinete, espíritu recto , buen conversador, pero en el que su penetrabilidad de mujer creía ver algo oscuro, algo desconocido que existía en el fondo de su mente, sin que jamás se exteriorizase...

Tratábala el labrador con fría consideración, aunque tenía pruebas de su amistad cariñosa; siempre el tono de su voz era respetuoso, nunca correspondía a la franqueza con que Beatriz le comunicaba sus impresiones, había en el siempre un exceso de etiqueta.

- ¡que rabia me da usted Gallardo! Parece que ha nacido usted en Liverpool o en Oxford y no en Sevilla.

Admiraba el valor sereno de su amigo. Muchas veces había oído contar el lance de la carretera de Setenil cuando lo asaltaron en la noche, lejos de toda habitación. Juan Gallardo derribó dos hombres de dos tiros, huyeron los demás, y a uno de los caídos moribundo lo llevó el mismo a hombros al cortijo más cercano para que lo auxiliasen. Así lo contó el propio bandolero antes de morir.

Otro día, y esto lo presenció ella, viendo los cuatreños de Muruve, hizo Beatriz elogios de unas frescas florecillas que resaltaban entre el verde de los prados. El labrador echó pie a tierra, se metió entre los toros, arrancó unas cuantas, hizo un ramito y se lo dio inalterable, con aquella sonrisa seria que tenía.

Don Tristán se sofocó

- ¡que barbaridad hombre, expuesto a que se le arrancara un toro!

Gallardo se encogió de hombros.

- lo hubiera sorteado.

Beatriz sentía admiración y curiosidad cuando la voz sonora de marcado dejo andaluz del labrador se dirigía a ella. Era un hombre que inspiraba cariño. Un cariño mezclado de respeto, con el escalofrío que da el misterio y lo desconocido.

Luego Juan Gallardo era pobre. Ella lo sabía, unas finquitas de escaso valor, gravadas de hipotecas eran sus caudal. Era sólo, huérfano, vivía en una casita de la plaza de Villasís, muy blanca, con muchas macetas en los balcones, cuidado por tres criados viejos que lo adoraban. Estimadísimo en la buena sociedad sevillana, Juan Gallard, de humilde origen, llevaba su vida modesta con tal dignidad y tan puritana honradez, que se le citaba como modelo.

Se pusieron los caballos al galope y entró el encierro en la manga; chasqueaban las hondas, resonaban voces, jaleábase al ganado, salían chispas de luz de las herraduras, y al fin la puerta grande, la cuadrada oscura de corral apareció ante la comitiva; aceleróse la carrera y el grupo que guiaba entró seguido de cerca por Tinajones, el conocedor, que llevaba pegados a sus piernas los dos cabestros de estribo; perfectamente arropados, los toros entraron como una mole.

En aquel instante el potro de la marquesita arrodilló y despidió a su jinete, siguiendo después la carrera.

Los toros estaban encima y venían al trote.

Hubo confusión; oyéronse interjecciones, blasfemias y una voz de espanto que gritó:

- ¡Ay mi Beatriz!

La marquesita, aturdida, estaba de pie; ya los cabestros de estribo llegaban a ella, entonces se alzó una sombra a su lado; un hombre la rodeó con sus brazo, y oyó una voz que le pareció la misma que antes gritara, sino que ahora era serena y tranquila, la voz de Juan gallardo que le decía:

- esto no es nada; No hay miedo

a los lados las masas oscuras de los toros desbandados pasaban corriendo.

Beatriz, inmóvil, con la respiración contenida, sentía contra su pecho el latir del corazón de Juan Gallardo; cosa maravillosa, el latir era acompasado.

De súbito hubo un choque brusco y el labrador y la marquesita fueron llevados hacia delante unos pasos; luego nada; los toros siguieron el callejón del otro corral, cerrarónse las puertas y don Tristán llegó desalado.

- ¡Beatriz, hija mía!

- Aquí está. No pasó nada- replicó la voz tranquila de Gallardo

Entraron más garrochistas, el Sillarito y Tinajones, y echaron pie a tierra.

- Le debo a usted, Gallardo, más que la vida- dijo D. Tristán abrazándolo

- Iba a su lado. Cualquiera otro hubiera hecho lo mismo en su lugar.

Trajeron antorchas; de pronto, el Sillarito, que examinaba al labrador, dio un grito.

- ¡Juan, si tu estás jerio!

- Si, pero ella no, ví de venir la cornada y se la quité con el cuerpo.

El Sillarito, inquieto, demudado, palpó a su amigo que le agradecía el interés sonriendo; al recorrerle con la mano el muslo derecho, la retiró llena de sangre; el matador pateó el suelo haciendo resonar las espuelas.

