lunes, 3 de junio de 2013

Historias de verano: La marca Setenil

No, hoy no pienso extenderme en la nebulosa de un amanecer setenileño, ni en la belleza dramática de unos cielos cárdenos que se pintan allá por Acinipo. Tampoco vamos a hablar de tajos y pitas, ni de aquellos monstruos y fantasmas que ya sólo moran en nuestra imaginación. Hoy vamos a viajar hasta Sevilla, la dorada ciudad que emerge radiante y eterna a orillas del Guadalquivir y que a estas alturas del calendario, pasada ya la exaltación de una esplendorosa primavera de palios y farolillos y finiquitados los faustos del Corpus, parece entrar en un letargo, un sopor estival del que sólo saldrá para cuando La Virgen de los Reyes.
Nos dirigimos ahora a un barrio cualquiera, el Parque Alcosa, uno que conozco bien. Amplias avenidas delimitadas por altísimos bloques de colores; los blancos, los amarillos, los verdes, los azules, locales comerciales, bares y cafeterías. Se ve que es un barrio alegre y bullicioso pero a estas horas de la tarde (son las cuatro) y con el calor, está vacío y solitario.
Ahora se oye el inconfundible sonido de una persiana metálica, como una carraca. Imaginamos que algún comercial sale de su negocio. Efectivamente, un hombre de mediana edad, bien vestido se afana, en cuclillas, en echar las llaves del cierre.
Le abordamos
- Buenas tardes
- Buenas tardes amigo. ¿qué se le ofrece? Contesta con gesto adusto.
- Aquí que venimos haciendo un cuestionario a los comerciantes sevillanos…y lo hemos visto a usted y…
- Deberíais haber venido esta mañana, que estaban todos los locales abiertos. Ahora casi todos tenemos el horario de verano y cerramos a las tres, lo que pasa es que yo me he entretenido haciendo unas cosillas…ya sabe, con la calor.
- Claro, claro y… ¿Cómo va el negocio?
- ¿El negocio dice? Pues mal. La crisis, que no hay trabajo. Yo me defiendo, pero hay muchos que han tenido que cerrar.
- Lógico. El comerciante se incorpora y se atusa como puede las arrugas del pantalón. Impecable el hombre, el clásico comercial sevillano. Pues eso amigo, continúo, que venía indagando sobre las preferencias vacacionales de los sevillanos, y si a usted no le importa le podíamos hacer unas preguntitas.
- Usted dirá
- Verá…usted ¿es el gerente de esta ferretería?
- Si eso, el gerente.
- ¿está casado?
- claro, y con dos niños
- Esa era la otra pregunta. ¿su mujer trabaja?
- Sí, en una tienda de moda flamenca que hay en la calle Francos, que entró allí cuando éramos novios y ya van para treinta años.
- Estupendo, y ¿dónde pasan ustedes sus vacaciones? Entonces el hombre se hace el interesante y sonríe.
- Bueno verá, en casa somos mucho de Matalascañas, que todos los veranitos, a mediados de julio nos cogíamos unos quince días y alquilábamos un apartamento al lado de la playa, pero ahora nos hemos comprado una casita en el Ronquillo, para invertir los ahorrillos. Allí se está de lujo, que todos los de la urbanización somos de Sevilla y parece que estamos en el barrio. Por la mañana la cervecita y el pescaíto y por la noche a tomarse un helado en el paseo…en fin. También nos gusta el Rocío, y todos los años nos gusta hacer el camino con la Hermandad de Coria, que es donde está mi cuñado, pero este año con la crisis… ya sabe, sólo hemos ido cuatro días, ver la Virgen de salir y poco más.
- Y ¿hace usted alguna salida esporádica fuera de Sevilla?
- ¡hombre claro! Los fines de semana, los puentes, y en Semana santa y feria aquí, por supuesto, pero luego nos gusta salir a los pueblecillos.
- ¡ah! Muy bien. Y ¿Cuál fue su última salida?
- Pues cogimos el coche y nos fuimos a la Sierra de Cádiz. ¿ha estado usted por allí?
- Alguna vez, y el hombre prosigue:
- Grazalema, Olvera… y no me acuerdo de más, bueno sí, un pueblo muy chiquito que se llama Setenil. Setenil de la Vega, de la Ladera, de la sierra o algo así. ¿lo conoce?
