Allí nos llegábamos un grupo de chavales a eso de la media noche, cuando todo el pescado estaba vendido en el pueblo. Nos acercábamos sigilosamente a las bestias y nos montábamos. Unas empezaban a andar tranquilas y parsimoniosas, tanto como sus enclenques patas les permitían, pero otras salían disparadas a galope tendido cuando sentían el peso sobre sus lomos. Las había que saltaban, brincaban, coceaban e incluso que mordían, como ahora les cuento.
Ocurrió una oscura noche en la que no había luna. A los de siempre se nos unieron un grupo de señores que finiquitaban una etílica fiesta que ya duraba varias horas. Estaban beodos como cubas, así que permitirán que omita sus nombres. Pues eso, que se vienen al Pilar con nostros, a montar un poquito que eso siempre viene bien a esas horas de la noche antes de dormir la mona, les aconsejamos precaución, pero Felipe los acompaña a un mulo feroz al que nadie quiere montar: Lo llamamos Atila, negro zaino, resabiado y con la mirada turbia. Juan (por ejemplo) es el encargado de montarlo, a trancas y barrancas se le acerca ¡por atrás! y eso que es hombre de campo. Las coces no se hacen esperar...¡zas! ¡zas! Una en la boca y otra en el pecho. Cae al suelo y todos vamos a recogerlo y al levantarlo no para de gritar mientras escupe piezas dentales ¡Ay Frasquito, mis muelas mías! Si esa clase de mandoble que le propina el equino al bueno de Juan le da a otro tipo de persona, menos curtida y trabajada, lo deja en el sitio. La gente del campo estaba hecha de una pasta especial.
Durante aquellas noches, escenas de este tipo se sucedían por doquier. Lo ideal era llevar a algún novato y montarlo en el bicho más salvaje de la dehesa, en eso estaba la gracia. a mi primo José, lo tiró un rucho al suelo, lo coceó y luego se lió a bocados con él. Los animales generaron idea y mala leche durante aquel verano, pues cuando los montábamos corrían entre las zarzas y cruzaban bajo las encinas para hacernos daño e intentar que cayéramos al suelo, cosa que ocurría en casi todas las ocasiones, ya que muchas veces era la única forma de bajarte. ¿Entienden ahora lo de los quebraderos de cabeza?
Les parecerá una cosa de tontos ¿no? pues la gente se daba de tortas por venirse durante las noches con nosotros, era lo que había, quizás fuéramos algo primitivos, pero tampoco le hacíamos daño a nadie, salvo ocasionar algunas molestias a esos pobres animales a los que nos dejábamos dormir.
Aún hoy, bastantes años después Pepe, Antoñín, Felipe, Fali, Rafael, mi primo José, yo mismo y tantos otros recordamos divertidos aquellas noches en las que cabalgábamos y nos escalabrábamos felices por las áridas e infinitas praderas del Cortijo Pilar Alto. ¡Juventud, divino tesoro!
Nota: Entrada dedicada a aquellos que piensan que este blog se desvía en ocasiones de su esencia rural y campera
Acuerdate de la noche en que ese mismo personaje se callo del mulo mientras Juan le decia " bajate de ahi que te vas a caer" y el otro desde el suelo le decia " mas juan, mas".
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