- ¡ maldita sea hasta la constitución. Que corná la dao!

Quien entrevea la boda de Beatriz con Juan Gallardo, se equivoca. Esas uniones entre damas linajudas y millonarias con hombres honrados y pobres de la clase media, sólo tienen efecto en las obras de Octavio Fnillet y Pérez Estrich.

Beatriz abandonó sus aficiones y volvió a Madrid, El labrador sanó la grave herida.

Muchas veces en Madrid la marquesita recordaba aquel grito. ¡ay, mi Beatriz! Que le daba descorrido el velo del misterio que Juan Gallardo tenía en su alma; al recordar la acción y elevarse en su imaginación la figura del hombre se fue familiarizando a ella con un afecto con un afecto muy hondo... en su cerebro iba germinando uan idea como en su corazón crecía un sentimiento; convencida de que nunca la dejaría su padre unirse con un labrador casi pobre, luchó por desprenderse de aquello que combatía su alma y se fue a Inglaterra al castillo de su amiga lady...allí desechó una boda con el brillante Duque de...una noche, desvelada en su cuatro viendo el triste retorcerse y el melancólico llamear de los leños de la chimenea cierto corral de una plaza de toros andaluza, la marquesita cedió de su destino, cesó la lucha, brillaron en sus ojos los ensueños de futuras dichas y levantándose dejó escapar su pensamiento diciendo en voz alta con actitud resuelta.

- voy a buscarlo

cuando llegó a Madrid escribió a su tío una carta breve, en la que,, entre otras cosas y sin mayor interés aparente, le pedía noticias de Juan Gallardo.

La carta llegó y el párrafo anhelado decía así:

"Hija mía, poco después de curarse por completo, Juan Gallardo liquidó sus bienes, pagó sus deudas, dejó la mitad del sobrante con sus casa a sus antiguos criados, con la otra mitad se embarcó para Mexico, resuelto a hacer fortuna, más entusiasmado que nunca. Le ofrecí todo, y todo lo rehusó.

Seis meses después el consulado de España en Yucatán oficiaba indagando sus herederos. Juan Gallardo había muerto de fiebres, lejos de su España y sus Sevilla, asesinado por la inexplicable ansia de dinero que se apoderó de él después de aquella noche memorable; pero su sino estaba trazado, su camino hecho, y aquel noble corazón cesó de latir como había vivido; triste, pobre y sólo."

La marquesita dio un grito y se llevó las manos al costado izquierdo; sentía en el corazón un peso horrible.

Aquel corazón, mientras latiese, lo ocupaba un muerto.

Juan Guillón Sotelo

Fuente:

Cuentos toreros
La Correspondencia de España
Diario Político y de Noticias
Eco Imparcial de la opinión y de la prensa
Fundador: Don Manuel María de Santa Ana
Madrid Jueves 15 de Febrero de 1900

Bueno, ya les avisé que la historia era muy del estilo del público decimonómico, no olviden que la publicación es de 1900. Setenil aparece de soslayo, casi sin querer, como una mera anécdota que se cuenta en la vida de Juan Gallardo, esa en la que pasaportó a tres bandoleros en el camino a Setenil... Tiene sin embargo esta referencia una curiosa nota; De Sevilla a Setenil, una camino largo y peligroso desde luego. ¿En que punto exacto ocurriría esta escena? ¿Se trataba de un hecho fabulado o por el contrario podrían ser los ecos de alguna historia real? Quién sabe, el caso es que Setenil aparece asociado de nuevo al bandolerismo, al peligro, a la Sierra indómita y salvaje que como en el Oeste representaba la última frontera. Más allá sólo existe lo desconocido y viajar por estos parajes sin llevar la escopeta en ristre era una auténtica temeridad.
Y el caso es que el relato es de 1900, cuando aún quedan cinco años para que las andanzas del Vivillo pongan el nombre de Setenil en toda la prensa nacional. Aún quedan cinco años para lo del Vivillo y ya nuestro pueblo es reconocido como tierra de bandidos y bandoleros.
El Chato, Choricito, Cencerrito y tantos otros tendrían mucha culpa de ello.
Setenil sin duda estaba asociado por aquellos tiempos a esa imagen de una Andalucía enriscada y romántica que ha permanecido en el subconsciente de España y Europa hasta hoy día.
De Joaquín Soroya

1 comentario:

  1. Creí oir que Cencerrito y Choricito tuvieron pelea porque ambos pretendían los amores de la hija de un farmaceutico o algo así. A ver si alguien lo sabe.

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