- ¿Setenil? Bueno algo
- Pues sale mucho en la tele, en el Canal Sur y todo eso. A mí desde luego ya no se me olvida el pueblo ese. Y hace el hombre un gesto raro con la boca. Entonces me agarra el brazo y me lleva a la sombra de una acacia que verdea a escasos metros.
- Verá, prosigue, el pueblo es bonito, y muy raro con esas cuevas y esas casas metidas debajo de las piedras, la iglesia, el castillo…ya sabe cómo son esos pueblecitos de la sierra, pero este en concreto es digno de ver… aunque… entonces el comerciante levanta los brazos y hecha el tronco hacia atrás. ¡qué cosa más difícil de pueblo! Primero te ves negro para llegar, que están todas las carreteras cortadas, y eso que tengo un buen coche, ¿sabe usted? Y me señala un todoterreno aparcado en una explanada de albero.
Yo porque mi mujer lo vio en la tele y se emperró en que quería ir a Setenil, que si no yo me hubiera dado la vuelta y cogido para Ronda o Ubrique, pero nada, ya sabe usted como son las mujeres.
Yo asiento con la cabeza.
- Entonces me meto en esas carreteras que están que dan pena, que si por aquí cortada, que un desvío por allá, y la que no está caída poco le falta, y nosotros sin saber a donde íbamos, que no había señales en ningún lado…
- ¿y llegaron a Setenil?
- ¡Claro! Mira, digno de ver. Un pueblo metido en un boquete hecho por el río. Todo blanco, con sus casitas, las cuevas, un poco sucio, pero muy curioso. Entonces me meto por una calle y ¡Ay amigo! Y hace el mismo gesto que antes. Lo que le digo; ¡qué pueblo más difícil! ¡qué cuestas! ¡sin saber donde aparcar! ¡qué calles más estrechas! ¿Ha visto usted mi coche?  Entonces me lleva a donde tiene aparcado el todoterreno.
- Estrenándolo que estaba no hacía mucho. El primer viajecito que hacíamos y mira… ¡qué calle! Que por allí no pasaba el coche. ¿quién me mandaría a mí meterme por aquella calle? Ni patrás ni palante, que no pasaba. Ni recogiendo los espejos, y todo el mundo mirándonos y uno que para la derecha y otro que para la izquierda y uno que le pone una rebeca para que no lo rayara, y mi mujer como un civil en el asiento del copiloto…y ese olor a embrague quemado. En fin, ¡qué le voy a contar! Fíjese usted que marca. El hombre me enseña un rayón de dos metros en el lateral derecho. ¡y estrenado el coche! Mira, mira que marca. La marca de Setenil que le digo yo. Menos mal que lo tengo a todo riesgo y la semana que viene lo llevo al taller de mi primo que es chapista.
El pueblo como le digo muy bonito, pero a mí desde luego no se olvida, más que nada por lo del coche. Luego ya nada me parecía bien, ni las tapitas que nos tomamos en un bar, una masita o algo así, que yo sólo hacía acordarme del rayonazo que le hice al coche…así que figúrese.
Y el comercial deja por fin de hablar y se queda pensativo y meditabundo mirando ese enorme desconchón. ¡Setenil! Y que no tenía ganas mi mujer de ir ni ná.
Así aprovecho ese momento de abstracción y me despido del hombre que debe tener la boca seca y ya tendrá ganas de volver a casa y relajarse después de su jornada de trabajo, y lo veo meterse en su todoterreno negro, flamante y casi nuevo, aunque con una enorme marca en el lateral derecho.
¡La marca Setenil! repito divertido. Y me quedo sólo por las calles de este barrio sevillano que con el paso de los años ya tiene solera y estilo propio, El Parque Alcosa, barrio de barrios, de amplias avenidas y altísimos bloques de colores. Encina del Rey, Las Tendillas, Bib-Rambla, Las Monjas. Busco entonces la sombra, que estamos en Sevilla y aunque aún no es verano el calor ya viene apretando.
La clase de brasa que me ha dado el hombre para contarme lo del coche, pienso para mis adentros.

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