Muchas veces los seres del inframundo pedían carne humana y los hombres inmolaban criaturas en aquellos altares; eran gentes malas o despreciables que nadie quería en el pueblo y los echaban vivos a hornos y caleros para que el fuego los devorara lentamente. No quedaba nada de ellos. Era su manera de implorar a la naturaleza por una buena cosecha, un buen casamiento o suerte en algún negocio.
Cuando los hombres perdieron esta ancestral y primitiva costumbre, los seres del inframundo siguieron pidiendo su porción de carne y ante la sordera de la gente empezaron a buscar por su cuenta. Así, cada cierto tiempo se cobraban su mercancía; Niños, hombres, mujeres incluso animales desaparecían en aquellas tumbas de fuego, muchas veces, la gente que trabajaba en las cercanías acudían ante los terribles gritos y lograban rescatar sus cuerpos horriblemente mutilados, como a medio devorar.
Los niños crecían escuchando a sus madres advirtiéndoles que no se acercaran a aquellos monstruos feroces, pero siempre, siempre los seres del inframundo se las ingeniaban para atrerlos y devorarlos. Eran víctimas inocentes que pagaban por todos los demás.
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